A tu hijo crucificaron, María, nuestra amada hermana. El Templo que lo crucificó a ti te ha hecho su diosa madre, te hace cada día cómplice. Quien a tu hijo usurpa en su trono, te ha colocado a su lado como reina madre. El hombre de pecado te ha hecho sin pecado, y portavoz de
su evangelio. El que contra la corona de tu hijo hace guerra, te ha coronado como reina del universo.
Te han metido en la turba para gritar, “no a ése, sino a Barrabás”. Ya sabemos tus hermanos que ésa no eres tú, tú nuestra fidelísima hermana. Se han llevado tu nombre y te han hecho a su imagen. Así son desde el principio, en los pasos de su padre, matan, mienten, usurpan. Pero están vencidos; tu hijo, primogénito de nuestra congregación y casa, los ha matado con la Palabra.
Tal día como hoy, 22 de diciembre de 1560, se prepara en Sevilla la evangelización papal.
Su evangelio, con gozo festivo, sale por las calles; demostrarán su fe los esclavos papales. Juzgan y matan a los que Cristo, tu hijo, al que tú pariste, fidelísima hermana, ha liberado; para los que ya no hay condenación; pero los condenan los condenados. Hoy ha llegado su fin, y quieren reavivar ese
evangelio de condenación. Están en ello. Ya tienen su exhortación papal. Cada uno hace su papel.
Cuando crujía el edificio papal y amenazaba ruina, sacó su padre expulsión seminal y se formó élite de conservación. Los jesuitas y Trento. Crujió de nuevo, y de nuevo los jesuitas y el Vaticano I. Cruje ahora, y otra vez. Es el estertor terminal.
La mariolatría ya estaba en el templo de la teología papal.Con los jesuitas la sacarán a otros templos y plazas, los de la superstición popular (lo llaman piedad). Con ellos
su María se convierte en arma eficaz contra la Reforma, contra el evangelio de la salvación por la obra única y perfecta de Cristo. Con ellos los esclavos del papa lo serán de Sumaría. (Incluso promocionan las llamadas congregaciones marianas, iniciadas en Roma como fuente, derramadas luego por todas partes, donde la superstición popular se “eleva” por la presencia, como esclavos de su María, de las élites ciudadanas, germen de corrupción hasta hoy. En esas congregaciones Su María actúa a mayor gloria de la Compañía.)
Dice el actual rey de la Iglesia romana, en el documento donde dicta su voluntad para que los suyos lleven su evangelio con gozo, “que con el Espíritu Santo, en medio del pueblo” siempre está Sumaría, que es “la Madre de la iglesia evangelizadora” (284). Y explica el corazón de su evangelio al afirmar que las palabras de Cristo en la cruz, para su madre y su amigo, “no expresan primeramente una preocupación piadosa hacia su madre, sino que son más bien una fórmula de revelación que manifiesta el misterio de una especial misión salvífica. Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra… Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio” (285). Su Cristo los lleva a Su María, donde se manifiesta el misterio de su especial misión salvífica. Así es la salvación de
su evangelio, para los suyos.
Reclama este rey a los suyos que sean memoriosos. Nosotros también lo somos. Y
tenemos memoria de cómo en la cruz hay un personaje importante que se ha camuflado: el diablo. Por la Palabra ha quedado al descubierto, pero por
su palabra ha quedado ocultado. Es el momento de su derrota; Cristo ha venido a deshacer las obras del diablo. El padre mentiroso está allí, con la verdad de su muerte, pretendiendo la vida de su reino, fabricando el evangelio de
su cruz. Se le ha concedido tiempo. Ha comenzado a fabricar a su Sumaría y Sucristo.
