En pocos campos hay hoy tanta confusión –que ya es decir‑ como en el periodismo. Y no escribo en cuanto a contenidos (lo que es en sí un reflejo de la general confusión), sino en cuanto a continentes, (lo que en una época tan dada a la especialización, es más chocante). Andan los géneros periodísticos hoy –más bien corren‑ dando tumbos como si hubiesen bebido más de la cuenta.
Una estimada revista, que me traduce desde años mis artículos, me define como “Teólogo y Escritor”, “Desde el Corazón” yo me defino como “teólogo de andar por casa” y de aprendiz de escribidor, y mucho menos “periodista”, bien que por muchos años, nada de lo que escribo, pese a su periodicidad –y mi opinión en este caso, creo que cuenta mucho‑ considero periodismo. No obstante, para mí, creo que hay varios géneros literarios: el periodismo, la culta literatura y la escritura de sermones, conferencias y ensayos.
Como un paciente observador, veo el vertiginoso oleaje del periodismo que nos invade. Hay quien lee la prensa por sus meros titulares, para ganar tiempo. Yo, a la vista de su tonelaje, me reduzco a dos periódicos y a imaginar las mismas noticias contadas por los demás, según el rasero de sus propios grupos de presión y política. Pero es que no se trata sólo del periodismo de prensa diaria, sino de la radio, la televisión y otros medios cada vez más sofisticados y extraños de comunicación.
Los medios de comunicación –que colaboran tan eficazmente al fomento de la incomunicación que nos corroe‑ son como una anaconda, como aquella de Rodríguez de la Fuente. Requieren incontables alimentos, interesándoles más la cantidad que la calidad. Su condición de efímeros les excusa de ofrecer buenos productos: el mediocre y sensacionalista de hoy podrá, con suerte, mejorarse mañana o corregirse sin otras consecuencias. Y, en todo caso, da lo mismo, lo que se busca es ofrecer como sea, lo que sea, imágenes, páginas, fotos y horas de transmisión, repetición e insistencia, hasta que el bulo sea creíble y la media mentira asumida como verdad.
La prisa del destinatario se ha contagiado al creador. Y “Desde el Corazón” no creo que sea la función la que cree al órgano, ni siquiera la necesidad. Y también observo aquí, escritor, órgano, auditorio, lector, espectador, están hechos un cacao imponente. Y, desde luego, todos salen perdiendo. Aunque el que más es el periodismo, porque ya resulta casi imposible creer en lo que se difunde a poco que uno medite y reflexione.
Si ya es bien deplorable mucha de la información hoy, los juicios paralelos a los de la propia Justicia, la situación se agrava con la aparición de tantos intrusos, y lo que se ha dado en llamar nuevo periodismo. No lo son los serios escritores de nervio, los que opinan con honestidad, seriedad y avalados por su propia integridad y ética. Intrusos los aficionados y aficionadas que cobran, que persiguen a seres intrascendentes y de pacotilla buscando burdas declaraciones que no valen para nada ni nada aportan; intrusos los que cogen una cámara y una grabadora para ir por saraos, discotecas, a puertas de juzgados, estrenillos y mentideros, a quienes les ha dado por “grandes debates” que se imaginan poderosos porque tienen una notable audiencia que puede catalogarse de impertinente ignorancia.
Ese nuevo periodismo va a acabar no sólo con el antiguo, sino con cualquiera.
Periodismo reportaje como el que conocemos desde la Creación:
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía, y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas… y dijo Dios, sea la luz, y la luz fue”. No hay una sola palabra o línea que no sea estricto y puro relato informativo. Un género periodístico perfectamente definido.
Siempre hubo magníficos cronistas dispuestos a contar –oralmente primero, por escrito después‑ aquellos sucesos o hechos de que habían sido testigos y que se juzgaban dignos de ser conocidos y, por tanto, divulgados. Un estilo bien magistral y antiguo, en el que conjugaban la claridad, la concisión, la densidad, la exactitud, la precisión, la sencillez, la naturalidad, la originalidad, la brevedad para tan magno suceso, la variedad, la atracción y el ritmo, el color, la sonoridad, el detallismo y, dentro de la corrección y propiedad, un lenguaje limpio y gramatical.
Escribir con propiedad es lo que se espera de un buen estilo periodístico, no olvidando nunca las “estructuras” fundamentales del idioma en el que se escribe ni la exquisita ética que distingue al noble escribidor.
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