El bochornoso episodio que protagonizó Margarita Arellanes, alcaldesa de Monterrey, tercera ciudad de México en importancia, al “entregar la ciudad a Jesucristo” en un acto de culto público patrocinado por un grupo evangélico forma parte de una serie de exabruptos religiosos de algunos políticos urgidos por mejorar la situación de las localidades que gobiernan.
[1]
Pasando por alto los avances constitucionales en la materia, pues recientemente se modificó el artículo 40 para establecer literalmente el carácter laico del Estado,
estos gobernantes de turno en el nivel municipal están atropellando de manera bastante irresponsable la frágil laicidad de un sistema político que durante décadas dependió del contubernio entre el régimen posrevolucionario (léase priísmo) y las cúpulas católicas.
Sólo que ahora, envalentonados todos por la parcialidad con que se manejó la relación con el catolicismo en los dos sexenios pasados, casi cualquier alcalde se siente con atribuciones para poner en entredicho la ley vigente en esta materia.
En medio del alud de críticas, Genaro Lozano ha resumido bien lo acontecido en esos dos periodos presidenciales:
La alternancia en el Ejecutivo Federal, en el año 2000, llevó al conservador Partido Acción Nacional a la Presidencia de la República. Desde entonces, los mexicanos nos acostumbramos a ver al presidente Fox asistir a una misa, juramentar en el Auditorio Nacional con un Cristo y besarle la mano al Papa. Un rompimiento claro con el pasado régimen priista y su férrea separación entre política y fe en el ámbito público. Fox profesó su fe públicamente, pero supo distinguirla del ejercicio del poder.
En contraste, con Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, los mexicanos observamos cómo se utilizaron las instituciones del Estado como un instrumento de control de la moral católica.[2]
Y
estas malas costumbres se han extendido, ahora también en el medio evangélico, pues la Alianza de Pastores (que no de iglesias) de la ciudad norteña, ha entrado también al juego o competencia no tan simbólica, después de que el gobernador de Chihuahua consagrara recientemente a su entidad al Sagrado Corazón de Jesús en un acto masivo organizado por la jerarquía católica.
Lozano agregó: “Hoy, los conservadores mexicanos tienen en Alicia a una nueva estrella y el PAN tiene en los evangélicos a una nueva base a la cual cortejar, porque éstos no discriminan y lo mismo se acercan a alcaldes priistas que panistas”.
Esta falsa paridad religioso-política, que tanto está siendo celebrada por decenas de comunidades evangélicas es una rotunda contradicción con las luchas históricas del protestantismo de talante liberal que, desde la segunda mitad del siglo XIX, exigió el respeto a las libertades de culto consagradas desde 1859 y 1860 por las Leyes de Reforma y la Constitución.
El “desapego legal” (para decirlo amablemente) con que actúan los nuevos movimientos evangélicos evidencia el triunfalismo con que se desenvuelven, lamentablemente, desde la época de los cambios más recientes del texto constitucional en 1992. Hay ya una larga cadena de eventos mediante los cuales han pretendido demostrar su fuerza y visibilidad social.
Arellanes, un personaje de muy bajo nivel en el escalafón de su propio partido, el conservador y filocatólico Acción Nacional, ha sido calificada como “la Sarah Palin mexicana” a causa de su irresponsable interés por trasladar sus convicciones religiosa al espacio público, justamente lo que la Constitución mexicana trata de impedir.
Bien lo expresó en una entrevista radiofónica el politólogo Sergio Aguayo al afirmar que “el ignorante y el incompetente se refugian en fuerzas sobrenaturales” cuando se sienten incapaces de realizar por sí solos las tareas que una sociedad les ha encomendado mediante el voto democrático. “Entregar la ciudad a Jesucristo”, algo tan valorado por ciertos grupos religiosos, no es más que una renuncia implícita a las responsabilidades adquiridas en nombre de un celo espiritual cuyas bases no están ni mucho menos claras. Y da lo mismo que Arellanes haya ofrecido disculpas o se haya confesado católica para salir del paso a las críticas fundadas que recibió, pues lo cierto es que el ámbito religioso en el que cometió su dislate se aprovechó del momento para asumir que ella comparte su visión de la necesidad de recurrir a la instancia sobrenatural para superar los graves problemas que enfrenta la ciudad que dice gobernar. En este sentido, Chuy Tinoco señaló contundentemente: “Margarita Arellanes se lava las manos y no le da cuentas a la ciudadanía, para eso nombra a Jesucristo, lo que no le dice a la sociedad regiomontana y no quiere ni recordarle es que es a ella y no a Jesucristo a quien se le está pagando”.
