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"(…) y a tu madre” –Día de la Mujer-

Honrarás a tu madre, nuestras madres, nuestras hermanas, fidelísimas. No un día, todos en comunión con ellas. Maestras de la fe. Ejemplo para todos. Gracias, nuestro Dios, por nuestras mujeres.
REFORMA2 AUTOR Emilio Monjo Bellido 08 DE MARZO DE 2013 23:00 h

Cada vez que leemos este mandamiento, “honrarás a tu padre y a tu madre”, tenemos ya una reflexión sobre la mujer. Luego se han producido acontecimientos, y se ha proclamado un “día” de la mujer.

Como en otras cosas, el cristianismo ha perdido su sitio, y ahora ocupa una casa ajena. Pasó con los derechos laborales, por ejemplo en la llamada revolución industrial. Los pastores inútiles no predicaron contra los patronos infames, les permitieron ocupar incluso los primeros asientos en las iglesias (eran los que las sostenían económicamente, en muchos casos); en vez de expulsarlos de la comunidad, unieron en la práctica a la comunidad con los desmanes explotadores. Tuvieron que venir “socialistas” sin Dios, a proclamar lo que en la Biblia ya se dice, pero que no dijeron los pastores.

Les propongo reflexionar sobre la mujer, su lugar en la casa, en la iglesia, etc., (“lugar” no me gusta, pero se suele usar) sin entrar en discusiones interminables y, a veces, agrias. En un solo artículo. Es mi posición. Por si les vale.

Nacen estas consideraciones de la mirada a ese mandamiento en la obra “Confesión de un Pecador”, de Constantino de la Fuente. (La tenemos editada en papel y se puede acceder en varias localidades de internet; aprovecho para informarles que, junto a ella, la Confesión Española de Londres (1561), que no es de tan fácil acceso, se puede leer en iprsevilla.com en dos pestañitas que salen al abrir la de “identidad”.) “Qué tanto caso haría a los que pusiste en tu lugar, quien a ti, Señor, que eres tanto más de estimar y mayor de todos, desconocía y menospreciaba (…) Tú, cuyos beneficios y misericordias para librarme de perdición, ni pueden contarse ni decirse con medida, has sido tan desconocido y tan negado de mi corazón, tan menospreciado de mis palabras, tan desacatado y tan desechado de mis obras, ¿cómo no lo habían de ser los padres, que solamente fueron ministros para darme el cuerpo y traerme a esta breve vida? ¿De qué mayores no huirá quien de ti huyó? ¿De qué jurisdicción no se saldrá quien se quiere salir de la tuya? Quien te menosprecia, ¿a quién no menospreciará? ¿Qué respetará quien tu justicia no respeta? ¿Qué bienes agradecerá quien los tuyos no agradece? ¿Por dónde se moverá a tener reverencia, quien con tantos beneficios nunca se movió a tenerla contigo? (…) Aborrecí toda clase de justicia, en todo quise ser tirano”. (Esta obra breve, “incomparable” en su “torrente de fervorosa lava de cristiana elocuencia”, en palabras del autor de Artes de la Santa Inquisición Española, –traducción de Francisco Ruiz de Pablos– ya estaba en la bendecida ciudad de Sevilla en 1547, en castellano.)

En esta cuestión, pues, tendría que decir el lugar de la Biblia en la mujer, y luego el resto de situaciones. De eso se trata. Ese es el camino de la libertad. Y me refiero a toda la Biblia. Si alguien, en este caso, la mujer, no se siente libre con la Biblia tal como está expresada, al final puede que se esté liberando de la tiranía, no del varón (en general), sino de la propia Biblia. Y eso es lo que en la práctica ocurre no pocas veces. Si eres evangélica, y te han invitado en estos días a un acto de “la mujer” por ser pastora (u obispa), o por estar “por la liberación femenina”, y a ese acto asumes que no puedes acudir con el apóstol Pablo de la mano (o Pedro, o los profetas, vaya, la Biblia entera), entonces algo está fallando. Si piensas que tu libertad y respeto a tus derechos se tienen que hacer por la necesaria exclusión de la Biblia, o de alguna de sus partes, entonces estás proclamando que quienes te deben reconocer esa libertad y esos derechos también lo tienen que hacer con esa exclusión. Y se está asumiendo que nadie que se someta a la autoridad de la Biblia (repito, de toda la Biblia, tal como está expresada), podrá reconocer o respetar los derechos de la mujer.

