En el
pasado artículo hablé acerca de la propuesta de vida espiritual que estamos haciendo a nuestra juventud desde la estructuras eclesiales a la cuales ésta pertenece. Según mi artículo,
existen indicios de que no se está haciendo del todo bien, al ofrecer una espiritualidad fragmentada que poco o nada tiene que ver con la vida cotidiana. Una espiritualidad que no refuerza la conciencia de que somos vasijas contenedoras de lo divino y que esta divinidad actúa y subsiste en nosotros, imbricada en cada aspecto de nuestra vida. Desde mi humilde opinión, creo que la oferta de un espiritualidad integral, en clara oposición a estos tres diagnósticos, es lo que tenemos que desear, viviéndolo nosotros primeramente, para luego ofrecerlo a nuestros jóvenes.
¿Pero cómo ofrecerlo?¿Existe una hoja de ruta que nos permita la educación de la juventud en estos aspectos? Creo, y subrayo que siempre hablo desde mi perspectiva y desde mi humilde opinión, que la manera de transmitir lo que la juventud necesita para experimentar una vida espiritual deseada, es algo que ha estado y está en el corazón mismo de la propuesta de Jesús para todos aquellos que se toman en serio sus palabras y deciden seguirle. A saber,
el discipulado.
Asumo que no tengo que traer a este artículo una batería de textos y narrativas bíblicas para justificar mi punto.
El discipulado es y debe ser la manera como debemos educar y formar a nuestros jóvenes para que lleguen a un desarrollo integral de su fe y persona. Entendiendo este desarrollo como la consecución de la meta espiritual de formar el carácter de Jesús en cada uno de ellos y ellas.
¿Es discipulado todo lo que lleva el apellido de discipulado? Dejadme ser tajante en este punto, pero no. No todo lo que se dice o se hace llamar discipulado lo es. Me explico. Creo que el discipulado tiene unas características propias que le diferencian de mucho de lo que se hace en las estructuras eclesiales y se le llama discipulado. Lamentablemente,
mucho de lo que se le llama discipulado hoy día, es simple transmisión de información. Cuando más, una forma de trasmitir un “know-how”, un saber hacer o saber vivir la vida cristiana, siempre de acuerdo con los parámetros que la organización eclesial defina.
¿Qué es lo que tenemos hoy día entonces? La iglesia, en el formato que le vemos hoy día, al menos el formato más hegemónico y extendido en el mundo occidental, tiene sus raíces en la modernidad.
Esta iglesia está estructurada, en su forma más básica por la premisa modernista de que todo acceso a la verdad ha de hacerse a través del aparato cognitivo, y este aparato cognitivo solo procesa esta “verdad” como una serie de propuestas intelectuales, sobre las cuales debo decidir si aceptar o no. Una vez que haya aceptado dichas proposiciones, entonces podré decir que soy un miembro de esa iglesia. Para ello, tan solo falta que asienta y esté de acuerdo con la declaración de fe de la comunidad.
Durante este tiempo de adaptación de la iglesia occidental a la modernidad, ocurría otro fenómeno socialmente importante. El cambio en la forma de educar y formar a los jóvenes. Donde antaño, en época pre-modernas, la educación se basaba en el modelo del aprendiz-maestro, durante la modernidad y debido a la industrialización y la homogeneización del modelo capitalista como lógica económica dominante, ahora se creaba el modelo de la escuela, tal como lo conocemos hoy día. En otras palabras, antes, donde un maestro podía solo formar a un número pequeño de aprendices, ahora el modelo educativo propuesto por la fábrica, otorgaba la capacidad al mismo maestro de formar una cantidad infinitamente mayor de aprendices.
Este modelo educativo, tomado exclusivamente del modelo de análisis laboral de Taylor, informaba que se podía formar a los jóvenes y niños, bajo la misma lógica con la que se fabricaban los modelos de coches. Es decir, que si metíamos materia prima bruta (bruta en términos de estado natural, sin pulimentos) en una línea de producción (educación) y les hacíamos pasar por cada etapa de la “cadena educativa”, el resultado final sería, al igual que en la fábrica, un producto final (joven aprendiz) con los conocimientos necesarios para llevar a cabo la labor exigida, de acuerdo a su “educación”. Esta “formación” sería llevada a cabo en masa, y miles y miles de jóvenes serían “producidos” cada año para satisfacer las demandas de la creciente empresa capitalista. Esto era el “no va más” de la época y se creyó que se había alcanzado el culmen en materia educativa.
Hoy día, más de doscientos años desde este fenómeno,
vemos como los modelos educativos están haciendo “aguas” en la gran mayoría de países del mundo. Y en mucho de ellos se están llevando a cabo reformas para actualizar dicho modelo. Y es que el modelo educativo actual posee en su núcleo, tres aspectos que considero errados para llevar a cabo una formación integral. Pero no conforme con eso, es que esos mismo tres aspectos los observo en los modelos educativos
y mal llamados de discipulado en nuestras estructuras eclesiales. De lo que estoy hablando es de lo siguiente:
1.- Conformidad, como opuesto a Diversidad
El discipulado de hoy día, o lo que mal llamamos discipulado, se basa en la propuesta que todo estudiante o joven debe empezar desde el material y no necesariamente desde su experiencia vital. Y en ningún caso considera la experiencia vital o la diversidad intrínseca desde la que parte el joven. Por ello si queremos educar a nuestros jóvenes, creo que necesitamos considerar la diversidad de los jóvenes con los que trabajamos y educamos, y partir desde ahí.
