La de los años 90 es esa década ya añeja que está a las puertas de adquirir el honor vintage y glamouroso de sus predecesoras (de hecho, los melenudos 70 y los crepados 80 se llevan la palma del derroche actual de nostalgia), pero todavía no se le hace mucho caso.
¿Por qué digo esto? Hace poco buscaba información sobre una de mis series favoritas,
V (ojo, la antigua, la ochentera con alienígenas de pelo cardado y hombreras), hasta que caí en la cuenta que el mejor artículo que nunca leí sobre ella se encontraba en un libro de 1996, y que ya ha adquirido la categoría de joya en mi dispersa biblioteca.
Un estante de esta biblioteca (término quizá demasiado generoso, más bien hablaríamos de estantes llenos de....cosas) está dedicada a libros sobre cultura, con el agravante de que la mitad (nunca me había fijado en el detalle) son sobre televisión. El referido artículo es una de las 100 fichas (llamar ficha a esas pequeñas obras de artesanía literaria suena raruno, pero bueno) del libro
Televisión de Culto (a partir de ahora, TdC), imprescindible volumen de la no menos reivindicable colección Doctor Vértigo de la editorial Glénat, que contaba con otras apetitosas ofertas como
La biblia trekkie,
Mulder y Scully,
El canon de los cómics,
Telebasura española o
Arañas de Marte.
A lo que iba: el artículo sobre V está encabezado por una imagen de la serie acompañada por el texto “Resistencia e imperialismo lagarto en una serie que le robó el título a Thomas Pynchon”, gracias al cual descubrí la obra del paranoico y bizarro escritor estadounidense, aunque esto no viene al caso, pero sirve para demostrar que leo de todo.
Pues eso, TdeC no es un libro, es una pequeña enciclopedia, una minuciosa deconstrucción de un centenar de series que se convierte en central de datos (ya saben, conocer cosas como los años de emisión, la productora, el autor de la música, la duración de cada episodio o los protagonistas) y en envolventes y preciosistas homenajes en forma de relato que pretende aproximarnos a cada serial sin pretender ofrecer las típicas y sesudas disecciones que a menudo encontramos, y abandonamos, por ahí.
TdCfue el proyecto personalísimo de un personaje de esos que circulan por las carreteras secundarias de la cultura: Antonio Blanco, un periodista, dramaturgo, guionista y realizador en la Televisión de Galicia que se lanzó a dirigir
La matanza caníbal de los garrulos lisérgicos, una película
gore a feira definida como “la más asquerosa, cutre y divertida de todos los tiempos”. Bueno, le sobra lo de lo de
todos los tiempos, pero también corre por ahí un niño al que llaman
de todos los santos y que igual hasta llega a ser Rey y todo (no controlo demasiado la línea dinástica, pero ante la retahíla de delincuentes que atesora igual el tema llega hasta el conde Lecquio o, mejor todavía, hasta Pocholo). Estaba con lo de la peli, sí, un extraño engendro rodado con medios precarios que nos explica la historia de una familia, los Machado, que utiliza carne humana para elaborar sus embutidos. Llamarla de serie B o Z sería exagerar, y quizá deberíamos inventar una nueva letra. Pero Antonio Blanco murió en 1994, con apenas 30 años, justo cuando se estrenó el film y con 70 de las 100 fichas de
TdC redactadas. Jordi Costa, periodista que trabajaba en una revista de cine fantástico, recibió el guión de
La matanza y fue él mismo quien le encargó el libro cuando se conocieron el mismo 1994. Blanco tardó apenas unas semanas en mandarle docenas de páginas que recogían fabulosos recuerdos catódicos, datos y aportaciones algo frikis sobre un puñado de series que habían amenizado a ambos desde su más tierna infancia.
Algún osado crítico se ha atrevido de hablar de la era dorada de las series en la primera década del siglo XXI (que sí, que nadie discute Lost, The wire o 24), pero piérdanse en las páginas de TdC, descubran como los recuerdos se abren paso a porrazo limpio y hagan que sí con la cabeza cuando vean que esa teoría de la era dorada se deshincha: el libro divide las series en apartados como Agentes secretos; Aventuras; Comedia, Dramas; Fantástico; Gente ordinaria; Made in Spain; Marionetas y dibujos; Misterio, y Oeste.
