Seguimos con nuestro Constantino de la Fuente y sus sermones al Salmo 1, tomando sus advertencias respecto a los malos con sus consejos y asientos. Pero lo retomamos con una mirada en el pasado congreso sobre Reforma Protestante Española celebrado en la Complutense; que se inició acercándonos a la ciudad donde él predicó y publicó estos sermones, cuando en junio de 1391 la población común de Sevilla, nada de ejércitos o grupos de mercenarios o sicarios, cerró en su barrio a la comunidad judía y se dedicó a la degollina de hombres, mujeres y niños. Según crónicas fiables, 4000 muertos; el resto, vendidos como esclavos a los moros. Así somos de nuestro natural corrompido. Así se inició el camino a las persecuciones contra esas comunidades en otras localidades.
Verdad es, y así se indicó en ese comienza del congreso, que el Mesías, el Cristo, del que había tomado el nombre el anticristo y los anticristianos que estas fechorías hicieron, a cuyo bautismo obligaron, bautizados en el anticristo, este Mesías, digo, se encontró con los suyos, tanto en un bando como en otro, y formó en Sevilla una congregación, su iglesia chiquita, que luego sería perseguida por el anticristo y sus anticristianos, de un bando y de otro, culminando con la misma quema de los restos de nuestro Constantino en auto de fe de 1560.
Impulsó el pogromo aquel miserable Arcediano, pero tenía mentores. Uno principal es, incluso, santo, Vicente Ferrer (1350-1419). En cualquier biografía de éste puede leerse que su padre compró un beneficio de la Capilla de Santa Ana en la parroquia de Santo Tomás (no importa mucho si son así los nombres), del que Vicente tomó posesión con once años. Por otros vericuetos de derechos familiares parece que podía haber accedido a otro beneficio por allí cerca. Beneficios.
De eso se trató en
una conferencia en nuestro congreso. La presentó el investigador Antonio J. Díaz Rodríguez, que es la línea de trabajo que le ocupa desde su misma tesis doctoral.
Con el nombre de “beneficio” incluyo un modelo variado de actuación, no pongo aquí términos específicos ni variantes. Se trata, y así quedó patente, del sorprendente entramado financiero que el Vaticano, sí la Iglesia romana, tenía desde siglos. Indicó nuestro conferenciante que no se trataba de simonía. Eso también se daba, y es conocido ampliamente; pero la simonía supone un acto fuera del orden jurídico. Este entramado de beneficios y su conservación era, sin embargo, propio de derecho, del derecho vaticano. (El Derecho Canónico lo trata con amplitud, en el último ajuste de 1983 se menciona de pasada; hoy ya no es lo que era.)
Vean un esquema de la corrupción tremenda, pero que era legal, conforme a derecho, pues ese derecho se conforma a la corrupción.
Primero; ¿qué es un beneficio? Resulta que los cabildos, bajo la autoridad de su obispo, disponen de un arca donde se ingresa el dinero que, por diezmos y primicias, los adscritos a su comarca tienen que pagar. Varía, pues, la dimensión de ese arca según sea un cabildo u otro. Algunos, como el de Toledo eran riquísimos; otros más menguados. Luego, de ese dinero que procede del pueblo (nobleza exenta) el obispo dispone un beneficio anual para asuntos propios de su territorio. Para tal capilla, para tal canonjía, para tal parroquia, etc. Y lo otorga a una persona concreta que debe, en teoría, “beneficiar” espiritual y religiosamente esa parcela de la que es responsable por su título. Esos beneficios están tasados (cada obispado tiene sus variables según sus riquezas), y se pagan por años (o medios años).
Como aquí se trata solo de pintar el esquema, supongamos, saltando el espacio temporal, que un beneficio le ha sido otorgado a Manrique, corresponde a la parroquia Esperanza, y está tasado en mil euros. Cada año, Manrique recibe de la “Iglesia” (del pueblo que pagó diezmos y primicias, claro) esos mil euros. Bueno, eso está muy bien; ¿qué tiene que ver el Vaticano con esto? Llega un momento en que el papa se autotitula única autoridad para otorgar beneficios. Los siguen otorgando los obispos en sus cabildos, pero ya con la nota de que el papa puede intervenir en cualquier momento (no se asusten, hoy el Derecho Canónico nombra al papa Administrador Único de todos los bienes de su Iglesia). Además, el Vaticano, el papado, interviene de otra manera, y esa es la fuente de la corrupción.
Resulta que ese Manrique, el del beneficio, que es todo un señor, no se le pasa por la cabeza siquiera saber dónde se encuentra esa parroquia Esperanza, menos todavía atenderla. Nombrará un vicario. De momento los mil euros van a las manos de Manrique, y éste le dará alguna cantidad mínima a su vicario. Nunca los parroquianos de esa localidad para los que teóricamente estaban destinados los mil euros verán en su parroquia más de unas monedas, si tienen suerte. Manrique vive (pongamos) en Barcelona, donde tiene su palacio y tierras y servidores; la parroquia de la que es “beneficiario” se encuentra en (pongamos) Sevilla. Legalmente no puede recibir el beneficio, pues se requiere por ley que esté en la localidad a la que debe “beneficiar”. Manrique debe comprar una bula de dispensa, simplemente. ¿Y dónde las venden? En el Vaticano. ¿A cuánto? Depende del beneficio; ésta pongamos que le cuesta cien euros. ¿Va personalmente al Vaticano a comprarla? No, allí hay oficinas de compraventa, que son las encargadas de estos trámites jurídicos conforme a derecho, no se olvide.
