Un libro bomba que desprestigia a la Princesa Letizia y pone en evidencia a la familia real, Juan Carlos incluido.
Primero presentaré al autor.
David Rocasolano nació en Madrid en 1972. Tiene, pues, 41 años. Es licenciado en Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid. Como abogado ejerció un tiempo en Luxemburgo. De regreso a España se integró en el despacho de abogados que dirigía Javier Ledesma, hermano del que fue ministro de Justicia con Felipe González entre 1982 y 1988. Estuvo cuatro años. “Rompí la relación –dice- porque aquél era un despacho político socialista, demasiado relacionado, al menos en su nombre, con cuestiones filosocialistas”.
En octubre de 2009 la revista LA GACETA involucró a Rocasolano en un tema de blanqueo de dinero y “corrupción relacionado con el Ayuntamiento de Ciempozuelos, en Madrid”. Según LA GACETA, el abogado habría extraído 385.000 euros en efectivo de una cuenta a nombre del testaferro del ex-alcalde. Rocasolano explicó al juez que sacó ese dinero para comprar una vivienda con su correspondiente garaje en Marbella.
En el libro no faltan las contradicciones. En el capítulo VII afirma que “detesta la fama”. En el XII admite que le encanta la notoriedad. “Y, sobre todo –añade- me encantaba mi propia notoriedad de aquella noche. Solo. En casa. Jodido pero famoso”.
¿Escribió el libro para hacerse notar, para adquirir fama? ¿Lo escribió por dinero? Hubo de todo. Según explica al iniciar la sucia crónica, un día recibió llamada del editor Ramón Akal. Le mostró unos documentos comprometedores para los príncipes de Asturias y para Letizia en particular y le pidió que escribiera un libro contando la historia de su familia “desde dentro”. A la vista está que aceptó la sugerencia del editor.
David Rocasolano es primo hermano de Letizia Ortiz, amigo íntimo desde la infancia, su más cercano confidente en momentos difíciles, uña y carne de la que hoy es princesa de Asturias, esposa y madre.
En el libro se muestra como un enemigo implacable. Los periódicos han dicho, con razón, que es quien más ensucia la saga de la princesa. ¿Por qué lo hace? ¿Por fama? ¿Por dinero? ¿Por despecho? ¿Por venganza? ¿Por un ajuste de cuentas? ¿Por sacarse una espina? Sea cual sea el motivo, el abogado se retrata aquí como uno de esos reporteros en revistas del corazón que sólo viven del chisme, que nada respetan, que se lanzan desde las alturas de sus mentes enfermizas y, como el cuervo, caen en picado sobre su presa.
Lo más suave que se me ocurre escribir del abogado Rocasolano es que da la impresión de un arribista, un trepador que no ha alcanzado la altura deseada y en su impotencia se propone hundir a otros.
ADIÓS PRINCESA es un retrato duro de la institución monárquica, un mazazo al rostro de sus miembros, especialmente al de su querida prima Letizia. Rocasolano, como el picador en la testa del toro, hunde la vara hasta ver brotar la sangre del corazón de la joven señora. La describe como una mujer mala. Desde la página 31 a la 287 del libro he anotado duros calificativos que utiliza contra quien no puede o no quiere defenderse. La presenta como una mujer “nerviosa, crispada, autoritaria”.
Cuando alguien le lleva la contraria grita con “arrebatos coléricos”. Es “fría, orgullosa, cabeza alta, indestructible”, supera “todos los registros de hipocresía que he podido ver a lo largo de años”. “Estás paranoica”, la grita en el curso de una conversación. Según él, “Letizia suele ser, con todo el mundo, bastante dictatorial”. La vida en palacio la transformó en “esa persona más controladora y cruel”.
