«Soy cristiano, no de origen ni de familia, sino por conversión […] Lo que extrañamente se produjo es que entre más estudiaba, más comprendía seriamente el mensaje bíblico (y bíblico en su sentido completo, no sólo el “dulce” Evangelio de Jesús), más encontraba la imposibilidad de una obediencia sierva al Estado y más percibía en esa Biblia las orientaciones hacia cierto anarquismo […] Hay siempre un “anarquismo” cristiano. En todas las épocas ha habido cristianos que han descubierto la simple verdad bíblica […] veremos las verdaderas características del anabautismo, que rechaza el poder de las autoridades y que no es, como frecuentemente se dice, un “apolitismo”, sino un anarquismo, con un matiz que citaré por ironía: “Las ‘autoridades’ son enviadas por Dios como una plaga para castigar al hombre malo. Pero los cristianos, desde el momento en que se conducen bien y nos son malos (¡) no tienen porque obedecer en nada a las autoridades políticas, y deben organizarse en comunidades autónomas, al margen de la sociedad y de los poderes”». Jacques Ellul, “Anarquía y cristianismo”
Cuando la edición original, en inglés, de The Naked Anabaptist, comenzó a circular hace casi tres años, publique en este sitio un comentario acerca de la obra. Gracias a la traducción de Mauricio Chenlo existe ya el volumen en castellano, con el título Anabautismo al desnudo: convicciones básicas de una fe radical (Herald Press, Harrisonburg, Virginia). Reproduzco, con algunos cambios, lo que escribí sobre la obra y recomiendo ampliamente la lectura del libro.
En la medida que la llamada civilización occidental se adentra crecientemente en ser una sociedad poscristiana, el cristianismo requiere mirar a los modelos que en la historia expresaron su fe sin los apoyos del Estado y su aparato gubernamental.
La realidad ha desvanecido los sueños y proyecciones de quienes creyeron que sería posible edificar naciones cristianas, y que para hacerlo la unión de Iglesia(s)-Estado extendería un tipo de cristianismo que daría por resultado sociedades enteramente católicas o protestantes. Pero lo que sucedió a partir del siglo XVI fue un proceso de diversificación en todos los órdenes, que puso no solamente en duda, en el terreno de las ideas, el modelo de régimen de Cristiandad sino que en los paradigmas políticos concretos la simbiosis poder político/poder eclesial fue retrocediendo y su lugar lo tomó la separación Iglesia(s)-Estado.
El panorama anterior ha contribuido para que teólogos y pensadores cristianos de las sociedades poscristianas, particularmente en Europa, aunque no nada más en ella, se pregunten sobre el futuro del cristianismo en los países del Viejo Continente. Al mirar la historia han encontrado que en el pasado hubo grupos que rechazaron el sueño constantiniano y desafiaron al régimen de Cristiandad. Bajo persecución construyeron comunidades voluntarias de creyentes, y rechazaron tajantemente la supuesta cristianización que echaba mano de imposición y la violencia.
De explicar lo antes anotado se ocupa Stuart Murray en el libro Anabautismo al desnudo: convicciones básicas de una fe radical he Naked Anabaptist. Su interés inicial es ilustrar a lectores británicos e irlandeses sobre una fe cristiana que tomó distancia del modelo que en el siglo XVI dividió a Europa en países católicos y protestantes, sin embargo unos y otros compartían la convicción de que era necesaria una fe oficial y excluyente de las demás.
Para sorpresa de su autor la obra trascendió a otros públicos y ha sido editada en otros lugares que no tienen la herencia del régimen de Cristiandad, como es el caso de los Estados Unidos. La traducción al castellano va a ser muy útil para poner en perspectiva el exacerbado triunfalismo protestante/evangélico que, por mencionar un ejemplo, en América Latina quiere llevar al poder a políticos evangélicos para que con la ayuda de instancias gubernamentales se “cristianice” a nuestras sociedades. La tentación constantiniana está en ascenso y sus argumentos son muy esquemáticos y mecanicistas, pero parecen encontrar receptividad en amplias franjas del cristianismo evangélico latinoamericano.
Stuart Murray eligió el título de su libro para reflejar que hay un núcleo identitario del anabautismo que comparten varias tradiciones cristianas, y que se puede ser, o se es, anabautista sin necesariamente pertenecer a algunas de sus expresiones eclesiásticas históricas. El anabautismo está presente, sobre todo, en movimientos que nacieron y se desarrollaron a contra corriente de las iglesias oficiales y/o anquilosadas. El redescubrimiento de una fe personal, pero no individualista, y una ética que se desprende de ella, ha gestado múltiples movimientos que forman parte de la extensa historia de iglesias de creyentes.
