LA MADUREZ DE UN JOVEN POETA
Cada vez más confirmo mi apreciación de antaño:
Torres Rechy estaba madurando pero su camino tenía meta asegurada en el territorio de la fértil poesía, de aquella que conmueve el corazón humano. Y así ha sido. Hoy, su palabra destilada encuentra diversos anclajes, siempre seguros, entre los que se encuentra la alabanza a Dios: en sus ofrendas abre los silencios y florece un voz pausada que dice mucho, profunda y rescatadora de lo sacral en lo cotidiano, de lo divino en el eterno presente de los seres necesitados de nutrientes espirituales. Lo felicito por la rotunda impronta de su palabra. También por su alta estatura de cristiano, siempre buscando superar las imperfecciones, siempre presto a ofrecer bondad con dermis y epidermis.
ALGUNOS DATOS SUYOS
Juan Ángel Torres Rechy (Xalapa-Equez., Veracruz, México, 1983). Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana. En España escribe su Tesis Doctoral en el Programa Vanguardia y Posvanguardia en España e Hispanoamérica. Tradición y Rupturas en la Literatura Hispánica (Universidad de Salamanca). Poemas suyos están incluidos en las antologías
Neblinenses (Xalapa, 2005);
Poesía para un existir(Homenaje a Santiago Castelo, Badajoz: Unión de Bibliófilos Extremeños, 2010);
O Divino. Sílabas do Oeste (Sirgo, Castelo Branco, Portugal, 2011);
Di tú que he sido (Homenaje a Miguel de Unamuno, Salamanca, 2012) y en la revista electrónica
Crear en Salamanca (2012). Ha participado en Lecturas poéticas en la Universidad de Salamanca (2008), en el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Salamanca, 2012); en el Encuentro Los Poetas y Dios (Toral de los Guzmanes, León, 2009-2013), en el Encuentro Cristiano de Literatura y Premio Jorge Borrow de Difusión Bíblica (Salamanca, 2011-2013), en el Homenaje Internacional a San Juan de la Cruz (Ávila, 2013) y otros. En su país fue profesor de Español y Literatura en Secundaria y Bachillerato. Forma parte del Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas (SEMYR) de la Universidad de Salamanca.
CUATRO POEMAS ESCRITOS PARA TORAL
Aquí presento cuatro poemas inéditos, escritos para el X Encuentro Los poetas y Dios, celebrado el 20 y 21 de diciembre pasado.
LOS POETAS Y LA FE
Elevamos nuestro canto en tu casa,
Lucero de la vida,
te ofrecemos girasoles y azucenas
recogidos con racimos de pintura
y de pobreza por los santos del pueblo de Holanda
y de Fontiveros.
El incienso sube a tu presencia
con nuestro corazón en flor.
Resuena en nuestro pecho la música
que tañes en tu cruz.
Pones tu aliento en nuestra herida.
Haces nuestro el anhelo de tu verdad más pura,
parecida a los atrios de los templos.
El gesto oblicuo de tu mirada triste,
como la sombra de los pájaros,
cubre con su noche el rebaño de estrellas
en los ojos de mi hermano. Pero el mundo
abre las ventanas y las puertas a sus plazas.
Vislumbramos una región más transparente
y misteriosa.
Caminas por la ribera del río
cuando los ángeles duermen.
El puente encuentra su reflejo en el agua
y contemplas su figura.
El viento se lleva el sonido de tus pasos
con sus alas, y los pájaros
se llevan tus pensamientos
a las copas de los árboles.
Aquel arbusto recorta la esquina del camino.
El campanario invisible y distante le grita al mundo
palabras ocultas en su llanto de metal
y su persistencia de espinas.
Un puñado de gatos elásticos y graciosos
sale de la sombra
y vuelve a otra sombra igual.
Qué es la fe, oh, Colibrí, Pelícano, si no la espada
de justicia clavada en el sueño de la razón
y sus pesadillas.
¿La certeza de saberte, Príncipe de la mansedumbre y las armas,
con tu racimo de uvas y tu cesta de panes y peces,
sentado a la mesa,
cuando la tarde pasa?
