A lo largo de diez meses nos hemos ocupado en hallar y compartir bases bíblicas acerca de la relación entre “iglesia” y “lugares de culto”, un tema que genera discusiones y posiciones muy enfrentadas(1).
Debido a la amplitud del enfoque, involuntariamente fueron quedando baches en el largo camino; lo que algunos lectores se encargaron de señalar o salvar, afortunadamente.
Presiento que quedamos lejos de agotar el tema. Porque la experiencia nos enseña que nuestra inveterada inclinación a habituarnos a lo ya conocido nos va alejando de la fuente fidedigna de la verdad revelada; retrasa nuestro avance en el conocimiento de las inescrutables riquezas de Cristo
(2); y hasta puede volvernos indulgentes con falsos maestros que tergiversan la Palabra de Dios
(3).
La idea era, precisamente, generar un diálogo constructivo para saber más acerca de lo que Dios –nuestro Padre- desea de nosotros como sus hijos e hijas; si Su deseo es que las congregaciones locales que se reconocen a sí mismas como ‘iglesias cristianas’ deban ser visibles a través de edificios de culto; como lo hacen las demás religiones.
Cuando comenzamos esta serie nos planteábamos algunas preguntas; entre ellas:
“¿Dónde y cómo se reunían los primeros creyentes, según las Escrituras?”
“¿Qué relación hay entre la ‘gran comisión’ de ir a todas las naciones a hacer discípulos de Cristo y la construcción de edificios allí donde haya grupos estables de creyentes?”(4)
Al no haberse encontrado rastros arqueológicos de lo que, en vida de los apóstoles de Jesucristo, pudiera haber sido un lugar de culto “cristiano”, propusimos hacer un repaso general del Plan divino de la Salvación. Desde el Génesis y hasta el Apocalipsis buscamos posibles respuestas a nuestras preguntas. Este ejercicio fue beneficioso para mí, no sé si para todos los lectores. De todos modos, doy gracias al Señor porque me permitió completar la serie.
ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES
No faltará quien se pregunte por qué no hablamos en toda la serie sobre la rica arquitectura denominada “cristiana”, que es posterior a la era apostólica. Hay numerosos edificios que sobreviven aún hoy y que se estudian como ejemplos de ‘arquitectura religiosa’. Aunque no podemos negar ese hecho, de haberlo incorporado en esta serie, aparte de ocuparnos de lo que nos dice la Escritura, hubiésemos tenido que estudiar a fondo lo que nos dicen esos edificios; lo que ya es tarea de expertos.
Preferimos quedarnos dentro de la Escritura, para que cada uno de los lectores –desde el sitio donde el Señor le haya puesto- saque sus propias conclusiones comparando lo que la Biblia habla con lo que ve y escucha a su alrededor.
DIOS NO HABITA EN EDIFICIOS CONSTRUIDOS POR HOMBRES
Nos queda muy claro que el Altísimo es tan santo y justo que no habita en construcciones edificadas por manos de pecadores (aunque se hayan arrepentido y le sirvan)
(5). Por esa razón, cuesta digerir que algunos afirmen haber recibido revelación especial del Eterno para construirle una casa. Generalmente, son los que también dicen haber recibido el nombre a colocarle al edificio. ¿Creerán quienes así hacen que no transgreden el segundo mandamiento?
(6)
El Arquitecto de la Creación y de su Redención no acepta competir en gloria con arquitectos terrenales.
La enseñanza bíblica respecto del arca de Noé, el tabernáculo en el desierto y el templo de Jerusalén, vimos que fueron tipos de Cristo y su Obra. Los judíos no entendieron que “uno mayor que el templo”
(7) les hablaba, y lo mataron. Pero en tres días fue reconstruido; al resucitar abrió el camino al Santuario donde mora Dios. De allí que sean vanos nuestros sacrificios si deseamos honrarle con ellos. Él desea ver en nosotros la misma misericordia que nos mostró en Cristo
(8).
CADA CREYENTE EN CRISTO ES UN TEMPLO DE DIOS
También sabemos por la palabra viva de Dios que Jesucristo mora en cada nacido del Espíritu, porque nos escogió, nos hizo nuevas criaturas y nos santifica con ese fin: ser Sus templos hasta el regreso de Su Hijo(9).
