Creo que no hace falta ser especialmente observador para constatar que la transmisión de nuestro cristianismo a la siguiente generación hace aguas. No sé cuál es la experiencia de cada uno allá donde el Señor le ha puesto, y sé también que es cierto que no se puede generalizar. Aún y así, es evidente que tenemos un problema, si no muchos, y nuestros adolescentes y nuestros jóvenes en muchas ocasiones rechazan la iglesia, después se alejan y finalmente se pierden.
Parte del problema, en mi modesta opinión, es el estilo de comunicación del evangelio. Si cualquier comunicador (presentador de televisión, locutor de radio, escritor…) debe tener en cuenta a quién se dirige para valorar cuál es la mejor manera de hacer llegar el mensaje, de allanar el camino para construir el puente, de no constituirse él y su manera de hablar y actuar el obstáculo insalvable,
¿cómo es que nosotros no nos planteamos estas cuestiones y tiramos millas a la manera de siempre? Y siempre es
siempre, es decir, como si el tiempo no hubiera pasado y como si no se hubieran producido cambios a nuestro alrededor, en la sociedad en la que nos movemos.
Y se me ocurren varias razones.
La primera es que el evangelio no cambia, y eso es cierto.
La segunda es que tenemos la verdad, la absoluta, en todo (esto último ya es mucho más cuestionable).
También ocurre que somos conscientes de nuestra incapacidad para comprender lo que ha ocurrido en nuestro entorno, para sentir lo que siente el otro y para adaptarnos a los nuevos recursos.
Otra razón puede ser el orgullo y el que “a mí un jovencito no me cuestiona, ni me vacila, ni me desafía”.
Y la falta de amor, que nos hace perder la visión y la perspectiva.
¿Cómo, si no, se explica que sigamos empeñados erre que erre en un modelo academicista de iglesia, cuando en el mundo secular este estilo de enseñanza está obsoleto para la escuela y sólo es aconsejable como método en determinadas situaciones muy concretas?
Me pregunto a cuántos de nosotros nos gustaba la escuela de pequeños y vivíamos con pasión nuestro aprendizaje en aulas pequeñas, con profesores aburridos, encerrados todo el día mientras hacía buen tiempo fuera, y luego llegábamos a casa ansiosos por hacer los deberes.
Ya hace unos años, afortunadamente, se ha producido cierto cambio en algunas de las formas de nuestra liturgia, por lo menos en algunos lugares: más
vidilla en la alabanza, más conciencia de hacer participar a las personas, pero el
culto principal cuántas veces sigue siendo aburrido, con un predicador que habla declamando o regañando (en todo caso, no habla
normal),en un lugar cerrado, muchas veces con el énfasis del juicio y no tanto el de la gracia de Dios…
Un panorama que choca frontal y brutalmente con lo que necesitan nuestros hijos de esta generación digital. Muchos se nos ahogan no por el evangelio en sí, que lo necesitan, sino por tener que asistir el domingo también a clases extra de literatura antigua (como define un buen amigo mío) en un ambiente claustrofóbico y opresivo. ¿O no? Porque muchos de los adultos sentimos lo mismo, que el culto es una obligación y no un privilegio…
Creo que entendéis por dónde voy al trazar estas pinceladas. Y, si somos sinceros, todos
sabemos que el evangelio no tiene que ser aburrido, ni proclamado en un sitio cerrado y de una sola manera, y que permitir
¡y fomentar! que se examine y se cuestione la fe es lo que nuestro Maestro espera de todo aquel que finalmente decida seguirle, porque quiere que sea por convicción, porque no haya podido hacer otra cosa que rendir su corazón al Salvador una vez el evangelio penetra en su mente y en su corazón.
Y fijaos cómo somos:
cuando alguna iniciativa tiene éxito, éxito en cubrir el objetivo de llegar a una generación que se nos resiste, nos permitimos críticas incluso feroces con estos hermanos nuestros que tienen otra visión, otra sensibilidad, trabajan de otra manera… ¡y alcanzan a los jóvenes!
