ENTREGADO AL SEÑOR
El poeta Juan Burghi (Uruguay, 1899-Argentina, 1985), es buen ejemplo de una conversión genuina, ya en la madurez. Así lo confiesa él en “Entrega a Jesús”, un magnífico soneto en cuanto al reconocimiento claro de esa pérdida de tiempo antes de conocer al Señor. Y a Jesús le dice: “Tómame como soy, pobre, menguado,/ sin ninguna virtud, ínfimo, vano; / así me doy a Ti, dame Tu mano, / líbrame del error y del pecado.// Yo sé, Señor, que al ser más desdichado / sublimas con Tu aliento soberano,/ y puede ser hasta el más vil gusano,/ por sólo Tu mirar, glorificado.// Quizá sólo debiera ser oído,/ por estar plenamente arrepentido/ y, en gracia de ello, merecer amarte.// Aunque sé que en el logro de este anhelo,/ siempre estaré llorando sin consuelo/ el tiempo que he perdido sin buscarte…”.
Lo cierto es que yo nada conocía de su obra poética dedicada a Cristo. Sí las más telúrica y la dedicada a los pájaros.
Fue Samuel Escobar, querido hermano en Cristo, además de paisano con relación a la patria primera, quien me proporcionó un buen manojo de textos suyos. Él tiene en su casa de Valencia un ejemplar del poemario “De las palabras eternas y Estampas bíblicas” (Ediciones de la Iglesia Evangélica Luterana Unida, Buenos Aires, 1956).
Pero pocos datos personales se conocen de él.
Rastreando algo de su vida como cristiano y como poeta, di con otra de sus facetas, la de traducir himnos para la alabanza en las iglesias evangélicas. Leí un par de traducciones suyas: “Te agradecemos, Redentor”, (con Mathias Loy), himno de Christopher Vischer basado en Marcos 16:19 (
"Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios.", y “ Soy en tu nombre bautizado” (con
CatherineWinkworth), himno de
Johann J.Rambach basado en Mateo 28:19:
"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".
Pero
también escribió himnos propios, como lo recuerda Eduardo Ernesto Cavallo, miembro de la Iglesia Metodista Central, de Buenos Aires: “Que yo recuerde son tres, los himnos enteramente rioplatenses incluidos en esta edición: “Bendito el Rey que viene”, “Mirad a los Cielos” con texto del uruguayo Juan Burghi y música del rosarino Roberto I. Leegstra y el gran himno de resurrección “Cristo Vive”, de Nicolás Martínez y Pablo Sosa. En los tres se observa ya una ruptura con el himno tradicional, una renovación melódica, armónica y poética”.
Se refiere al himnario
Cántico Nuevo (1962), fruto de un trabajo de recopilación y revisión que duró 8 años y que estuvo a cargo de una Comisión integrada por músicos, poetas y pastores de las iglesias Metodista, Menonita, Discípulos de Cristo, entre otras.
UN MAGNO POEMA
Pero vayamos a la fuente nutricia, a su hermosa obra poética, plena de un dulcísimo querer a Jesús: “
Amándote, Jesús, he comprendido/ que, cuanto más me humillo, más me elevo…”. Copio íntegro su antológico poema titulado “Jesús”, compuesto por un simbólico ramillete de doce sonetos. Aparece por vez primera en la Red, con la esperanza de que sirva para rescatar la valiosa obra de un poeta cuyo cristianismo reluce por todos los poros de su espíritu.
Los transcribo tal y como están en el libro iniciático, salvo una cita del alicantino Gabriel Miró, que preside el soneto XI:“Han matado en Ti el hombre que era el arca de Dios, y quedará el rito y la doctrina intacta”. Y lo hago por una cuestión estética, por la limpieza de elementos extraños a su propia escritura, pero sin dejar de mencionar el origen de su inspiración, especialmente de los tres últimos versos de dicho texto.
Entiendo que Juan Burghi debe tener un lugar especial a la hora de las visitaciones que se hagan a la Poesía dedicada al último Adán.
JESÚS
I
¿Qué tiene, mi Maestro, tu figura
que así me atrae y mi cariño mueve;
qué, mi Señor, que siempre me conmueve
tu recuerdo y me llena de ternura?
¡Sin ti, qué soledad, qué desventura
en nuestras almas, qué frialdad de nieve;
sin tu palabra, ni el fulgor más leve
alumbraría nuestra vida oscura!
Puente obligado entre Dios y el hombre;
nombre, el más dulce entre todo nombre,
que da sentido a la palabra: hermanos.
Agua de sed, de luz y de bautismo,
agua de eterna redención, que el mismo
Dios nos brinda en el cuenco de sus manos.
II
Jesús, en tu palabra y tu presencia,
están la gracia y el amor del mundo,
mi corazón se abre, sitibundo,
anhelando una gota de esa esencia
Por ti recobra el alma su inocencia
infantil, si nos miras un segundo;
océano de amor, el más profundo,
pero el de más dulzura y transparencia.
Por mí, tu cruz, tus llagas, tus espinas.
Por mí, también, tus lágrimas divinas.
Arrepentido, déjame a tu lado. . .
Y ser contigo al terminar mi vida;
que tú me guardes dentro de esa herida
luminosa que sangra en tu costado.
III
Que alguna vez lo vi decir podría:
pálido, delicado, transparente,
cielo en los ojos, aureolada frente,
la grácil boca un rasgo de armonía.