Parece ilógico que los “templos” de Dios fuésemos obligados a construir con nuestras manos un lugar material, terrenal, para congregarnos. Más aún cuando el propio Señor Jesús enseñó que basta con que dos o tres reunidos en su nombre para estar en medio de ellos
(10). El lugar de culto del cristiano es su propio cuerpo en comunión con el cuerpo de Cristo.
La iglesia apostólica comenzó a reunirse en el Templo judío. No lo hizo porque no tuviese edificio propio; sino en obediencia al mandato divino de ser testigos comenzando por Jerusalén. ¿Qué mejor que adorar a Dios en el lugar cuya función había caducado por la obra consumada por Jesucristo?
Precisamente, la primera prédica apostólica una vez empoderados por el Espíritu Santo así lo declaró. Conocemos el tremendo mensaje y su asombroso resultado: sincera compunción, arrepentimiento, perdón de pecados, miles añadidos a la iglesia ese día. Pero, los aristócratas religiosos no tardaron mucho en expulsarlos del templo.
NO HAY MÁS QUE UNA IGLESIA DE JESUCRISTO
Los primeros creyentes generaron una comunidad de fe que sacudió los cimientos de la ciudad edificada en el monte Sion. El paso del antiguo pacto al nuevo pacto en la sangre de Cristo, significó el cumplimiento de la Ley en sus aspectos rituales y litúrgicos y la profundización de sus aspectos morales y éticos. Y al cumplir con las profecías registradas en el Tanaj, Jesucristo, el Apóstol de Dios y Sumo Sacerdote de Su iglesia abre una nueva relación entre Dios y los hombres, e introduce un nuevo sistema de valores para enriquecer la vida de los seres humanos.
Porque Dios es Uno, todos Sus escogidos llegan a ser Uno en Jesucristo dondequiera vivan. Así como el Hijo y el Padre son Uno, la iglesia y Cristo son Uno. Creer que la unidad se puede construir de abajo a arriba es negar la unidad que nos viene desde el Santuario eterno en los cielos. La unidad entre los creyentes es consecuencia de la unidad divina.
Esta verdad doctrinal fue alterada desde el comienzo por parte del poder político y religioso, pues veían cómo se les escapaban súbditos y fieles por igual, cuando recibían a Jesucristo por fe en la prédica apostólica. El Imperio Romano y el Sanedrín judío –que se habían unido para condenar a Jesús- ahora se unieron para consumar las persecuciones más injustas y masivas de la historia de la humanidad. Con intención de abortar la multiplicación de seguidores de Cristo no hacían más que fortalecer la fe de los sobrevivientes. El nuevo pacto en la sangre de Cristo se fundió en la sangre de los que pusieron la suya; anunciaban la muerte del Señor en la santa cena, y ofrendaban con gozo sus propias vidas.
Nunca la iglesia fue más Una que en la persecución. Así como el Padre cumplió en glorificar a Su Hijo; Jesucristo cumplió con su promesa estando cada día con sus fieles testigos hasta en la hora de su muerte. El Imperio se sacudió ante tamaño ejemplo de fidelidad y coraje.
Podríamos preguntar a quién se le ocurriría edificar lugares de culto en este contexto en el que, con solo mencionar el nombre de Jesucristo, o negarse a adorar al César bastaba para ser señalados por civiles paganos o judíos religiosos. Eran tiempos en que adorar al Señor se pagaba con la vida. Nunca como en esos días hubo mayor conciencia del carácter peregrino de la iglesia, y de la inminencia del retorno de Jesucristo.
Por eso, las reuniones se hacían en las casas de creyentes o en lugares donde fueran aceptados, como en principio ocurría en aquellas sinagogas donde el deseo de escuchar a los judíos convertidos era genuina. Pero llegó el día cuando hasta de estas sinagogas los nuevos seguidores de Cristo fueron expulsados y perseguidos.
LAS IGLESIAS LOCALES CRECEN
La paz romana consistía en asegurarse el cobro de los tributos de las naciones sojuzgadas. Las centurias de soldados ávidos de buenas recompensas eran pagadas con esos dineros. Para el poder, mientras hubiese represión, habría paz. Por eso hubo sitios donde los creyentes crecieron en número y no fueron perseguidos porque daban al César lo que era del César. En algunos casos, vivían dentro de sus comunidades manteniendo las costumbres paganas o religiosas que tenían al recibir a Cristo. Esto bajó el nivel moral y ético y atrajo a falsos creyentes y falsos maestros.
