El título de "hijo de Dios", según la significación que tiene en esta bienaventuranza, por cierto, distinto en significado al que esta misma expresión tiene en Juan 1,13, era en la época de Jesús el título honorífico más elevado que podía asignarse a una persona.
Varios siglos antes de Cristo los gobernantes de Persia, Babilonia, Egipto y China aplicaban este título a sus gobernantes. También los griegos, y posteriormente los romanos, aplicaron este título póstumo a esas mismas personas. ¡Y ahora aparece Jesús aplicando a los pacificadores este título mayestático lleno de un significado de honra y poder sin igual! Aunque Jesús se refirió a este título con su sentido veterotestamentario.
En sentido propio sólo Jesús es Hijo de Dios, y que él aplique su propio nombre a los pacificadores nos da una idea del alto concepto que tiene Jesús de todo trabajo a favor de la paz.
Los pacificadores son forjadores de paz. Son hombres y mujeres que trabajan activamente por la paz, removiendo los obstáculos que la impiden y creando las condiciones que la propician. Trabajar por la paz supone afanarse porque los hombres no sufran opresión, porque disfruten de independencia y libertad y porque entre ellos exista la justicia. En esta lucha los pacificadores declinan toda violencia, combatiendo únicamente con las armas del amor, de la humildad y de la abnegación.
Los pacificadores son anunciadores de paz. Ya el Antiguo Testamento habla de ellos de manera encomiable cuando dice: "¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz!"(Isaías 52,7). Jesús envía a sus discípulos al mundo como mensajeros de paz. Y habla de esta paz como de una realidad, como de un poder, como de un regalo que los discípulos han de ofrecer y que puede ser aceptado o rehusado. Dice Jesús: "En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa. Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no, se volverá a vosotros" (Lucas 10, 5.6). De manera que los pacificadores son anunciadores de paz y portadores de paz. Anuncian la paz al comunicar el mensaje divino de salvación en Cristo Jesús, a la vez que transmiten la paz que Jesús ha puesto en su interior.
¿Hay paz donde tú estás? ¿Hay paz en tu casa, en tu puesto de trabajo, en tu vecindario? ¿Hay paz en tu iglesia? ¿Qué haces tú por la paz en estos lugares?
Los pacificadores no son siempre bienvenidos. No olvidemos que al príncipe de paz, Jesucristo, no le otorgaron el premio Nobel, sino una corona de espinas. Por lo tanto,
el ministerio de la paz, el ministerio de la reconciliación, como diría el apóstol Pablo, es un ministerio bajo el signo de la cruz. Así como la paz de Dios que apareció en la persona de Jesucristo, fue una paz alcanzada en el crisol del sufrimiento, también el ministerio cristiano de la paz en el mundo estará envuelto en sufrimientos.
Pacificar, pues, es darse. Darse poco a poco a los demás, a riesgo de no recibir sino daño y sufrimiento. Es ir perdiendo poco a poco derechos, comodidades y seguridad. Esta fue la paga que recibió Jesús, y la nuestra no será distinta en este mundo dominado por el egoísmo más ciego y feroz.
LA PAZ COMO DON Y MINISTERIO
En la persona de Jesucristo se ha establecido la paz entre Dios y el hombre. Jesús es nuestra paz. Ahora el don de la paz se transforma en nuestras manos en una misión, en un ministerio. Ahora tenemos que esforzarnos en llevar la paz a todos los rincones del mundo.
En primer lugar, tenemos que hacer todo lo posible para superar la división en nuestro propio interior. Tenemos que trabajar para solucionar esas contradicciones entre el conocimiento y la acción, o sea, entre lo que sabemos que tenemos que hacer y lo que hacemos realmente. Tenemos que trabajar para establecer la armonía ente nuestras pasiones y los dictados de nuestra razón. Tenemos que conseguir la plena armonía en nuestro interior. Esto es lo que la Biblia llama la paz del corazón.
En segundo lugar, tenemos que trabajar para conseguir la paz entre nosotros y nuestro prójimo. Esto lo consiguen los pacificadores estableciendo en sus vidas tres premisas. La primera de ellas reza: Nunca empezaré un conflicto; la segunda dice: No me dejaré arrastrar a ninguna riña; y la tercera afirma: Nunca echaré leña al fuego.
