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Protestante Digital

 
Persecuciones contra protestantes en México en 'El Siglo XIX' (2)
 

Altamirano y el ‘Pilatos de Xalostoc’

A contracorriente de la imagen de Lutero, propagada en México por los católico romanos como engendro supremo del mal, Altamirano lo llama “el gran reformador de la educación en Alemania”
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 30 DE MARZO DE 2013 23:00 h

Un testimonio externo a las primigenias comunidades protestantes, que describe las vicisitudes de su expansión, es el de Ignacio Manuel Altamirano. En distintos momentos se ocupa de la hostilidad contra esas agrupaciones y en su argumentación brinda datos que nos ilustran sobre los difusores del nuevo credo, así como de la buena recepción que tiene entre algunos sectores de la sociedad mexicana, particularmente el de los indígenas. Y, por otra parte, documenta los hostigamientos que llegan a su conocimiento perpetrados contra los protestantes.

Tuvo la claridad intelectual para entender que algo nuevo estaba surgiendo en México. Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) observa con atención que un sector de los indígenas mexicanos es receptivo al cristianismo evangélico. En los primeros núcleos de ésta fe en la ciudad de México y entidades aledañas participan activamente hombres y mujeres marginados y discriminados por los criollos y mestizos. El hecho no pasa desapercibido para el atento analista de la sociedad mexicana del último tercio del siglo XIX.

En varias ocasiones Altamirano escribió de sí mismo que era orgullosamente un indio puro, es decir hijo de integrantes de los pueblos originarios de México. Nace en Tixtla, hoy población perteneciente al estado de Guerrero, pero en la época de niñez y adolescencia de Ignacio Manuel parte de la geografía del estado de México.

Casi al final de su niñez, a los doce años, inicia Altamirano estudios primarios. En la escuela experimenta acendradamente lo que significa ser indio: “En el contexto social de su infancia, marcado por el racismo, recuerda el escritor que los niños eran separados en dos bancos: en uno se sentaban los hijos de los criollos y mestizos considerados ‘de razón’ y destinados a adquirir diversos conocimientos.

En otro, los indígenas que ‘no eran de razón’ se dedicaban al aprendizaje de la lectura y a la memorización del catecismo del padre Ripalda”.[i]

Gracias a una beca destinada a jóvenes indígenas, Altamirano se traslada, en 1849, a los quince años, a Toluca, para proseguir sus estudios en el Instituto Científico y Literario. El centro pedagógico fue fundado en 1828 por el gobernador del estado de México, Lorenzo de Zavala, personaje que apoya los trabajos de James Thomson, distribuidor de la Biblia en México en los años 1827-1830.[ii]

En 1852 sale del Instituto Científico y Literario, para sobrevivir desarrolla varias actividades. Se une en 1854 a la llamada Revolución de Ayutla, movimiento social que se organiza para combatir la dictadura de Antonio López de Sana Anna, y que resulta vencedor en octubre de 1855. El presidente interino, Juan Álvarez, duraría en el cargo mientras se convocaba a la realización de un nuevo Congreso Constituyente.[iii]

Reinicia estudios e ingresa, en 1856, en la ciudad de México, al Colegio Nacional de San Juan de Letrán, donde estudia derecho. Lee ávidamente y su sencilla habitación, según recordaría más tarde, hace las veces de “redacción de periódico, club reformista o centro literario”. Se da tiempo para asistir a las galerías del Congreso, donde tienen lugar intensos debates entre liberales y conservadores. Altamirano sigue con intensidad las exposiciones de los diputados liberales, particularmente de Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco y Ponciano Arriaga,[iv] todos ellos partidarios de que se incluyera en la nueva Constitución la libertad de creencias y cultos.

Es un alumno sobresaliente y adelanta estudios, de tal manera que se gradúa de abogado al tercer año de la carrera. En el primer mes de 1858 presenta su examen y es calificado de excelente. Poco tiempo después inicia actividades docentes en el recinto donde antes era estudiante, comienza impartiendo clases de latín. Por la época su escritura está dedicada a la poesía.