Después de estas malignidades parece imitar al cobarde de Pilatos y acude al lavamiento de manos. Pretendiendo justificarse, escribe: “Mi prima, a lo largo de su vida, ha puesto su confianza en mí para solucionarle asuntos extremadamente delicados” ¡Pobre Letizia, cuán arrepentida debe estar de haber cedido a tales intimidades! Aprovecharse de la confianza para luego traicionar a quien la otorga es labor diabólica.
Desmintiendo a medios de comunicación que han presentado a Letizia como lectora de muchos libros, dice el primo: “Mi prima no ha leído jamás otra cosa que periódicos, algún
best-seller tipo Grisham o los libros que le obligaron a leer en el colegio”.
Puesto a colgar trapos sucios sobre los hombros de la princesa, Rocasolano recuerda en el libro que “han especulado mucho sobre la vida sexual de mi prima en México, atribuyéndole varios amantes de cierto renombre” y el rumor de haber “posado desnuda para el pintor Waldo Saavedra durante su estancia en México”. ¿A quién interesan estas interioridades? ¿Cuánto cobra el abogado autor del libro por especular con episodios puntuales, nunca probados, de una joven entonces soltera, libre, dueña de su cuerpo y de su voluntad? ¿Le gustaría a él que alguien escribiera un libro sobre su vida oscura?
Mucho texto dedica el autor al primer matrimonio de Letizia. Lo cuenta con detalles. La princesa celebró una primera boda en octubre de 1998 con Alonso Guerrero, profesor de Literatura en el Instituto Ramiro de Maeztu, de Madrid. El rondaba los 30 años. Ella tenía 18. Las relaciones, contando antes y después de la boda, duraron diez años. “Vivían juntos, se separaban, se volvían a reconciliar, se daban tiempo”.
Dos años después, en octubre del 2000, la pareja presentó demanda de separación en un juzgado de Arganda.
Otra vez pregunto: ¿A qué viene esta historia de amores y desamores? ¿Acaso Letizia –repito- mujer joven y libre es la única en el mundo que ha roto una relación matrimonial? El propio David Rocasolano ha pasado por esta experiencia que, sospecho, no debe haber sido agradable ni para el uno ni para la otra.
Lo más fuerte del verdugo Rocasolano con su víctima Letizia lo narra el abogado en el segundo capítulo del libro. En un arranque de sinceridad, cuando todavía no se había efectuado la pedida de mano, Letizia confesó al príncipe que un año antes le habían practicado un aborto voluntario en la clínica Dator, de Madrid. Pudo haber silenciado el episodio, esta revelación al novio la honra.
Un día de primeros de septiembre de 2003 Rocasolano recibió una llamada de Letizia. Le pedía que fuera urgente al Pabellón del Príncipe. Se trataba de un asunto de suma importancia. Felipe y Letizia le recibieron en el gran salón de la planta baja. Sin rodeos, ambos expusieron al abogado el motivo de su llamada y la gravedad del tema. Si los reyes se enteraban que la mujer destinada a ser reina de España había abortado voluntariamente, no habría boda.
Por otro lado, de saberlo el cardenal Rouco, quien efectuó el enlace, tampoco se habría prestado a la ceremonia. Según el Derecho Canónico, y de acuerdo a un canon de 1938, Letizia estaba excomulgada. “Quien procura el aborto –dice el citado canon-, si este se produce, incurre en excomunión”.
Rocasolano no salía de su asombro. Calmó a la prima, puro nervios, noches sin dormir: “Vale, vale, tranquila. ¿Qué quieres que haga yo?”.
La pareja expuso sus deseos. Querían que, como abogado, se personara en la clínica y se las arreglara para obtener el expediente del aborto, quemara los papeles y limpiara todos los rastros que pudieran delatar a Letizia.
Recurrieron a él porque el Príncipe no confiaba en amigos ni, mucho menos, en personal del Centro Nacional de Inteligencia de Palacio.
David Rocasolano cumplió al pie de la letra, con profesionalidad y eficacia, el encargo recibido.
