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En el centenario del poeta y sacerdote Manuel Ponce (II)
 

Ponce rechazó el sentimentalismo, no el sentimiento

La obra de Ponce rompió los cánones de la poesía que dominaba en el ambiente católico, pues se atrevió en los dos terrenos, el formal y el de contenido.
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 01 DE MARZO DE 2013 23:00 h

Siempre reacio a aparecer en público debido a razones muy personales, el poeta y ensayista católico Gabriel Zaid (Monterrey, 1934) (lo que no le ha impedido participar en algunos eventos convocados por la Pastoral de la Cultura del Episcopado Latinoamericano[i]) envió un texto para la celebración del centenario del nacimiento de Manuel Ponce en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México el domingo 24 de febrero pasado, en el cual estuvieron presentes los poetas Armando González Torres, Hugo Gutiérrez Vega y Javier Sicilia, además de María Luisa Perdomo, autora de uno de los mejores estudios sobre el autor michoacano.

En dicho texto, Zaid hizo un repaso cronológico de la vida y obra poncianas, y lo “recordó como un joven sacerdote que desde la edad de 11 años ingresó al Seminario Tridentino de Morelia, lugar donde comenzó a escribir su poesía”. Además, señaló que “se trata de un artista original y único, que en 1940 publicó su primer cuaderno poético titulado Ciclo de vírgenes, el cual sorprendió por su atrevimiento. Comentó que tras ese cuaderno Ponce publicó Quadragenario y segunda pasión en 1942 y Misterios para cantar bajo los álamos, en 1947, los cuales llamaron la atención en la época”. Finalmente, destacó que Ponce fue un autor que promovió el ingreso del arte moderno a la vida religiosa”.[ii]

Por su parte, Gutiérrez Vega, para ubicar a Ponce, se centró “en la poesía religiosa de México, al tiempo que recordó a algunos de los poetas clásicos como por Sor Juana Inés de la Cruz, hasta los neoclásicos como Dolores Castro. Sobre la llamada Décima Musa evocó sus ‘odas’ a los sacramentos […]. ‘Es importante tanto su poesía profana como religiosa, pero yo gozo la juguetería de sus villancicos, las celebraciones de vastos religiosos o civiles’ […] Habló también sobre el poeta Francisco González León, ‘el boticario de Lagos de Moreno’ [Jalisco], a quien calificó como uno de los vates más refinados de México”.

Armando González Torres, a su vez, se refirió a la importancia de divulgar la obra de Ponce pues servirá para que mucha gente lo conozca como autor formado en la fe católica, aunque “mantuvo un bajo perfil en las letras a lo largo de su vida” y dio tres motivos por los que sigue vigente su trabajo: “Primero, su enorme calidad y calidez poética; segundo, su rigor experimental, su novedad e innovación; y tercero, por este panteísmo inteligente que se convierte en una perspectiva de la vida. Aunque se trata de un poeta de fe católica, no quiere decir que responda a ninguna ortodoxia, sino que es poeta que experimenta en la técnica: la métrica y lo mismo puede mezclar arcaísmos que neologismos, usar formas canónicas e improvisar”.

Lo definió como “un autor ejemplar para alguien que quiera leer o escribir buena poesía con toda libertad” y recordó que “tras la muerte de su padre en 1918, Ponce fue internado por su madre en el Seminario de Morelia en 1924. Dos años más tarde el presidente Plutarco Elías Calles comenzó la tercera persecución religiosa en México. Aunque Manuel Ponce tuvo una infancia difícil y sufrió persecución, por los resabios de la Guerra Cristera, el poeta logró transmitir en su obra todo lo contrario a lo que vivió; una celebración y una jovialidad; una capacidad de amor hacia el prójimo y el mundo”.

Promotor durante mucho tiempo de la obra de Ponce, Zaid da testimonio en el prólogo de la antología publicada por primera vez en 1980 (reeditada en 1991 y 2007) que en su juventud memorizó completo El jardín increíble, uno de los poemarios más característicos del poeta y sacerdote. Juan José Arreola hizo lo mismo con “El Cristo de Temaca”, composición del poeta-sacerdote jalisciense Alfredo R. Placencia (de quien ya nos hemos ocupado en estas páginas).

El fervor literario de estos escritores estuvo precedido por el religioso en virtud de la formación de ambos, lo cual era muy común en su época. Zaid no pierde la oportunidad para situar la labor poética de un sacerdote como Ponce en el contexto de los debates religiosos y culturales de principios del siglo XX sobre la modernidad que agobiaban al catolicismo: “Cuesta trabajo unir esas dos palabras: católica y moderna. Desde el Concilio de Trento (1545-1563), las iniciativas modernizadoras de la tradición católica han estado cohibidas por la experiencia protestante, a través de la cual prosperó el espíritu moderno. El temor a disgregarse y disolverse, como los protestantes, inhibió de algún modo la creatividad católica: no encabezó las grandes aventuras de la crítica, la ilustración y el romanticismo”.[iii]

Y pasa a señalar la manera en que se desarrolló este poeta para superar esos problemas. “Hay en Ponce un rechazo al sentimentalismo (no a los sentimientos), que parte de sus primeros versos, hechos por obligación escolar. Lo que en el seminario se entendía por poema era una efusión de buenos sentimientos religiosos. […] A los 16 años, […] el joven seminarista rehuyó las efusiones románticas que se esperaban de él, y se ganó la acusación de frío y gongorista. […] Le ‘llegaba’ la teología: conmovía su sensibilidad, su vida íntima. […] En su obra poética y (como promotor y animador) en la música y en la arquitectura, ha buscado vías de expresión donde se reconcilien la tradición y la búsqueda, la sensibilidad y la inteligencia, la religión católica y el mundo moderno”. Estas búsquedas, agrega, se le indigestan a los medios y espíritus “piadosos” lo que le granjeó a Ponce algunos “conatos de censura”.

