“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo,
según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él (…) sellados con el Espíritu Santo de la promesa (…) el Padre de gloria (…) sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (1)
Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, (…) para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. (…) porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. (…) un cuerpo, y un Espíritu”.(2
V. EL CUERPO DE CRISTO ES UNO
Pocos son los privilegiados que, tal como ocurre con los amantes de la Biología, queden fascinados al descubrir la asombrosa perfección, armonía y belleza, que son patrimonio de los organismos vivos. La belleza visible de la biodiversidad que nos envuelve, de ninguna manera iguala a esa otra -invisible al ojo humano, a la que accedemos gracias a la tecnología microscópica - que excede nuestra capacidad descriptiva. Sumergirnos dentro de las más íntimas funciones y estructuras de los seres vivos resulta en una inolvidable aventura del conocimiento.
Encuentro muy valioso este aporte de la ciencia para comprender mejor a la Biblia cuando describe a la iglesia como un cuerpo humano. ¡Cuánto perdemos al desaprovechar esas posibilidades que tenemos de quedar fascinados por los últimos descubrimientos de la anatomía, la histología, la citología, la biología molecular y la fisiología humanas!
Jesús, no casualmente en coincidencia con la Pascua judía, ancla la simbología del cuerpo a la iglesia. Valga recordar a la celebración del paso de la esclavitud a la libertad (
Pesaj: “pasar de largo” en hebreo)
(3) cuando Moisés y Aarón instruyen al pueblo para que untasen el dintel y los postes de las puertas de sus casas con sangre de cordero, por pedido divino; única manera de que el ángel exterminador pasase de largo y se detuviera sólo en casas de egipcios para cumplir con la orden de Jehová. A horas de morir en la cruz, el Maestro reunió para cenar a los doce hombres cuyos orígenes, oficios y personalidades anticipaban la rica diversidad con que Dios había diseñado a Su iglesia. Al hacerlo, cumplía con lo profetizado 1.400 años antes por Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo. Los evangelistas, salvo Juan, describen ese momento único en el que:
"(…) mientras comían, Jesús tomó pan y bendijo, y lo partió y les dio, diciendo: 'Tomad, esto es mi cuerpo.'"(4)
En esa ocasión tan deseada por Jesús, él instituye el recordatorio que conocemos como la santa cena, fracción del pan, mesa de comunión o eucaristía
(5). Lo hace atrayendo la atención de sus apóstoles sobre su propio cuerpo. Tan importante es este hecho que ellos –salvo Judas- lo tendrían presente a la hora de refutar a los falsos apóstoles y maestros que atacarían al evangelio negando la perfecta humanidad y divinidad de Jesús. Los discípulos eran los primeros de millones y millones de cristianos que seguirían dando ese testimonio de reconocimiento, gratitud y esperanza a lo largo de los siglos, hasta hoy. Así lo comunicaron ellos a la asamblea tras Pentecostés; y desde entonces la iglesia primitiva hizo propia la recordación del Señor en el partimiento del pan, símbolo del Pan de vida que es Jesús; roto por amor de Su iglesia, para salvarla de eterna condenación
(6).
La mesa de comunión no era un conspicuo ritual dentro del templo judío, sinagoga o edificio erigido en su lugar; era una mesa tendida en el calor del hogar abierto a los ahora convertidos en miembros del cuerpo de Cristo.
Conviene preguntarse aquí: ¿por qué Jesús –que no pidió se recordase su nacimiento- sin embargo pediría a sus seguidores que recordaran su muerte?
El apóstol Pablo, que conocía la respuesta, nos ayuda a saber el
para qué de esta incomparable conmemoración:
“Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.”(7)
La eucaristía es el corazón de la Buena Nueva, es el testimonio de fe que late más fuerte en quien lo comparte. Revela de dónde vienen los nutrientes de nuestra fe: de Cristo al morir por Su iglesia. Al comer del mismo pan y beber de la misma copa la verdad se hace carne en esta reflexión de cada uno: ‘era yo quien merecía morir, no Jesús. Él me amó y puso su vida en lugar de la mía, para que yo viva’. Cuando es entendido así por todos, en la pluralidad de la mesa de recordación disfrutamos de una común unión: somos Un cuerpo sintiendo lo mismo
(8).
En el momento de la mesa de comunión renovamos nuestra certeza de que Jesús decidió morir para que nosotros comprendiésemos que su muerte es también la muerte de nuestra vieja naturaleza de pecado. Anunciar su muerte en la eucaristía es entender que habiendo muerto con Él ahora disfrutamos una nueva vida en Cristo, diferente a nuestra pasada manera de vivir,
sin esperanza y sin Dios en el mundo (9). En la mesa del Señor todo intento de nuestro yo de regresar al pasado mundano es cambiado en compasión por nuestros semejantes que intentan en vano acceder a una vida mejor. Anunciamos así la única muerte que es fuente de vida, y vida en abundancia
(10).
