UN POETA ARGENTINO POCO CONOCIDO
Roberto Themis Speroni Ivaldi (La Plata, Argentina, 1922-1967) es, qué duda cabe, un perfecto desconocido fuera de su país. Más aún: me atrevería a decir que allí también lo es, salvo entre un pequeño grupo de seguidores de la mejor poesía.
Esto
no sucede así en La Plata, su ciudad, capital de la provincia de Buenos Aires, donde hay algún colegio que lleva su nombre, también una calle o un busto instalado frente al Museo de Ciencias Naturales… Paradojas y/o parodias de aquellos vivos que no leyeron sus versos:
No hagan con mi perfil una medalla;
levanten en mi llaga una arboleda,
construyan, donde mi hueso queda,
un campo de silencio o de batalla.
Estamos ante un Poeta establecido a contracorriente de modas e hipocresías: “Algún día, esta violenta voz que me acompaña hoy, tendrá su vigencia. Allí estará mi tiempo…”. Ajeno a servilismos y demás complacencias espurias, prefirió regentar una rotisería (tienda donde se venden alimentos preparados), que estar supeditado a encumbramientos y publicaciones oficiales.
Y cierto que clamaba como los antiguos profetas; pero también es cierto que tenía a Dios muy metido en su ser y en su poesía:
Y si a Dios procuro en mi simpleza,
me interno legua a legua en la llanura,
y lo tengo ante mí, siempre adelante.
Pero ese entrañamiento de Dios no era epidérmico o acomodaticio: también tenía momentos de tensión, tal como un Job americano. Magnífica muestra de estos momentos resulta el poema “Es natural que Dios se comunique”.
DOS POEMAS DE MUESTRA
En poesía, Speroni publicó: “Habitante Único” (1945); “Gavilla de Tiempo” (1948); “Tentativa en la luz” (1951); “Tatuaje en el viento” (1959); “Paciencia por la muerte” (1963) y “Padre final” (1964). En 1982 Ana Emilia Lahitte recopiló toda su obra, bajo el título: “Speroni. Poesía completa”.
ES NATURAL QUE DIOS SE COMUNIQUE
Es natural que Dios se comunique
con mi melancolía; que comparta
mi pan, mi techo aciago y que me ofrende,
de vez en cuando, un búho, una botella,
una hoja de menta, un libro viejo
escrito sobre un vidrio de colores.
Es natural que llegue sin anuncio,
definido y abierto como un árbol,
y que se instale cerca de la leña
desatada en crujidos ardorosos
sin dirigirme nunca la palabra,
alto y ritual, hermoso como un sable.
Suele irritarme su actitud, la espera
brillante de sus ojos, la implacable
actividad oculta de sus manos
quemadas por dos vírgulas de hierro.
Yo soy un hombre y Él lo sabe. Tengo
arrebatos de hombre, no de insecto,
ni dulzura animal para mis actos
manejados por turbia inteligencia.
Arrojo el vino. Tiro de la mesa
los mendrugos, las moscas, los papeles;
tenso mis antebrazos, crispo el nervio
más hondo, y con rudeza lo fustigo,
lo invito a que se mida con mi angustia
crecida en los confines de su obra.
No responde. Se ubica acomodando
su codo en la madera, y sin testigos,
pulseamos al igual que dos labriegos
en honesta y tristísima disputa.
SONETO SIMPLEMENTE AZUL
Dios está azul.
J. R. J.
La tarde, azul de pájaros, reclama
su libertad azul en el plantío.
Divaga en tono azul la voz del río
y el aire es más azul sobre la rama.
Azul el corazón, el pie y la grama,
confunden el azul de mi albedrío;
todo brilla en azul, y el pulso mío
con azules ligeros se derrama.
Canta en azul la noria y el labriego
que vigila en azul la luz del riego
desceñidos en azules serpentinas.
Mágico prisma azul, la tarde siente
que en azul principal, sobre su frente,
Dios está azul de Dios y golondrinas.
Speroni, maestro de la palabra precisa (por algo el soneto forma parte de buena de su producción lírica), debe ser recuperado. Posiblemente ahora, tiempo de profundo malestar e incertidumbres, sea el que veía –porvenir adelante- el propio poeta.
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