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Revelación, iglesia y crisis

Lo cierto es que la crisis de la iglesia de Jesucristo sólo puede comprenderse leyendo el Apocalipsis.
AGENTES DE CAMBIO AUTOR Óscar Margenet Nadal 11 DE MAYO DE 2013 22:00 h

El último de los apóstoles de Jesucristo, siendo ya anciano, conservaba su lucidez mental y seguía escribiendo. El Espíritu que le había guiado a redactar uno de los cuatro evangelios, y tres maravillosas cartas universales, todavía le tenía reservada la tarea de escribir un libro realmente extraordinario.

Juan, aquél muchacho que llegó a ser considerado “el discípulo amado” (1) del Maestro de Galilea, y en quien delegara el cuidado de su madre desde la cruz (2), padece el exilio por su inquebrantable fe en Cristo. Está en la isla-prisión de Patmos, donde el emperador Domiciano lo confinó por muchos años hasta que murió en el 96, antes de regresar a Éfeso. Otrora el vivaz discípulo que junto a su hermano Santiago recibiera de Jesús el apodo de “hijos del trueno” (3), tendría presente la respuesta del Señor resucitado a la pregunta de Pedro “¿y qué de éste?” (4). Atrás quedaban los fuertes impactos causados por las noticias de que Pablo, y luego el mismo Pedro, habían sido ejecutados en Roma por el cruel imperio pagano.

Ahora, Juan está frente a una circunstancia que jamás podría haber imaginado. El fragor de la persecución y la muerte de miles de mujeres y hombres fieles a Jesucristo están a la orden del día. Este prisionero cargado de años, último sobreviviente de los doce elegidos por el Señor para iniciar el gran cambio en el mundo, está orando y meditando en el día del Señor. Es en esa situación que el Espíritu le habla y descorre ante él una visión que deberá escribir por mandato divino. Esa impresionante revelación será el libro elegido por Dios para cerrar el canon de la Biblia.

En toda la literatura humana no hay libro escrito por mano humana que sea semejante al Apocalipsis.

Este libro –que trae bendición al que lo lee (5)- es paradójicamente leído por muy pocos. Se le rehúye aduciendo que es difícil de entender, y hay quienes lo leen y lo interpreten de manera arbitraria.

Lo cierto es que la crisis de la iglesia de Jesucristo sólo puede comprenderse leyendo el Apocalipsis.

UNA CRISIS DE TODOS LOS TIEMPOS
La visión que recibe el apóstol Juan no es una profecía para interpretarse de manera privada; por el contrario, es para ser compartida. Fue escrita para animar a los cristianos en su hora más dura. Ha sido clave para los creyentes de las siete iglesias a las cuales fue destinada inicialmente, y - por veinte siglos- para los de cualquier iglesia local que se considere parte del cuerpo de Cristo.La Revelación del Señor Jesucristo viene en los tiempos del Soberano Todopoderoso como oportuna medicina al cuerpo sufriente.

Este libro es clave para una iglesia en crisis. Porque ninguna iglesia cristiana –por bendecida que se considere- ha vivido, vive, o vivirá fuera de la crisis. No existe ningún limbo terrenal para el cristiano.

Mi modesto propósito es enfocarnos en este libro incomparable, sabiendo por testimonio de muchos –no sólo del propio- que es de fortaleza en la hora de aflicción, diáfana luz en días oscuros, consuelo seguro en el profundo dolor, esperanza gloriosa en la ansiedad y confianza plena en medio de la incertidumbre.

En este artículo inicial habremos de aproximarnos al carácter del libro y veremos en qué consiste la visión y qué se le revela al escritor.

SÍNTESIS INTRODUCTORIA DEL LIBRO
El versículo 19 del primer capítulo es la definición que el propio Señor Jesucristo nos provee: “Escribe, las cosas que has visto, y las cosas que son, y las cosas que han de ser después de estas.” Como vemos, hay tres características de la revelación, cada una de ellas acotadas a un tiempo prefijado por Dios.

La primera, las cosas que Juan vio, es la referida a la visión citada en los versos 12 a 16 inclusive.