Por otra parte, Jesús al poner su cuerpo voluntariamente cumplió a cabalidad con aquella figura de la decisión conmovedora tomada por Abraham dispuesto a sacrificar a Isaac, el hijo de la promesa. Ese sufrido padre, pero siervo obediente, se aferró a una sola verdad: “Dios proveerá”; y su fe le fue contada por justicia, convirtiéndolo en
el padre de muchas gentes (11).
¿No podría Dios Padre haber provisto otro camino - como hizo con Abraham - para evitar que Jesús muriese?
Esto se preguntan muchos incrédulos y también no pocos creyentes. Los primeros, porque viviendo en la época de los derechos humanos, no ven en la obra de la cruz más que crueldad y sufrimiento injustificados; esto les sabe a una inadmisible y horrenda transgresión. Los segundos porque son adictos a un estilo de vida de consumismo materialista, que se congregan el domingo aunque no hayan asumido ni practiquen los valores de la eucaristía.
La respuesta para ambos es NO. La Biblia muestra a un Dios que NO sustituye a Su revelación con la tradición.
Dios solo obra soberanamente, y sólo Él decide cuándo revelarnos
por qué obra como obra. Veamos, entonces, en este contexto, los
por qué de ese único camino elegido por Dios, comenzando por la epístola a los Hebreos
(12).
Contrariando las tradiciones religiosas y las costumbres paganas que siguen manteniendo el culto a los símbolos y figuras, el texto bíblico explica que Cristo se constituyó en nuestro sumo sacerdote al ofrecerse a sí mismo como sacrificio histórico y eterno aceptable a Dios. Esa condición es necesaria y suficiente para ser justificados por Dios Padre en su Hijo. Podemos sentarnos hoy a la mesa del Señor, gracias a Jesucristo; no más dependemos del ritual que era sombra de un sacrificio mejor. Cristo Jesús nos abrió la entrada al lugar santísimo donde mora Dios.
Para hacer posible este milagro de milagros, Dios Padre le proveyó a su Hijo de un cuerpo de carne y hueso, y con ello dio cumplimiento a la milenaria profecía transmitida por David en su salmo 40:
“
Sacrificio y ofrenda no te agrada; has abierto mis oídos; holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón.”(13)
Jesús, voluntariamente, entró en el mundo; y no lo hizo como energía violeta, como espíritu benefactor o como el primero de los súper héroes de historietas modernas; lo hizo aceptando un cuerpo mortal idéntico al nuestro:
“Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo.”(14)
Ese cuerpo es el del Cordero de Dios que Pedro nos recuerda que ya estaba preparado desde antes de la fundación del mundo; el mismo que vio Juan cuando Jesús le insistió para que le bautizara en el río Jordán y así cumplir con toda justicia
(15). De él
el bautizador daría testimonio dos veces ante sus discípulos:
He aquí el Cordero de Dios, agregando en la primera de ellas
que quita el pecado del mundo (16).
Jesús sabía muy bien a qué había venido a este mundo. Como enviado del Padre sabía que venía a morir; y también que el Padre no dejaría su alma en el sepulcro ni que viese corrupción
(17). Por eso, a los que le pedían señales les dijo que si destruían el templo lo reconstruiría en tres días, refiriéndose
“al templo de su cuerpo” (18).
Pero Jesús sabía mucho más; lleno del Espíritu puso su rostro como pedernal para padecer lo indecible porque confiaba en la promesa de su Padre, explicada por el profeta Isaías, por la cual, una vez consumada su muerte expiatoria y ya triunfante en la resurrección le asegura que verá linaje (19): la descendencia prometida a David en Su reino, la congregación de Sus redimidos en un solo pueblo, Su iglesia única, Su esposa, Su cuerpo.
Habiendo él entregado su cuerpo y su sangre el tabernáculo y el templo del antiguo pacto dejaron de ser útiles; ahora Él ocupa el lugar de aquellos. Por esta Obra, consumada de manera perfecta, no son necesarias caprichosas interpretaciones por las que el pan y el vino deban convertirse en verdadero cuerpo y verdadera sangre, aunque así esté enseñado en la liturgia de una o más denominaciones eclesiales. La Palabra inerrante de Dios nos revela que no es necesario que Cristo muera y resucite cada semana, puesto que eso ocurrió una sola vez y para siempre
(20).
Al recordar al Señor con el pan y el vino proclamamos su muerte hasta que Él regrese. El Padre resucitó a su Hijo, lo glorificó y le hizo sentar a Su diestra; Jesucristo tiene un cuerpo glorificado en el Santuario celestial, y un cuerpo terrenal: Su iglesia; sobre ella el Padre lo puso como cabeza para santificarla, puesto que Jesucristo es nuestro único sumo pontífice. Ella, a través de cada uno de sus miembros, ejerce un sacerdocio real
(21). Es Un solo cuerpo con Una sola Cabeza, y por ser en Jesucristo que el cuerpo es santificado hasta el día de Su regreso ¡no hay ya necesidad alguna de llegar al Padre a través de intercesores o mediadores terrenales!
