En estos días veraniegos no nos costará mucho esfuerzo transportarnos mentalmente al escenario de varios relatos de J.D. Salinger en los que reina el calor. En “Un día perfecto para el pez plátano”, una chica habla por teléfono desde una habitación de hotel en la calurosa Florida: Intenta convencer a su madre de que su marido no está completamente loco. Éste último se encuentra en la playa, pero no se quita el albornoz porque no quiere que nadie vea su tatuaje inexistente… También podemos imaginarnos el verano en las calles de Manhattan, y acompañar a Buddy Glass, el narrador de “Levantad, carpinteros, la viga del tejado”, a la boda de su hermano mayor, Seymour. Y quien comience a leer cualquiera de los relatos de Salinger pronto se dará cuenta de lo peculiares que son estas historias, tanto por la forma en que están narradas como por su contenido. El primer relato que he mencionado fue publicado en 1948 en el
New Yorker, y en 1955 apareció en la colección de relatos titulada Nueve Cuentos. El segundo fue publicado junto con “Seymour: Una introducción” en 1963. Salinger es famoso sobre todo por su novela
El guardián entre el centeno, pero también por su decisión de retirarse de la vida pública en 1953. Aunque falleció en el 2010, los misterios de su obra y de su vida siguen dando de qué hablar.
Salinger creó una familia de personajes que se apellida Glass, y dejó que protagonizaran la mayoría de sus relatos. Así continuó expresando la inquietud que le causaba la hipocresía de la gente, y retrata a personajes que anhelan la autenticidad y que buscan su inspiración en poetas visionarios o en niños. En la mayoría de estos relatos aborda el tema de cómo lidiar con una sensibilidad y un pensamiento crítico extremos. Aunque los finales son abiertos y enigmáticos, suele apuntar a posibles remedios para las crisis de sus personajes.
En este artículo nos centraremos en dos relatos que son inseparables: “Franny” y “Zooey”, publicados en 1961. Lo que más llama la atención del estilo del autor es la fusión inseparable entre la seriedad con la que trata las experiencias o ideas transcendentales y el humor con el que describe las escenas familiares. La descripción realista del interior del piso en Nueva York, por ejemplo, no es una mera fachada irreal que esconde lo que verdaderamente le importa, sino que para él lo sagrado se sitúa en el ambiente familiar. Sus personajes tienen los pies en la tierra pero hablan de ideas religiosas hasta en el cuarto de baño (que de hecho, se compara con una capilla). Buddy, el vehemente narrador, se complace en reproducir cartas enteras y fragmentos de diarios escritos por su hermano o por él mismo. Para el deleite del lector, introduce en los relatos todo tipo de documentos: telegramas, notas con citas de filosofía oriental, mensajes escritos en el espejo del baño con el filo de una pastilla de jabón…
El escritor John Updike escribió una sutil reseña de Franny y Zooey en la que acusó a Salinger de caer en el sentimentalismo al amar a sus personajes “más de lo que Dios les ama”, de un modo demasiado exclusivo e inmoderado. Habrá quien esté de acuerdo con Updike, pero os desafío a leer
Franny y Zooey sin sentir la más mínima simpatía por los personajes. El afecto que la familia Glass despierta en el lector se debe en parte a la forma tan detallada, irónica y profunda con la que están descritos, y por otra parte, nos identificamos con ellos por los problemas a los que se enfrentan. Además, como dijo Philip Roth, un poco debió de acertar Salinger con las cuestiones sobre las que decidió escribir, porque si no, no se entiende la buena recepción que ha tenido su obra, en especial entre jóvenes estudiantes. Roth se refería a la lucha entre el individuo y la cultura que le rodea. En el caso de Franny y Zooey, esa lucha se materializa, por ejemplo, en las siguientes cuestiones: ¿Qué ha de hacer una joven estudiante que se desespera por el egocentrismo y el afán de adquirir conocimiento que ve a su alrededor? ¿Cómo puede mantener la calma un joven actor que se harta de escuchar a gente hablar maravillas de guiones horrendos, y a quien sólo le apetece ir a tomar algo con Jesús o con Buda? ¿Por qué no son capaces de tratar bien a la gente a la que no respetan? Y si encima tienen inquietudes religiosas… ¿cómo pueden vivir “una vida espiritual” en su sociedad?
