El orgullo bien llevado puede ser hasta virtuoso, pero el vivido con la mera soberbia del impenitente, es demoledor y condenable. La Biblia distingue entre la sana autoestima y la destructiva altivez; de ahí los diversos sinónimos con los que lo define: arrogancia, soberbia, insolencia, altivez, dura cerviz, jactancia e incluso chulería.
Y cuán tristes ejemplos tenemos en el paisaje español. ¿Qué no es sino un gesto chulesco de un arruinador de empresas, que además fue Presidente de una tal CEOE, quien robando dinero, se pasea por los mejores restaurantes del Sur de Francia, viaja a Canadá para practicar el “heliesquí” –hay que blanquear dinero y la nieve es buena materia‑ y cuando le fotografían los periodistas les insulta y les muestra con obsceno gesto toda la fea altivez que lo rodea?, y no se arrepiente de nada.
¿Y no son insolentes los que acumulando en los juzgados pruebas e indicios en su contra, se pasean con fresca soberbia como la de los Millet, Correa, Roca, “el Bigotes” el que fue figura de balonmano, y muchos otros de la misma estirpe de dura cerviz?, y no se arrepienten.
¿Qué no es cruel soberbia, que condenados etarras con delitos de sangre se burlen en el juicio y lo máximo que dicen como humanoides (descendientes de los orangutanes) es que sienten lástima por los inocentes niños que sufrieron por sus bombas?, y no se arrepienten, como el Boliñaga etarra condenado asesino, que pasea su proceso canceroso por su ciudad, yendo de bar en bar, saboreando sabrosos vermuts, y que tampoco se arrepiente.
¿Qué diremos de la doble cara de muchos de los actores del Goya, que son subvencionados por el Estado con más de 124 millones al año y en la gala que nos cuesta a todos los españoles, critican la mano que les da de comer?, y no se arrepienten.
Me hacen sonreír los oscarizados actores, que vienen a criticar los recortes del Estado –que tampoco se arrepiente de las injusticias‑ con pegatinas, cuando días antes se han pasado
largas jornadas de disfrute de cinco estrellas de lujo y paseándose en hidroavión por las costas a 3.500 euros la hora. Y aún me río más, cuando una premiada de Goya, aprovecha para decir que: “su papá fue al Hospital y no tuvo ni manta ni medicamentos”, y en la misma noche, no pocos de los críticos, tras las cogorzas cogidas por la fiesta, terminaron atendidos en Hospitales y sí tenían mantas y tratamientos. Y no se arrepienten. Y qué actual resulta la bruja de la galardonada “Blancanieves” presentándose como heroína antidesahucios y crítica de los recortes, mientras el espejo parece decirle: ¡cuidado que eres multipropietaria, vendedora de hipotecas y accionista de Clínica privada! y ¿cuántas Autonomías se arrepienten de los gastos superfluos, con multiplicidad de asesores que no asesoran nada y mientras mezquinan el salario de los trabajadores honestos, crean opacas empresas y administraciones inútiles?
Pero la chulería como la indecencia financiera conlleva el riesgo de ser descubierta, no en vano el proverbio bíblico declara que antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída la altivez de espíritu. Pero en España nadie se arrepiente de nada, y los responsables tardan en exceso en bajar de sus nubes antes de darse el descalabro que se darán, si los Jueces además se arrepienten de ser tan políticos.
De modo que “Desde el Corazón” la única postura admisible es la humildad y el público arrepentimiento. Arrepentimiento también que debe llegar a la Iglesia, cuyo mensaje no denuncia, ni recuerda el temor de Dios, ni el juicio de Dios y mucho menos el sencillo mensaje de Jesucristo: “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Y ¿qué es el arrepentimiento? Pues es el cambio voluntario, producido en el interior del transgresor, del chulo, por el cual, reconociendo sus culpas, las aborrece, busca el perdón, que no la amnistía fiscal para quedarse con bastante dinero, devolviendo lo robado, demostrando así una nueva pureza moral y el cambio de conducta.
Un cambio de conducta, que “Desde mi Corazón” requiere un elemento mental, que transforme el punto de vista sobre la política justa, el verdadero bienestar, y una clara visión de que la corrupción es una condición miserable que envenena la moral y hace mal al ser humano. Pero no se queda ahí el verdadero arrepentimiento, pues incluye también un elemento emocional, que cambia los sentimientos hacia el mal hecho, hasta producir un pesar interior por haber ofendido al ser humano. Es mucho más que el remordimiento, porque el arrepentimiento sincero implica un elemento volitivo, el cambio de los propósitos y planes de conducta y las formas de ejercer el poder si se tiene.
Y este elemento de la voluntad, alejándose de la arrogancia, y de la simple carga de verse sorprendido y enjuiciado, es el más importante, porque incluyendo los otros dos, restituye lo robado, mejora lo por hacer y se consagra a la superación moral, intelectual y espiritual. Me pregunto ¿se arrepentirá alguien así en España?
Si quieres comentar o