Un dejo de cansancio y de apatía,
como el que afecta un ser convaleciente,
exprime su expresión. . . pero una ardiente
y extraña lumbre en su interior porfía…
Y brota su palabra como ese
rocío que el campo, al aclarar, florece
—cielo trizado donde el sol esplende—…
Agua de luz y de suprema gracia,
que al corazón que la recoge sacia
y al mismo tiempo nueva sed enciende.
IV
Es recuerdo de un tiempo muy lejano,
cuando te vi, Señor. . . Era en los días
de Cafarnaum, tan llenos de alegrías;
triunfante en Tu destino sobrehumano.
Corría el mes de Abib. Un sol temprano
se gloriaba en las tierras labrantías. . .
Por un sendero rústico venías
de limpiar a un leproso con Tu mano.
De pronto, Tu Figura Soberana,
se elevó sobre toda la mañana,
y dominando el cielo esplendoroso.
…Y trascendía tu inconsútil veste
lumbre divina, que cual miel celeste
me desbordaba el corazón de gozo.. .
V
Como un signo celeste lo anunciaba.
Era plácida y frágil su figura;
mas en esa seráfica ternura,
qué fuerza viva, irresistible actuaba.
Su voz, aunque era suave, penetraba
como un rayo de luz la noche oscura;
su mirada, aunque dulce, tan segura,
que al fondo de las almas se adentraba.
La parábola, blanda en apariencia,
era dardo de máxima eficiencia,
que traspasaba un alma empedernida.
Y era el padre y el hijo y el hermano,
el Cielo abría un signo de su mano
y era, morir en Él, eterna vida…
VI
Andaba a tientas y me hallé a Tu lado…
Tierna, Tu luz se derramó en mi vida,
y fue como una noche amanecida,
al cabo de un mal sueño prolongado.
Cuánta alegría da el haberte hallado;
qué riqueza en el alma renacida;
hasta la infancia -ha mucho ya pérdida-
parece que se hubiera recobrado.
Siempre que el labio con fervor Te nombra
se vuelve claridad toda la sombra,
como la noche cuando llega el día.
Y el corazón es copa plena: en ella
sacia, Señor, tu vieja sed, aquella
de la tarde cruel de Tu agonía…
VII
En nombre de ese nombre milagroso,
cuanto bien sobre el mundo se ha vertido;
cuánto mal evitado o redimido,
en virtud de ese nombre prodigioso.
Deja la gracia de su son hermoso,
el corazón recién amanecido;
y si lo exhala un labio conmovido,
se dijera un suspiro luminoso.
Misterio inescrutable y tan profundo,
como aquél en que Dios lo envió al mundo,
Único Hijo, encarnado en hombre…
Sólo el día en que mi alma esté a Su lado,
tendré al fin, para siempre, revelado
el misterio sin nombre de Su nombre.
VIII
Ni un momento declina Su grandeza,
Su excelsitud no mengua ni un instante;
ningún santo, ni en su hora culminante,
logra acercarse a Su habitual pureza.
Amor de amar infunde Su belleza
de alma: misterio único, inquietante
que, más se ahonda, más es cautivante;
eternidad que cada día empieza…
Y cada día que fluyendo pasa,
se suma al firme pedestal que basa
y eleva más a Su figura eterna.
Feliz quien vio una vez Su luz divina
y bebió Su palabra cristalina:
agua de amor para la sed más tierna.
IX
Su nombre tierno es como un alba,
para el corazón que con fervor lo nombra,
porque se borra de él toda la sombra
y como un día luminoso aclara.
¿Qué hay en Su nombre y en Su vida clara,
que siempre nos seduce y nos asombra…?
Rey que teniendo el Cielo por alfombra,
ni al más humilde ser lo desampara.
¿Por qué si leemos sus palabras bellas
mil veces, siempre nos parece en ellas
oír el eco de su voz divina…?
Yo sólo sé que, aunque no sepa nada,
mi alma, reverente y humillada,
ante Su augusta majestad se inclina.
X
Amándote, Jesús, he comprendido
que, cuanto más me humillo, más me elevo,
y que el pasado pecador que llevo,
si a tus pies lo depongo, es redimido.
Sirviéndote, Señor, he conocido
que tu amor es eterno y siempre nuevo,
y en ese amor mi espíritu renuevo,
más victorioso cuanto más vencido.
Y sé que cuanto más a Ti me entrego,
como en un mutuo, íntimo trasiego,
de Ti me colmo, de Tu esencia rica.
¿Qué hay de milagro en este amor de amarte,
que más se empeña el corazón en darte,
más se enriquece y más se glorifica?
XI
Morías en la Cruz, abandonado;
Tu madre y unos pocos solamente
velaban Tu agonía… En Tu mente,
vivido estaba todo Tu pasado…
Y era tu Nazaret, tan alejado,
Samaria, Cafarnaum, donde la gente
bebía Tu presencia, ávidamente,
Y estabas en su amor, glorificado.
Por momentos, Tu cuerpo resistía
la muerte… mas Tu espíritu imponía,
firme y tenaz, la decisión divina.
…Y dejaste a los hombres que mataran
Tu cuerpo y, de ese modo, se salvaran
los principios sin par de Tu doctrina.
XII
Tu dulce nombre es un panal colmado,
tierno como el rocío de la aurora,
limpio cual agua que en la peña aflora
y luminoso como un sol dorado.
Porque Contigo fue crucificado,
tiene Tu misma gracia redentora…
imán del alma en su postrera hora,
y nido de perdón, santificado.
Si el labio lo pronuncia suspirando,
al labio afluye el corazón, temblando,
y vibra en él su más ferviente nota.
Como el sol, se da a todos de consuno,
al par que se da entero a cada uno,
y como el mar, es mar en cada gota...
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