[3]
Roberto Blancarte, especialista en el tema, ha descrito toda esta situación como un caso más de “populismo cristiano” y va más allá al preguntarse si el apoyo evangélico que ha obtenido Arellanes se mostraría si otro gobernante hipotético enarbolara una bandera religiosa atípica. Sus preguntas son muy inquietantes, pues sondean aspectos de la pluralidad que pocos advierten en el espectro evangélico al aplaudir acríticamente estos excesos:
Fue invitada como alcaldesa de Monterrey, se presentó como tal y “entregó” (¿con qué derecho?) ¡la ciudad! a Jesucristo. ¿Estarán de acuerdo los judíos que viven en esa ciudad? ¿Se sentirán cómodos los miembros de otras religiones? ¿Se sentirán representados las decenas de miles de agnósticos regios? ¿Verán los católicos con buenos ojos a esta alcaldesa que participa públicamente y promueve lo hecho por una alianza de pastores evangélicos? ¿Estarán tranquilos los ciudadanos que votaron por una servidora pública y se encuentran ahora con una lideresa religiosa?[4]
Por su parte, Martín Bonfil se pronunció duramente, aunque con una sólida argumentación política: “…como forma de resolver problemas, las religiones, más allá del confort espiritual que pueden ofrecer, son notoriamente ineficaces. Pensar, como expresó la impresentable alcaldesa de Monterrey […], que ‘la participación humana… no tiene la capacidad de revertir las tinieblas que solo la luz de la fe de Dios puede desvanecer’ es reconocerse incapaz de cumplir con la función que le encomendaron los ciudadanos: gobernarlos y protegerlos. Si esa es su manera de resolver problemas como la inseguridad, poco puede esperarse”.
[5]
Parece que el furor triunfalista evangélico, en su afán por encontrar soluciones fáciles que beneficien la difusión de su credo, esquiva este tipo de cuestionamientos a la hora de “asaltar el cielo” de los favores políticos concedidos por gobernantes poco avisados.
Blancarte también se refiere a la “abdicación religiosa” de Arellanes y desliza una observación política que la obligaría, si se entiende bien, a renunciar a su cargo:
Lo peor del caso es que Margarita Arellanes no sabe lo que hizo cuando declaró que ya no es ella, sino Dios, la máxima autoridad en Monterrey. Como ella no es la única que puede hablar a nombre de Dios, sino que cada uno de nosotros puede hacerlo, eso quiere decir que a mí Dios puede haberme dicho lo que hay que hacer en esa ciudad, o cualquier líder religioso puede presentarse y argumentar lo mismo. En pocas palabras, ella negó el voto popular que recibió en las urnas y lo entregó a cualquiera que pretenda hablar a nombre de Dios. Por lo tanto, en términos teóricos, cualquiera podrá estar por encima de su autoridad, nulificando el ejercicio democrático. Ese es el enorme riesgo de introducir a Dios en la vida pública del país. O de aparecer, como funcionario público, en una ceremonia religiosa, generando inmediatamente privilegios y discriminaciones.
Y es que acaso, como bien sugiere al final de su artículo, a todo esto abrió la puerta el actual titular del Poder Ejecutivo cuando asistió al Vaticano en ese carácter a un acto religioso pasando también por encima de la ley.
En suma, que estamos ante nuevos e insolentes casos de “constantinismo posmoderno” trasvestido de “genuino testimonio cristiano”, el cual no vacila en ignorar la historia, las leyes y el propio mandato de Jesucristo de no aprovecharse de ninguna forma de poder humano para transmitir su mensaje.
[6]
Pues vaya que le ha hecho daño a éste las imaginativas formas en que se desea compartirlo en estos tiempos plurales tan exigentes.
Si quieres comentar o