NO SOY YO QUIEN VIVE EN MI PECHO
La piedra que desecharon los edificadores
es ahora la piedra angular.
Salmo 118, 22
No soy yo quien vive en mi pecho.
Yo respiro y soy. Pero solo soy
sonido y tiniebla
alrededor del vacío. La piedra frágil
no es mi hogar.
Ahí vive el silencio,
detrás de la palabra y la noche,
aún sin nombre,
donde no ha caminado Eva a la orilla del mar.
ESTA NOCHE
Esta noche lo más cercano al amor, o el amor mismo,
aparece como un rostro bello y un rostro miserable.
Del rostro bello manan silenciosos riachuelos
con gracejo, y una frescura de montaña. El otro erra
ignorado por cualquier calle de una ciudad sin nombre
y sin tiempo. Ella derrama su ebriedad de sol en el eco del campanario
sobre mis manos. El brillo escarlata de sus dedos tiembla
en la comisura de mis labios. Él me pide amor
diciéndome que si tengo una moneda.
Me llama padre.
Hay días que la belleza duele.
Gota a gota
perdemos la sangre en nuestras alcobas y cae
en el patio del aljibe al que todos iremos
después de esta noche.
Habrá macetas empolvadas, ventanas rotas, paredes
y un cielo en donde no sonarán más las risas
de los niños que fuimos.
Ahí nos esperarán las mismas personas y los mismos recuerdos,
las mismas ansias, incertidumbres, certezas, penas,
los mismos dolores, seremos los mismos
dentro de estos nuestros cuerecicos arrugados por el sol
y arrullados por la luna. No deberemos esperar nada más
a la luz de ese nuevo astro que velará nuestro sueño.
El sol y sus horizontes resultarán un invento creado para otros
seres más elevados, más parecidos a los olmos
y a las fuentes,
en cuyas pupilas la eternidad habrá hecho sus moradas,
cuyas manos habrán sido talladas para cargar el madero
de la cruz, con una frente puesta de realce por la corona
de espinas. Esas miserables personas que mendigan amor
cuando piden una moneda, que han llorado
todas las lágrimas del mar,
esas personas tan divinas que nos darán la salvación
cuando nos reconozcan a la luz de la luna
en el patio del aljibe,
y recuerden que nosotros les devolvimos su humanidad
cuando les dimos veinte céntimos tocando sus manos
con las nuestras.
No sabemos qué seres invisibles e increados
llegarán entonces a recogernos. No sabremos
cómo habremos llegado a un lugar transparente,
misterioso en su absoluta claridad y su ausencia
de secretos. Volverá a vibrar el campanario
cuando ella derrame su ebriedad en la copa
de mis manos y festejemos y bailemos al alba,
amasados con la harina de un pan más blanco,
cuando su rostro sea un nuevo caudal de riachuelos y gracejos
con otra frescura intacta.
Nosotros entonces seremos los mendigos,
incapaces de retener tanta abundancia.
No poseeremos nada. Tendremos la nada
como un cuadro colgado para una exhibición
que acaso también dé cuenta de esta noche.
AL NIÑO DE LA ESTRELLA
A Eve
Hemos venido juntos
a adorarte, Niño de la promesa,
Niño de las palomas,
oh, Niño de la estrella.
Tu corazón es grande y gracioso,
como el sol de la mañana,
y tu carne es tan pura
como la inocencia blanca.
Te ofrecemos los pajaricos
que traemos en bellas jaulas:
ellos son nuestras almas,
que conocerte quieren,
pues has nacido,
Niño de la esperanza.
Tu voz de lino y tu seda, María,
son los dones más delicados;
y, del amor, cien arpas y cítaras
guardan silencio cuando cantas.
Padre José, tus fuertes brazos
tallarán con vigor la madera,
y le darán al Niño
su temperamento y fuerza.
Echaremos a volar nuestros amores
de familia, y en ese cielo nuevo,
de Vida eterna,
cantaremos himnos bellos para ti,
oh, Niño de la pobreza.
(*) Poema redactado junto con José María Sánchez Terrones
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