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La iglesia y los lugares de culto (24)
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La metodología de la misión (II)

No por ser exitosas en el mundo secular ciertas metodologías o prácticas debieran ser automáticamente aplicables a la misión de proclamar el Plan de Redención cuyo centro es Jesucristo.
AGENTES DE CAMBIO AUTOR Óscar Margenet Nadal 30 DE NOVIEMBRE DE 2012 23:00 h

Como venimos afirmando la iglesia es de Dios. Es la comunidad de fe con una naturaleza sobrenatural: la de ser cuerpo de Cristo. Aunque está en la tierra, es guiada a obedecer a la Palabra viva, dejarse conducir por el Espíritu, testificar de la obra de reconciliación de Dios, anunciar el mensaje de la cruz, de la resurrección y la esperanza en su segunda venida y hacer discípulos en todos los países bautizándolos en el nombre del tri-uno Dios.

Un peligro siempre latente es olvidar que junto a los sembradores contratados por el Señor de la mies, siempre hay furtivos sembradores de cizaña, cuyos brotes se confunden con los del trigo pero cuyo fruto y destino final son totalmente opuestos. Peor aún, es olvidar que la obra del nuevo nacimiento espiritual, es una exclusividad del Espíritu Santo. Nosotros sólo podemos aspirar a ser “parteros” o “nodrizas” espirituales. Hay tanto para analizar en este aspecto que ahora referiremos los aspectos metodológicos positivos y en una próxima los negativos.

Un resumen estupendo de los resultados de la obra realizada en el temor de Dios y en amor por los escogidos lo tenemos en el capítulo I de la primera carta a los Tesalonicenses, cuya cuidadosa lectura recomiendo.

CONTRASTES ENTRE EL SIGLO I Y EL XXI
Si hay algo que caracteriza a la verdadera iglesia de Cristo no es una historia de anquilosada inmovilidad, sino esa asombrosa capacidad de estar en muchos lugares a la vez. Lo que llama la atención en la iglesia descrita en el Nuevo Testamento es su gran movilidad; en sus viajes misioneros los apóstoles transmitieron esa característica a los nuevos conversos. Muchos de los miles de convertidos después de Pentecostés y fueron discipulados por los apóstoles de Jesucristo partieron de Jerusalén. Recorrieron Judea y Samaria; voluntariamente o a causa de persecuciones salieron de Palestina y entraron en los países dominados por el paganismo. Y donde hacían discípulos, muchos les imitaban saliendo a testificar por las regiones vecinas. Los discípulos discipulaban a otros, y estos a otros y…… fue así como el Evangelio inició su imparable viaje “hasta lo último de la tierra”.

Hoy vivimos en una sociedad sacudida por la globalización, la crisis económica, el desenfreno pasional; en medio de una seria rebelión social causada por las mentiras de la acomodada raza política y la aplastante cantidad de información que vende su mercadería a cualquier precio. En este medio el creyente sufre a causa de su doble pertenenciay es tentado siempre por el sistema mundano, Satanás y la carne para confundir sus prioridades. El desarrollo en las comunicaciones está acelerando la simultaneidad del anuncio evangélico; como consecuencia crecen las necesidades de enseñanza y pastoreo de las nuevas comunidades y la atención a necesidades básicas en áreas de indigencia, pobreza y marginalidad.

METODOLOGÍA DE LA MISIÓN EN LA ACTUALIDAD
Nuestra hipótesis es que no por ser exitosas en el mundo secular ciertas metodologías o prácticas debieran ser automáticamente aplicables a la misión de proclamar el Plan de Redención cuyo centro es Jesucristo.

Esperando no pecar de inmodestia, me permitiré compartir un recuerdo personal con la sola intención de sacar a luz algunas metodologías de hace medio siglo.

Tenía diecisiete años cuando dejé mi Santa Fe natal para ingresar a la universidad de Rosario. Debía conseguir trabajo para pagar mi carrera, vivir en una habitación alquilada y cursar el ingreso. También me congregaba y colaboraba en obras de extensión de mi nueva comunidad de fe: en la evangelización de niños de la periferia, la predicación relámpago en lugares públicos y las series de varios días usando una tienda de grandes dimensiones, mi afición por la coral y el testimonio con el novel grupo de estudiantes (campamentos de verano incluidos).

