Un argumento que pretende justificar la bondad, o al menos, rebajar la impiedad de la Inquisición, es el afirmar que fue muy moderada con las brujas, incluso eliminando el concepto para encausar en la segunda mitad del siglo XVII; frente a la extensa caza de las mismas que se produjo en los países protestantes. Esto lo mantiene D. Pío Moa, al que tomo de nuevo como referente, por ser divulgador del argumento y, además, porque se englobaría en el conjunto de artes para pescar hispanófobos, que ya se sabe son los protestantes, marxistas, separatistas, etc.
Si en la semana anterior me limité a ponerles algunos textos del Manual de Inquisidores (el de Nicolau Eimeric, inquisidor de Aragón, actualizado), ahora les propongo la lectura de
El Martillo de las Brujas (sustentado en los escritos también de Eimeric sobre el tema). El texto del que anoto es la traducción de Miguel Jiménez Monteserín (Editorial Maxtor, Valladolid, 2004), es lectura larga, 600 páginas, pero es el camino obligado para la objetividad, excepto que se tengan “objetivos” previos no soportados por el objeto. (El Manual de Inquisidores es lectura más reducida, lo ha sacado la misma editorial; existen versiones de ambos libros que andan libres por internet.)
El Martillo de las Brujas (Malleus Maleficarum) aparece en 1486. Sus autores fueron dos inquisidores dominicos, Heinrich Krämer (= Institoris) y Jacobo Sprenger, que fueron autorizados por Giovanni Battista Cybo para la extirpación del peligro que suponían las brujas con sus hechizos sobre los campos, las bestias y las personas. (La autorización papal se refiere a la actuación de los inquisidores, pero no hay constancia de la autorización del libro como tal.)
Para ayudar en su tarea estos inquisidores escribieron, basados en textos anteriores, el citado libro. Su campo de acción estaba centrado en Germania, una parte de la actual Alemania, y contornos cercanos.
El papa reconocía la existencia de las brujas y, sobre todo, sus artes para dañar. Se asumía que quien no creyera en su poder, es que estaba bajo su hechizo. El libro está lleno de descripciones que serían hilarantes si no tuviesen el fuego y la ruina de tantas personas al lado. Les pongo un ejemplo. “Esos brujos que por este medio coleccionan miembros viriles en gran número (veinte o treinta) y van a colocarlos en los nidos de los pájaros o los encierran en cajas donde continúan moviéndose como miembros vivos, comiendo avena o alguna otra cosa, tal como algunos lo han visto y la opinión común relata (…) Un hombre relata que había perdido su miembro y que para recuperarlo había recurrido a una bruja. Esta mandó al enfermo trepar a un árbol y le concedió que cogiera el miembro que quisiera de entre varios que allí había. Cuando el hombre intentaba tomar uno grande, la bruja le dijo: No cojas ése, porque pertenece a uno de los curas”. (Págs. 265-266) Todo eso se producía no tanto en la realidad, sino por sortilegios y alucinaciones de los demonios.
En esta zona, donde los “países protestantes” se dedican a la caza de brujas, ya existía esa caza antes. Luego siguió, y eso es más perverso, porque ya estaba al alcance del pueblo y los magistrados la luz de la Biblia, pero antes ya se perseguía y cazaba a las brujas por la inquisición papal. Y es doblemente perverso el asunto porque precisamente se siguió usando el libro de los dominicos inquisidores como manual para enjuiciar por los magistrados civiles, con la connivencia de los pastores protestantes. Una miseria inaceptable.
La persecución y quema de brujas se produce por la acción de la inquisición papal (con jurisdicción extraterritorial), con la colaboración necesaria de las autoridades civiles. Luego, en los países donde se instala la Reforma (con variación de casos), los tribunales civiles siguen el mismo camino, con la colaboración necesaria de las autoridades religiosas. Cualquier actuación “profana” (fuera del control del santuario eclesiástico o estatal) se consideraba un peligro para la buena sociedad, que había que extirpar. Hoy pasa lo mismo, pero con nombres diferentes.
No he investigado de forma específica el asunto de la brujería. Me he encontrado con episodios en las diferentes páginas de la Historia.
