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Cuatro poetas andaluces: Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Antonio Machado y José María Pemán.
EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR Juan Antonio Monroy 07 DE DICIEMBRE DE 2013 23:00 h

El primer poeta andaluz del que nos hablan las crónicas, o uno de los primeros, fue Antón Montoro, judío converso, nacido en Córdoba el año 1404. Está considerado como el mejor representante de la poesía andaluza esotérica y burlesca.

El último que considero algo destacado, José Luís Rey, es también de Córdoba, donde nació en 1973. Es profesor y traductor de poesía inglesa. En 2001 publicó el ciclo poético LA LUZ DE LA PALABRA.

Entre Montoro y Rey han transcurrido poco más de cinco siglos.

Cinco siglos de poesía andaluza.

En ese largo espacio de tiempo Andalucía ha dado al mundo una extraordinaria nómina de hombres y mujeres que en sus versos han exaltado la belleza y de belleza han llenado aún lo más prosaico y deforme.

Entre el siglo XIX y el siglo XX surgen dos generaciones de poetas magníficos. La generación del 98 y la generación del 27.

“La generación de 1898 –escribía Azorín en 1913- ama a los viejos pueblos y el paisaje; intenta resucitar los poetas primitivos; da aire al fervor por el Greco; rehabilita a Góngora; se declara romántica; siente entusiasmo por Larra; se esfuerza por acercarse a la realidad y en desarticular el idioma, en agudizarlo, en aportar a él viejas palabras”.

No menos lisonjero es el juicio que el poeta Ángel González emite en torno a la generación del 27. Dice que “nada hay en el panorama poético de su tiempo, ni en todo el siglo XX, que pueda comparársele. Gracias en especial a ésos poetas, extraordinariamente dotados, se ha podido hablar, con justicia, de un segundo siglo de oro en la poesía castellana”.

Aquí me fijo sólo en cuatro de éstos poetas andaluces. Podría mencionar 40, o el doble, pero estoy escribiendo un artículo, no un libro. Trato de analizar lo que creían y lo que no creían en materia religiosa Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Antonio Machado y José María Pemán. El primero de Huelva, el segundo de Granada, de Sevilla el tercero y el último de Cádiz.

De Juan Ramón Jiménez dice Pedro Lain Entralgo que perteneció a una generación de literatos que anduvo descarriada en su actitud religiosa, una generación anticlerical y agresiva. En conferencia pronunciada en 1954 en la Universidad de Puerto Rico, el autor de PLATERO Y YO dijo que “el catolicismo ha ido convirtiendo sucesivamente la religión cristiana en un Cristianismo idolátrico”. Y en su libro ARISTOCRACIA Y DEMOCRACIA insiste: “En Europa, por lo general, el catolicismo es un falso Cristianismo; ahoga en su rito extravagante y retórico la esencia ideal de Cristo”.

Juan Ramón Jiménez estuvo tan lejos de la Iglesia católica como cerca estuvo de Dios. En su libro DIOS DESEADO Y DESEANTE, obra clave para profundizar en el sentido y el sentimiento religioso del autor de Moguer, dice que va al Libro –la Biblia- “como a un campo de margaritas en primavera humana o como un espejo de luz en invierno”. En DIOS DESEADO Y DESEANTE Juan Ramón confiesa: “A ti, mi Dios deseado y deseante, sólo puedo llegar por la fe”.

Antonio Machado es aún más crítico contra la Iglesia católica que Juan Ramón Jiménez. Comentando el libro de Unamuno CONTRA ESTO Y AQUELLO, escribe: “nuestro catolicismo es pura y simplemente vaticanismo y sacrificio de la vitalidad española a la momia romana”. En carta que envía a Unamuno desde Baeza, le pregunta: “¿Cómo vamos a sacudir el lazo de hierro de la Iglesia católica que nos asfixia?”.

