Había escuchado mucho acerca de lo que significa ser guiados por el Espíritu Santo pero
nunca había experimentado algo similar a lo que hemos estado viviendo este último año en nuestro grupo de jóvenes. Es sorprendente lo que sucede cuando dejas que Dios sea quien dirija el tiempo de evangelismo y sea Él quien nos diga con quién hablar, a dónde ir, qué decir, etc…
Uno de los atributos más conocidos de Dios es su omnisciencia. Esto significa que Dios sabe todas las cosas. Realmente es un atributo increíble y maravilloso. El Salmo 139 dice que Dios conoce todos nuestros pensamientos, todo lo que hacemos, los lugares a dónde vamos, e incluso lo que vamos a decir antes que lo digamos… realmente es algo que nuestra mente humana no puede comprender del todo ya que es una característica que solamente posee Dios.
Dios sabe exactamente con qué personas vamos a encontrarnos en la calle cuando salimos a evangelizar. Él conoce sus nombres, sus historias, sus pensamientos, cómo van vestidos... Sabe si están enfermos o si necesitan una palabra específica, también sabe el lugar exacto en el que vamos a encontrarnos con ellos porque Dios sabe el camino que vamos a recorrer. Dios simplemente lo sabe todo.
Hasta aquí todo suena maravilloso pero lejano a nosotros. ¿Sería posible que Dios comparta su conocimiento con nosotros y nos diera acceso a información que hiciera que nuestro tiempo de evangelismo sea mucho más eficaz y poderoso?
El discípulo Juan observó la vida de Jesús muy de cerca y se dio cuenta que Cristo no necesitaba que nadie le dijera nada acerca de la gente, pues él mismo conocía el corazón del hombre (Juan 2:25, DHH). Cuando lees los evangelios detenidamente te das cuenta que Jesús siempre sabía a dónde ir y con quién hablar, no habían casualidades en su vida. Jesús era guiado completamente por el Espíritu Santo. Esto me da esperanza porque
si Jesús vivió su vida en la Tierra de esa forma, significa que nosotros también tenemos acceso a ese estilo de vida. De hecho esa fue la manera en que los primeros discípulos vivieron.
En el libro de Hechos leemos acerca de un discípulo llamado Ananías a quien el Señor le mostró una dirección física a la que ir y el nombre específico de la persona con la que tenía que hablar: Saulo de Tarso. Además, el Señor le dijo exactamente lo que tenía que hacer: ora para que recobre la vista.
Me encanta la capacidad que tenían los discípulos de escuchar la voz de Dios; Ananías no era un apóstol ni alguien con un título en la iglesia, era un discípulo como tú y como yo, y era capaz de escuchar la voz de Dios de esa forma. Pero lo que me deja completamente boquiabierto es el caso de Saulo de Tarso, quien con solamente tres días de “convertido” al cristianismo, tiene una visión donde ve a un hombre que entra y le pone las manos encima para que recobre la vista (Hechos 9:12).
Si un creyente de tres días tiene la capacidad de percibir la voz del Espíritu Santo de esa forma tan específica, eso significa que escuchar la voz de Dios y ser guiados por Él debería ser lo más básico en la vida cristiana.
Ahora bien, ¿cómo es que podemos escuchar la voz de Dios de esa manera? Muchos cristianos hemos pensado que Dios solamente habla de manera audible, en éxtasis o de maneras muy místicas. Y aunque en la Biblia leemos algunas de estas experiencias, la realidad es que ese tipo de experiencias no son la manera más habitual de cómo el Espíritu Santo nos habla.
Desde el primer día que comenzamos a salir a evangelizar, le pedimos al Espíritu Santo que nos hablara y nos dijera qué debíamos hacer. Nos dividimos en grupos pequeños y nos quedamos callados unos minutos. En ese momento una imagen vino a mi mente: un patito de goma color amarillo. Me sorprendí de esa imagen ya que nunca había leído en la Biblia acerca de patitos de goma, pero lo comenté en mi grupo y lo anoté en mi iPhone. Otra chica comenzó a sentir dolor en su espalda, también lo anoté en el móvil. Salimos a la calle y comenzamos a hablar con personas acerca de eternidad, arrepentimiento y fe en Jesús. La mayoría nos rechazaban pero no nos desanimamos.
