Siempre se ha escrito poesía en los círculos católicos latinoamericanos, pero esa escritura ha sido mayoritariamente para consumo interno o de “uso confesional” y no necesariamente trasciende en los espacios literarios a causa de su marginalidad, pero cuando lo ha hecho, los resultados han sido muy interesantes.
Es el caso de autores que, moviéndose en los dos espacios, trasladan su experiencia espiritual de manera notable y la poesía que producen, de alta calidad, ejemplifica los niveles de diálogo que pueden alcanzarse entre fe y poesía cuando quienes lo realizan abarcan ambos campos con solvencia y creatividad.
Sobre esta temática, el gran teólogo católico Karl Rahner escribió dos textos que son paradigmáticos y que se refieren a la Sus títulos son: “Sacerdote y poeta”, publicado como prólogo al poemario
La hora sin tiempo, de un discípulo español, el P. Jorge Blajot, SJ, aparecido en 1958, y “La palabra poética y el cristiano”, de 1961. Quien esto escribe supo de ellos gracias a dos notables biblistas: Notker Füglister y Luis Alonso Schökel. En el primero, afirma que las personas creyentes podrían “capacitarse” más, o “afinar el oído”, para percibir la palabra divina si leyeran más poesía y recibieran el impacto de los grandes poetas, y viceversa: “…ocuparse de poesía es una parcela del adiestramiento en el sabe-oír la palabra de vida. Y recíprocamente: un hombre que aprende a oír las palabras del Evangelio realmente como palabra de Dios que Dios mismo entrega, un hombre que aprenda a oírlas en el centro del corazón, empieza a convertirse en un hombre que ya no puede ser completamente insensible a toda palabra poética”.
[i]
En México, ha sido Javier Sicilia quien ha explorado estas relaciones en un volumen que ha no recibido la difusión que merece, pero que publicó en su momento la Universidad Nacional (
Poesía y espíritu, 1998). En un ensayo memorable, el poeta y crítico católico Gabriel Zaid ha señalado las dificultades de los escritores y artistas católicos para situarse en medio de la modernidad secularizada y laica.
[ii] Esto da pie para otro abordaje futuro con mayor detalle. En
El salmo fugitivo, la antología de poesía religiosa latinoamericana publicada en 2004 y reeditada en 2009 se incluyen muestras de la obra de religiosos/as de varios países y de distintas épocas. Así, desfilan por esas páginas textos de Alfredo R. Placencia (México), Azarías H. Pallais (Nicaragua), Ángel Martínez Baigorri (España-Nicaragua), Concha Urquiza (México), Ángel Gaztelu (Cuba), Ernesto Cardenal (Nicaragua), Pedro Casaldáliga (España-Brasil), Osvaldo Pol (Argentina), José Miguel Ibáñez Langlois (Chile), Ángel Darío Carrero (Puerrto Rico) y, por supuesto, Manuel Ponce. De hecho, esta labor literaria de eclesiásticos, hombres y mujeres, no ha sido suficientemente estudiada.
En estos días en México se está celebrando el centenario de Manuel Ponce, un sacerdote nacido en el occidental estado de Michoacán reconocido como uno de los mejores exponentes de la poesía religiosa, además de que también se le admira porque no dudó en incorporar elementos de las vanguardias en su trabajo literario. Ahora que aparece este texto
se le ha celebrado un homenaje nacional en el máximo recinto artístico del país, el Palacio de Bellas Artes. Exceptuando a Sor Juana Inés de la Cruz, es la primera vez que se hace algo parecido a una personalidad eclesiástica. Semejante acontecimiento es un acto de justicia a una obra poética que no se restringió formalmente, aun cuando su centro no podía ser más que la fe de su autor.
Nacido el 15 de febrero de 1913, apenas un año antes que Octavio Paz. Estudió en el Seminario Tridentino de Morelia. adonde estudió y enseñó literatura durante décadas; director de las revistas
Trento y Lecturas; presidente de la Comisión Nacional de Arte Sacro de la Conferencia Episcopal Mexicana; fundador del Instituto de Cultura Arca (Arte y Caridad) y de la Academia de Apreciación Artística Fray Angélico. Fundador de la Academia de Historia Eclesiástica y de la Casa de Poesía; miembro de la Academia Mexicana de la Lengua (desde 1977); director de Amigos de Miguel Bernal Jiménez y de la Sociedad Conmemorativa de Don Vasco de Quiroga. Colaboró en
Ábside, América, Cuadernos de Literatura Michoacana, El Hijo Pródigo, Letras de México, y
Viñetas de Literatura.
Sus libros son:
Ciclo de vírgenes, Ábside, 1940;
Quadragenario y segunda pasión, Ábside, 1942;
Misterios para cantar bajo los álamos, Ábside, 1946;
El jardín increíble, Jus, 1950 (reedición: 1999,
disponible aquí);
Cristo y María, Jus, 1962;
Elegías y teofanías, Jus, 1968;
Antología poética, Fondo de Cultura Económica, 1980, 2007;
Some of my poems, Latin America Literary, Pensilvania, 1987. Todos sus poemarios fueron reunidos por Javier Sicilia y Jorge González de León en un volumen publicado por la Universidad Nacional y el Gobierno de Michoacán en 1988.