Al gran poeta de Sevilla le asfixiaba el lazo de hierro de la Iglesia católica, pero no le asfixiaba el lazo de amor que le unía a Dios, en unas épocas de su vida más que en otras. Lain Entralgo dice de Machado que era “un buscador de Dios”. Esta búsqueda se hace más vehemente cuando muere su querida niña-esposa Leonor. Refiriéndose a este período dice Aranguren que estuvo más cerca de Dios que en ninguna otra ocasión. “Un Dios –escribe Aurora de Albornoz- que le garantice la inmortalidad personal y, sobre todo, la de Leonor”. Sánchez Barbudo, quien ha estudiado a Machado en profundidad, afirma que de su fondo, en el que latía la nada, “se levantaba con frecuencia una apasionada nostalgia de Dios”. En otra carta escrita a Unamuno desde Baeza en enero de 1918, le confiesa abiertamente: “Cuando reconozco que hay otro yo, que no soy yo mismo ni es obra mía, caigo en la cuenta de que Dios existe y que debo creer en él como un padre”.

El poeta de Granada, el vilmente asesinado por criminales sin conciencia y sin inteligencia, por aquellos que creían que la hombría se mide sólo en función de cómo y para qué usemos los genitales de nuestras partes bajas, el grande, el incomparable Federico García Lorca, fue hombre de sentimientos religiosos, como lo da a conocer su hermano Francisco en el libro FEDERICO Y SU MUNDO. Un mundo alejado de la Iglesia católica. Cuando en diciembre de 1934 estrena en el Teatro Español de Madrid el drama YERMA, los críticos católicos condenaron la obra tildándola de “blasfematoria y anticatólica”.

El anticatolicismo le venía de herencia. Su hermano Francisco, ya citado, afirma que la abuela paterna y el propio padre del poeta eran abiertamente anticatólicos. En su primer libro, IMPRESIONES Y PAISAJES, escrito por Lorca cuando sólo tenía 20 años, arremete contra los monjes de la Cartuja de Granada. Allí ve, dice, “toda la doctrina cristiana hecha piedra”. Sigue: “todo el amor que Dios mandó nos profesáramos falta allí, ni ellos mismos se quieren”.

Lorca no fue escritor católico ni católico escritor, pero tampoco ateo. Sin llegar a plantearse el tema de Dios de manera radical, hay en su obra vestigios de posternación ante lo sagrado. Dice en el poema ABANDONO:

¡Dios mío, Lázaro soy!
Llena de aurora mi tumba,
Da a mi carro negros potros.
¡Dios mío, me sentaré
Sin preguntas y con respuestas!
A ver moverse las ramas.

Ocho años antes de su muerte, en el otoño de 1928, en carta dirigida a su amigo Jorge Zalamea, le dice: “yo lo he pasado mal. Muy mal. Se necesita tener la cantidad de alegría que Dios me ha dado para no sucumbir ante la cantidad de conflictos que me han asaltado últimamente”.

José María Pemán, excelente poeta y dramaturgo, nació en Cádiz el mismo año que García Lorca en Granada, 1898. Aunque en religión tiene poco parecido con los tres anteriores, lo incluyo aquí por tres razones: porque fue poeta andaluz, porque fue buen poeta y porque se le discrimina a causa de sus ideas políticas y religiosas. Pemán fue católico de misa diaria. Fue monárquico convencido y declarado. Después de la guerra incivil que concluyó con un millón de muertos, Pemán estuvo identificado con el gobierno de Franco y ocupó importantes cargos en el régimen.

¿Y qué? ¿Deben las concepciones políticas discriminar el intelecto? De ideas contrarias a las suyas fueron los tres anteriormente citados, como Alberti, como Cernuda, como Salinas y otros. Pero ¿fueron mejores poetas que José María Pemán? Si a Lorca y a Alberti se les incluyen en la generación del 27, ¿por qué no a Pemán?

Yo no soy hombre de derechas. Las derechas, identificadas siempre con la Iglesia católica, me han maltratado desde que acepté el protestantismo. Pero esto no es motivo para ignorar la profundidad religiosa y la sincera espiritualidad de José María Pemán. Digo más: Mi despertar religioso se produjo cuando, con nueve años, mi padre me llevó a un teatro donde se representaba EL DIVINO IMPACIENTE, drama en torno a la vida de San Francisco Javier escrito por Peman.

Manuel Machado, hermano de Antonio, también poeta, llamó a Pemán “el grande y verdadero poeta que se sintió con fuerzas para continuar el camino de la luz de la poesía española con fulgores propios y destellos inconfundibles y magníficos”.

Cuatro poetas andaluces. Andalucía, como la cantó Manuel Machado:

Cádiz, salada claridad; Granada,
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada,
Málaga cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén. Huelva, a la orilla
de las tres carabelas.
¡Y Sevilla….!
 

 


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