(22)
¿Dónde se compara a la iglesia con el cuerpo de Cristo?
“Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros.”(23)
El apóstol Pablo viene de explicar a lo largo de los once primeros capítulos de la carta a los Romanos en qué consiste el evangelio de Jesucristo, por el cual un pecador destituido de la gloria de Dios es transformado en otro justificado ante el Padre por la fe en Su Hijo. Sobre la base de que en ningún otro hay salvación aparte de Cristo, a partir del capítulo doce comienza a enseñar a sus hermanos la influencia de esa obra en la andadura diaria.
En el capítulo doce ruega a sus hermanos que rindan un culto racional presentando sus cuerpos en sacrificio vivo y santo, agradable a Dios. No les pide hacerse masoquistas; ni que se inmolen, como algunos fundamentalistas, con tal de ganar el cielo. Por el contrario, la ofrenda es un cuerpo vivo; y no en cualquier estado sino en el de santidad. Desalienta en ellos todo intento de ofrecer a Dios obras provenientes de vanos esfuerzos nacidos de iniciativas egocéntricas, carnales o legalistas. Les enseña que ellos pueden y deben ofrecer ese culto porque es lo que agrada al Padre de misericordias, después de quedar satisfecho con el obediente sacrificio de su Hijo.
Este paso en la vida de fe es esencial para la comprensión cabal de la naturaleza y funcionalidad del cuerpo de Cristo en la tierra. Si voluntariamente nos entregamos a Dios como individuos, será más viable entregarnos a Él como comunidad. Nadie debiera esperar de los demás sino aquello que está preparado a dar. Más aún, si damos como al Señor, no nos importará no recibir algo en retorno, porque
“más bienaventurado es dar que recibir” (24).
El Señor nos insta a usar de misericordia con todos. La vida del cuerpo de Cristo se basa en la misericordia divina, y solo quienes hayan sido alcanzados por ella pueden ejercer misericordia con otros.
En adelante, concluiremos el enfoque de la iglesia como cuerpo de Cristo, para verla como edificio espiritual; en las dos únicas escalas expresadas por el Nuevo Testamento: global o universal; y local. Con el texto bíblico en la mano, intentaremos desmitificar el carácter de “universal” incorporado por algunas denominaciones eclesiales, y exponer las erróneas interpretaciones del carácter de “local” instalado en otras.
Deseamos descubrir si, en algún sitio del NT, hay alguna clave por la cual podamos desvelar si los apóstoles de Jesucristo acariciaban el proyecto de armar una estructura eclesiástica con autoridad central y verticalista, asociada al Estado. Todo un desafío.
Hasta aquí afirmamos que el cuerpo de Cristo tiene muchos miembros diferentes, aunque miembros unos de otros. Muchos miembros, un solo cuerpo y una única cabeza: nuestro Señor Jesucristo glorificado; a Él esperamos.
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Notas
Ilustración: mezcla+de+sangre.jpgEncontré en esta obra un símbolo adecuado para expresar la gran variedad de etnias y razas que Dios deseó tener en Su iglesia, por medio de la sangre de su Hijo, en oposición a la búsqueda humana de homogeneidad. Leer: Los Hechos 17:26
1. Extractado del capítulo 1 de la carta de Pablo a los Efesios, que recomiendo leer íntegro
2. Efesios 2:14-17; 4:4a
3. Éxodo 12:13
4. Marcos 14:22; Mateo 26:26-28; Lucas 22:15-20. En Génesis 14:18leemos que Melquisedec sacó pan y vino y bendijo a Abram
5. Lucas 22:15-20; “Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios.”
6. Los Hechos 2:42,46; 20:7; Juan 6:35,48
7. 1ª Corintios 11:25,26
8. Filipenses 2:5-11
9. Efesios 2:12. Leer el capítulo completo refrescará en el lector la obra maravillosa de Cristo
10. Juan 10:10b
11. Génesis 22:1-18; Romanos 4:9; 16-18
12. Hebreos 9 y 10; recomiendo leer detenidamente los dos capítulos en todo su contexto, para entender las profundidades de sus enseñanzas; tan importantes como descuidadas en el día de hoy.
13. Salmo 40:6-8; citado en Hebreos 10:5,8
14. Hebreos 10:5
15. 1ª Pedro 1:19b, 20; Mateo 3:13-17
16. Juan 1:29,36
17. Salmos 16:10
18. Juan 2:18-22
19. Isaías 53:10-12
20. Hebreos 9:28; 1ª Pedro 3:18
21. 1ª Pedro 2:9
22. 1ª Timoteo 2:5; Hebreos 8:6; 12:24
23. Romanos 12:4-6; sugiero leer todo el capítulo doce antes de avanzar con la lectura del artículo
24. Los Hechos 20:35
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