Si alguna vez hubo un pacificador intachable, este fue Jesús. Él vino a establecer la paz entre Dios y el hombre. ¿Cómo lo consiguió? ¿Fue maltratado? Muchas veces. ¡Cómo lo hirieron Herodes, los sumos sacerdotes, Pilato, la soldadesca y el populacho! ¿Y cuál fue su actitud? ¿Protestó, se indignó, acusó? No. Enmudeció y no abrió su boca. No maldijo ni amenazó, sino que encomendó su causa al que juzga rectamente. De esta manera se reveló al mundo como el cordero de Dios. Y así nos dio un ejemplo para que nosotros andemos en sus pisadas, tal como nos dice 1 Pedro 2,21.
En tercer lugar, los cristianos estamos llamados a trabajar por conseguir la paz entre los pueblos.La suerte de las naciones no nos puede ser indiferente, porque Dios nunca ha sido indiferente al destino de los pueblos del mundo. A cerca de este problema podemos decir brevemente lo siguiente:
1. El cristiano no puede dejar tranquilamente esta misión en manos de militares o civiles especializados. El cristiano tiene que levantar su voz frente a la carrera armamentista y tiene que ocupar los primeros lugares en esta lucha.
2. El cristiano tiene que ser consciente de que en esta lucha se enfrentará a dioses muy poderosos y terribles. Desde siempre la industria armamentista ha sido uno de los negocios más lucrativos del mundo. Esto significa que los intereses del dios Mamón si no están en la vanguardia de toda guerra, sí que están en la retaguardia. Enfrentarse a este dios puede ser algo muy delicado.
3. El cristiano no se enrolará nunca alegremente en un ejército, pues, no olvidará que en el otro lado hay también seres humanos y cristianos como él.
4. El cristiano no olvidará nunca que en la vida de las naciones la justicia y la injusticia no se pintan sobre un fondo de negro y blanco, y que la mentira de la propaganda y de las encuestas cavalga sobre potros amaestrados en aras de los propios intereses nacionales.
5. El cristiano no puede olvidar nunca que Dios proclamó el mandamiento del amor al prójimoy que, como anuncia el profeta, él espera esos tiempos en los que los hombres, de la mano de Dios, "volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra" (Isaías 2,4).
Por todas estas razones el cristiano apoyará todo esfuerzo en favor de una paz justa entre los pueblos y se aplicará para disipar toda amenaza de guerra. Sobre todo, de cara a la carrera nuclear mantendrá una actitud de denuncia y de firme rechazo, advirtiendo siempre de las terribles consecuencias de unas armas tan diabólicas.
Con esta actitud el cristiano tiene que aceptar el riesgo de ser doblemente mal interpretado. Porque, por un lado, habrán quienes le confundan con un iluso que parezca haberse olvidado de que el hombre es un pecador; mientras que por otra parte, habrán quienes le verán como un enemigo de la patria que sirve a intereses extranjeros. Jeremías, el profeta, gustó esta triste situación, y su propio pueblo le tuvo por enemigo. Esta cruz de la incomprensión tendrá que ser cargada por todo pacifista que al seguir a Cristo se encuentre entre dos frentes que se combaten encarnizadamente. También ésto corresponde al ser cristiano. El mismo Jesús gustó esta contradicción. ¿Habrá de irnos de distinta manera a los hijos de Dios? No, seguro que no.
Y finalmente, hay una cuarta misión a la que el cristiano ha sido llamado, en tanto que pacificador: Se trata de la misión de ayudar a superar el conflicto entre el hombre y la naturaleza. El hombre está llamado a vivir en armonía con su mundo. Está llamado a hacer la paz con la creación. Debe cesar en su locura de expoliar la tierra y utilizar a los animales sin ningún sentimiento de respeto. Este esfuerzo es posiblemente el que más encarecidamente nos reclama en el presente.
El cristiano debe trabajar con fe y esperanza en todos estos campos en conflicto, creyendo que Dios quiere la paz. Y debe trabajar en su consecución con ilusión y libre de toda resignación paralizante. El fundamento decisivo para la paz lo ha puesto Dios: Jesucristo es nuestra paz. Muchos cristianos luchan diariamente por la paz, manifestando al mundo que ellos son hijos de Dios. También nosotros debemos ser activistas de la paz. Así conoceremos una de las mayores bendiciones que nos ha sido dado gustar: La bendición de ser llamados hijos de Dios.
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