Los apóstoles –con Pablo a la cabeza- comenzaron a visitar esas comunidades para afirmarlas en el Evangelio. Las cartas que seguían a esas visitas se enviaban para alentar y edificar a las congregaciones locales; y se les encargaba que circulasen esas cartas para mantener la misma doctrina centrada en la persona de Jesucristo, cabeza de la iglesia.
La organización de las iglesias locales en torno al consejo de ancianos es fundacional e inequívoca.No se permitía que hubiese un líder único, sino un presbiterio. ¿Quiénes sino los apóstoles de Jesucristo podrían nombrarles? Nadie mejor que un padre espiritual para saber si su hijo en la fe es apto para el presbiterio. El llamado divino nunca cesó. La autoridad apostólica en el nombramiento de sucesores en la obra evangelizadora es bíblica e irrefutable. Pero no se convirtió en una estructura terrenal; sino que mantuvo su carácter de edificio espiritual construido con piedras vivas.
No se puede aceptar que haya quienes pretendan ser la única iglesia de Cristo al punto de justificar sus formas y contenidos históricos y actuales haciéndolos retroactivos para identificarlos con la iglesia primitiva. Los que se apartan del Evangelio de Cristo y sus apóstoles le agregan sus decretos y ordenanzas de hombres afirmando que así funcionaba la iglesia novotestamentaria. No se detienen a comparar la voluntad de aquellos para dar la vida por el Señor, con la ostentación de opulencia y confort que practican. En su hipocresía no niegan a los mártires, hasta los ponen en el mismo nivel de Jesucristo; pero, que nadie ose criticarles su buen pasar material.
Con el avance de la tecnología pareciera haber grandes retrocesos. A mayor información mayor confusión; y la gente absorbe de todo sin detenerse a ver dónde está la verdad. Hay ciber iglesias con rating y estadísticas. El número y el poder adquisitivo proveniente de ofrendas voluntarias (y obligatorias) han generado “ministerios”, “movimientos”, “unciones” y “corrientes” de todo tipo y para todos los gustos. Y no faltan quienes justifiquen los errores doctrinales “con tal de que se predique a Cristo”
(11). El problema es que muchos ya no sepan a cuál Cristo predican.
LOS LUGARES DE CULTO TIENEN SUS PROPIOS PROBLEMAS
Muchos sinceros creyentes están convencidos que tener un sitio propio para congregarse es lo mejor. Lo sostienen con genuina humildad, sin grandes pretensiones ni proyectos ambiciosos. “El problema es que ya no cabemos en el garaje donde nos reunimos” exponen. Y debaten, planifican y deciden, finalmente, no alquilar un salón más grande; que mejor es comprar un terreno con miras a levantar allí un edificio. Oran, leen en el AT los pasajes relacionados al templo de Jerusalén en sus sucesivas reconstrucciones y los aplican para justificar la decisión. Aunque haya muchos edificios así construidos que con el tiempo quedaron vacíos, fueron vendidos y, en casos, utilizados para funciones totalmente opuestas a las de una iglesia, van a delante con la empresa. Pero, olvidan que en su venida, Jesucristo no llevará consigo edificios terrenales sino a un cuerpo espiritual, el conjunto de templos que somos cada uno de sus hijos e hijas.
Muchas comunidades de fe se forman teniendo como Norte construir su lugar de culto y con él marcar un hito urbano, siguiendo la tendencia marcada, en particular, por las iglesias históricas: Católica Romana, Luterana, Anglicana, Presbiteriana, Metodista; y, más recientemente, por la fuerte influencia de las denominaciones con sede en EE.UU.
Sabiendo que Jesucristo y su iglesia son el templo de Dios, justifican su decisión en necesidades generadas por la tradición y el ‘sentido común’, no en las Escrituras. Algunos, van más allá y agregan que lo que la Biblia no prohíbe puede hacerse. Estos olvidan la advertencia apostólica de que todo lo que nos es lícito no necesariamente conviene; es decir, que el fin no justifica los medios
(12).
