Seguimos en nuestra Sevilla del XVI, en nuestra Reforma Española. Abro los sermones al Salmo 1 de Constantino de la Fuente. En todas las hojas tengo notas y marcas. Les pongo algo: “Primero pone la ley en la voluntad; la asienta en el corazón donde la verdadera fe se engendra y se aviva; luego pide ejercicio de ella de día y de noche, que es, como ya declaramos, en todas nuestras acciones. Opone todo esto a las tres primeras cosas del primer verso: al mal consejo, a las malas obras, a la silla de la pestilencia, de donde se viene a colegir muy claro toda la doctrina del segundo verso de que al presente tratamos. Falsas y traidoras son las obras que no salen del corazón. Tibio y falso está el corazón que no saca fuera las obras. La fe y la caridad no son parciales ni interesadas; no se acaban ni paran en quien las tiene; a todos codician servir… Y si en esto se halla falta, señal certísima es que todo lo demás era falso, y por muy rico que sea, será desaprovechado; porque no siendo provechoso para los hermanos, tampoco lo será para el que lo posee.”
Corresponde esto al sermón segundo, es la primera página que abrí. En todas existe sencilla explicación de la verdad radical de la Redención, la exposición de la persona y obra del Redentor.
Este predicador, este maestro, enseñó esta proclamación en nuestra Sevilla del XVI, en la catedral. Se hacía esta proclamación en la misma cara del tribunal de la Inquisición, que aquí tenía su sede. El Señor engendró en este desierto a su Iglesia Chiquita, y la dio a luz en medio de los colmillos de la bestia, y la sustentó y la acrecentó, y la hizo testigo de su gloria, la glorificó en su comunión; la sacó en triunfo.
Pero la bestia prepara también su triunfo, su auto de fe; donde su Iglesia mostrará públicamente su fe, a la que debe someterse la autoridad civil en público juramento. Es su triunfo (así lo llama ella, pero ¿se triunfa alguna vez contra el Cristo?) contra el Redentor, cuya obra perfecta y suficiente no quiere que se anuncie; contra sus apóstoles y profetas. Como su padre ya lo hizo en el desierto con el Mesías, se muestra con la propia palabra de su enemigo: en el escudo inquisitorial llevan el salmo, y cantan, además del rosario de sus himnos, algunos salmos; y citan algo de la palabra escrita. Como en el principio de la Historia, su padre estaba tan vacío que tuvo que usar las palabras del Creador para tentar al hombre y dañarlo y matarlo, haciéndolo su siervo. Siguen sirviéndole.
Se acerca el 22 de diciembre de 1560. Ese día sacan en triunfo de la bestia a algunos de la Iglesia Chiquita, la que su Señor dispuso para esa hora, para ese permanente testimonio, que llega hasta hoy. Van a quemar con los vivos los restos de dos ya muertos; eran excelentes predicadores de la catedral: Egidio y Constantino. Éste muerto hace poco. Quieren borrar su memoria.
Sevilla, Sevilla, cuánta luz y oscuridad. Aquí se asentó el perverso tribunal, nacido de la fornicación entre el interés de la corona y la bula papal. (Les recomiendo la conferencia de José Luis Villacañas “la tradición paulina castellana”, dada en nuestro pasado congreso en la Complutense sobre Reforma Protestante Española; está accesible, con otras, en
www.iprsevilla.com).
Aquí se tramó las entremedias del “descubrimiento”. Todavía no hemos descubierto su razón primera. También, como tantas veces, después de autos, logran del papa bula de conquista. Los malos consejeros favorecen en solidaridad sus intereses. Las tierras y sus gentes conquistadas, por la autoridad de su condición de vicario de Cristo, vaya que son su propiedad, se les conceden y entregan a los reyes católicos. Mala suerte la de esas tierras, que ya empiezan con un tal cristianismo. Mala suerte, o quizás, suerte histórica para los que quieran ver; las bulas las escribe el papa célebre por ser amante de su familia, en la capilla Pornorgía (no la busquen, es resumen de moral), casi sin tiempo a colocarse la tiara. Ya es mala suerte, o buena para la Historia, que esas bulas sean alejandrinas.
No era nuestro Constantino, ni ninguno a su lado aquí, promotor de hongos de santidad que salen de un día para otro en el campo, sino del árbol antiguo, de la antigua comunidad de Dios, de la presente Iglesia que Cristo salva, pero que salva a cada uno de ella con ella, a cada uno y a todos juntos, en un mismo sacrificio y ofrenda perfecta, para todos y para cada uno de los que él lleva su nombre en la cruz. “No habéis de entender aquí que esté obligado el cristiano a seguir las invenciones que cada uno quisiere inventar y quisiere introducir. Es con la Iglesia con la que hemos de tener cuenta porque ella es nuestra madre, y ella es nuestra enseñadora, y ella es a quien debemos particular obediencia; y no ha de tener nadie atrevimiento de por la invención y norte de su cabeza tomar autoridad de iglesia, y pedir y enseñar nuevas obligaciones a los fieles, ni ellos las han de recibir por tales”. Es el sermón tercero.