En el comienzo de la década del 60 se anunció que Billy Graham visitaría por primera vez Rosario. No todas las iglesias invitadas aceptaron colaborar con la campaña “Es hora de volver a Dios”. La abstención de las asambleas de hermanos a la que pertenecía me planteó un dilema que no sabía cómo resolver: si yo deseara colaborar ¿me prohibirían hacerlo? Escribí a Don Walter Bevan, el misionero galés, fiel maestro de la Palabra y paciente pastor en mi adolescencia, pidiendo su consejo. Su carta manuscrita me llegó poco después alentándome; la frase clave decía algo así como: “Ora hasta tener una respuesta en tu mente y corazón; lo que decidas hazlo con responsabilidad y alegría.” Seguí el consejo de aquél amado mentor espiritual y, un día me sentí con ánimo para plantearles a los ancianos que deseaba participar en la campaña evangelística; me dijeron que esa era mi propia decisión. Decidí enfrentar ese desafío que habría de influir en mi posterior desarrollo espiritual.

Un estadio de fútbol fue escenario durante tres noches de la novedosa presentación con traducción simultánea y el apoyo de una bien ensamblada coral. Hubo cientos de personas que respondían a la invitación de recibir a Jesucristo hecha insistentemente por el predicador. No todos los que acompañé hasta el estrado aceptaron recibirme en sus casas para leer la Biblia y orar juntos. Fue una etapa en la que, a mis obligaciones semanales, sumé un buen número de visitas de discipulado; estaba entusiasmado, veía hogares que se abrían al Señor, los nuevos convertidos me hacían preguntas que desafiaban mi básica formación bíblica y poca experiencia. Hoy confieso que disfrutaba mucho sirviendo a Cristo en aquellos días y que, sin darme cuenta en aquél momento, iba creciendo en mi relación con Cristo y con los nuevos hermanos.

En este contexto rescato el caso del matrimonio formado por Edgardo y Carmen. Por su muy apenada madre supe después que – a pesar de ser sobrino de un pastor bautista y reconocido misionero en el Amazonas peruano - Edgardo no quería saber nada con el evangelio, ni con los evangélicos. Con todo, había decidido darle el gusto a su esposa acompañándola a la cruzada. Ella estaba llena de gozo por haberse relacionado con Jesucristo, pero no ocultaba su tristeza por no poder compartirlo con su marido. De mala gana él estaba presente en mis visitas, hasta que al unirse Carmen a la iglesia local donde fue bautizada, acordamos interrumpir el discipulado; pero a instancias de su suegra los tres seguimos orando por el rebelde. Pocos meses después, recibí una llamada telefónica en la que Edgardo me contaba – de manera entrecortada por sollozos- que el Señor Jesucristo lo había conquistado, que ahora era un hombre nuevo y que vivía mucho más feliz con su familia.

Antes de graduarme y emigrar, Edgardo ya era diácono en su iglesia. Tiempo después supe que había sido llamado al pastorado en un grupo que él y su familia habían ayudado a formar y discipular, al que sirvió con abnegación, a pesar de su pobre salud. Después de que partiera al hogar celestial muchos le siguen recordando con amor.

Seguramente hay innumerables historias como ésta, y mucho más elocuentes, que revelen la gran variedad de actividades en las que estamos involucrados y en las que participan muchos hermanos y hermanas con diferentes dones y ministerios cuando somos parte de una iglesia en misión. Por imperfectos que seamos Dios nos utiliza.

Soy consciente de que la organización norteamericana que inició esta historia y la metodología que emplea tiene defensores y enemigos, dentro y fuera del protestantismo, como ocurre con otras organizaciones misioneras.

Mi anhelo es que este relato sirva solamente como ayuda memoria acerca de los distintos modos de vivir en misión que tenemos a nuestro alcance, sin necesidad de embarcarnos en metodologías o proyectos no convenientes.

El equipo teológico del Movimiento de Lausana apunta: “Dios ha dado una gran variedad de dones, llamados y ministerios a su iglesia universal para beneficio de todos los miembros y para equipar a todo el pueblo de Dios para el ministerio y la misión (1ª Pedro 4:10-11).
Necesitamos abrazar esta enseñanza más positivamente y evitar nuestra tendencia a elevar un tipo de dones por sobre otros, o de relegar algunas formas de llamado o ministerio a niveles de importancia secundarios.
Afirmamos que los dones y llamados para el ministerio no están definidos por género, ni etnicidad, ni riqueza ni condición social. Dado que toda la iglesia es llamada a la misión, toda la iglesia tiene dones para la misión.”(1)

DE METODOLOGÍAS E INSTRUMENTOS
Por razones que debiéramos estudiar suele confundirse metodología con instrumentos. Será por eso que hay una preferencia a usar los medios audiovisuales en mayor medida que los directos y personales.