Entonces comienza el largo camino de tramitaciones, expedientes, asesoramiento profesional, pago de aranceles y tasas fiscales, honorarios profesionales, opiniones encontradas sobre tamaño, distribución, mobiliario, instalaciones, y la estética. La lista es demasiado larga para resumirla. No han reducido el problema inicial; lo han multiplicado con creces. Los líderes de la congregación terminan su día más cansados que antes, hay hermanos molestos por detalles no contemplados o por no haber sido escuchados cuando ellos querían opinar. En lo interno, sobrevienen discusiones, enojos, tensiones y, mientras crece el edificio material, entra en crisis el crecimiento del edificio espiritual. Desde lo externo, no falta la oposición de vecinos no creyentes o pertenecientes a la religión del Estado. La crónica periodística incluye denuncias por ruidos molestos, alteración del orden público o la libre circulación en horas de culto.
He sido testigo de todo lo que narro, para no mencionar accidentes en obra, falta de seguros, desavenencias, divisiones y rupturas irreconciliables dentro de una misma familia. ¿Hay necesidad de pagar tal precio por imitar a otros?
Algunos grupos de hermanos serios y consagrados sinceramente al Señor aportan ejemplos cuyo resultado ha sido considerado altamente positivo: mejores instalaciones, mayor número de miembros, multiplicación de departamentos dentro de la organización, actividad eclesial diaria, y ampliación de los servicios que se prestan desde ese lugar de culto. Son tan numerosas las actividades que se llevan a cabo en el lugar de culto, que no está mal preguntar si todas ellas forman parte de la misión de la iglesia de Jesucristo.
Podríamos visitar sitios donde el espíritu mundano ha permeado de tal manera a las congregaciones locales que entrar al local donde funcionan es como entrar a un club donde no se privan de ninguna actividad social. ¿Debe ser así?
Durante los quince últimos capítulos de esta larga serie afirmamos que la iglesia de Jesucristo es una, santa, católica y apostólica. Afirmarlo generó opiniones encontradas. Con ello no hemos tomamos contacto con la identidad y naturaleza sobrenaturales de la iglesia de Jesucristo, y con la disparidad de interpretaciones de las Escrituras al respecto.
¿DÓNDE ESTÁ EL ANCLA SEGURA DE NUESTRA FE?(13)
De niño me gustaba oír a don Pancho Mateo, un vigoroso y feliz cristiano como pocos, cuando repetía con su acento andaluz a quien quisiera escuchar:
“Do Cristo está el cielo es, y Cristo está en mi corazón”.
En la iglesia que cumple con la misión -sólo a ella encomendada por el Señor- ya existe y será consumado al fin de los tiempos "el Reino de los cielos" o "Reino de Dios"
(14), que vino en la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le son incorporados hasta su plena manifestación escatológica.
Entonces todos los hombres rescatados por Jesucristo en virtud del Nuevo pacto en Su sangre,
"según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él" (15), serán reunidos como el único Pueblo de Dios,
"la Esposa del Cordero" (16),
“Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal,”(17) “Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.”(18)
Y la iglesia de Cristo dice ¡Amén!
Hasta nuestra próxima nota, si Él lo permite, con la paz del Señor para todos.
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NOTAS
Ilustración: es tendencia del hombre manifestar su fe religiosa identificándola con edificios.
1. La iglesia y los lugares de culto; agentes de cambio; Magacín, P+D, 16/06/12 hasta hoy.
2. Romanos 11:33; Efesios 3:8; Job 5:9
3. Gálatas 3:1; 5:7
4. Ibíd. 1.
5. Hechos 7:47-51; 17:24,25
6. Éxodo 20:7
7. Mateo 12:6
8. Mateo 9:13; Lucas 1:27
9. 1ª Corintios 3:16,17; 6:19
10. Mateo 18:20
11. Son los que usan erróneamente este pasaje para usar cualquier medio para evangelizar: Filipenses1:16-18, “Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún.”
12. 1ª Corintios 10:23
13. Hebreos 6:17-20; “Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”
14. Apocalipsis 19:6
15. Efesios 1:4
16. Apocalipsis 21:9
17. Apocalipsis 21:10-11
18. Apocalipsis 21:14
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