NO HAY UTOPÍA SINO RESURRECCIÓN
Este 2012 Pablo Antonio Cuadra habría cumplido cien años. Falleció el año 2002. Y representa, junto a sus primos José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal, tres de los nombres ineludibles de la lírica nicaragüense contemporánea, claro está que luego del grande Rubén Darío. Fue periodista, poeta, dramaturgo, ensayista, rector, crítico de arte, narrador y miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua.
Pero no abundemos en sus datos biográficos. Centrémonos en su faceta de poeta cuya fe cristiana le hace decir: “El poeta sabe que misteriosamente ligadas están Palabra y Creación. Más que creado el mundo, fue hablado por Dios. Cada cosa está palabreada. Cada cosa tiene como una semilla de palabra: la palabra con que Dios la creó”.
Y añade, de forma contundente: “No hay utopía sino Resurrección”,porque para él, “En medio de las edades Cristo extiende sus manos/ y se unen en Cristo el pretérito y el futuro”. Y aquí si reflexión sobre lo colectivo: “Más que el Yo, que fácilmente oprime o explota al Tú, lo que el cristianismo quiere es forjar un Nosotros unido por la palabra de Cristo que es palabra de amor”.
Por ello entiende que debemos “agacharnos como los campesinos a la tierra, doblar el cuerpo para tocar como los campesinos a la tierra, adorar al Señor con esta inclinación como los campesinos de la tierra”.
Apreciemos unos versos del poema titulado “Diciembre”, por oportuno por estos días de celebración de la Natividad.
Hemos llegado tras de Ti a Belén. Y nace
(que es morir) Y muere
(que es nacer) El que redime el tiempo.
“Por Él la vida se transforma, no fenece”
Por Él renace el Ser y el Estar (el tiempo
que me hizo y el que hicimos). Recuperamos
lo efímero…
Y por Él la ley de gravedad se invierte.
Cierto que el Tiempo está muy presente en la obra poética de Cuadra, pero entendamos en qué sentido, según el propio poeta: “Lo que Dios premia con premio de eternidad, es lo que hicimos por redimir el tiempo”. En sus textos que tienen su anclaje en los Evangelios, podemos citar el poema titulado “Invitación a los vagabundos”, donde señala con voz proféticay solidaria que él acude, como el Maestro, para clamar por “los lisiados, los tristes, los que sufren persecución por la justicia”.
DOS POEMAS DE MUESTRA
Mencionemos los poemarios principales de este poeta nacido y fallecido en Managua. Entre ellos están:
Poemas nicaragüenses (1934),
Canto temporal (1943),
Poemas con un crepúsculo a cuestas (1949),
La Tierra Prometida (1952),
El jaguar y la luna (1959),
Tierra que habla (1974),
Esos rostros que asoman en la multitud (1976),
Cantos de Cifar y del mar dulce (1979),
Siete árboles contra el atardecer (1980),
Obra Poética Completa (siete vols.,1983-1989).
AUTOSONETO
Llamaron poeta al hombre que he cumplido.
Llevo mundo en mis pies ultravagantes.
Un pájaro en mis venas. Y al oído
un ángel de consejos inquietantes.
Si Quijote, ¡llevadme a mi apellido!
-De la Cuadra-: cuestor de rocinantes
y así tenga pretextos cabalgantes
mi interior caballero enloquecido.
Soy lo sido. Por hombre, verdadero.
Soñador, por poeta y estrellero.
Por cristiano, de espinas coronado.
Y pues la muerte al fin todo lo vence,
Pablo Antonio, a tu cruz entrelazado
suba en flor tu cantar nicaragüense.
HIMNO DE CRISTO EN LA TARDE
Era cuando la vejez de la amapola.
Cuando la precipitada senectud de la violeta.
En ese lugar. A la puerta del templo nocturno,
donde la Madre Tarde, canosa, apoyada en su cansancio,
deja en la alcancía su única moneda. En esa hora.
Llamando desde Emaús, desde otras tardes,
desde playas indelebles, desde aldeas:
“Ved que reúno en el corazón todas las cosas que retornan.
Llamo, convoco en esa hora los rostros que vuelven
con una capa de tiempo —unas horas derribadas—
sobre la brillante juventud de la mañana.
Ved que llamo a los puertos, convoco a las riberas
donde regresan los navegantes, húmedos de mar,
todavía caudalosos de las fatigas fluviales.
Las posadas, los nidos colgantes,
las alas pendulares de las oropéndolas,
las cuevas bostezantes de la raposa y del caucelo:
todo lugar que acoge. Yo lo llevo ahora dulcemente
recibiendo las memorias y cantos del arribo.
Estoy reuniendo los pasos esperados,
la aproximación feliz de los retornos
—madres que asoman a sus propias pupilas, interrogando,
zenzontles implumes que pían, lactantes cachorros—,
y aquellos que he pronunciado con preferencia,
porque su retorno está marchito de soledad.
¡
Ah! Yo he venido. Yo he llegado con ellos.
Ved que acompaño uno a uno tanto desenlace,
Ved el pecho abriéndose en posada
—dolorosamente roto para tu descanso de la tarde—.
Ved que llamo. Es mi voz la que lleva ese pájaro pasajero.
Allí suena: en la rosa a punto de cancelar su exposición.
En esa mano del padre resbalando lentamente sobre la frente del hijo.
En el fuego prudente del pan.
En el calor de lo amado que otra vez acoge.
¡Yo soy el amanecer y el ocaso!
Para vosotros, que veis descender el sol y os devora el silencio
—desposeídos, tristes errabundos—,
para vosotros los marginales
—desvalidos de los crepúsculos, andantes sin retorno—,
ésta es la hora en que Yo he sido descendido hasta mi ocaso.
Bajan mi cuerpo con el vuestro,
y Yo comparto con vosotros mi última tarde.
¡Oh, venid! He vaciado de sangre mi corazón
para dar lugar a que los hombres reclinen su pesadumbre!
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