En esa fe católica cristiana morían los nuestros en este suelo. Con firme testimonio en contra de las invenciones de la nueva Roma, fábrica y templo de nuevo señor en contra del Resucitado.
Vean algo de ese auto de fe, de ese triunfo de la bestia, el 22 de diciembre de 1560. La bestia es la bestia y su simiente es su simiente; por muy sonriente y campechana que se te presente; no te fíes, mira bien; esa sonrisa es un pellejo que oculta los colmillos de su historia, de su existencia buscando devorar la simiente de Dios.
Les pongo un poco, y de una sola de las personas que serán quemadas, Francisca de Chaves. Cito de la documentación que disponen en el vol. 2 de
La Reforma en la Sevilla del XVI, de Tomás López Muñoz (en nuestra colección Investigación y Memoria, Sevilla, 2011). En esta misma colección editamos los 3 vol. de E. Schäfer, de 1902, (el 3º en dos tomos)
Protestantismo Español e Inquisición en el siglo XVI, con traducción, introducción y notas de Francisco Ruiz de Pablos. Contiene los documentos imprescindibles para conocer la Reforma en Sevilla y Valladolid. Y ya que estamos en esa cercanía de fechas, sí, la presentaremos en Sevilla no el 22, que cae en domingo, sino, d. v., el 21. Cuando se preparaban para salir en triunfo. Nos quedamos con el triunfo de los cristianos, y triunfamos con ellos contra la bestia y su auto de fe. Nuestra Iglesia Chiquita sigue, y la bestia, rabiosa con expresión de furia o sonrisa, por ahí sigue también, condenada, vencida por la Palabra del Cristo.
“Nos… por la gracia de Dios y de la Santa Iglesia de Roma… contra la herética pravedad y apostasía en la ciudad y arzobispado de Sevilla… contra Francisca de Chaves, monja profesa del Monasterio de Santa Isabel de Sevilla… la susodicha como mala cristiana, apartándose de la unión de la santa Madre Iglesia Apostólica y Católica de Roma, siguiendo nuevas doctrinas y errores luteranos condenados por la Iglesia… ha sido hereje diciendo y afirmando con pertinacia… sintiendo mal del poder del papa y censuras de la Iglesia… autorizando su error con un libro que ella tenía… y queriendo saber más de lo que convenía a su estado, se había juntado con otras personas a hablar y platicar en las cosas de la fe, enseñándolas en la doctrina y errores que ella tenía, dándoles a entender que no era la que comúnmente se predicaba en la Iglesia, mostrando tener compasión de las personas que no seguían su doctrina diciendo: ‘amargos de vosotros, no miráis que os vais al infierno’, porque seguían la católica doctrina cristiana, y no la suya. Y que había tenido en su poder muchos libros reprobados, en los cuales se contenían muchas blasfemias y herejías, y entre otros un abominable diálogo por el cual se daba a entender que había dos iglesias, la una chiquita, la cual estaba en esta ciudad de Sevilla, de verdaderos cristianos, la cual tenía su pastor, y que las ovejas de ella eran los verdaderos cristianos de aquella cabaña, los cuales eran justos; y que la otra, general y grande, regida y gobernada por malos cristianos, y que estaba tiranizada y en poder de los fariseos. Y que había dado a entender la susodicha Francisca de Chaves, y escrito de su propia mano, que las obras no eran satisfactorias, porque el pecado que debíamos Cristo por su pasión lo tenía pagado. Y que la susodicha había sido y era favorecedora y encubridora de otras muchas personas que tenían sus errores y mala opinión, los cuales dejaba de manifestar en este Santo Oficio porque no fuesen pugnidos ni castigados y permaneciesen en sus herejías… declarásemos la susodicha haber sido y ser hereje apóstata de nuestra santa fe católica, fautora, dogmatizadora y favorecedora de herejes; condenándola en las mayores y más graves penas en derecho establecidas, relajada a la justicia y brazo seglar, declarando todos sus bienes confiscados.”