Comenzamos a entender los problemas de “Franny” cuando leemos cómo la joven estudiante se desahoga soltándole una sarta de quejas a su novio, que finge prestarle atención: “Estoy harta de ego, ego, ego. El mío y el de los demás. Estoy harta de que todo el mundo quiera llegar a alguna parte, hacer algo notable, ser alguien interesante. Es repugnante. (...) Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto” (38-39). Su novio, tristemente, es un buen ejemplo de ese tipo de ego, que percibimos porque Salinger describe cada gesto y mirada de sus personajes meticulosamente. Usa una gran variedad de adjetivos y de adverbios para dar un significado personificado a cada pequeño movimiento. Es posible seguir con interés la vida de cada cigarrillo y la dirección de las miradas al mismo tiempo que nos sumergimos en la conversación de los personajes.
Franny le cuenta a su novio que está leyendo un librito religioso, titulado La Vía del Peregrino, que relata cómo un peregrino aprende a “orar sin cesar” recitando automáticamente las palabras “Señor Jesús, ten piedad de mí”. Franny cree que, si recita esto, sucederá algo que cambiará su vida. El resultado es que “verá a Dios”, pero eso sí, no le preguntes quién o qué es Dios, porque ni siquiera sabe si existe… Ella busca sabiduría y una nueva percepción del mundo. En realidad podría haber usado cualquier otro método, porque según su investigación, en el Oriente existen prácticas parecidas que consisten en repetir los nombres de Dios para alcanzar una especie de iluminación.
Resulta que
Salinger estudió el Advaita Vedanta en el Centro Ramakrishna-Vivekananda de Nueva York, a partir de 1946, y leyó una gran variedad de textos de filosofía oriental y de Budismo Zen. Este interés tan variopinto se nota en su obra hasta tal punto que los personajes de Seymour y Buddy deciden educar a sus hermanos menores con el objetivo de que adquieran el estado de “iluminación divina” del que hablaba el Dr. Suzuki. Pero disponer de todo este conocimiento no parece haber tenido buenos resultados. De hecho, Zooey se queja de que no es capaz de empezar a comer sin recitar “los cuatro grandes votos” antes. No sólo eso, sino que es incapaz de mantener una conversación sin morirse de aburrimiento o sin soltar un sermón.
En el relato titulado “Zooey”, Franny ha regresado a su casa en un estado lamentable: no deja de llorar ni de musitar para sí; con lo cual preocupa mucho a su madre, Bessie. Esta última no puede ayudar a sus hijos, y se lamenta: ¿de qué sirve saber tanto y ser tan listos si eso no les va a hacer felices? Mientras que a Les, el padre, sólo se le ocurre ofrecerle una
mandarina a su hija para que se sienta mejor, Bessie insiste en que tome un poco de caldo de pollo, después de sugerir la visita del hermano que es sacerdote o la de un psicoanalista (Zooey se niega en rotundo; el problema de Franny no es estrictamente católico, y ya han comprobado el daño que puede hacer un psiquiatra). Pero a Franny no le apetece comer nada, así que lo rechaza una y otra vez. Zooey, el hermano mayor de Franny, es la única persona que le puede ayudar, según su madre. Sin embargo, Zooey se pone a hablar y a hablar y parece que lo único que hace es intensificar la crisis de su hermana.
No obstante,
Zooey pone el dedo en la llaga al recordarle a su hermana que ella no entendió quién es Jesús realmente, y que así no tiene sentido hacer la oración de Jesús. Al parecer, cuando Franny leyó en el
Evangelio según Mateo, capítulo 6, que Jesús tiró las mesas del templo y que dijo que las personas eran más valiosas que los pájaros, se enfadó y no quiso saber más de Jesús. Así que decidió convertirle en una suma de S. Francisco de Asís, sumado al abuelo de Heidi y a su propio hermano Seymour. El problema, como insiste Zooey con vehemencia, es cómo puede ella dirigirse a un Jesús a quien ni siquiera entiende. Franny tiene que enfrentarse a la realidad, y Zooey se encargará de decirle su opinión sobre Jesús, sobre el problema del ego y todo lo demás. Veremos si se resuelve la crisis en el próximo artículo…
J. D. Salinger,
Franny y Zooey, Edhasa, 2003.
Este artículo forma parte de la revista P+D Verano/03. Puedesdescargarla aquí (PDF) o leerla a continuación en tu navegador:
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