AGUA, NOCHE Y ESPÍRITU, RENACER
El amor (o el desamor) y la muerte acompañan la travesía existencial de los seres humanos. Miles de libros se han escrito en torno a estas mieles y vicisitudes de la Vida misma.
Para los cristianos los años carnales solo significan una muesca de lo que vendrá después. Claro que lo sabemos; pero también muchos de los creyentes sufrimos cuando la pérdida de alguien querido. Entonces el duelo -en algunos casos- se alarga demasiado y el dolor se posesiona en la cotidianidad.
Y aquello que nos enseñó el Amado galileo, respecto a que los muertos entierren a sus muertos, pasa a un segundo plano y decrece la entrega y la oscuridad muestra su más absoluta negrura…
El poeta José María de Romaña (Perú, 1924-2009) es, lo hemos estado destacando en la las tres entregas anteriores, uno de los pocos elegidos con el don de destilar auténtica Poesía, en este caso dedicada al Señor.
Por ello,
preparando la partida inevitable, escribió un bellísimo prosema que es, a su vez, un extenso escrito teológico de alto valor respecto al viaje previo a la resurrección. He aquí un extracto:
“Ya renacimos en el bautismo. Ya renaceremos en la resurrección.Pero cada año envejecemos rápidamente. Al llegar la tarde del año, ya somos insoportablemente sabios con los errores del mundo, ya no se nos ven las manos y tenemos en uso con diversas matrículas dos o tres consciencias superpuestas. Y es preciso nacer de nuevo, volver a la infancia, raer arrugas y segundas intenciones, hablar muy seriamente con unos ángeles que cantan y unos reyes que vienen de oriente, debajo de una estrella, con oro, incienso y mirra entre las manos. Esto es increíble. Nace de nuevo Dios. Con Él, nosotros. Él es nuestra cabeza. Con Él renacemos todos…
Nace de nuevo Dios y el hombre y el universo. Todo ha sido redimido en Cristo. Se anula la obra de la soberbia y del odio en la obra de la humildad y del amor…. Pobre orden, pobre canon enclenque de nuestra prudencia. Desde esta noche, bienaventurados los desventurados, y quien pierde su vida la ganará y quien la gana la perderá, y al que tiene le será dado y al que no tiene se le quitará, y al que se eleva será hundido y al que se hunde será elevado… Trae Dios el orden de su noche, nuestro desorden. Hay que nacer de nuevo
… Oh, Dios mío, creo en todo. Creo en la pobreza y en la humildad, creo en el amor y en el dolor, creo en la noche, creo en la fe. Un día ya me explicarás este desorden que me deja llena de una extraña y dulce paz”.
VIAJE DE AMOR A BORDO DEL CORAZÓN DE DIOS
Y si esa prosa poética dice mucho; más logra si cabe, en el poema “Cuando mi alma se libre del cuerpo”, preciosa pieza lírica que todo cristiano no podrá más que admirar y agradecer.
Romaña es un poeta a tener en cuenta de ahora en adelante.
CUANDO MI ALMA SE LIBRE DEL CUERPO
y ardiente se eleve en la noche
sin deseo, ni hastío ni sudor ni lágrimas
y luzca plena y solitaria
entre estrellas de música extraña…
Cuando mi cuerpo se libre del alma
y se pudra en silencio subterráneo
sin odio ni amor ni esperanza ni angustia
y florezca olvidado
en fuegos olvidados y frías flores al viento…
Cuando vuelva mi polvo a flotar
en viejos caminos hacia el sol poniente
y regrese mi espíritu al puerto matutino de Dios,
cuando tenga en mis manos las riendas de las causas
y toque emocionado, como un niño en un gran trasatlántico,
el divino timón de los días
y todo haya cobrado su forma y sentido
y ya no tenga que preguntar por qué…
Cuando la muerte sea sólo un recuerdo más
y la vida una vaga pesadilla acabada
y el futuro un eterno viaje de amor
a bordo del corazón de Dios…
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