Efectivamente, tenemos presente y lo anunciamos, que donde está Sumaría no puede estar Cristo, son incompatibles, ella solo puede tener entre sus brazos, engendrado, a un usurpador. Cristo y María, su madre, por supuestos, siempre en comunión, como parte de esa Iglesia que él lavó y se presentó a sí mismo, una sin arruga, ni mancha, ni cosa de qué avergonzarse; sin condenación, redimida, justificada, santificada, glorificada. Esta otra María es su enemiga, engendrada por su enemigo, a quien ha vencido, pero le ha concedido tiempo. “La íntima conexión entre María, la Iglesia y cada fiel, en cuanto que, de diversas maneras, engendran a Cristo…” (285); vaya, vaya; ¿y de este becerro de oro quién habla? “A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica” (286). Vaya, vaya; el discurso social era para esto. No hacía falta que lo recordara, todos sabemos que todas las iglesias que nacen, sí esas del Nuevo Testamento, están bajo la advocación de alguna virgen; y esa fue la clave de la expansión misionera del cristianismo; en todas las cartas aparece como modelo, es el ejemplo a seguir, todos acuden a su amparo para que interceda; todos sabemos que Cristo avisó a los suyos de que no los dejaría huérfanos, que les daría una madre (¿o era el Espíritu?); claro que sí. No. El hombre de pecado tardó algún tiempo; luego ya sí la pusieron por todas partes; en cualquier lugar alto, en cualquier cruce.
Nosotros somos memoriosos, aunque en el auto de fe de este día, el papa de turno, con sus esclavos, quiere “borrar la memoria” de los nuestros.
Así han querido borrar la memoria de María para que la Inventada ocupe su lugar. Dice éste que Sumaría ha venido a ser parte de la identidad de lo pueblos. Sí, de los que han quedado bajo su corona. No siempre fue así. No es así siempre. En nuestra Sevilla del XVI producen una identidad con Sumaría a base de terror, la pedagogía del miedo que atiza la Inquisición. La “muy mariana” ciudad de Sevilla lo fue con la Inquisición y los jesuitas. La devoción (superstición) popular se amplió a todo tipo de advocaciones; así se frenaría el avance de la herética infección que la Palabra producía con su lectura. Ya se sabe que la Compañía requería para su trabajo no solo la participación frecuente de sacramentos, también la promoción del culto a Sumaría. Donde iban, iba su culto. Hicieron a Sevilla muy mariana. En el empeño contaron con la ayuda de otros; especialmente los franciscanos, en la extensión de la nueva Invención: la Inmaculada.
Mariolatría sí, Inmaculada, eso es otro asunto. Los dominicos, buenos peritos en lógica, vieron las consecuencias; los franciscanos no. El papa de turno, que ni sí ni si no. (Luego viene el Nono que inmacula.) Los jesuitas sí comprendieron el beneficio de ese nuevo aspecto para Sumaría. Serán los franciscanos los que en 1589 funden en nuestra ciudad, extramuros, al lado del quemadero, el convento de San Diego (solo queda de memoria del sitio una glorieta con ese nombre). Mandaron fabricar una Inmaculada, la llamaron Virgen del Alma Mía (todavía está en templo sevillano). Primera exaltación a la Pureza Inmaculada. Procesionaron en 1615; ya tenemos la “identidad” de los pueblos; a fuerza de fuerza. Dicen en las cofradías aquí que esa fue “una imagen sin la cual nuestra ciudad, seguramente, nunca hubiera sido mariana”. Bien; estamos en el siglo XVII; una identidad algo tardía, de contrarreforma.
Pero
María, nuestra hermana, la del Israel de Dios, aquella donde el Espíritu engendró al Redentor (nada que ver con la de postal y portal que portan en estas fechas), en ella sí vemos la acción de Dios y su Evangelio.
Empieza nuestra hermana siendo ejemplo de todos los de la familia de la fe. Su voluntad y “aceptación” de la obra de Dios es de la gracia de la que era llena. Luego los otros vinieron con la palabra de su padre, el de la otra familia, y quisieron hacer esa voluntad signo de mérito, caudal para todas las “obediencias meritorias”.
No; nuestra María no es de su santuario. Quien en su vientre puso la semilla del Redentor, puso en su voluntad la semilla de la respuesta. (El pecador no “responde” de sí propio a la gracia de Dios; la respuesta es parte de esa gracia. La vida no sale de la muerte.) Como cada uno de nosotros, que “no somos engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”, así ella; y en ella tenemos la localización, la existencia en el espacio y el tiempo, en su persona, de la voluntad de Dios, su voluntad de salvación. Dios con nosotros; se hace Dios hombre en su vientre. Lo que “en ella es engendrado, del Espíritu Santo es”. “Y dio a luz a su hijo primogénito”. Una sola navidad. Un solo sacrificio. Una sola vez.