En el principio, antes de la caída, vemos que Dios creó al hombre, perfecto, inteligentísimo; pero sin culminación. Necesita ayuda idónea, ser “llenado”. Y Dios creó a la mujer, perfecta, inteligentísima; y el hombre fue así varón y hembra. Y la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión (nada de manzana o relación sexual pecaminosa, nunca antes ni después se ha producido una más óptima relación sexual en el matrimonio). La situación cambió, para todos, también para la mujer. Ahora hay muerte y desorden. El mandato de guiar la cultura, cultivar la tierra, se mantiene, pero en un ámbito de descomposición. El modelo sigue: el hombre está vacío sin la mujer; quien maltrata o aplasta, o anula, a su mujer, anula su propia existencia. Pero ya sabemos que el hombre (en general, el ser humano, también, por supuesto, la mujer) ama la muerte. Y el Señor dispone la redención. Nuevas criaturas, creados según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Pero en una existencia de muerte. Así vamos. Hombre, mujer, casados, solteros.

¿Tienen que conservarse lo que son ejemplos de descomposición, las consecuencias del pecado, como modelos de justicia? No. Y llegamos a lo que se llama Antiguo Testamento. Reflexión sobre las leyes de Dios siempre enriquecedora, a veces muy dificultosas. Hay solo expresiones de situaciones; pero en otros casos se produce lo que llamaríamos “positivización” del Derecho (en este caso, el Decálogo) muy compleja. Se admite la esclavitud, por ejemplo, y se dan leyes al respecto. Aunque parezca una exageración, ha habido gente en el cristianismo (Sudáfrica, Estados Unidos, etc.) protestante que han pretendido su continuidad porque se tiene que cumplir la ley. Un absurdo, pero eso lo han proclamado gente muy preparada y con mucha fidelidad a la Biblia en otros aspectos. A ninguno se le ocurrió que había que cumplir la ley en lo del matrimonio con más de una mujer, que también está en las normativas legales.

Esos Diez Mandamientos son la fuente del derecho de la mujer; en todos los mandamientos está presente. ¿Existe igualdad en la ley “positivizada”, es decir, en su normativa circunstancial en casos históricos, entre el hombre y la mujer en el Antiguo Testamento? No. Heredan los varones. En los divorcios no hay igualdad. Tampoco en los actos sexuales extramaritales. Es verdad que, por ejemplo en las herencias, al ser un pueblo de pacto, al ser una sola casa, una “congregación”, todo quedaba en casa (valga la redundancia). Pero no había igualdad, en el sentido moderno del término.

La esposa y las hijas no tenían libertad en sus votos, dependían del varón. También un padre podía vender a su hija como concubina (sierva).

¿No habrá que quitar al menos estas cosas de la Biblia para hoy presentarnos a la sociedad? No. No quitemos ni pongamos, todo está bien. Primero, digamos que la situación de descomposición y ruina no la produce como su efecto causal las normas de la ley. Ya existe antes; es la consecuencia del pecado. Luego, esas leyes, arreglan situaciones, pero no deshacen la muerte y separación de Dios. Por otro lado, las leyes del Antiguo Testamento son extraordinarias en su avance y soporte de libertades. He puesto algún ejemplo de casos donde aparece la terrible ruina de la condición humana, y la ley que está en esa circunstancia, como que un padre puede legalmente vender a su hija, pero también se pueden poner múltiples de leyes circunstanciales muy favorables. Además, y esto es fundamental, la ley es nuestro pedagogo para llevarnos a Cristo. Por dos razones: una, porque no podemos cumplir su justicia; dos, porque muestra la ruina del pecado. A esto voy.

¿Qué hacemos ante una ley sobre esclavos, o donde la mujer queda en inferioridad jurídica respecto el varón, o ante una norma legal en la que un padre puede vender a su hija? Pues llorar. Con esto el Espíritu nos convence de pecado. Esas leyes, esa palabra, toda la Biblia, es lo que Dios usa para nuestra salvación. Cristo lo cumple todo, de todo nos libera, nos libra del pecado y de la muerte, nos integra en la comunión con Dios. Veamos. Eres varón, y lees que tienes parcelas de dominación sobre tu esposa, puedes incluso tener más de una, también sobre tus hijos, pero especialmente sobre tus hijas. ¿No lloras por la ruina del pecado? ¿No ves que eso es demostración de muerte y descomposición? Que tu madre, tu esposa, o tu hija estén sometidas, ¿te alegra? ¿Te alegra que un hermano, tu semejante, sea esclavo? ¿No te lleva esto a derramarte ante el Redentor, deshecho, sin palabras, gimiendo? (Por supuesto, también a ellas.)