En 1860 Ignacio Manuel Altamirano inicia su carrera parlamentaria. Sus dotes de orador trascienden públicamente cuando el 10 de julio de ese año se pronuncia en contra de la amnistía que perdonaría a quienes colaboraron en el gobierno conservador de Félix Zuluoga y Miguel Miramón.[v] No falta quien le comparara con los revolucionarios franceses por la intensidad de sus arengas contra el conservadurismo.

Paulatinamente se involucra más en actividades periodísticas y literarias, pero Altamirano las deja cuando en 1862 inicia la invasión francesa. El mismo presidente Benito Juárez le autoriza para que forme guerrillas contra el invasor. Altamirano participa en el sitio de Querétaro, abril de 1867, años después escribe una intensa crónica del acontecimiento.[vi] Cuando el 15 de mayo los liberales toman el último reducto del emperador Maximiliano de Habsburgo, Altamirano tiene un encuentro con él en su calidad de encargado del Ejército Republicano en Querétaro.[vii]

En una extensa crónica periodística, Ignacio Manuel Altamirano describe lo perjudicial que es para la nación mexicana el dominio educativo de los clérigos católicos. Ejemplifica con un episodio que le toca vivir a finales de 1863 en un pueblo indígena, el cual es gobernado en los hechos por el cura católico romano, quien es partidario de la invasión francesa que en esos tiempos padece el país. El entonces diputado disecciona los males causados por el poder clerical, que mantiene en la ignorancia a los indígenas, y en la miseria al profesor que tiene a su cargo la deteriorada escuela del lugar.[viii]

Después de informar acerca de la nociva hegemonía educativa en el poblado que visita, del cual no proporciona el nombre, Altamirano considera que lo mismo acontece en el país, y de ello “los más culpables son los que hacen transacciones con las ideas antiguas, los que tienen miedo a la escuela laica, los que rebeldes a las leyes de Reforma, no quieren comprender que el Estado no tiene religión, ni debe tenerla: que por lo mismo, no deben permitir la enseñanza de ella en sus escuelas, porque esto sería hacer imposible la libertad de cultos”.[ix]

A contracorriente de la imagen histórica de Martín Lutero, propagada en México por los teólogos y clérigos católico romanos, que presentaba al personaje como engendro supremo del mal,[x] Altamirano lo llama “el gran reformador de la educación en Alemania”, y cita del teólogo germano lo siguiente:

Todo el oro del mundo no sería suficiente para pagar los cuidados de un buen profesor. Tal es el parecer de Aristóteles, y sin embargo, entre nosotros que nos llamamos cristianos, el preceptor es desdeñado. En cuanto a mí, si Dios me alejase de las funciones pastorales, no hay empleo sobre [la] tierra que yo ejerciese con más gusto, que el de preceptor; porque después de la obra del pastor, no hay ninguna más bella, ni más importante que la del preceptor. Y todavía vacilo en dar la preferencia a la primera; porque ¿no es cierto que se logra convertir a viejos pecadores más difícilmente que hacer entrar a los niños en el buen camino?[xi]

Mucho más podríamos mencionar de Altamirano, así fuese brevemente. Por ahora citamos un dato más: en 1869 su ya amplia fama pública en el ámbito literario se acrecienta todavía más cuando el 2 de enero inicia la publicación de El Renacimiento, que sólo aparecería aquel año.[xii] La calidad de la revista fue evidente desde su primer número, por el renombre de sus colaboradores y su ya entonces reconocido director, Ignacio Manuel Altamirano. El Renacimiento es parte fundamental del canon literario mexicano.

Valga todo lo anterior para aquilatar la dimensión política e intelectual del periodista Ignacio Manuel Altamirano para el momento en que defiende a los indígenas protestantes en dos distintos poblados de México. Del primer caso nos ocupamos hoy, del segundo lo haremos en nuestra próxima entrega de esta serie.

El 27 de marzo de 1870, en El Siglo XIX, refiere que desea ocuparse “de un hecho que en mi calidad de liberal y de amigo de la tolerancia y de la civilización, no puedo dejar inapercibido”.