Este Manrique es hombre de negocios, sabe los riesgos de la vida. Si él muere, se pierde el titular del beneficio. Pues le pasa el título de ese beneficio a su hijo (pongamos) Pedro, para que no se pierda. ¿Entonces los mil euros ahora se los dan a Pedro? No, que Manrique es hombre de negocios. Se compra una bula de dispensa para que él siga recibiendo los euros (los nombres técnicos no los menciono para no liarnos). ¿Dónde? Sí, también, allí; ya saben. De manera que Pedro no recibe nada de momento, pero está ahí por si su padre se muere o lo mata alguien. De la parroquia de Sevilla ya ni nos acordamos; y era de donde procede el dinero.
Pero puede ocurrir que ese Pedro, que ahora es el titular del beneficio aunque el dinero lo siga recibiendo su padre, se muera. Entonces legalmente el beneficio no tiene titular y el obispo lo puede otorgar a quien disponga; y Manrique se queda sin sus beneficios dinerarios. Ya lo han adivinado; otra bula para que en ese caso el título vuelva a Manrique. ¿También hay que comprarla en el Vaticano? Claro. Pues allí debe haber un montón de servicios de compraventa. Un mercado.
Vale, ¿y qué pasaría si se mueren los dos, el padre y el hijo? Otra bula. Había la posibilidad de sumar a todo lo anterior un nuevo modelo, el de coadjutor, o podríamos llamarlo “repuesto provisor”. Se nombraba a un tercero, que era normalmente otro hijo o sobrino predilecto, quien se hacía con el beneficio (legalmente, no lo olvidemos, que esto no es simonía) en caso de fallecer todos los receptores.
Podemos ya hacernos un poco de idea de cómo quedaba al final ese beneficio “religioso” en cuanto a beneficio económico. Para garantizar su permanencia en la familia Manrique, éste se podría gastar al año entre bulas y bulas unos (digamos) cuatrocientos euros. Le quedan seiscientos que es su “renta”. (Puede que llegue algo a la parroquia de Sevilla, pero para eso no había bulas, solo un poco de suerte.) El tal Manrique dispone de esa renta fija cada año; es su “patrimonio”, tiene varios beneficios, que forman parte de su estatus de familia rica y poderosa. Si alguna vez pasa por la parroquia de Sevilla, le besarán la mano y le llamarán gran señor.
Como los malos consejeros, esos del Salmo 1, tienen entre ellos malos consejos también. Es la mafia, vamos. Pues había un procedimiento de obtener beneficios los de las familias del Vaticano, los que compraban y vendían. No era regular, pero estaba regulado. Se trataba de que cuando en alguna oficina recibían peticiones de comprar bulas por una persona que sabían tenía buenos beneficios, se planteaban cobrar algo más. Entonces le informaban al interesado que sobre el beneficio para el que pedía dispensa, tenían delante a otro personaje que reclamaba su titularidad. Esto se podía producir legalmente. Pero, además, como el papa era la suprema autoridad para decidir sobre esto, pues se tenía que dirimir el asunto en Roma. Un juicio en Roma era una ruina. Así que a Manrique le dicen que, sin embargo, el Fulano que reclama la titularidad es buena gente y por un precio razonable estará dispuesto a olvidar sus derechos. Ese año a Manrique le ha salido un gasto extra. Se paga y no pasa nada.
Harán mercadería de vosotros. Y todo esto en nombre del cristianismo. No es el cristianismo, sino el anticristianismo, del anticristo.
Este entramado de corrupción financiera, especulativa, de un capitalismo como el que ahora domina la economía mundial (nada que ver con el fruto del trabajo y del esfuerzo y del ahorro, el capitalismo protestante, bíblico), se fragua en medio del sucesor del de la bolsa, aquel de las treinta monedas. Y eso es el modelo externo que tanta gente y durante tantos siglos ha recibido como si fuere el cristianismo del que murió en la cruz. Miserables.
Pero todo esto, tan aberrante,
¿sería algo durante un corto periodo de tiempo, de especial corrupción? No; durante siglos. Y según derecho, del derecho vaticano, claro. ¿Y cuándo se terminó con esto? Pues la Revolución Francesa; las desamortizaciones, etc.
Una duda; y esas bulas ¿en qué moneda se pagaban? Pues no en las nacionales de los interesados, sino en una propia que establecía el Vaticano. Asombroso. ¿Y qué valor de cambio tenía? El que el Vaticano decidía. Increíble. Y con los bancos propios que el Vaticano decidía. Todo en casa. La casa que ya queda desierta. La piedra que desecharon los quiebra. Viene su quiebra. Ya.
Esto es solo una pincelada. Gracias al doctor Antonio J. Díaz por su conferencia. Estaremos al tanto cuando publique parte de sus investigaciones. (Al terminar su exposición dije, y lo reitero, que estaba muy cabreado por dos cosas. ¿Por qué un investigador joven, que lo hace con gran acierto, tiene que estar fuera para poder seguir investigando? ¿Y por qué una investigación así no la hemos hecho los “evangélicos”? Quizás algún día le demos importancia a lo que realmente lo tiene, y no a tantas cosas irrelevantes y secundarias.)
Y la semana próxima, d. v., seguimos en Sevilla con nuestro Constantino y la Reforma Española.
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