En diciembre de 1915 Ortega publica un interesante artículo titulado LA GUERRA, LOS PUEBLOS Y LOS DIOSES. Aquí escribe algo que es esencial a la fe cristiana: “El pensamiento fundamental del hombre primitivo no es la aritmética o la física, es su noción de Dios sobre el mundo y del mundo bajo Dios”. (23)
El hombre primitivo nada sabía de ese Ser transcendente que los filósofos colocan al frente de sus grandes conceptos universales. Pero tenía noción de la existencia de Dios. Cuando el apóstol Pablo se enfrenta a este tema, lo resuelve de manera sencilla, pero magistral. Dice: “Lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:19-20).
¿Qué ocurrió luego? ¿Cuándo, por qué y cómo abandonó el hombre su noción primitiva de Dios? ¿A qué se debió la aparición de dioses humanos, materiales, grotescos, finitos?
Ignoro si Ortega se lo propuso, pero su explicación sigue exactamente el mismo argumento que utilizó el apóstol Pablo casi veinte siglos antes de que naciera el filósofo madrileño.
Dice Ortega: “El Dios único se partió en dioses y la humanidad quedó disgregada, separada por grietas hondísimas, y cada aglomeración de hombres se sintió compacta y unificada por la creencia en uno de esos dioses y despegada, hostil hacia otra cualquiera que pensaba otro dios. La duda del Dios común llevó a la invención de dioses particulares”. (24)
Compárese la cita de Ortega con esta otra de San Pablo: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible”. (25)
Acostumbrado a los símbolos tangibles, al hombre cuesta mucho poner su fe en un Dios que no se encuentra envuelto en las sensibilidades propias de la vista y el tacto. Ortega utiliza este argumento en MEDITACIÓN DEL ESCORIAL para apoyar su razonamiento anterior sobre la invención de los dioses particulares. Dice que “la religión no se satisface con un Dios abstracto, con un mero pensamiento; necesita de un Dios concreto, al cual sintamos y experimentemos realmente. De aquí que haya tantas imágenes de Dios como individuos: cada cual, allá en sus íntimos hervores, lo compone con los materiales que encuentra más a mano”. (26)
Esta falsificación del Dios único, que la Biblia denuncia desde la primera letra del Génesis a la última página del Apocalipsis, desvaloriza la conciencia religiosa. La tiranía de las imágenes, las exigencias de los ídolos, las fábulas, los ritos mágicos y los cultos groseros que se dan incluso en amplios sectores del cristianismo, empañan la pureza del verdadero Dios y contribuyen a la divinización de las personas y de los pueblos.
En EL ESPECTADOR, escrito en 1925, Ortega dedica un capítulo a la confusión de lenguas que se produjo en la torre de Babel y concluye que la catástrofe lingüística que allí tuvo lugar dañó gravemente la unidad espiritual de la humanidad. “Es curioso notar –escribe- que en efecto, la Biblia pone en relación lo uno con lo otro. Durante la edificación de la torre de Babel, la humanidad, hasta entonces una, se disgrega, y se da como causa inmediata de ello la confusión de las lenguas. Nacen, pues, los pueblos al mismo tiempo que los idiomas”.
En todo este trabajo Ortega está comentando al teólogo y filósofo alemán Friedrich Schelling, nacido en 1775 y muerto en 1854. Ortega admiraba mucho sus escritos. La rebelión de los hombres primitivos postdiluvianos contra Dios trajo como consecuencia la pérdida de la unidad lingüística, la dispersión y la escisión en la creencia en un Dios único. Sigue Ortega: “La fe única en un Dios señero se rompió en una pluralidad de pensamientos distintos sobre Dios, es decir, en dioses diferentes; cada trozo de humanidad se sintió sobrecogido por la duda hacia aquella divinidad unitaria, y presa de una nueva fe en un Dios esencialmente parcial, particular, sublime, esquirla teológica de la primitiva cantera infracta. Y abrazado a Él, a ese Dios que no era el de todos, sino el suyo frente a los de los otros, fue sintiendo aversión e incomprensión hacia los demás trozos de humanidad”. (27)
Dudo que un teólogo profesional pueda exponer con mayor rigor bíblico la suerte de calamidades espirituales que se derivan del abandono de Dios. La idea de que el hombre no es creación de Dios, sino a la inversa, Dios creación del hombre, es tan antigua como el primer quejido humano.
Pero esos dioses, obras de manos de hombres, son plata y oro. “Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos”. (28)
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NOTAS
23. O.C. Tomo I, pág. 415.
24. O.C. Tomo I, pág. 415.
25. Romanos 1:21-23.
26. O.C. Tomo II, pág. 554.
27. O.C. Tomo II, págs. 381-382.
28. Salmo 115:3-8.
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