Los principios básicos del anabautismo que Murray propone, después de haberle quitado distintos ropajes que le adicionan algunos de sus desarrollos históricos, como es el caso de los menonitas, son siete y los resume de la siguiente manera.
1.
Jesús es nuestro ejemplo, maestro, amigo, salvador y Señor. Es la fuente de nuestras vidas, el punto central para nuestra fe y estilo de vida por medio del cual entendemos la iglesia, y nuestro compromiso con la sociedad. Nos comprometemos a seguirle y adorarle.
2.
Jesús es el punto central de la revelación de Dios. Nos comprometemos con una lectura Cristo céntrica y con la comunidad de fe como el lugar primario desde dónde interpretamos las Escrituras y discernimos su aplicación para el discipulado.
3.
La cultura occidental está lentamente saliendo de la Cristiandad. La Iglesia y el Estado formaban una unión que presidía la sociedad y asumía que todo era cristiano. Cualquiera pudieran haber sido sus contribuciones positivas a la formación de valores e instituciones, la Cristiandad distorsionó seriamente el Evangelio, marginó a Jesús y debilitó a las iglesias para llevar adelante su misión. Al reflexionar sobre esto, nos comprometemos a aprender de la experiencia y perspectivas de movimientos como el del anabautismo que rechazó las suposiciones de la Cristiandad como estándar, buscando alternativas de pensamiento y conducta.
4.
La frecuente vinculación de la Iglesia con el status, la riqueza y la fuerza no es apropiada para los seguidores de Jesús, dañan nuestro testimonio. Estamos comprometidos a ser buenas nuevas a los pobres, los marginados y los perseguidos, conscientes de que este discipulado genera oposición y a veces puede resultar en sufrimiento y martirio.
5.
Las iglesias son llamadas a ser comunidades comprometidas con el discipulado y la misión. Lugares donde se fomenta amistad, el compromiso mutuo y una adoración multifacética. Al comer juntos y compartir la Cena del Señor, afirmamos la esperanza y buscamos juntos el Reino de Dios. Nos comprometemos a desarrollar este tipo de iglesias en donde se valoran a los jóvenes, ancianos; donde el liderazgo es abierto al diálogo y los roles se asignan según los dones y no el género. El bautismo es para creyentes.
6.
La espiritualidad y lo economía están mutuamente relacionados. En una sociedad individualista y consumista, en un mundo donde la injusticia es moneda común, nos comprometemos a buscar formas que reflejen la sencillez, el cuidado por la creación y el trabajo por la justicia.
7.
La paz es central al Evangelio. Como seguidores de Cristo en un mundo dividido y violento, nos comprometemos a buscar alternativas no-violentas y a aprender cómo vivir en paz unos con otros como individuos, iglesias, sociedad y naciones.
Después de sus siete puntos, Stuart Murray dedica el resto de la obra a desarrollar cada uno de ellos. Lo hace de forma clara y relevante para quienes están convencidos de, o buscan, un compromiso de fe cristiana que construya comunidades alternativas a la desintegración del mundo posmoderno.
Hace un breve recorrido histórico para explicar quiénes fueron los anabautistas pacíficos del siglo XVI, a quienes los poderes eclesiásticos y políticos de entonces persiguieron enconadamente. Con todo en su contra conformaron “un movimiento profético cuyas voces necesitamos escuchar hoy”.
Los anabautistas, comenta certeramente Murray, identificaron el “giro de la Cristiandad” en el siglo cuarto “como el tiempo cuando Jesús comenzó a ser marginado. Fue entonces cuando el emperador romano, Constantino I, adoptó la fe cristiana y decidió reemplazar el paganismo con el cristianismo como la fe imperial”. El giro, la subversión del cristianismo la llama Jacques Ellul en un libro del mismo título, consistió en que un hecho político condujo a una nueva convicción doctrinal. El cristianismo antes perseguido se transformó en una empresa político/religiosa perseguidora.
La fe cristiana, liberada de la
Cautividad del Régimen de Cristiandad, tiene la oportunidad de hacer misión al estilo de Jesús, misión sin conquista, en la que es respetada la dignidad humana.
Para tener más pistas sobre esta misión liberada del yugo del poder, el libro de Stuart Murray nos ofrece estimulantes pistas.
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