Los machitos tiranos que salivan al leer esos textos, y quieren que nunca falten, ya están condenados. (Así lo declaran, también en el Antiguo Testamento, los profetas, los verdaderos.) Y no les sirve la ley para llevarlos a Cristo, se han quedado en su muerte. (Porque hoy es la mujer, pero también vale para otros casos.) Nunca vieron en su esposa, o su hija, en su situación en esas leyes, a su propia llaga, a su propia perdición, a su propia falta de justicia. Nunca sintieron cómo se magullaba y sangraba su propia carne. ¿Aceptarán en algún acto por el día de la mujer esta enseñanza? ¿Oirán a Moisés y Pablo para recibir a Cristo? ¿Habrá libertad para la mujer?

El Nuevo Testamento. Cristo ha nacido de mujer, y bajo la ley. La ley de Moisés no es el “judaísmo”; eso es otra cosa. Cristo cumple la ley, toda, pero no el judaísmo. En su ministerio tiene de compañeras a mujeres. Algunas sostienen económicamente su actividad.

Ni las leyes del Antiguo Testamento son copia de las costumbres de las naciones vecinas (eso era causa de juicio), ni Cristo enseña bajo la imposición cultural de su tiempo. Lo que hizo y lo que dijo es libre, es suyo. No puede nadie llevarlo hoy sin sus propias palabras. Bueno, sí se puede, pero es otra cosa diferente al cristianismo de salvación, eso es cristiandad, religión, romana, o evangélica, pero nada del Redentor. Cristo echó fuera de su casa a los que comerciaban con la fe, pero nunca echó a Moisés, los profetas, los salmos, o los apóstoles. Al revés, son los cimientos de su casa. Y uno de ellos es Pablo. No vayas a ninguna reunión de “libertades” sin él. La comunión, la unidad de la Iglesia, también lo es con los de antes. No dejemos a nadie de la familia detrás. Todos son de la casa.

Acudamos a un jardín. “Pero tú enseña lo que está de acuerdo con la sana doctrina (…) Las ancianas (=presbíteras) (…) maestras (=enseñadoras) del bien; que enseñen (=entrenen, algo continuo) a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada”. (Tito 2:1-5) Esto más que un jardín es un huerto fructífero. ¿Qué sentimiento tienes ante estas palabras? (Hay otros jardines parecidos.) El machito: eso, eso, así, así; como antes. Lo dice la Biblia. (Parece que “antes” se tenía una gloriosa expresión de la fe bíblica con la supresión de la mujer.) El feminista (pónganlo todo en femenino si quieren, es igual de perverso): ese Pablo es un misógino, y que trae a la Iglesia lo peor de la cultura de su tiempo. Eso es su posición sujeta culturalmente, la Biblia, Jesús, dice otra cosa. (Qué cosas.)

No son situaciones con normativa del Antiguo Testamento. Ahora no hay esa situación, en nada. Todo es hecho nuevo. Que las mujeres ancianas (mayores, con experiencia, si les gusta más) entrenen a las jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, eso es una gran bendición, un provecho extraordinario (siempre habrá la excepción de alguna maquiavélica, pero en general es algo muy bueno, sin duda). ¿Y los ancianos, los viejos, no deben entrenar a los jóvenes a amar a sus mujeres y a sus hijos? También, por supuesto. Todos juntos. ¿Y los machistas? Esos están fuera del camino de la fe, de esos no hablamos, pues entrenarán en el egoísmo y el maltrato. Tampoco están por buena senda los calzonazos sin valor ni voluntad. Amar significa “amar en el Señor”, eso es evidente. No se trata de algo cultural, de cómo lo hacen los otros, sino de la nueva vida en Cristo. Y aquí podemos también decir, “y para este entrenamiento, ¿quién es suficiente?”.

Sobre “prudentes y castas”, no habrá mucho que discutir, se aceptará como algo bueno, supongo. Lo de castas, eso sí, indica una adecuada relación marital, no celibato.