De ahí que para Zaid, y para buena parte de la crítica, la obra de Ponce rompió los cánones de la poesía que dominaba en el ambiente católico, pues se atrevió en los dos terrenos, el formal y el de contenido, y logró lo que muy pocos escritores católicos habían conseguido: la inclusión en el corpus literario del siglo XX. Esto se aprecia en la cantidad de antologías que lo han incorporado y de las cuales Zaid también ha hecho un recuento minucioso.[iv] Su juicio sobre El jardín increíble es exacto: “La teología implícita de El jardín increíble pudiera resumirse así: el mundo es un paraíso crucificado, sepultado, descendido a los infiernos y finalmente victorioso de la muerte. Es un jardín teofánico, donde conviven la creación y la muerte, la angustia y la resurrección. Todo lo cual se manifiesta, hiere, estimula, exalta, hace triste o feliz a la conciencia sensible. […] La forma de tematizarlo no puede ser teológica sino teofánica: encontrando palabras que conmueven la conciencia sensible, que en la experiencia misma de leer comuniquen esa vivencia del jardín teofánico”.

De este poemario, extraemos las siguientes muestras.

¡AY MUERTE MÁS FLORIDA!

1
Nos ha traído una lengua lejana
a este puro silencio de bosque partido,
en el canto de ayer que se delata en nido,
en el silente nido que cantará mañana.

Callamos por la luz que se rebana,
por la hoja que se ha distraído
y cae. Yo estoy herido
de muerte, una muerte venial y liviana.

Cuelga en la luz, cuelga en la rama vencida,
en cuevas perfumadas se despeña,
y en dondequiera pienso y amo, me provoca.

¡Ay, ninfa descarnada! ¡Ay, muerte más florida!
Se prende una rosa, se prende una tarde pequeña
en el risueño plantel de su boca.

2
Entre dos continentes amarillos
y una marcha de perlas hacia dentro,
asomaba su prístina palabra
como semilla de su limpio mundo.

De sus labios colgaban los jardines,
gozosos de su alegre despedida,
y envueltos en su túnica sonora,
desflecaba los iris de su lengua.

¡Oh muerte, paraíso doloroso,
en tu mercadería de perfumes
anda luzbel de simple mariposa!

Pero en tus sienes, que las horas hacen
urna depositaría de sus mieles,
no tejeré ni una sola frase.

3
Después, cuando la sangre se gloríe
de haber ensortijado fieramente
millares de kilómetros febriles
en el pequeño huso de la estatua

y, rito silencioso el olvido,
trace por último su atenta firma,
para la identidad de la materia,
botín de pajarillos seculares:

reducirás a polvo el argumento
que tuve para hollar con pies altivos
los dorados insectos de la tierra.

Pero mientras ocurren los narcisos
a cegarme la fuente de los sueños,
tu enigma es floreciente margarita.


CUNA Y SEPULCRO EN UN BOTÓN HALLARON

Lleno de soledad y aburrimiento,
procuro consolarme con tu vista,
y toma el sueño su segura pista,
acostumbrado a cabalgar el viento.

No precisa ningún descubrimiento
para correr en pos de tu conquista:
bástame al intentarlo que me asista
un ligero temblor del pensamiento.

Surco entonces etapas de rocío,
iluminadas a uno y otro bando
por soles raros de calor y frío.

Y cuando estoy los límites tocando,
imperceptiblemente me desvío,
y me hallo solo, triste y meditando.


LA SIESTA DE LA ROSA

¡Pobre de mí, que sé lo que es la rosa,
éxtasis en los páramos del día:
lo que es la llama, pero llama fría,
lo que más huye cuanto más se acosa!

Siempre que surjan vidas de la fosa
y se repueble la melancolía
de nuevos ángeles de poesía,
la rosa es la culpable, por hermosa.

Todo en la vida es rosa, ser extraño
que no parece que nos hace daño
y toca en lo más hondo de la llaga.

Todo en la vida es rosa, si es dudosa,
hasta la muerte cuando nos amaga:
sólo la rosa no es mentira, es rosa.

(Seguimos invitando a los amables lectores a visitar la antología poética y de algunos textos críticos, que cuenta ya con 279 consultas.)



[i]Dios siempre vivo. Presencia de Dios en la poesía latinoamericana (Bogotá, CELAM, 1989) recoge varias de las ponencias presentadas en las jornadas de estudio llevadas a cabo en la capital colombiana del 18 al 22 de octubre de 1988, y en las que Zaid expuso una de ellas.
[ii]“Recuerdan vida y obra de Manuel Ponce Zavala en Bellas Artes”, en El Informador, 24 de febrero de 2013, www.informador.com.mx/cultura/2013/439835/6/recuerdan-vida-y-obra-de-manuel-ponce-zavala-en-bellas-artes.htm.
[iii]G. Zaid, “La originalidad de Manuel Ponce”, en M. Ponce, Antología poética. México, Fondo de Cultura Económica, 1980, p. 7.
[iv]G. Zaid, “Jardín de Ponce”, en Letras Libres, febrero de 2013, pp. 52-64, www.letraslibres.com/revista/convivio/centenario-de-manuel-ponce.
 

 


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