En los campos protestantes, con ejemplos diabólicos y perversos. Rechazo absoluto. Para una visión de conjunto creo que es muy útil el libro
Witchraft in Europe, 400-1700: A Documentary History (E. Peters y E. Kors, editores. University of Pennsylvania Press, la edición ampliada). [El profesor Edward Kors ha creado una fundación en defensa de la libertad académica que proporciona mucha reflexión sobre la materia, FIRE por su nombre en inglés.]
La cuestión es que la descripción y conceptualización del mal en la figura de la bruja, y su erradicación por mano de los defensores del bien, se inicia con la actuación de la inquisición papal, y se resume en la obra El Martillo de las Brujas, que después sigue como manual para las actuaciones en países protestantes.
La Inquisición Española no se especializó, salvo algunos casos, en buscar y condenar brujas. Tampoco era necesario para sus fines. Por otra parte, la mitad del peligro ya quedaba conjurado, pues con el agua bendita se impedía la acción externa del diablo (no es ironía, es teología papal), para la interna se tenía el poder sacramental de la Iglesia.
Rechazada la superstición mostrada en la descripción y persecución de la brujería, sea en autores de cualquier filiación religiosa, queda otro asunto que se necesita tener en cuenta.
Creo que sería un error liquidar toda la Historia en sus páginas sobre persecuciones de brujas, sin atender y conservar el hecho de que se da en la sociedad intervención diabólica. Tanta acción diabólica es pretender tener poder por artificios para secar un campo, o la potencia reproductora de alguien, o levantar una tempestad, como creer que alguien lo tiene.
De supersticiones y acciones diabólicas no podemos olvidarnos de que el Nuevo Testamento nos avisa y dispone. Ya sabemos que prohibir casarse y comer ciertos alimentos es “doctrina de demonios”. Sí, aquí entra el celibato forzoso y la carne de cuaresma. Los “hechiceros” se encuentran como causa, entre otras, de la cautividad de Israel y se asientan en su retorno. “Y vendré a vosotros para juicio; y seré pronto testigo contra los hechiceros y adúlteros, contra los que juran mentira, y los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, y los que hacen injusticia al extranjero, no teniendo temor de mí, dice Yahvé de los ejércitos” (Malaquías, 3:5). Si así termina el Antiguo, no menos ocurre con los avisos del Nuevo Testamento. “(…) Porque tus mercaderes eran los grandes de la tierra; pues por tus hechicerías fueron engañadas todas las naciones” (Apocalipsis 18:23).
El Redentor ha destruido “por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14). Como parte de ese pueblo redimido, como parte de la Iglesia cristiana católica, sujetos a la única autoridad de la Escritura, hoy debemos atender a las acciones propias del que es Padre de mentira, y homicida desde el principio, para no colaborar, sino exponer las obras infructuosas de sus tinieblas. La razón del hombre se sujetaba a las instigaciones destructivas del mal para razonar “creyendo” que existía un poder maléfico en algunas personas para producir daños o beneficios a sus clientes. Y eso producía esclavitud de la sociedad al mal, en todos las esferas: social, política, económica, religiosa, etc. Igual ocurre hoy.
No alargo más. Seguiremos, d. v., con más reflexiones la semana próxima. Dos cuestiones sí quiero apuntar. Sin quitar la responsabilidad propia de cada individuo, es una acción diabólica la que se manifiesta produciendo los frutos (si así puede llamarse) de mentira y muerte que observamos hoy en la sociedad, sociedad de la que formamos parte, a veces sin siquiera sentirlo. Mentira, por ejemplo, en el campo financiero, con brujos de todo tipo, que esclavizan y perjudican realmente a la gente, con la ayuda mutua del poder civil y el religioso (del color que sean). Muerte, por ejemplo, en los cien mil abortos legales que se llevan a cabo cada año en España. Nunca, según la Escritura, habrá bendición para una tierra en la que se derrame sangre inocente. No es lo único que causa juicio divino, pero es una de las causas. Aunque ya no toque salir con la pancarta de visón para defender el derecho a la vida, pues eso parece que conviene solo cuando gobiernen los otros, siguen perdiendo la vida, en el lugar donde más debe protegerse: el vientre materno y la acción médica, miles de nuestros paisanos, nuestros vecinos. Que el rechazo a las supercherías atribuidas a brujas y hechiceros, no nos aleje de razonar sensatamente sobre las acciones contra la sociedad que producen “científicos” y gente que se burla de la acción diabólica.
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