No sé si les habrá sucedido a ustedes que con la locura de todo lo que pasa alrededor, con tanta crisis, prima de riesgo, desgracia por doquier y preocupaciones varias, uno se para por un momento a pensar y, sorprendentemente… ¡descubre que estamos en Navidades prácticamente y no nos habíamos dado ni cuenta!
Casi, casi, a lo mejor ni les hace ilusión. Si ustedes, como yo, han disfrutado de la celebración de este tiempo años atrás, quizá les pueda haber producido cierto “impacto” encontrarse de nuevo frente al arbolito, las cenas familiares y demás parafernalia sin apenas haberse dado cuenta de que el tiempo se les echaba encima, de que ya estaba ahí.
Porque cuando a uno le gusta algo, lo espera con anticipación, con ganas y con deseo de celebración. Pero este año es distinto, al menos aparentemente. Cuando se nos ha pasado casi desapercibido, es que nuestra mente y preocupaciones estaban en otro lugar.
Es difícil centrarse en lo festivo cuando las cosas alrededor no están para muchas fiestas, claro.
Los fuegos artificiales nos sobran, las excentricidades gastronómicas también, y desde luego todo el derroche de luces, centros comerciales y demás variantes pseudonavideñas. Y las denomino así porque, como ocurre desde hace unos años, viene siendo cada vez difícil entresacar algo de verdaderamente navideño entre tanto sucedáneo.
Ya no queda Navidad por ninguna parte. Por eso también, igual, cada año se nos pasa más desapercibido y lo anticipamos con menos ganas, aunque cada vez parece llegar antes, más fuera de fecha, más fuera de contexto.
En el fondo (y mucho menos en la superficie) esto no es Navidad; es otra cosa, y no invita a ninguna celebración porque lo que derrocha es pura superficialidad y vacío, puro interés comercial y amor de pacotilla.
Se ven tan claras las intenciones de quienes adelantan la campaña navideña a octubre con el fin de llenar sus propios bolsillos de billetes y no las vidas de “ilusiones”, como suelen predicar, que en años de catástrofe general como éste la gente no puede por menos que correr un tupido velo y centrarse en lo que, a sus ojos, es verdaderamente importante. Y no es esta navidad, precisamente.
Sin embargo, la Navidad (con mayúsculas) sí es importante, aunque no tal y como nos la vienen vendiendo con cada vez más descaro.
Pueden habérsenos pasado casi desapercibidas estas fechas por dos razones: la primera ya la he descrito. Es una cuestión de supervivencia y de coherencia, máxime cuando la supuesta “navidad” de la que se trata está llena de consumismo y vacuidad. Nadie echa en falta eso si verdaderamente le importan las cosas importantes. Nadie lo hace, tampoco, cuando tiene mil problemas encima que no sabe cómo resolver.
Es justo en esos momentos, tristemente, cuando las cosas relevantes empiezan a tomar su verdadero lugar, el que no son capaces de tener cuando todo nos va aparentemente bien y los tiempos son de bonanza.
La segunda razón de nuestro “despiste” puede estar relacionada con la primera, pero no es exactamente la misma. Pudiera habérsenos echado prácticamente encima esa “navidad” superficial porque no nos interesa, efectivamente. Pero en estos tiempos corremos el riesgo de que la de verdad también pase por el olvido. Y esto es mucho más grave.
Pudiera ser que esto ocurra porque los cristianos convencidos no la celebramos sólo en estas fechas. Así, que sea 25 de diciembre o no nos da, francamente, lo mismo. Igual podríamos celebrarlo el 14 de marzo.
Ojalá sea sólo por esto, porque
sería triste que para nosotros, los que creemos, los que hemos sido reconciliados por la sangre de quien nació hace ya más de 2000 años en Belén y que vino con el único propósito de salvarnos y mostrarnos al Padre, lo realmente importante perdiera sentido. Lo relevante y trascendente, cuézase lo que se cueza alrededor, siguen siendo las cosas del Reino. Y todo lo demás se nos dará por añadidura.
Así que tú y yo volvemos a tener algo que celebrar este año, por mal que nos vayan las cosas.
Este es un tiempo para la supervivencia.
Son épocas difíciles para muchos en que no apetece celebrar. Hay, sin embargo, muchas maneras de hacerlo y no todas ellas visibles externamente.
La gratitud es siempre una forma de celebración y se produce en lo más íntimo del corazón. Quizá tu ánimo o el mío no está para demasiadas fiestas, pero recordar la obra de Cristo, Su nacimiento, Su entrega, Su muerte y Su resurrección siempre da lugar a fiesta en el corazón de Dios, que se alegra ante un corazón agradecido y ve glorificado su nombre en medio de la dificultad de Sus hijos.
Para todos y en todo… FELIZ NAVIDAD.
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