¿Alguna vez te has preguntado cómo el cristianismo pasó de empezar siendo un grupo formado por doce personas a ser el movimiento más grande que existe? Hay algo sobrenatural en un movimiento que hoy en día alcanza a más de dos mil millones de personas, un tercio de la población mundial.
Por supuesto, mi convicción es que Dios mismo impulsa su llamado de vida, sin límites y sin fronteras. Pero hay algunas cosas que necesitamos incorporar hoy para dejar en manos abiertas la autenticidad del mensaje de Jesús.
Hay demasiado que se podría mencionar aquí.
Pero cuando uno se pregunta, “¿por qué el cristianismo ganó a Roma?” y “¿cómo lo hizo?”, hay cinco cosas que no podemos pasar por alto.
Todo empezó con valor y convicción. La historia no esconde que los que siguieron a Jesús antes de morir fueron unos cobardes (Marcos 14.50). Cuando llegó el problema, todos salieron corriendo por el camino más corto. Pero esas mismas personas se llenaron de valor, hasta el punto de mirar a la muerte a los ojos (Hebreos 11.35).
Sobre todo, convicción para enfrentar los retos culturales tal y como se presentaron.
Existen dos clases de personas en el mundo. Personas de dicción y personas de acción. Personas que hablan y personas que hacen. Ya sabes donde estaban los primeros cristianos.
Diversidad. En el mundo antiguo había una gran diversidad de pueblos, pero vivían de manera fracturada. Como ejemplo, el sociólogo Rodney Stark señala que la ciudad de Antioquía fue fundada en dos secciones, una para los sirios y otra para los griegos, y ambas separadas por un muro.
El cristianismo dejó a todos con la boca abierta cuando habló del valor del ser humano más allá de su etnia. Pablo escribió:
“No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.” (Colosenses 3)
Pero la diversidad no es sólo decir que todos somos iguales.
Diversidad quiere decir ponérselo mas fácil al que es distinto. Es pensar: “¿Cómo se sentiría él o ella si estuviese aquí mismo?” Lo más increíble del cristianismo es que fue capaz de enseñar como Dios unifica a la humanidad rompiendo las barreras étnicas, sociológicas y económicas que nosotros imponemos por causa de nuestra identidad rota.
Lo tercero, fue la capacidad inicial para “añadir valor”. El cristianismo fue excepcional desde el principio. Hoy en día se habla mucho de la justicia social y de ayudar al pobre, cosas que son increíblemente importantes. Pero me atrevo a decir que el cristianismo fue más allá. No sólo habló de la justicia social - de eso ya se hablaba en la filosofía griega mucho antes -, sino que “añadió valor” al ser humano. De forma práctica, e impulsado por la verdad de que el ser humano esta vestido de la imagen de Dios mismo, el cristianismo fue capaz de añadir valor intrínseco a cada persona.
¿Compartimos algunos ejemplos?
Cinco siglos antes de Jesús, Platón había escrito: “Un hombre pobre que no pueda trabajar por enfermedad debería ser abandonado para morir”, algo que se aplicó al pie de la letra en la plaga Antonina (165-180), la plaga Cipriana (251-270) y la plaga Justiniana (541-542). Los cristianos en esos momentos fueron capaces de arriesgar sus vidas y quedarse para ayudar a los enfermos cuando todos los demás huían de la pestilencia.
Añadió valor a la mujer, considerada como propiedad e inferior en valor a un niño. A más de una mujer se le debieron poner los ojos como platos cuando escuchó que la Biblia decía cosas como que “Creó Dios al ser humano a su imagen y semejanza. Varón y hembra los creó” (Génesis 1), o el mandato a los hombres de amar a sus esposas “como Dios mismo amó a la iglesia y se sacrificó por ella” (Efesios 5.25).
También,
las reuniones con propósito y diseño jugaron un papel clave en el movimiento. ¿Por qué? Porque las reuniones son la expresión comunitaria de transformación. Son el ambiente donde el cambio se vuelve catalítico. Es el ambiente donde la fuerza colectiva se vuelve más importante que la suma de sus partes. Es el momento en el que se evidencia lo que queremos ser “ahí fuera”.
En uno de los libros más valiosos sobre transformación comunitaria que he leído, Peter Block, que no es cristiano y es experto en City Managment (“gerencia urbana”), escribe sobre el poder de reuniones con propósito y diseño. Piensa en lo que dice por un momento:
“La creencia convencional es que la transformación individual lleva a la transformación comunitaria. Nuestra exploración en este punto nos han llevado a pensar que la transformación ocurre cuando nos enfocamos en la estructura de cómo nos reunimos y el contexto en el que las reuniones se tienen”. ¿Por qué? Porque “el contexto es decisivo”.
¿Por qué? Porque
“cada vez que nos reunimos se forma un modelo del futuro que queremos crear”. Y en este momento, Block se refiere específicamente al diseño ambiental de la reunión.
No es de extrañar que lo primero que se menciona en Hechos es que los cristianos se reunían para estudiar la Biblia, conectar con otros y recordar a Jesús, y orar (Hechos 2.42).
La última clave para que el cristianismo ganara momentum fue liderazgo. Desde el principio, el cristianismo no fue un movimiento competitivo, sino colaborativo. Fue un movimiento donde se valoraba el liderazgo de cada creyente de una manera única. Algunos cristianos hoy piensan que el cristianismo original fue un cristianismo sin liderazgo estructurado. Pero déjame decir algo de manera directa: El cristianismo jamás hubiera llegado a tener el impacto que tuvo si no hubiera empezado con líderes dedicados 24/7 a invertir en el movimiento.
Hace algunos años tuve la oportunidad de pasar unos días en Dallas, en una reunión de Leadership Network, una de las organizaciones de más prestigio mundial sobre desarrollo del cristianismo. En esa reunión había un grupo de personas que llevaban años tratando sin éxito de que una “red de acción” despegara. Después de horas dándole vueltas a cómo podría hacerse posible, uno de los expertos dio en el clavo:
“Lo estáis haciendo demasiado complicado. Si queremos que esto despegue necesitamos empezar porque una persona se dedique 24/7 a llevar esto adelante. Una persona que se levante pensando cómo hacer que funcione y se acueste pensando cómo hacer que funcione”. En otras palabras, un líder.
Pedro escribió sobre el “sacerdocio universal” del creyente. Una expresión que significa que todos servimos igual a Dios. Pero ese mism
o Pedro fue quien dijo que él no serviría mesas porque tenía que dedicarse a estudiar la Biblia (Hechos 6). Todos líderes, pero su función era distinta a la de otros creyentes, en referencia a lo que dice la Biblia en lugares como Efesios 4. Esto es movimiento.
¿Sabes qué es lo más interesante de todo esto?
Que lo que se necesita para crear un movimiento global es exactamente lo mismo que se necesita para iniciar un movimiento personal:
Necesitas valor y acción para ahondar en ti mismo.
Necesitas juntarte con personas que sean distintas a ti y que te toquen la moral de vez en cuando.
Necesitas servir y añadir valor a quien sea que te encuentres por delante.
Necesitas conectar en reuniones diseñadas para experimentar lo que quieres llegar a ver.
Necesitas líderes que no son mejores que tú, pero que dedican su tiempo a buscar soluciones.
Este artículo forma parte del Número 2 de la Revista Protestante Digital Verano. Puedesdescargarla aquí (PDF)o bien leerla a continuación:
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