Trágico, espantoso accidente. Diez segundos que encogen el alma. Escenario dantesco. Espeluznante. Escalofriante. Estremecedor.Horror,inmenso horror. Sufrimiento gigantesco. Inmenso dolor nacional por el pavoroso siniestro. Evidencias demoledoras. Error humano + infraestructuras en cuestión. La solidaridad desbordó previsiones… Los calificativos más crudos se quedan cortos para describir lo que millones de ciudadanos en Galicia, España y todo el mundo sentimos al ver las imágenes de la tragedia del descarrilamiento a la entrada de Santiago de Compostela del tren Alvia que cubría el pasado miércoles 24 de julio la línea Madrid-Coruña-Ferrol.
El medio que publicó la portada más impactante fue el rotativo coruñés
La Voz de Galicia con un
fotón de Xoán A. Soler y Mónica Ferreirós del
instante decisivo del resultado de la tragedia, con tres viajeros en el suelo atendidos por vecinos delante de los vagones siniestrados humeando. El titular a toda página lo dice todo en caja alta (mayúsculas) O PEOR DÍA DE GALICIA, El peor día de Galicia.
“Ves las cosas que nunca pensaste ver”, dijo Francisco Valiño, responsable del parque de bomberos de Deza-Ferreirós-Terra de Montes, según recogía
La Voz de Galicia en edición del pasado viernes 26, cuya portada rezaba, también en caja alta, TODA GALICIA LLORA bajo una foto menos explícita y ya más
tranquila pero no menos emotiva, obra de Vítor Mejuto, editor gráfico del diario desplazado al escenario de la tragedia que mostraba a dos mujeres, una víctima y una familiar o amiga abrazadas en el suelo y que reflejaba la situación en el lugar del siniestro a la mañana siguiente del descarrilamiento del tren.
Las fotos de la tragedia, junto con el corte del vídeo del descarrilamiento dieron la vuelta al mundo de forma inmediata. Las reacciones no se han hecho esperar: ¿es necesario mostrar
fotos explícitas de víctimas y, en esta caso además, la fatídica secuencia de diez segundos del accidente en un
vídeo explícito?
En el artículo de opinión que publiqué el jueves 25 en mi columna ‘Enfoque macro’ en
Periodistas en Español, medio del que soy editor adjunto y en el que me encargo, entre otras (Religiones y Ciudadanía, una de ellas) del área información y opinión de Fotografía, recurrí sobre el tema a debate a la opinión de un reconocido experto en ambos campos, la medicina y el periodismo: Pedro Tarquis. Esto fue lo que el director de P+D me dijo:
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“Sobre las imágenes explícitas, me pesa la medicina que obliga a la confidencialidad del paciente, que hago extensible al uso público de su imagen, salvo que sea con su permiso. Incluso así, habría que valorar la necesidad de hacerlas públicas. Creo que salvo enorme interés general no me siento bien viéndolas publicadas. En mi caso, además, no es por la carnicería o la muerte explícita, a las que por desgracia estoy acostumbrado. Pero es mi opinión sólo.”
“¿Qué con la crudeza de una imagen límite?”, me preguntaba en mi carta del director “luz continua” en FOTO, abril de 2004 a propósito de la crudeza de la
terrible foto del 11-M de Pablo Torres Guerrero en la que podía verse un trozo de extremidad humana ensangrentado en la vía, portada en
El País a cinco columnas y publicada en importantes medios internacionales, como
Time o
The Times.
“No publicándola, o manipulándola”, continuaba exponiendo en mi editorial, “se respeta, se dice, el derecho a la propia imagen y se le ahorra al lector el impacto de una imagen que puede producir un
shock emocional".
“¿Qué hacer?”
“Soy de los que piensan”, afirmaba entonces y no he cambiado de opinión, “que lo verdaderamente monstruoso de esta foto no es la foto, sino la locura diabólica de los desalmados que siembran la muerte indiscriminadamente”.
Cierto que un accidente ferroviario no es comparable en modo alguno a un ataque terrorista. Pero sí la magnitud del desastre y la tragedia.
El oficio del fotoperiodista es hacer fotos. Por más que le duela lo que está viendo, tiene que mirar y ver… por la sencilla razón de que el objetivo de su cámara es los ojos de todos nosotros.
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Volviendo a la tragedia de Santiago, y mientras en las redes sociales se multiplican las opiniones sobre si fotos explicitas sí o no, quiero proponer aquí para el análisis y la reflexión la foto que
La Voz de Galicia publicaba en la página 3 de su edición del 25 de julio, otro
fotón obra de Xoán A.Soler y Mónica Ferreirós.
La foto muestra el escenario del descarrilamiento en el que puede verse a varios hombres con dos víctimas que han recogido y se disponen a llevar en brazos al punto próximo de asistencia médica.
Es toda una imagen espléndida de la solidaridad humana. Los vecinos de Angrois, el lugar del descarrilamiento, se vuelcan en ayudar a las víctimas. Rematan la imagen las figuras de dos mujeres a ambos lados de la foto.
A la izquierda, una mujer en bata y zapatillas se dirige con toallas al lugar del siniestro. Es la viva estampa de la solidaridad anónima de tantos y tantos ciudadanos.
Debajo, otra mujer se aleja del escenario haciendo un medio pero claro gesto de reproche silencioso al fotógrafo. Es la representación, si no de la censura abierta, sí del “Fotos, No”.
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Llegados finalmente aquí con el propósito de ahondar más en el tema “Fotos, Sí vs. Fotos, No” en el próximo artículo, con el permiso del director, el beneplácito del equipo de Redacción de P+D, y la habitual división de opiniones de los lectores, permítaseme recordar un solo dato a propósito de la avalancha de críticas (en la última de las doce acepciones que de esta voz ofrece el
DRAE) sobre las terribles imágenes de la tragedia. De haberlas censurado… no nos habríamos enterado.
Mucha, pero que mucha falta hace una Teología del Comunicación que ayude a bajarse del caballo -¡no he dicho caerse del burro, eh!- a los estamentos religiosos, siempre tan proclives a hacer saltar el muelle de la reprobación al trabajo de nosotros los periodistas cada vez que nos saltamos la línea de lo
religiosamente correcto. Pero este es tema para ir dejando caer en próximos comentarios de lecturas de fotos. Hoy estamos en la tragedia de Santiago. Mejor dicho: con la imagen de la tragedia de Santiago.
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