Un poco más, que ahora habla ella (bueno, lo que dicen que dijo). “Clara y abiertamente confesó que en el Santo Sacramento del Altar no estaba realmente el cuerpo y sangre de Nuestro Maestro y Redentor Jesucristo…
Confesóque tenía y creía que para ninguna persona del mundo había Purgatorio, porque la justificación era por la fe. Y que no había méritos ni hallaba razón para confiar de sus méritos ni que tuviesen valor alguno de méritos. Y que a ella le parecía que los merecimientos de Cristo son los que bastaban, y que las obras no solamente no eran necesarias ni parte para ninguna cosa, más aun ni satisfactorias, ni merecía los que las hacían…
Dijo y confesóabierta y claramente que los hijos de Dios eran los que tenían testimonio de justicia en sus conciencias, y que esta justicia era de Jesucristo y que se nos daba por la fe y no por las obras, las cuales no tenían valor delante de Dios, sino solamente los méritos de Jesucristo. Y que las que ella llamabas obras eran el creer y tener verdadera fe y verdadero conocimiento de Jesucristo, y que los que iban al cielo era por la promesa que Dios tenía dada y no por las obras sino por su misericordia.
Dijo y confesóque no tenía por pecado quebrantar los mandamientos del papa ni de los inquisidores ni de otros prelados. Y que aunque estuviese prohibido por el papa que no leyesen libros prohibidos, y aunque los leyese y tuviese escrituras que la Iglesia Romana contradijese, no temía que la excomunión que sobre esto se fulminase la tocase en el alma. Y que no iba nada en comer las cosas prohibidas por la Iglesia Romana en cualquier día…
Dijo y confesóque tenía y creía que no había sino un solo mandamiento de Dios, el cual era el de creer. Y que no había más de un solo pecado, que era el de la infidelidad. Y que en todos los hombres jamás se había perdonado el pecado original, y que siempre se quedaba, aun en los justos… Y que por tal pastor había tenido al doctor Egidio… Y que los católicos cristianos que estaban debajo de la obediencia de la Santa Sede Apostólica los tenía por lobos y falsos ministros y por perros mudos, que no predicaban la verdad del Evangelio… Y que tenía al papa por anticristo, y por ministros suyos a todos los que regían la Iglesia Romana. Y que ella tenía derribadas todas las cosas que tenía la dicha Iglesia de Roma y había vivido sin ellas. Y tenía por príncipes del mundo y santidad del mundo a los que gobernaban y regían dicha iglesia, y a los que tenían ordenada y puestas leyes contra la dicha doctrina que ella tiene confesada. Y que ahora está en ella y la tiene y cree y todo lo que ha leído en los papeles que ha tenido en su poder, señaladamente el que se intitula
Diálogo consolatorio entre la iglesia chiquita que está en Sevilla, perseguida de los fariseos grandemente y entre el propio Jesucristo, de la cual iglesia chiquita ella había tenido por pastor al dicho doctor Egidio...”
Y los del tribunal que quisieron convencerla con expertos, escucharon de sus labios que no se molestaran en tal trabajo; ella sabía lo que creía y lo que le esperaba por creer; conocía a su Señor, y al señor de los del tribunal. “A lo cual nos respondió con grande libertad… aunque los mismos maestros de quien había sido enseñada en la dicha doctrina, que eran los doctores Egidio y Constantino, de los cuales estaba muy satisfecha, y del doctor Constantino más que de cuantos habían nacido en el mundo… le dijesen otra cosa de lo que ella entendía de lo que cada uno de ellos había predicado, no los creería…”
Y no sigo más. Salió nuestra Francisca en triunfo, con los restos sacados de la tumba de sus maestros, y con otros miembros vivos para matarlos en público triunfo la bestia. Ahí nos vemos. Comprendan cómo es de fácil organizar un congreso sobre “la mujer en la Reforma Española” (para, d. v., el próximo año), solo contando con colaboradores que quieren la libertad de las cenizas de los nuestros, pues saben que en ellas se quiebran los colmillos de la bestia y sus servidores. U otro dedicado a “evangelización en la Reforma Española” (para, d, v., el 2015). Lo difícil es encontrar espacio para tantos en lo que dan de sí dos días y medio.
Frutos, frutos, el trabajo y la fidelidad nunca es en vano. Ellos siguen con nosotros, y nos honran cada vez que su nombre pronunciamos. Triunfo, triunfo, de las cenizas y las lágrimas. La bestia no puede nada contra la fe; sus colmillos se quiebran con el viento de la libertad, con la ceniza y la lágrima del redimido, porque las tiene en sus manos el Redentor. ¿Para qué sirven sus colmillos?, hediondos y corrompidos, para roer a sus servidores; para roerse a sí misma en la rabia de su vacío.
“Relajamos la persona de la dicha Francisca de Chaves a la justicia y brazo seglar, especialmente al asistente por su majestad en esta dicha ciudad y a sus lugartenientes en el dicho Oficio, a los cuales muy afectuosamente rogamos y encargamos que se hayan con la dicha Francisca de Chaves benigna y piadosamente. Y por esta nuestra sentencia definitiva, juzgando así, lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos”.
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