Si reconocemos esta diversidad en la juventud creo que haríamos un bien a todos aquellos que, por alguna razón u otra, se encuentran más lejos de la propuesta de Jesús, permitiéndole así acercarse desde el punto enel que ellos se encuentran.
2.- Conformidad, como opuesto a Curiosidad
La propuesta formativa de hoy día, no permite que el joven haga preguntas, o al menos, se haga preguntas el mismo, sino que por el contrario, lo que hace es que el joven se conforme o acepte ciertas verdades o propuestas, sin tener que meditar en ellas. Este proceso de educación hace que se vea como si el joven fuese un bebé al que se le está dando comida ya digerida, sin necesidad de que sea él, quien la mastique y la digiera a través de su curiosidad. En otras palabras
creo que no permitimos que el joven desarrolle su curiosidad, a la hora de explorar las propuestas o la narrativa bíblica, resultando en a) jóvenes que sumisamente aceptan lo que se les enseña, b) aquellos que no lo aceptan y por ende no continúan en el proceso formativo, y c) un reducido grupo que habiendo procesado, llegan a conclusiones y fortalecen sus convicciones al haber descubierto elementos de la vida cristiana por sí mismos. Este último grupo es al que debemos aspirar que crezca en número.
3.- Estandarización, como opuesto a la Creatividad
Ya no dando espacio a la diversidad o a la curiosidad, ni que decir de la creatividad. Nuestros esfuerzos no toman en cuenta la capacidad creativa del joven, y por el contrario, buscan estandarizar todos lo procesos y resultados del proceso de discipulado. De esta forma nos sentimos más cómodos y tenemos la percepción que tenemos controlado el proceso de formación. Pero creo que
es un grave error no permitir que la creatividad del jóoven sea tomada en cuenta en el proceso, permitiédoles co-crear con el maestro para el beneficio suyo, y acercarse a una formación que les ayude a ser como Jesús.
Y, ¿entonces?
Debido a lo anteriormente descrito, creo que necesitamos revisar y redefinir nuestro concepto de discipulado.
Dejar atrás el discipulado como una relación de maestro-estudiante, y pasar más a maestro-aprendiz, o mejor aún, a una relación del tipo “hermano mayor-hermano menor”, en donde el mayor no necesariamente sabe más que el menor, sino que tan solo tiene más tiempo viviendo en la familia. Revisar el concepto de tiempo en una relación de discipulado, donde en mi humilde opinión, la meta es la formación del carácter de Jesús en el joven, y para nada tiene que ver con un tiempo específico. Revisar el discipulado como una propuesta netamente intelectual y pasar a considerar otros aspectos del desarrollo como madurez, testimonio, fruto, capacidad crítica, capacidad de toma de decisiones, amor por el prójimo, entre otros.
A mí particularmente,
me gusta utilizar la palabra “acompañar”, cuando me refiero a discipulado, no por quitarle peso al término, sino porque da una nueva connotación acerca de cuán cerca nos debemos encontrar afectivamente con las personas a quienes discipulamos o acompañamos. El que acompaña, lo hace a través de un camino, y está disponible para el acompañado de forma incondicional.
Sí, pero ¿cómo?
Llegados a este punto, como en mi artículo anterior, debo disculparme por la extensión del artículo. Lo he dicho antes, y lo digo ahora, el tema da para mucho, sobre todo cuando veo que la realidad en la iglesias dista de como creo que el discipulado debe funcionar si tomamos como normativa el ministerio de Jesús. Espero sepáis disculparme.
Quizás ahora te preguntes, está bien, hasta aquí bien, pero ¿cómo puedo comenzar a discipular de forma más cercana a lo establecido por Jesús en Mateo 28?
El mandato de ir a todas las etnias y hacer discípulos, enseñándoles todas las cosas que Jesús enseñó a sus enviados, ha de hacerse en un contexto de credibilidad. Es decir, en un contexto donde lo que se diga es lo que se vive y se hace. Bajo ningún concepto podemos permitirnos el lujo de separarnos ontológicamente de aquello que enseñamos. Esto significa, que lo que enseño debe ser lo que yo soy, o al menos vivir en el proceso donde busco que esto sea cierto. Debemos encarnar a Jesús mismo en nuestras vidas, con la ayuda del que nos fortalece, que Jesús como verdad no sea un concepto intelectual, sino un estilo de vida y una propuesta de hábitos. Debemos ofrecer al joven la capacidad de equivocarse, caer y ralentizar su desarrollo, siempre desde una influencia emocional que no juzgue, sino por el contrario que ameincondicionalmente, aún a pesar de lo que son, al mismo tiempo que le trata y anima por lo que llegarán a ser y no necesariamente por lo que son hoy día. Necesitamos una revisión en nuestro discipulado que busque restaurar la vida del joven en relación a si mismos, a los demás, con su entorno y por supuesto, con Dios.
Ahora, queremos formar jóvenes, pero ¿qué de nosotros?¿Somos capaces de ver esta cualidades en nuestra propuesta discipuladora? Pidamos al omnipotente que nos dote de humildad y que podamos decir como lo dijo San Pablo cuando escribía a los Corintios, “Imitadme a mí, así como yo imito a Cristo”.
Este artículo forma parte de la revista P+D Verano/05,descárgala aquí (PDF).También en ISSUU:
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