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El universo llamado Carlos Monsiváis

Su amor por la Biblia Reina-Valera 1909 lo alejó siempre de los nuevos protestantes de hoy, cada vez más alejados de un contacto cultural con su libro de cabecera, que para él siguió siéndolo.
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 01 DE NOVIEMBRE DE 2013 23:00 h

Presentación del libro Carlos Monsiváis: cuaderno de lectura (México, CUPSA, 2013), Unidad Adolsfo Sánchez Vázquez, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 29 de octubre, 2013.

Y lo cierto es lo afirmado algún día por Juan Rulfo: a los escritores les toca afirmar el realismo o la irrealidad; lo mágico es la existencia de lectores.C.M., Aires de familia

1. MONSIVÁIS, UN GÉNERO LITERARIO (O. PAZ)
Cada vez que aparece una nueva alarma de Google sobre Carlos Monsiváis compruebo que su vastedad como escritor proteico, múltiple y ubicuo sigue siendo una realidad y que a quienes nos interesa su literatura, sus ensayos, y artículos, así como la visión que forjó durante décadas de escritura, no nos dejará descansar durante mucho tiempo. Invocar su espíritu en esta hora, a poco más de tres años de su desaparición física, representa, al menos para mí, la posibilidad de continuar abriendo sus páginas para sumergirse en la amplitud de miras con que asumió su paso por este mundo.

Más allá de las consabidas categorías que devienen en lugares comunes su obra es también un venero de opciones y alternativas para indagar en un sinfín de temáticas. Su personal obsesión por la crónica que desdobló como ensayo, crítica y biografía, además de la pasión y precisión con que seleccionó poesía, cuento y la propia crónica, es contagiosa a la hora de acercarse a algunos de los autores sobre los cuales hizo soberbias reseñas o artículos.

Un ejemplo entre cientos es la prodigiosa manera en que, a la muerte del uruguayo Juan Carlos Onetti glosó y desglosó su obra en una serie de tres artículos donde con trazos mágicos mostró la grandeza de ese gran exponente de la narrativa latinoamericana. Y qué decir se su libro Escribir, por ejemplo, donde los selectos autores mexicanos de los que se ocupó y que conoció detalladamente, le sirvieron para desplegar el arte crítico que muchos hubieran querido ver aplicado únicamente a temas literarios.

Para los que de alguna manera la escritura nos atrapó, independientemente del género elegido, su influencia resultaba irresistible, pues la intensidad crítica y el alto voltaje analítico que desplegaba se volvía inmediatamente un modelo a seguir. Tres ejemplos más vienen a corroborar esto: los volúmenes dedicados a Octavio Paz (Adonde yo soy tú somos nosotros), Salvador Novo (Lo marginal en el centro) y Amado Nervo (Yo te bendigo vida).

En el primero, especialmente, Monsiváis se movió en el análisis magistralmente entre la prosa, la poesía y el ensayo político del Premio Nobel de 1990. Así, escribe:

En 1957 Paz publica uno de sus grandes poemas, ``Piedra de sol'', que él mismo define: ```Piedra de Sol' es un poema lineal que sin cesar vuelve sobre sí mismo, es un círculo o más bien una espiral'' y que, por eso, empieza y termina de igual modo […]
Si ya desdeÁguila o sol?, y no obstante su complejidad y falta de concesiones, la poesía de Paz es muy leída, “Piedra de Sol” es una de las claves de la nueva generación, que lo memoriza y estudia para aprender su sensibilidad, tan hecha de erotismo, descripciones vitriólicas del procedimiento autoritario, refundación del mundo a partir del amor, ires y venires de lo prenatal a lo póstumo, todo lo que enardece a una vanguardia que mezcla épocas, reconsideraciones del deseo, desprecio por los convencionalismos, urgencia de reescribir la historia, la modernidad y la experimentación espiritual y corporal.
Mientras el erotismo y la filosofía sean posibles, no hay “muerte de Dios”. En La estación violenta (1958), que incluye “Piedra de Sol”, el poeta es un ser diurno, una expresión de las fuerzas naturales (la más recalcitrante y crítica), alguien que concibe la poesía como el acto que unifica las sensaciones en un solo proyecto utópico. Todo en el libro es deslumbrante: la demasiada luz, la interrelación de historia y sensualidad, el uso de la metáfora como relámpago visual, la enumeración de alegorías, el tiempo que se va como agua y se petrifica, el aliento de lo prehispánico (en “El cántaro roto”) como galería de imágenes subterráneas que de pronto, al cerrar los ojos, ascienden a la superficie...[1]

2. UN “PROTESTANTISMO ILUSTRADO” A TODA PRUEBA
Varias veces me tocó ver a Monsiváis en reuniones evangélicas (en una de ellas compartí la mesa con él, en 1993) y en todas dejó ver que ni siquiera en este círculo podía abandonar la ironía y el estilo afilado para responder cualquier provocación. Y es que su protestantismo de corte clásico e ilustrado provino de una época en que todavía las iglesias transitaban por caminos de cierta cercanía hacia la cultura teológica y literaria.