Altamirano informa a sus lectores que el 14 de marzo la congregación evangélica de Xalostoc, de 70 integrantes, es visitada, a invitación de ella misma, por integrantes de la congregación que pastoreaba Sóstenes Juárez en la capital del país (San José el Real núm. 21). Los visitantes son “los hermanos de México, D. Juan Butler, D. Hermenegildo Fragoso D. Manuel Lamadrid”, los cuales después de concluida la ceremonia, salieron a dar una vuelta por el pueblo para conocerlo”.[xiii] Es entonces que

Un maestro de escuela que es un católico rabioso, y pretextando que los tres protestantes habían hablado con unos niños de la escuela, sobre frivolidades probablemente, el susodicho maestro tocando a rebato, alborotó a los del pueblo, que se armaron inmediatamente con fusiles, se apoderaron de los Sres. Butler, Fragoso y Lamadrid, y llenándolos de insultos y amenazas, los condujeron a las orillas del pueblo, donde iban ya a fusilarlos, cuando los hermanos Silva acudieron a su auxilio, dispuestos a correr su misma suerte. Lograron con mil trabajos evitar aquel horrendo asesinato, y hacer que la multitud los condujese a presencia del juez del lugar. Este, que se llama Apolonio Pacheco, los recibió como Pilatos, en su pretorio. La multitud que se agolpó allí comenzó a aullar furiosa y sedienta de sangre: “Mátenlos, acábenlos, quémenlos, etc., etc.”, precisamente como la muchedumbre judía cuando pedía el suplicio de Jesús.

Posteriormente “el Pilatos de Xalostoc” remite a los tres protestantes al presidente municipal de San Cristóbal Ecatepec, quien pone en libertad a Butler, Fragoso y Lamadrid, a la vez que informa de lo sucedido al jefe político de Tlalnepantla. Los liberados regresan al lugar de su hospedaje, la hacienda del Risco, y más tarde retornan a México.

Reunidos nuevamente, los protestantes de Xalostoc reciben insultos de sus agresores y “aun hubo entre ellos, un fariseo terrible, que no contento con eso, disparó un balazo que en un tris estuvo que hiriese a uno de los [congregantes]”.[xiv] Altamirano refiere el parte rendido por el juez auxiliar de Xalostoc, el que llama “muy original, y da idea de cómo se entiende en ese pueblecito la tolerancia religiosa”. Dice que los evangélicos nunca debieron ser encarcelados, y pone a consideración del prefecto de Tlalnepantla, “mi amigo José María Verdiguel y Fernández”, el caso. Considera llegado el momento de “ser enérgico para reprimir estas manifestaciones de salvaje intolerancia […] Es hora ya que la tolerancia religiosa sea un hecho práctico y favorecido por las autoridades, como un hecho legal. De otro modo habríamos dado ese gran paso en la vía del progreso, de dicho solamente, y la reforma quedaría trunca”.

Después del caso acontecido en Xalostoc, Altamirano informa a sus lectores que ha recibido el primer número de La Estrella de Belén, “que publica una sociedad protestante”. Encuentra que “está bien impreso, bien redactado” y que se anuncia saldrá quincenalmente. Sobre la diversificación de la prensa hace la siguiente valoración:

Los hombres verdaderamente liberales se alegran de ver que a medida que avanza el tiempo se hacen más prácticas las conquistas de la reforma. En estos momentos las sociedades católicas tienen varios órganos en la prensa, las sociedades protestantes comienzan también a tener los suyos. Los libre-pensadores pronto contarán también con una magnífica publicación. Así todos propagan sus ideas, todos discuten y la verdad ganará. ¡Y cuando pensamos que hace veinte años esto era una utopía para los hombres de poca fe, no podemos menos de amar con idolatría y cada día más los principios liberales.[xv]