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Tomó nuestra naturaleza; en todo igual, pero sin pecado. Es simiente de Dios mismo. Pero fue hecho pecado. Tomó nuestra carne y sangre en María. El nuevo Adán, Redentor y Liberador, toma la naturaleza del viejo en María.
María, como todos nosotros, es todo pecado, muerte y rebeldía. Pero Dios ha enviado a un Salvador. Su Hijo amado, en quien tiene toda complacencia, es hecho pecado, lo que él aborrece. Esa es la cruz.
Bajo la ordenación soberana de quien tiene todo poder, está el diablo en la cruz planificando su actuación. Su hijo amado, aquel Judas, quien se comió la hostia del demonio, así trasformada aunque la comió en compañía de los redimidos, ha conseguido su finalidad; pero en la muerte del Mesías acaba de recibir la confirmación de su muerte. A los que tenía esclavizados por ella, ahora se le descubren liberados por la del Mesías. Dios ha cambiado muerte por muerte. El diablo se acuerda de María; de cómo procuró que su simiente no naciera. Pero ya está hecho; sabe que no controla la Historia; tiene poco tiempo, es su último tiempo. Ya mismo ha preparado a los suyos, los que heredarán el apostolado de Judas; los sucesores de los apóstoles que se visten como él. Los meterá en todas las congregaciones de los santos. Como es padre de confusión, los deja allí metidos para las próximas persecuciones; muchos de ellos morirán como “mártires”, luego hará un santoral con ellos. Los que los han matado son también sus hijos, pero ya se sabe qué se puede encontrar en la casa de la mentira y de la muerte. Tiene que actuar; es su último tiempo. No puede acelerar todo lo que desearía; está controlado por poder soberano, poder del que no escapa un cabello. En cuanto puede, construye un trono para poner a los suyos, luego les da una Triple corona. Les enseña cómo mantenerla.
Tiene allí en el Calvario el diablo la mirada fija en María. Ya ha descubierto que su reino ha sido aniquilado; pensó que matando al Cristo ganaría, pero ha perdido. Intentará recuperarlo. Ya tiene el mapa de todos los santuarios de superstición pagana donde ha colocado a sus diosas, para que poco a poco se cambien por Alguna María. Esos santuarios que fueron, o los que se levantarán en el futuro, que aparecerán con apariciones. De esos que el rey de la Iglesia romana nos dice que son base de su nueva evangelización. Que esa María que está allí con todo dolor por lo que le han hecho a su hijo, nuestra fidelísima hermana, fuera donde tomó el Vencedor nuestra carne, nuestra naturaleza, es lo que más le corroe. Luchará desde este momento contra el Cristo anunciando una nueva navidad. También anuncia una nueva muerte. Ya tiene a sus sacerdotes preparados. Sabe que para deshacer la victoria de la muerte del Redentor necesita una navidad a su medida. Va a cambiar el vientre de María. La victoria contra la muerte, la muerte de la muerte, es fruto de que el Redentor tomó nuestra muerte en la muerte de nuestra hermana María. Quiere hacer nula la cruz haciendo un nuevo vientre para María. La serpiente antigua necesita una navidad que no le aplaste la cabeza.
Sumaría necesita una navidad a su medida. Ya la arreglarán en su Iglesia de Roma; desde ahí para todas, que para eso es la madre.
Han travestido a nuestra hermana en postal de felicitación, en figurita de pesebre, en ofrecida de escaparate. Han corrompido el Evangelio.Comamos buena comida, buenos dulces, buen vino, en compañía de la familia y buenos amigos; ahora y siempre que podamos, que eso es bendición de nuestro Dios. Pero navidades de postal y pesebre, de gesto y sentimiento, de arbolito, que ni aun se nombre entre nosotros, como conviene a santos. El Evangelio de la carne y sangre de nuestra María, de nuestra muerte, el Evangelio de la carne y sangre de nuestro Redentor, nuestra vida, es la comida que da vida. La navidad de una María sin muerte conduce a un Redentor sin vida, a una navidad de adorno; dejadla en Roma.
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