La segunda, “las cosas que son”; a ellas se hace referencia en los capítulos 2, 3, 4 y 5. Esta segunda característica, sobre la que ampliaremos, contiene dos aspectos reales a tener siempre en cuenta:

a) Una escena desalentadora; que revela con realismo el estado de las iglesias a nivel terrenal. No es un informe eclesiástico presentado a Juan por los responsables de esas iglesias. Es nada más, ni nada menos, el informe que Dios presenta a los responsables de esas iglesias. No son las cosas “según yo las veo” sino “como las ve Dios”. El panorama visto así resulta desalentador en extremo.

b) Una escena alentadora; la encontramos en los capítulos 4 y 5. Notemos que entre las cosas que son, hay una escena celestial que revela el trono de Gracia, con todos sus agentes operando en favor de las iglesias imperfectas. Aquí encontramos, finalmente, una visión alentadora.

La tercera característica del libro, las cosas que han de ser después de estas comienza a ser desarrollada en el capítulo 6 y llega al final del libro. Es la parte profética, lo que el Espíritu revela a Juan que habría de suceder de allí en más. Por razones de tiempo y por no ser el objetivo de estas reflexiones, no habremos de considerarla en esta oportunidad.

Como veremos, el libro bien podría haberse denominado Revelaciones pues hay en él una serie de ellas y todas diferentes entre sí, que hacen a la gran revelación que recibe Juan para transmitir a los creyentes.

LA PRIMERA REVELACIÓN
Lo primero que Juan vio es el pasaje ya mencionado, leamos:

“Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.”(6)

Esta es la primera gran revelación del libro. Juan ve a nuestro Señor en Su gloria y en Su relación con las iglesias y pastores. Es una revelación de nuestro Señor no en Su humillación, o en el estado que tenía antes de venir al mundo, sino en Su humanidad glorificada.

¿De qué manera influye en nuestra relación con Dios, nuestros semejantes y nuestro medio, la imagen que tenemos de Cristo? ¿Es Jesucristo en mí solo una imagen?

La visión de Cristo que tenemos en este texto contrasta con la que aún se tiene en muchos sitios del mundo de habla hispana, después de quinientos años de la llegada de los conquistadores desde España.

Como bien explica Samuel Escobar al comienzo de su notable libro “En busca de Cristo en América Latina” (7), hay una serie de figuras de Cristo en el dilatado territorio del Nuevo Mundo que provienen del ideario español: del niño acostado en un pesebre rodeado de animales, pastores y reyes magos; del niño en brazos de su madre ataviada como reina suspendida en áureo cielo; del cuerpo escuálido, lacerado y sangrante colgando exánime del madero. Estas figuras fueron, a su vez, mezcladas localmente con muchas otras paganas (animistas o panteístas), generando visiones distorsionadas, y en algunos casos hasta diabólicas, por doquier.

La cristianización incompleta de un continente dejó afuera al Cristo resucitado y glorioso que, sentado en el trono, ha tomado toda autoridad antes de consumar la tarea de completa liberación en su regreso.

Muchos cristianos usan sólo su memoria cuando piensan en Jesús. El día de su bautismo o en la cena del Señor piensan en Él como el que nació en Belén, un bebé en el pesebre, un niño en el templo, cuando fue bautizado en el Jordán, o cuando el Espíritu le guiaba como maestro a enseñar a las gentes por medio de parábolas o para realizar milagros. O lo piensan en la cruz, o en la tumba; todo en el pasado.

Recuerdo que la mayor parte de mi infancia y de la adolescencia, la figura que más acariciaba en mi mente era la de Jesús como pastor de ovejas, siendo yo una de ellas. De hecho, seguramente influyó en mí la prédica de aquél querido misionero británico –don David Morris- quien, con su colorido y apasionado acento, narró la parábola de la oveja perdida y nos invitó luego a abrir el corazón al amado Pastor.

Juan nos describe aquí un vivo retrato de Jesús como el que murió, pero que vive para no morir jamás. Esta primera revelación nos muestra una figura totalmente distinta a las estampas religiosas que se siguen vendiendo en las santerías. Nos resulta muy atractiva, pues nos revela a Jesús tal como es ahora en su estado glorificado. Pero no es una figura estática, por el contrario es la de alguien que está activo; en estrecha relación con las iglesias y pastores cuya razón de ser es reflejar Su luz en el mundo.

¡Es inmensamente importante para nosotros tener hoy una visión actual de Jesucristo!

LA SEGUNDA REVELACIÓN
En los capítulos 2 y 3, que recomiendo leer completos, se describen escenas del estado de las iglesias locales tal como Jesús las ve. No están descritas como ellas suponen que son, sino lo que la penetrante luz de la Omnisciencia y Santidad divinas revelan.