En internet se puede leer y descargar una breve antología poética, de la cual tomamos aquí algunos poemas, y una reunión de textos críticos. De entre ellos, extraemos esta propuesta de Armando González Torres:
Cuatro razones para leer hoy a Manuel Ponce
1. Porque es un poeta católico, de hecho un sacerdote, que, sin embargo, no se ciñe a ninguna ortodoxia y cultiva una poesía libre, audaz y novedosa, que experimenta con metros e imágenes, que utiliza el humor, que descubre texturas, colores y sabores en el lenguaje.
2. Porque su poesía es un panteísmo inteligente, una celebración constante de lo vivo que tiene un timbre jovial, que se solaza con el sol y la brisa, que sabe asombrarse con los pequeños prodigios cotidianos y que emana caridad y cordialidad con el mundo.
3. Porque su obra es un destilado de la tradición más exigente de la poesía religiosa culta, pero también una celebración de la devoción popular y sus entonaciones sencillas, y porque en sus versos conviven fecundamente los homenajes al canon y las improvisaciones, los arcaísmos y los neologismos.
4. Porque en su poesía hay mucho más de teofanía que de teología y, por ello, sin la impaciencia por la revelación, su verso ligero y festivo es capaz de percibir una presencia más allá de la palabra, un misterio radiante, una divinidad sencilla y amigable que se despliega en un juego infantil, en el paso de un animal, o en el brote esplendoroso de una flor: “Esa voz deslizada/ que pregona entre orillas/ una finalidad/ sonriente. ¿No eras Tú?”.
[iii]
A JESÚS CRUCIFICADO
Yo te adoro en razón de lo increado,
temo en Ti por el brazo justiciero,
admiro en Ti la omnipotencia; pero
te quiero sólo por crucificado.
No te puedo querer en otro estado,
Ni esperar de otro modo lo que espero;
aunque sé que la infamia del madero
no es otra que la cruz de mi pecado.
Duélenme, sí, tu afrenta y el delito
que yedras enlazadas con tal arte
consuman en tus sienes de proscrito.
Pero yo no me canso de mirarte,
queriendo, si pudiera en lo infinito
crucificarte, sólo por amarte.
De
El jardín increíble
AL CRISTO DE MI ESTUDIO
¿Cuándo murió mi corazón inerte,
que no muere de verte ajusticiado,
pendiente del marfil donde, labrado
es una fácil alegría verte?
Rota el ara, la vida se te vierte
por la heráldica brecha del costado,
¡oh cántico de cisne asilenciado
y torre en los suburbios de la muerte!
Yo en flores, Tú en escarcha estás cautivo;
Tú en tinieblas, yo en luces me derramo,
y en tu divisa gozo, sufro y amo.
Por una parte lloro compasivo,
mientras por otra olvido tu reclamo:
y es que de puro simulacro vivo.
OJOS DE CRISTO
Ojos de Cristo hablando con los míos,
de miradas que fluyen como ríos,
para que los remonten mis navíos.
Ojos, en donde sin estudio, leo
lo que mejor conviene a mi deseo:
ojos que ven por mí lo que no veo.
Ojos, que por señales convenidas,
son promesas, halagos, bienvenidas
y escape de mis ansias contenidas.
Ojos inevitables y presentes,
que acuden a divinos expedientes
para que no los juzgue indiferentes.
Ojos que me penetran como espadas
y, si corro por sendas extraviadas,
me mueven una guerra de miradas.
Ojos que si sucumbo en la contienda,
son a mis daños: vino, aceite y venda,
buenos samaritanos de mi senda.
Ojos que, centinelas apostados,
por mi descuido viven con cuidados
y por su compasión, disimulados.
Porque no quiero daros más enojos,
¡romped, ojos de Cristo, mis cerrojos!
pues me lleváis el alma tras los ojos.
[i]K. Rahner, “La palabra poética del cristiano”, en
Escritos de teología. IV. 4ª ed.Madrid, Cristiandad, 2002, p. 418. Más recientemente, Pedro Rodríguez Panizo ha escrito un ensayo particularmente apasionado al respecto: “La zarza ardiente de la palabra poética”, en
Sal Terrae, núm. 97, 2009, pp. 429-442,
http://historial.pastoralsj.org/secciones/formacion.asp?id=132.
[ii]G. Zaid, “Muerte y resurrección de la cultura católica”, en
Vuelta, núm. 156, noviembre de 1989, pp. 9-24. Recogido en el primer tomo de sus obras completas como parte del volumen
Tres poetas católicos y publicado por el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, en 1992. Puededescargarse en:
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com/files/gabriel-zaid.-muerte-y-resurrecci%C3%B3n.pdf. [iii]A. González Torres, “Cuatro razones para leer hoy a Manuel Ponce”, en
Laberinto, supl. de
Milenio Diario, 17 de febrero de 2013.
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