El Maestro quería que hiciéramos discípulos: ésta fue su última voluntad expresada justo antes de dejarnos temporalmente: de todas las naciones, mujeres y hombres, de cualquier condición social, también de todas las edades, ¿no?
Es cierto que cada niño, cada joven, es libre de aceptar o rechazar al Señor, y que la comprensión del evangelio y la responsabilidad de responder al llamado de Jesús puede darse desde muy temprana edad. ¡Pero no les sirvamos en bandeja las excusas para resistirse al Salvador! ¡Y no nos apalanquemos negligentemente en la comodidad, el inmovilismo, nuestros viejos esquemas mentales o la excusa por nuestra parte que nos venga más a mano para no obedecer
la gran comisión!
Nuestros adolescentes muchas veces rechazan nuestro cristianismo, no a Cristo. En ocasiones se lo hemos ocultado detrás de maneras obsoletas y de normas farisaicas que ellos no quieren ni deben asumir, porque no son la palabra del Señor ni se derivan de ella. El Señor Jesús, sus palabras y sus obras, les siguen impactando, seduciendo y ganando.
¿Cómo ve Jesús a cada uno de esos chicos y chicas rebeldes, inadaptados, desorientados… y pecadores (también)? ¡Como ovejas perdidas! Que le necesitan, que tienen mucho potencial en sus manos, que pueden ser piedras vivas de esta iglesia que ahora cuestionan.
Debemos orar para que el Señor nos dé personas que entiendan y se entiendan con nuestros jóvenes, porque la necesidad es muy grande (¡que se lo pregunten a las madres cristianas, por ejemplo!). Y debemos dar muchas gracias y apoyar a aquellos que tienen una visión y un llamado especial de Dios para este campo, para que les sostenga, les conceda ideas y creatividad para traducir el evangelio a los lenguajes que ellos comprenden, y les dé fuerzas para llevar a cabo este arduo trabajo. Que amen a Jesús y les amen a ellos con el amor del Señor, y les transmitan la verdad en este amor entregado.
Una última idea: cuando un adolescente o joven de estos que no calzan bien en nuestras iglesias encuentra alguien o un lugar donde está a gusto, y allí se proclama en evangelio de una manera diferente a la que estamos acostumbrados, ¿cómo creéis que se siente si oye nuestras descalificaciones inmisericordes?¿Le acercamos a Jesús o le alejamos? ¿Qué idea del pueblo de Dios le estamos transmitiendo con la murmuración y la crítica de hermanos nuestros? No seamos tercos ni nos hagamos los inocentes, que luego vendrá el tiempo de llorarles…
Si tú tienes una visión distinta sobre las formas y procedimientos, no seas soberbio y no entorpezcas la obra del Señor. Tú a lo tuyo, a lo que Dios te muestra, y síguele sin importarte lo que hagan los demás
(“¿Qué a ti? Sígueme tú”, Juan 21:22).
Cuando Pablo, en la primera carta a los Corintios dice:
“Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número (…) Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a alguno. Y esto hago por causa del evangelio…” (9:19,22,23). ¿No nos da una pista de lo que hacer? ¡Y creo que nadie le cuestiona al apóstol su integridad y ortodoxia!
Si no acabamos de entender las iniciativas de los otros, podríamos también descansar en el Señor aplicando aquellas palabras que Él mismo dijo: “No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”, en Lucas 9:50 (cito en versión RV60, por si acaso no consideramos inspiradas las otras, que en ocasiones –y lo apunto también aquí- son mucho más entendibles por los adolescentes y jóvenes que nos ocupan). Y, como dijo Gamaliel: “Si esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios” (Hechos 5:38-39).
Que el Señor nos llene de su amor y su sabiduría para abordar todas las cuestiones y los retos que su iglesia tiene hoy por delante.
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