Desde hace años en muchos países -pero yo quiero hablar de España- el sistema de educación pienso, “Desde mi Corazón”, que se ha descarriado. Avanza en una dirección equivocada; es decir, cuanto más avanza más se desvía.
Los niños, los adolescentes, los jóvenes, reciben en las escuelas, en los institutos, en las universidades, muchos conocimientos desarraigados y sin base. La enseñanza abandona el tronco y se va por las ramas. (No estoy refiriéndome a que haya que establecer la religión en la cultura. Esto es algo diferente, más hondo, más de otros medios. Bien que en la cultura la “fe”es una concreción, una savia, una antesala, o un reflejo de sabiduría).
A lo que me refiero es que el hombre sepa aquí, cada día, menos del hombre. Identificar el pasado con el retroceso y el futuro con el progreso no deja de ser una burda simplificación. La cronología no tiene nada que ver con el acierto.
En la Edad Media, que no pocos suelen calificar con supina ignorancia de oscura, los escolares estudiaban el trivium y el quadrivium: El primero, el conjunto de las tres artes liberales relativas a la elocuencia: gramática, retórica, dialéctica. El segundo, el conjunto de las cuatro artes matemáticas: la aritmética y la geometría; si, pero asimismo la música, la astrología, que no era una ciencia fantasiosa y amparaba la astronomía, y muy especialmente humanidades. Se trataba de formar un hombre integro, del estilo de cuando el Creador hizo al “hombre” y vio que era bueno, que se expresara con soltura y cuyo contenido como el hacer no fuese superficial sino humano. Hoy, la educación está, en nuestra España, de capa caída.
¿Cómo se expresan hoy los muchachos?, con un mínimo vocabulario, casi siempre balbuceante y de argot; naufragando entre anacolutos: con sobrecogedor desinterés por la precisión, la propiedad y la pureza verbales; eso sí, padeciendo la sordomuda tiranía de la televisión o los ordenadores.
Siguiendo con la historia de la Educación, la escolástica dio paso al Renacimiento que siguió por un tiempo la importancia de mantener las Humanidades, y comenzó a libertar la educación de las Sagradas Escrituras y de la Teología que eran divinas.
Fueron entonces las que hasta anteayer: la cultura literaria, la filosófica, la elocuencia, la filología, el pensamiento griego, judeocristiano y latino, las Humanidades... O sea, todo eso contra lo que los planes de estudio quieren progresar hoy. Europa se ha enamorado del mercantilismo, el pragmatismo, el ansia de no perder el tren de la tecnología, de reemplazar el número por la letra, exiliar la ética, y mandar a las catacumbas a las humanidades. Quizá se intenta que la universidad de técnicos deshumanizados y parlamentarios anodinos. De modo que cada vez tenemos menos humanos auténticos y más humanoides. ¿Cómo nos va a sorprender que a los robots los llamemos humanoides y mañana tengamos que llamar robotoides a los humanos?
Decaídas las humanidades, desclasificadas las ciencias divinas, decaerá el riego que alimenta la verdadera formación para la madurez genuina. Una formación permanentemente necesaria, (formados e informados) que sea capaz de dar respuestas válidas efectivas y afectivas a los nuevos signos de los tiempos.
“Desde el Corazón”la genuina humanidad, la que Dios implantó en el ser y que es necesaria en nuestro mundo, exige un “saber bíblico, teológico, moral, humano, bien articulado y capaz de iluminar en todo momento la realidad. Un “valer”, es decir, estar preparado en todo momento para dar un testimonio coherente y valiente de la fe, esperanza, caridad, valores reales en el ambiente en el que uno vive y trabaja.
Un “saber hacer”, esto quiere decir, un saber comunicar de forma apropiada y sugerente nuestro “saber” y nuestro “valer”a los que están a nuestro alrededor. La superficialidad, la mediocridad y la rutina pueden convertirse en defectos graves en cualquier campo de la actividad humana.
El mejor remedio es la formación espiritual y humana. Aquella que posee una personalidad unificada, que se conoce a si misma en sus propias limitaciones y cualidades y procura actuar siempre coherentemente. Que tiene convicciones firmes y vive de ellas, no dejándose guiar por el qué dirán ni por la última moda.
Que se sabe responsable de la totalidad de todos sus actos, que es sociable y solidaria, que es realista, ve y juzga la realidad desde una óptica crítica y actúa en ella con sentido transformador. Que sabe escuchar y sabiendo que ningún proyecto se puede construir sobre la ignorancia, sobre el olvido de los valores eternos, sobre la deshumanización ni sobre el menosprecio de la autentica sabiduría.
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