Unas semanas después de su defensa a la congregación protestante de Xalostoc, encontramos a Ignacio Manuel Altamirano como primer presidente de la Sociedad de Libres Pensadores, que se instala en el vestíbulo del Teatro Nacional el 5 de mayo de 1870. El órgano del grupo fue la publicación El Libre Pensador,[xvi] en el cual tienen cabida escritos dados a conocer originalmente por publicaciones protestantes como La Antorcha Evangélica. Cabe anotar que éste último es el primer periódico protestante publicado en el país. Su número inicial es del 26 de agosto de 1869.[xvii]

Los editores en la primera época de La Antorcha Evangélica son Juan Amador y Severo Cosío,[xviii] quienes con, entre otros, Elías Amador (hijo de Juan) y Julio Mallet Prevost, fundan la Iglesia evangélica de Villa de Cos, Zacatecas. La publicación nace con el objetivo de “ilustrar al pueblo acerca de los orígenes y conquistas de la Reforma religiosa del siglo XVI, informarlo de los beneficios que ha traído a los pueblos que abrazaron la fe reformada, así como de instruir al pueblo en las doctrinas evangélicas”.[xix]

Regresamos al cronista que deja constancia de lo sucedido en Xalostoc, Ignacio Manuel Altamirano. Sobre el personaje otro gran cronista mexicano, Carlos Monsiváis, anota que no obstante su pertenencia a la “Liga de Librepensadores [Altamirano] elige un cristianismo muy libre, apoyado en la instrucción universal. En su periodismo —que en el siglo XIX equivale a decir ‘en su desarrollo intelectual’— Altamirano se obstina: defiéndanse las conquistas irrenunciables: no hay visión moral sin la consideración del bien común; la libertad de cultos y la libertad de expresión son las bases de la creación cultural y artística; el primer signo de la época moderna es la libertad de elección”.[xx]



[i] Edith Negrín (selección y estudio preliminar), Ignacio Manuel Altamirano: para leer la patria diamantina. Una antología general, FCE-FLM-UNAM, México, 2006. p. 19.
[ii] Mayores datos de la relación entre Zavala y Thomson en mi libro James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830 (segunda edición, corregida y aumentada), Maná, Museo de la Biblia, México, 2013, (en imprenta).
[iii]Edit Negrín, op., cit., p. 26.
[iv] Ibid., p. 28.
[v] El discurso se encuentra íntegro en Vicente Quirarte (selección y prólogo), Ignacio Manuel Altamirano, colección Los Imprescindibles, Cal y Arena, México, 1999, pp. 53-64.
[vi] Texto completo en Vicente Quirarte, op., cit., pp. 374- 403.
[vii]Edith Negrín, Op. cit., p. 33.
[viii] “El maestro de escuela”, El Federalista, 20 de febrero de 1871, pp. 1-3.
[ix] Ibid., p. 2.
[x] Al respecto es muy esclarecedor el libro de Alicia Mayer, Lutero en el paraíso. La Nueva España en el espejo del reformador alemán, Fondo de Cultura Económica-UNAM, México, 2008.
[xi] “El maestro de escuela”, op. cit., p. 3.
[xii] Hoy es posible examinar todos los números de la publicación, ver Huberto Batis (presentación y edición facsimilar), El Renacimiento, periódico literario, UNAM, México, 1993.
[xiii] El Siglo XIX, 27/III/1870, p. 1.
[xiv] Ibid., p. 2.
[xv] Ibid.
[xvi] Manuel Sol, “La Navidad en las montañas o la utopía de la hermandad entre liberales y conservadores”, en La Palabra y el Hombre, abril-junio 1999, núm. 110,p. 79.
[xvii] Apolonio C. Vázquez, Los que sembraron con lágrimas. Apuntes históricos del presbiterianismo en México, Publicaciones El Faro, México, 1985, p. 324.
[xviii] Leopoldo Cervantes-Ortiz, “La Antorcha Evangélica de J. Amador ilumina México”, en Protestante Digital, 23/VI/2012:http://www.protestantedigital.com/ES/Magacin/articulo/4795/Emla-antorcha-evangelicaem-de-j-amador-ilumina
[xix] Apolonio C. Vázquez, op. cit., p. 324.
[xx] Las herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX, Editorial Debate, México, 2006, p. 288.
 

 


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