Se conoce a esta parte del libro como “las cartas a las siete iglesias”. Pero, en realidad, estas cartas simplemente dan una descripción a cada iglesia de cómo Dios la ve.

Veremos que una iglesia tiene nombre como de estar viva, pero Dios la ve como muerta; otra iglesia piensa que es rica y poderosa y que no tiene necesidad de nada, pero Dios la ve miserable y pobre, ciega y desnuda. Otra iglesia se cree sumamente ortodoxa, y Dios la ve comprometida con la peor forma de idolatría. Basten estos como anticipos de lo que ampliaremos más adelante, con la ayuda de Dios.

Algunos comentaristas nos recuerdan que estas cartas a las iglesias no son profecías. Otros sostienen que estas siete iglesias representan siete períodos de la cristiandad, que representan a siete períodos proféticos; por ejemplo: que el primero de esos períodos es cuando la cristiandad está en el estado de la iglesia de Éfeso; que el segundo coincide con el estado de la iglesia de Esmirna; y el último período con el estado de la iglesia de Laodicea.

Los más, sostienen que hoy día podemos encontrar iglesias que son fieles reflejos de lo que estas siete iglesias eran en aquella época (8). No todas las iglesias serán como la de Éfeso, Filadelfia, etc,; pero algunas de ellas lo serán en uno o más aspectos.

El resultado de analizar esta segunda revelación será devastador; pues nos bastará con compararla con la primera, en la que se muestra al mundo iluminado por las iglesias, para darnos cuenta cuán lejos están muchas de las iglesias cristianas de ser luces en medio de un mundo en tinieblas y en crisis. Pero no es el objetivo quedarnos en la lamentación. Nos abrazaremos a la esperanza que nos trae Dios en Su palabra.

Será hasta la próxima, entonces, si el Señor no viene antes.


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Notas
Ilustración: palabras claves de revelación. Link: sinodosps.wordpress.com; El Apocalipsis o Revelación de nuestro Señor Jesucristo es el último libro de la Biblia. Bienaventurado el que lo lea y entienda (cap. 1, versículo 3).
1. Juan 13:23; 19:26
2. Ibíd. 19:26,27
3. Lucas 9:54
4. Juan 21:21,22 – “Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú.”
5. Apocalipsis 1:3
6. Ibíd.1:12-16
7. Samuel Escobar; “En busca de Cristo en América Latina”; Ediciones Kairós, ISBN 2012 9871355459, 9789871355457
8. Recomiendo leer The Book of Revelation, por B.H.Carroll (1843-1914); CIHM 66598, University of Alberta; de él he obtenido material para escribir estos artículos
 

 


2
COMENTARIOS

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Respondiendo a

Óscar Margenet Nadal
17/05/2013
11:25 h
2
 
Estimada Rosa, gracias por tu aporte. Dos comentarios solamente: 1. Cuando cito la apariencia física de Jesús no la estoy sugiriendo sino mencionando como una de las tantas imágenes que andan por allí y que cita Escobar en su muy buen libro (que recomiendo leas si puedes). 2. No debe extrañar que no encontremos la descripción física de Jesús en el NT. Sin ella ya hay todo un comercio, ¡imagina lo que sería si hubiese una! Isaías lo adelantó :'no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.' (53:2b) Deseamos de Él contemplar no lo externo sino TODO lo que Él es y significa; y lo que de Él emana para completar nuestro gozo y recompensar nuestra esperanza
 
Respondiendo a Óscar Margenet Nadal

Rosa Jordan de Franco
15/05/2013
21:44 h
1
 
Es una pena q' relacionemos al Senor J.C. con alguna de las infinidades de representaciones q' la imaginacion de diversos artistas ha plasmado con la venia de la iglesia tradicional, sin dar y/o tener idea exacta de la humanidad y menos de la divinidad del Senor de Senores. Jesus puede que haya sido blanco, cabello rubio rizado y ojos azules, pero no de apariencia afeminada casi; escualido, como dice O. Margenet; me parece mas logico que, siendo oriental, su piel fuese de color olivo, ojos y cabello negro. Su complexion seguramente fuerte y toda su, sin lugar a duda, carismatica apariencia, haber manifestado aun sin hablar, su majestad, autoridad, rectitud y firme voluntad, ademas de su amor
 



 
 
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