La paz no llega sola, hay que construirla. El conflicto es sustancial a la naturaleza humana, pero el conflicto en sí mismo no es el problema sino la cuestión central es cómo se dirime. La confrontación de posiciones puede ser constructiva si se acuerda entre las partes efectuar una negociación civilizada y civilizatoria.
En el
Centro para la Justicia y la Construcción de la Paz en la Universidad Menonita del Este, en Harrisonburg, Virginia, se especializan en estudiar cómo construir salidas pacíficas a los conflictos políticos, religiosos, étnicos y de género.
El Centro tiene una larga experiencia en la mediación para la paz, sus integrantes han desarrollado tareas mediadoras en una larga lista de países. Su decantada experiencia la comparten globalmente cada año, en el
Summer Peacebuilding Institute, al que en esta ocasión asisten personas de 30 países y muy variados trasfondos culturales.
Ya en sí es muy enriquecedor formar parte de una comunidad temporal, por casi siete semanas, amplia y plural. Aquí conviven hombres y mujeres de todos los continentes, con el inglés como lengua franca. Los asistentes vienen para capacitarse más en el terreno de la transformación de los conflictos, para contribuir en el lugar donde desarrollan su labor a fortalecer la cultura de paz.
La Eastern Mennonite University es heredera de una ala de la Reforma radical, más precisamente de la vertiente pacífica, pacifista y pacificadora del anabautismoque en el siglo XVI se esforzó denodadamente por crear espacios en los que hubiera tolerancia a los distintos credos religiosos.
Los anabautistas no violentos de aquella centuria tuvieron en su lectura de la Biblia un acercamiento eminentemente cristológico. Entendieron que el ejemplo de Jesús era normativo para sus discípulos y discípulas.
En el choque de interpretaciones bíblicas que tuvo lugar en el siglo XVI, los anabautistas defendieron denodadamente el principio de ser sembradores de la paz. Se opusieron al régimen de Cristiandad consistente en la simbiosis del Estado con una determinada y exclusiva confesión, fuese ésta católica romana o protestante.
Convencidos de que la fe era un acto personal (aunque no individualista), se opusieron a la uniformidad confesional privilegiada desde el poder político. También fueron pacifistas porque, argumentaban, Cristo lo fue y la violencia debía ser una práctica completamente ajena a los seguidores del Cordero.
Al principio bíblico teológico enarbolado por los anabautistas/menonitas, en el Centro para la Justicia y la Construcción de la Paz le han sumado saberes y técnicas de sociología, antropología, sicología, historia, música y artes para contribuir a la construcción de entornos libres de violencia simbólica y física. En los distintos cursos en que se reparten los cerca de 100 asistentes, los profesores y facilitadores exponen casos en los cuales han aplicados dichos saberes y técnicas.
Uno de los principios rectores del Centro para la Justicia y la Construcción de la Paz es respetar y valorar la diversidad. La universidad es abiertamente cristiana, y el Centro que depende de ella también se identifica así, pero tienen cabida estudiantes de otras confesiones a quienes se les respeta en su opción elegida. Están participando en los cursos varios musulmanes, hecho que seguramente sorprende a quienes no conciben la posibilidad de que una institución protestante/evangélica pueda albergar a no cristianos.
Para quien esto escribe ha sido aleccionador conocer a islamistas que propugnan por una lectura pacificadora del Corán. Sostienen que la lectura violenta e integrista de ese libro es una deformación hermenéutica que justifica barbaridades. Para estos musulmanes progresistas, así se identifican, hay que hacer una lectura contextual del Corán, y eso significa, entre otras cosas, entender el mundo cultural al cual se refiere el libro. Esas condiciones socio culturales no se pueden transportar mecánicamente al mundo actual.
Mi distancia cognoscitiva respecto del Corán y la parte del mundo en la que sus enseñanzas dominan es muy grande. No obstante esto, ha sido muy interesante escuchar a musulmanes que basados en el Corán argumentan a favor de la convivencia de civilizaciones, defienden la tolerancia, tienen abierto desacuerdo con los integristas violentos, se pronuncian por respetar la diversidad y las conciencias de la personas. No sé si quienes piensan así lo hacen como resultado de vivir en una sociedad diversa, como lo es Estados Unidos, y su posición puede ser explicada como resultado de la influencia cognoscitiva que conlleva la pluralidad socio cultural. Pero es interesante conocer a musulmanes, particularmente mujeres, que vienen a los cursos del Centro que también comparten el principio del respeto a otras confesiones y favorecen la interculturalidad.
Las identidades elegidas están conformadas por convicciones que uno sostiene frente a otras cosmovisiones. Desde esas identidades se dialoga con quienes se identifican con otra cosmovisión valorativa. Creo que es muy importante tener en claro lo que creemos y contender en favor de nuestro cuerpo de creencias, convencidos del núcleo duro que las conforman. Porque es un falso espíritu inclusivo darle cabida a cualquier propuesta, hacerle creer al proponente en turno que tiene la razón. Yo tengo mi escala de creencias y valores y quiero persuadir a los demás de su veracidad, pero nunca a costa de imponerla a los que no la aceptan.
La paz es precaria, como la pequeña planta que el domingo pasado nos dieron a algunos en el servicio de una iglesia menonita. Nos la obsequiaron e hicieron un encargo: cuidar la pequeña planta durante las semanas de nuestra estancia.
Hay que regarla, cultivarla cariñosamente, podarle los peligros que amenazan su viabilidad. La frágil planta, me parece, es el linaje humano al que se refirió Pablo, por cierto que apropiándose el concepto de un pensador griego,
Todos y todas compartimos una identidad básica, somos creados a imagen y semejanza de Dios y haremos bien si nos esforzamos en rescatar esa imagen de los peligros estructurales y personales que cotidianamente la degradan.
El camino del Evangelio es contribuir a que la justicia y la paz se besen (Salmo 85:10).
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