¿A qué viene ahora hacer público este desagradable y comprometedor asunto? Puede tener consecuencias a nivel institucional y a nivel de Iglesia católica. Letizia es una señora casada, bien casada, esposa y madre de dos niñas. ¿No ha calculado el verdugo que un día esas niñas puedan tener acceso a la información que ya queda escrita en los libros? La crueldad es un instinto animal.
Un proverbio árabe dice que la crueldad es la fuerza de los cobardes. Y por muy abogado que sea don David Rocasolano, la crueldad en ningún caso puede ser un derecho.
Desde que Letizia abandonó el piso que ocupaba en Vicálvaro y se instaló en una dependencia del palacio real, el primo se convirtió en un asiduo de la Zarzuela. En el libro cuenta haber comido en varias ocasiones con los reyes, con las infantas y sus esposos, muchas veces en los departamentos del príncipe, fiestas con él y con sus amigos más íntimos.
Esta cercanía a la realeza le permite opinar de todos sus miembros. De Elena, la hija mayor de los reyes, escribe: “Yo no se si Elena tiene algo, desde el punto de vista médico… Es una persona callada, educada, parsimoniosa, inalterable, ausente, ensimismada…”. A su hermana, Cristina la describe como “maja, agradable, dicharachera, ágil, cercana, cariñosa”. De Jaime de Marichalar piensa que es un enchufado. Tres años después de su boda lo colocaron con un sueldo “que no bajaría de las siete cifras anuales”. Iñaki Urdangarin le parece un tío cercano, cariñoso, agradable y con mucho sentido del humor.
Los mayores elogios son para doña Sofía, la reina. La considera como es considerada por la gran mayoría de los españoles, incluido quien esto escribe. Es “una persona inteligente, diría que brillante”, la mejor persona de la institución monárquica, “encantadora, amable y correcta”.
Quien sale muy mal parado en la opinión de Rocasolano es el rey: “eso que llaman la campechanía de Juan Carlos es, sencillamente, la forma de actuar de alguien a quien todo lo que no sea él, y lo suyo, le da exactamente igual”. Desde la página 196 a la 2001 el autor se ensaña hasta el paroxismo con don Juan Carlos. ¿Y qué mal le hizo el rey en aquellas visitas frecuentes? ¿Sentarlo a su mesa y tratarlo como a uno más de la familia? ¿Tener con él deferencias que ni sus propios compañeros de trabajo le permitían? ¿Privilegiarlo en conversaciones de sobremesa al igual que si se tratara de otro rey o de un jefe de Estado? Si es cierto que el agradecido no olvida el bien recibido, Rocasolano debe padecer amnesia.
El ataque más duro, más injusto, más insultante, lo lanzó contra el rey de España un amigo íntimo de Rocasolano, ligado a él por algunos vínculos familiares. El 7 de febrero de 2007 la casa real se vistió de luto. Erika, hermana pequeña de Letizia, se había suicidado. El entierro tuvo la grandiosidad que correspondía a una hermana de princesa. En el tanatorio, ante el ataúd que contenía el cuerpo muerto de Erika, Antonio Vigo, quien fue su novio durante años, rompió a llorar con lamentos desgarradores. Volviéndose hacia el rey, le gritó: “Vosotros la habéis matado”. Y profirió contra el monarca un insulto que me niego a reproducir aquí.
En atención al momento y las circunstancias, el monarca no replicó palabra, se mantuvo sereno, inalterable. Letizia se arrodilló ante él y pidió perdón por la actitud de Antonio Vigo, quien en su acusación se refería a la presión mediática que soportaba Erika por ser hermana de la princesa de España.
En resumen, un libro que nunca debió haberse escrito. Una colección de chismes de la peor calaña, un deslenguado sin conciencia, el exabrupto y la grosería de un señor abogado que ha olvidado o nunca ha leído lo que escribió Cervantes: “Más lastima una onza de deshonra pública que una arroba de infamia secreta”.
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