Estábamos dando la vuelta a la manzana y nos quedaba una calle para regresar a nuestro local. Entonces una chica de mi grupo me dijo emocionada: ¡Mau, mira, ahí está el patito amarillo de goma! Yo no podía creerlo, miré hacia donde ella señaló y era el escaparate de una tienda donde había un patito de goma color amarillo, bastante grande en dimensión. Entendí que Dios quería que nos detuviéramos ahí. Entonces me acordé del dolor de espalda y comencé a preguntar a las personas que pasaban frente a nosotros si de casualidad a alguno le dolía la espalda. Estuvimos esperando más o menos cuatro minutos cuando vimos a una chica acercarse. Le hicimos la misma pregunta: ¿de casualidad no te duele la espalda? Ella no podía creerlo, nos preguntó que cómo lo sabíamos y le contamos toda la historia mientras le enseñamos el iPhone para que viera que era verdad. Nos dejó orar por ella y fue completamente sanada.
Esa experiencia fue el inicio de muchas otras donde el Espíritu Santo
nos ha mostrado lugares, nombres de personas, dolores específicos en el cuerpo, etc. Escuchar la voz de Dios significa precisamente eso: escuchar. Cuando le pedimos al Espíritu Santo que nos hable, no nos ponemos a orar ni a hablar, sino que ponemos todos nuestros sentidos atentos a lo que Él quiere mostrarnos.
Me gustaría aclarar que escuchar la voz de Dios no tiene nada que ver con dejar tu mente en blanco ni con prácticas de concentración, eso no es algo bíblico. No desconectamos de la realidad sino que más bien estamos muy atentos a lo que perciben nuestros sentidos.
Cuando digo que el Espíritu Santo nos muestra imágenes de lugares, no significa que somos transportados místicamente a un lugar, más bien son imágenes que duran algunos segundos.
Ha sido increíble como Dios nos ha mostrado lugares que no conocíamos pero que luego nos encontramos mientras vamos caminando.
En una ocasión lo único que vi fue la palabra “papelería”. Solo conocía una papelería cerca de nuestro local así que fui hacia allí. Cuando llegué a la papelería eran más o menos las 22:00h y todo estaba cerrado, no había nadie en la calle. Estaba algo frustrado pero le pregunté al Espíritu Santo qué es lo que quería hacer allí. Entonces vi en mi mente una imagen de una mujer con ropa amarilla y el tobillo comenzó a dolerme. Pasaron algunos minutos y no aparecía nadie… más o menos quince minutos después vi a una mujer con ropa amarilla acompañada de su hijo. Le pregunté si le dolía el tobillo y la mujer me preguntó que por qué le preguntaba eso. Le expliqué la historia y comenzó a llorar. Me dijo que ella había conocido a Jesucristo pero llevaba mucho tiempo alejada de Dios y viviendo en pecado. Entonces comencé a hablarle de arrepentimiento y ella se pudo reconciliar con Dios ahí en la calle. Después oramos por su tobillo y fue sanada completamente. ¡Dios es tan bueno!
Todo lo que percibimos en el momento de escuchar la voz del Espíritu Santo lo escribimos para que quede un registro de que no nos inventamos nada.
A veces no encontramos todo lo que escribimos pero no dejamos que eso nos desanime, seguimos perseverando en escuchar la voz de Dios. Sé que para algunas personas esto suena raro pero te animo a que en tu próximo tiempo de oración tengas un tiempo de silencio y dejes que Dios te hable. Es increíble lo que sucede cuando decidimos callarnos para escuchar la voz de Dios; mientras más lo escuchas más aprendes a reconocer Su voz y distinguirla de la tuya propia. Si te gustaría leer más ejemplos de estas experiencias, puedes leer muchas de estas historias en mi blog (
mrsainz.com).
Este artículo forma parte de la revista P+D Verano/05,descárgala aquí (PDF).También en ISSUU:
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