Siempre me ha abrumado leer en su autobiografía que desde muy joven leyó la Institución, de Calvino, el Bosquejo de dogmática, de Karl Barth y Nuestra fe, de Emil Brunner, además de un amplio arsenal de biografías de protagonistas de la Reforma.

Es verdad que no se consideraba teólogo, pero sus abordajes a lo religioso (y lo no religioso) evidenció siempre la tendencia protestante de la primera mitad del siglo XX a teñir prácticamente todo de una teología un tanto moralizante (que incomodó tanto a críticos como Christopher Domínguez Michael, quien lo calificó como “patricio laico”[2]) que él transfiguró en un híbrido socarrón paralizante cuando se le escucha por vez primera, pero con el que se puede convivir tranquilamente apenas se traspase el umbral de sus constantes alusiones bíblicas modificadas hasta el cansancio en nuevos dispositivos verbales, efectivos en su propósito y que, al despertar la risa cómplice, son capaces de llevar la polisemia a niveles insospechados.

Recuérdese, si no, ese portento de intertextualidad que es el cuasi-aforismo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad que os aterrará”, que me ha acompañado durante décadas. Uno de los epígrafes de Los mil y un velorios actualiza la visión de San Pablo sobre la muerte en este país devoto de la misma (“Oh muerte, yo seré tu muerte”). O los ensayos cuyo títulos eran estremecedores, desafiantes y jocosos hasta el límite del plagio autoasumido y del pastiche incansable: “¿A poco no le da gusto estar excluido? (las marginalidades por decreto)”, “No es que esté feo, sino que estoy mal envuelto, je-je (notas sobre la estética de la naquiza)”, “Me fui de Comala porque mi padre vivía en Houston”, etcétera, etcétera.

Su amor por la Biblia Reina-Valera 1909 lo alejó siempre de los nuevos protestantes de hoy, cada vez más alejados de un contacto cultural con su libro de cabecera, que para él siguió siéndolo. Su típica familiaridad protestante hacia ella hizo que sus amigos Pitol y Pacheco la conocieran de primera mano con un lector devoto que la había memorizado sin piedad, como le sucedió a varias generaciones de fieles. La pasión con que aferradamente su recuerdo la traía a cuento en toda circunstancia no ha sido suficientemente estudiada y tal vez se requiera un buen equipo, becado para ello, que hurgue en cada renglón de sus textos para encontrar la alusión puntual, parafraseada hasta el éxtasis, así sea en las revistas non sanctas que los acogieron. Acaso el género bíblico de la crónica sea el origen de ese nuevo género que pergeñó y desarrolló apasionadamente.

Si para Sergio Pitol el nombre bíblico de Monsiváis no podía ser otro que “legión de heterónimos”,[3]y para Adolfo Castañón es “un hombre llamado ciudad”,[4]con lo que concuerdo, para mí es también un “universo”, ilegible a veces para muchos, pero luminoso y chispeante la mayoría de las veces.

Se quejó, y bien en mi opinión, de que “los protestantes sólo lo invitaban a cosas serias”,[5]a él, que se hallaba a años-luz de preocupaciones muy edificantes, lo que motivó toda una reflexión sobre sus nunca perdidas aficiones religiosas y sobre el rumbo heterodoxo que les dio. Para apreciar eso, recomiendo el ensayo “Danos hoy nuestra teología cotidiana”.[6]El día en que todos nos pusimos su máscara en el homenaje por sus 70 años, compartimos algo de ese universo y en él seguimos.



[1]C. Monsiváis, “Adonde yo soy tú somos nosotros”, en La Jornada Semanal,
[2]C. Domínguez Michael, “Carlos Monsiváis, el patricio laico”, en Servidumbre y grandeza de la vida literaria. México, Joaquín Mortiz, 1998. Cf. Idem, “¿Quién teme a Carlos Monsiváis?”, en Letras Libres, julio de 2002, pp. 79-81.
[3]S. Pitol, "Con Monsiváis, el joven", en El arte de la fuga. México, Era, 1996, pp. 50-51.
[4]A. Castañón, "Carlos Monsiváis: un hombre llamado ciudad", en Arbitrario de literatura mexicana. Paseos I. México, Vuelta, 1993, p. 368.
[5]M.E. López Ramírez, “Los protestante sólo me invitan a cosas serias”, en Folios, www.revistafolios.mx/articulos/carlos-monsivais/los-protestantes-siempre-me-invitan-cosas-serias.
[6]C. Monsiváis, “Danos hoy nuestra teología cotidiana”, en Revista de la Universidad de México, www.revistadelauniversidad.unam.mx/6209/6209/pdfs/62monsivais.pdf.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

lcervortiz
05/08/2016
16:58 h
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Ese texto se encuentra en el libro Misógino feminista. Sel. y pról. de Marta Lamas. México, Océano-Debate Feminista, 2013. Es la sección 4 del mismo: "¡No queremos 10 de mayo, queremos revolución! Sobre el nuevo feminismo".
 
Respondiendo a lcervortiz

Cris
10/03/2014
13:25 h
1
 
Quiero encontrar la respuesta de su postura ante el día internacional de la mujer
 



 
 
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