NUEVO LIBRO DE UN CRISTIANO PORTUGUÉS
Pasada la Semana Santa recibí
un hermoso libro de poemas, titulado “Na Sua mão direita” (Sirgo, Castelo Branco, 2013, pp. 45). De portada sencilla, lo hermoso está en su contenido. Y es que su autor, António Salvado, es uno de los más notables poetas portugueses de hoy, en todas las temáticas que se encuentran en su vasta obra.
Ahora bien, algo destacable del presente volumen es que los treinta poemas están dedicados al Señor. Más de la mitad de ellos ya los dí a conocer en primicia (no se habían publicado siquiera en portugués) a los lectores de P+D en entregas anteriores que pueden consultarse en “Por el último Adán”.
Mis apreciaciones sobre la plena espiritualidad cristiana de este magnífico poeta ya las vertí en “António Salvado y Dios tras la tormenta”. Por lo tanto, creo que no es pertinente insistir en ello, y sí traducir los textos que ahora aparecen en su idioma original y no son conocidos en castellano.
CUATRO POEMAS
Selecciono y vierto al castellano poemas de “En Su mano derecha”, un libro que empieza con un poema ya traducido, “Amanecer en Toral de los
Guzmanes (León)”, escrito por Salvado “recordando los centenares de pájaros que cada mañana me despertaban”. Y es que
António es uno de los poetas fundadores del Encuentro “Los poetas y Dios”, que este mes de octubre venidero cumplirá 10 años de vida.
Salvado levanta a Dios en cada verso, lo invoca, le clama, le guarda en su escritura y en su corazón.
CADA HORA, SEÑOR
Cada hora, Señor, Te flagelamos,
cada día, Señor, en Tus espaldas
suena el látigo, el azote, y tanto
que tu carne ya ni cubre los huesos.
Cada instante Te ponemos en la cabeza,
tejida con los errores de la maldad,
una ajustada corona de espinos
para que todos la vean allá en lo alto.
Cada día mojamos, Señor,
Tu santa boca con más hiel
y con lanzas filudas y con flechas
herimos Tu compasivo corazón.
Piensa, Señor, que hasta jugamos
Tu túnica con dados de veneno,
para saber quien la ganaba
aquella entera tarde de penumbra.
Oh Señor que dijiste: “ellos no saben
lo que hacen…” (un día han de acceder
a aquello
que hicieron al Matarte,
y arrastrarán sus rodillas por el suelo…)
Perdónalos, Señor, si puede ser,
y a mí también: un cómplice sin paz.
SEMANA SANTA
Cada gota de sangre
que escurre de Tu cuerpo lacerado
y en la ruda calzada se derrama,
quiero yo beberla: pecador contrito
a la búsqueda de la paz nublada;
de Tu muerte, verdugo arrepentido.
Ah, no poder acercar la mano a la cruz
que sereno cargas
sin un susurro o un mínimo ruido,
y ayudarte, Señor: Tú, que eres ayuda
y que hasta mí quisiste
llegar como un hermano que necesito.
En mis hombros juzgar Tu suplicio
de nada sirve a la remisión de la falta
cuando ya se ha cometido.
Flagelo el corazón, el pensamiento,
y la muda confianza me ampara
cuando Tus ojos sobre mí se posan.
Y en esta pequeñez de bicho inútil,
beso Tu sangre en la calzada ruda
a la espera, conmovido,
que Tú, hecha la misión por la que viniste,
en Tu gloria inmensa, sempiterna,
con Tu cuerpo a mi alma resucites.
CLAVARON TUS MANOS
Clavaron Tus manos y los pies en la cruz
y después la levantaron a lo alto –
dejaron que expirases
como si todo fuese presumible
en aquella tarde abandono y muerte.
Se esperaba la Hora del ejemplo:
morir por la verdad
Y conquistar secretos
del misterio de ser por el camino
que llega hasta el recóndito infinito.
Las manos y los pies clavados
en la cruz al Cielo levantada
se tejieron a las de la conexión
de este mundo con el otro,
al otro lado:
del barro pulverizado
a la vida eterna del sitio de más Allá.
YO SÉ, SEÑOR
Yo sé, Señor, que a los pies de la cruz me dices:
“¿Qué vienes a hacer aquí? Pedir ser perdonado
por el mal que me hiciste, por los suplicios
que por ti soporte, por negarme
al menos tres veces?
Ah, Señor,
en el fiel de la angustia de esta frágil hora,
que yo no oiga, Señor, Tu respuesta…,
que no obstante juzgo adivinar.
Pero nada me digas.
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