“Cuidadosas de su casa”. (¿Se imaginan leer este texto en una reunión de la mujer? Para no descreditarlo, claro.) Pues creo que es un texto de absoluta liberación de la mujer, de aplicar sus derechos, desde la fe. Primero, dice su casa. Tiene casa. Es verdad que los machitos han leído el texto como si se tratase de las cuatro paredes de la casa del varón. No es así. La “casa” es un concepto riquísimo en la Biblia, y la mujer cuida su casa. ¿Recuerdan Proverbios, “la mujer sabia edifica su casa, la necia con sus manos la derriba”? Cuando pasamos a la “casa de Dios”, la iglesia, pues también, las ancianas deben entrenar a las jóvenes a cuidarla, para que cada una sepa cómo funcionar para el bien y edificación del conjunto. Como vivas en tu casa, así vives en la Iglesia. ¿Nos damos cuenta de la importancia de los viejos? Son la base. Ya lo hemos indicado: tu padre y tu madre, “los” viejos, los que gobiernan y dirigen.

Aquella mujer virtuosa de Proverbios, (31) que la presenta una madre. Tiene su casa, negocia, vende, atiende, temerosa de Dios. Óptima. Esta es la casa que han cuidado las ancianas y entrenan en su cuido a las jóvenes. Una gran bendición.

“Sujetas a sus maridos”. Pues claro, es la casa común. No están “sueltas”, están sujetas. El marido también a su mujer. Pablo: “padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor”. Criadlos, los dos; estáis unidos, sujetos. “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor”. Como al Señor. No es tiranía. Si los tiranos usan estos textos, es su condenación, pero los textos son de libertad. No hay que esconderlos. Todo lo contrario. Son huertos de frutos abundantes, para el bien de la mujer cristiana, del marido, de los hijos, de la Iglesia.

La Iglesia. Si personalmente creo que el término “pastor” es muy mal usado hoy, imaginen “pastora”. No pienso en géneros, sino en fe. Los que han suprimido a la mujer de la vida de la Iglesia, en contra de la clara enseñanza del Nuevo Testamento, se encuentran, por ejemplo, con la carta 2ª de Juan, y hacen todo tipo de requiebros y giros imposibles para quitar a la mujer que la recibe del lugar donde la tiene el autor. Es una mujer llamada Señora (si quieren otro nombre, no importa, no lo sabemos, pero sí sabemos que era una mujer). Esa mujer dirige la iglesia que es también su propia casa. Tiene que discernir a los que traen falsas doctrinas, y ella, ella, tiene que cerrarles la puerta. ¿Qué era esta mujer? Pues seguro que una mujer de su casa, y hacía lo que tenía que hacer. Y en su casa, como ocurría y ocurrirá en otros lugares y épocas, se había formado un núcleo cristiano, una iglesia. En la Iglesia, como cuerpo, están los que dirigen, los que administran, los que presiden, los que hacen misericordia, en fin, los que ayudan. Digo “los” por uso lingüístico, pero ahí están incluidas “las”. Eso lo hacen también los miembros femeninos, ¿o no hay miembros fundamentales en el cuerpo que sean mujeres?

Juana de Albret, excelente mujer de su casa. Dirige, preside, organiza, la iglesia en sus territorios. Es mujer. Su concuñada Leonor de Roye, igual. La duquesa de Ferrara, lo mismo. ¿Y los pastores a su alrededor? Cortitos, muy cortitos, muy inútiles; no todos, pero más de uno.

Sevilla, Valladolid. Nuestra Reforma. Mujeres. Mujeres. Con iglesias en su casa. Mujeres de su casa. Enseñaban. Comunicaban el Evangelio (no digo “predicaban” para que nadie las haga pastoras al uso moderno). Vivían para la casa, la “causa” del Evangelio, morían y sufrían por ella.

Honrarás a tu padre, nuestros padres en la fe, también. (No te olvides de Pablo.) Y a tu madre, nuestras madres, nuestras hermanas, fidelísimas. No un día, todos en comunión con ellas. Maestras de la fe. Ejemplo para todos. Gracias, nuestro Dios, por nuestras mujeres.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Duditativo
11/03/2013
12:37 h
1
 
Hay una cosa que no entiendo, ¿ por qué las leyes del Antiguo Testamento no eran correctas en cuanto a la esclavitud y la mujer? ¿Si toda la Biblia es palabra de Dios por qué luego hay otras leyes que quitan l valided de las primeras? ¿Y si las últimas leyes son mejores que las primeras, no es esto una especia de evolucionismo? Y, por , último, ¿es lícito que haya pastotras subidas a un púlpito? Estos puntos no me han quedado muy claros. Gracias.
 



 
 
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