Diez apartados, sí avispado lector, con diez series cada una, y que le sirvieron a Costa descubrir que Blanco era un gallego que escribía como un inglés, con humor, con una pluma afilada y precisa. Y sí, atento lector,
antes he hablado de 70 de las 100 fichas redactadas por Blanco, hasta que un aciago día de noviembre llegó la noticia de su muerte. Y, tal como explica Costa, quedaban esos treinta “espacios en blanco, agujeros negros” que consiguió completar gracias a las aportaciones (debidamente identificadas en el libro) de ocho teleadictos (entre ellos, el mismo Costa y el actualmente plasta y omnipresente Santiago Segura), además de un delicioso prólogo de Álex de la Iglesia (el que más veces habré leído en mi vida, con permiso del que hizo el editor de
La conjura de los necios) en el que el cineasta recuerda una infancia en la que debía esquivar a hijos de padres progres que decían que la televisión era mala y que les obligaban a jugar con puzzles de las regiones de España y trenes de madera. De la Iglesia consiguió escabullirse y apunta como su cerebro tierno se zampó estímulos como los anuncios de golosinas Flags, presentadoras como María Luisa Seco y series como
Don Gato o
Starsky y Hutch.
Ese falso progresismo es el mismo que sigue insistiendo en eso de que la tele es mala. Incluso hay quien presume de no tener televisor en casa, como si fuera normal presumir de lo que no se tiene. Yo tampoco tengo un Porsche Cayenne o un fuera borda y no lo voy diciendo por ahí.
El teórico de la comunicación Neil Postman nos recordaba ya en los 80 que cada nuevo medio nos proporciona una nueva orientación para el pensamiento, la expresión y la sensibilidad. ¿
Hay basura en la Televisión? Mucha (aunque también sería un concepto muy subjetivo que otro día atacaremos), pero también la hay en los libros, en revistas, en el cine, en la música o, si me apuran, en las pinturas rupestres.
Me viene a la mente un capítulo de
Los Simpson (por cierto, una de las 100 series del libro, y que comparte el apartado Marionetas y dibujos con magnas obras como
La pantera rosa,
Autos locos,
Mazinger Z o
Los Picapiedra) en el que Marge critica a Homer que es algo inculto “porque nunca vas a museos”. Él, con ese rostro amarillo y desesperado, responde que “es culpa de las cadenas de televisión. ¡Si nos dejaran 30 minutos para nosotros!”. No, no voy a entrar en el cansino discurso de que el uso de la tele debe basarse en nuestra responsabilidad y bla, bla, bla, pero sí en reivindicar esa pantallita que (y aquí me ciño a series citadas en el libro de Blanco) nos ha regalado
El coche fantástico;
Misión imposible;
Superagente 86;
The twilight zone;
Cheers;
Enredo;
La familia Addams;
MASH;
Arriba y abajo;
Dallas;
Twin Peaks;
Dr. Who,
Star Trek;
V;
Doctor en Alaska;
Lou Grant;
Historias para no dormir;
Alfred Hitchcock presenta;
Colombo,
Miami Vice;
Expediente X, o
Bonanza.
Y sólo cito algunas, pero seguro que más de uno estará con los ojos algo acuosos (bueno, es una imagen exagerada, pero seguro que algo de morriña les entra) y hasta afirmaría que más de un defensor de la no presencia del televisor en casa estará rememorando los cielos malva y melocotón que acompañaban a los detectives Crockett y Tubbs, los misiles tierra-aire que McGyver montaba con un alfiler y un boli Bic, o las andanzas a ritmo de jazz de la pantera más rosada y psicodélica de la historia.
Muchas han sido las series que han robado el corazón al teleadicto sibarita, y TdC nos ofrece zapear a través de la más refulgente memoria televisiva.
Ficha del libro
Título: Televisión de culto
Autor. Antonio Blanco
Editorial: Ediciones Glénat, 1996 (Colección Doctor Vértigo)
Extras: Prólogo de Álex de la Iglesia, ilustraciones de Mauro Entrialgo y aportaciones en algunos artículos de Santiago Segura, Daniel Monzón, Jordi Costa, Isabel Andrade, Pedro Duque, Jesús Palacios, Pedro Calleja y Manuel Valencia.
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