Esta madrugada, sábado 8 de marzo, a las 2:10 horas, murió Toby. El 11 de abril habría de cumplir 9 años.
Cuando en septiembre pasado se le detectó la enfermedad que terminó con su vida exactamente seis meses después, escribimos una nota pidiendo oración por él.
Hubo quienes se identificaron con nuestro dolor y se unieron a nuestro ruego por su sanidad.
Nosotros en casa hicimos todos los esfuerzos posibles para su recuperación. Le dimos todos los medicamentos prescritos para este tipo de mal. No dejamos de incluirlo en nuestras oraciones diarias. Lo ungimos con aceite e incluso este viernes volvimos a imponerle las manos.
Toby fue un perro bueno. De alma noble.
Lastimosamente, el destino no lo trató todo lo bien que se merecía. Víctima inmediata de un hogar dividido por la maldición del divorcio, pasó buena parte de su vida solo hasta que lo trajimos a nuestro departamento, empezando a vivir como uno más de la familia. Muy pronto se ganó el cariño de todos en casa, precisamente por su gran corazón, el mismo que dejó de latir hace solo unos minutos.
Tuvo la inteligencia característica de un labrador. Quería a la gente pero odiaba a los gatos. Detectada la aproximación de un miembro de la familia cuando estaba todavía a cincuenta metros; era el momento de iniciar la danza de la cola loca y los brincos que no podía contener. Conocía los toques que dábamos a la puerta pero ladraba con esa voz de claxon de locomotora que lo caracterizaba cuando alguien tocaba a la puerta en una forma desconocida para él.
Habiendo nacido, crecido y vividoen Miami, ciudad absolutamente bilingüe, se manejaba tanto con el español como con el inglés.Sabía que
lie down era una orden para que se echara. Y se echaba. Cuando escuchaba
sit, no tardaba en obedecer y sentarse. A la voz de
baño agachaba la cabeza y partía rumbo al lugar que se había transformado en su sitio de residencia particular.
Nunca lo supo, pero cuando lo sacábamos a caminar por las mañanas, a veces aun de noche para evitar que respirara demasiado monóxido de carbono emitido por la gran cantidad de automóviles que a las seis de la mañana ya inundaban las calles aledañas a nuestro condominio, nos demostraba su afición incontrolable por la lectura.
Él, sin embargo, a diferencia de nosotros que leemos con los ojos y con los dedos cuando se trata de alguien privado de la vista, leía con la nariz. Como comentábamos con frecuencia, en cada salida se leía tranquilamente una novela. O una serie de cuentos. Era información que, a su manera, procesaba en su mente. Al ver su persistencia en mantenerse con la nariz metida en el césped, muchas veces nos dijimos, riendo: “¿Quién dijo que los perros no sabían leer?”
Intentamos llevarlo a Costa Rica. Pero hasta en eso su mala suerte no lo abandonó.Primero fue su peso excesivo. Había que hacerlo adelgazar hasta el límite máximo permitido por la línea aérea. Luego, fue la
dog kennel (la jaula para el transporte aéreo) que debía tener las dimensiones correctas para su tamaño. Y finalmente, el factor imponderable que nos impidió definitivamente llevarlo a un ambiente ad hoc para él, con mucho espacio para correr como el que le ofrecía Costa Rica, fue el clima. Pasó, en agosto pasado, un día entero en el aeropuerto esperando que la temperatura ambiente descendiera a bajo los 85 grados Fahrenheit. Nunca bajó y, por ende, no pudo embarcarse.
Que un perro labrador pase parte de su vida encerrado en un departamento, está lejos de ser lo ideal. Aunque se le sacaba todos los días a caminar y a hacer sus necesidades y, cuando se podía, se lo llevaba al mar, aquello era, literalmente, una vida de perro.
Esta desventaja se fue, poco a poco, compensando con el cariño que se ganó. A su manera –a la manera de los perros—expresaba su alegría con nosotros. Aunque no podía hablar ni reír, parecía haber encontrado la forma de hacerle gracia a la dueña de casa que era la que más cariño le expresaba. Levantaba lo más que podía la cabeza y la miraba “para atrás”.
Los dos últimos días de su vida fueron sencillamente terribles, para él y para nosotros. No los quisiéramos recordar. Más bien
queremos pensar que está desde hace poco más de una hora, correteando en el cielo de los perros, que sin duda Dios ha preparado para estos animales que son capaces, sin mayor esfuerzo, de robarle el corazón a cualquiera.
A la vez que queremos agradecer a todos los que oraron a Dios por su recuperación, nos permitimos, respetuosamente expresar nuestro dolor tan íntimo y particular con un simple: “Toby: Descansa en paz”.
Si quieres comentar o