Se eligen las teleconferencias, la grabación y reproducción de mensajes en sitios web, la TV y el cine, por sobre el contacto físico y más cálido de testificar cara a cara, tanto en el trabajo, la universidad y el mercado, como en los sitios destinados al sermón o prédica eclesial, y en auditorios donde se permite presentar el evangelio en actos académicos, científicos y culturales.

Paralelamente se va dejando de leer y de escribir libros, por más que haya todavía una gran cantidad de autores con el don de transmitir las abundantes riquezas espirituales que reciben de Dios. Con el advenimiento del e Book las bibliotecas verán poco a poco mermar su inigualable tesoro, mientras se ensanche la memoria de los ordenadores y se perfeccionen los sistemas externos de archivo de material virtual.

Paralelamente a la iglesia local surgen organizaciones civiles no gubernamentales (ONG) y fundaciones que atraen a muchos creyentes para ocuparse en los más diversos fines. Actividades a favor de la paz, el desarme nuclear, la reconversión de recursos bélicos en la construcción de escuelas, hogares para huérfanos, ancianos, madres solteras y hospitales en sitios diezmados por enfermedades, analfabetismo y discriminaciones de todo tipo, o para asistir con víveres y abrigo a sectores azotados por la miseria, las adicciones y enfermedades infectocontagiosas.

En algunos casos los creyentes crean esas organizaciones, en otros se suman a las seculares para testificar de Cristo tanto a sus pares como a los beneficiarios.

El hecho que Dios obre fielmente, de todos modos, no nos libera de buscar siempre lo mejor. Al fin y al cabo, nosotros somos seres de carne y hueso sólo instrumentales a la misión, ya que la Obra profunda y verdadera es la que hace la Palabra viva: ella penetra hasta el tuétano, horada el corazón de piedra, abre el oído interior, genera fe y la nueva vida en el Espíritu; así como ocurrió con Carmen y Edgardo en la historia compartida más arriba; y como en este instante sigue ocurriendo con muchos otros, por la misericordiosa gracia de nuestro Dios, a quien sea toda la gloria.

ALGUNAS OPINIONES DE MISIONEROS
Al decir de Kenneth Strachan nosotros “no podemos convencer de pecado, no podemos iluminar las tinieblas, no podemos convertir, no podemos regenerar, no podemos edificar. Sólo el Espíritu de Dios se encarga de estas operaciones tanto en el primer siglo como en el siglo XX”(2); y en el XXI también, agrego respetuosamente, porque el Señor no cambia.

Por su parte Samuel Escobar afirma que un correcto examen histórico “clarifica una cuestión importante para la misión: la relación entre creencia sobre el contenido de la fe, experiencia de la fe y estructura para la propagación de la fe, tal como se ha dado en las diversas formas del Protestantismo” y destaca que tanto “el gran movimiento misionero protestante de los siglos dieciocho y diecinueve como el dinamismo misionero de los evangélicos y pentecostales latinoamericanos en el siglo veinte se relacionan directamente con el concepto y la práctica del sacerdocio universal de los creyentes”.(3)

Samuel cita a autores que, siendo misioneros, hacen una auto-crítica de la obra misionera: “Al reflexionar dentro de un marco teológico y más precisamente bíblico, redescubren el papel central del Espíritu Santo en la misión. A partir de este descubrimiento cuestionan las actitudes cerradas dentro de tradiciones irrelevantes, las estructuras eclesiales que impiden la participación de los cristianos en la misión, y las metodologías obsoletas que impiden la plena realización de la vocación misionera (...) Por ello llega a las fuentes del impulso misionero en el Espíritu Santo y busca modelos históricos que puedan ser contextualizados para nuestra época.” (4)

Orlando Costas señalaba la necesidad de revisar la teología y práctica eclesial lo que implica “una revolución en la estrategia misionera actual. Porque si en algo ha fracasado la Iglesia moderna es en su profesionalismo eclesiástico, en la distinción antibíblica que ha hecho entre el ministro profesional y el laico.”(5)

Mucho de lo que nos pasa a nivel de misión proviene de dejar en manos del liderazgo institucionalizado las responsabilidades que nos competen a todos por igual. Y también porque algunos líderes olvidan que Nehemías es paradigma de liderazgo y tipo del Mesías: Jesucristo, quien no vino al mundo a ser servido sino a servir.

Encontrar la metodología adecuada para cada lugar y cada situación requiere abandonar mucho del confort del programa eclesiástico semanal, dedicar menos tiempo a intereses personales y más tiempo en estudiar y meditar en oración. Seguramente habrá comienzos de cambios cuando pidamos al Señor menos de aquello que queremos, y le digamos con sincera convicción: ¿qué quieres Señor de mí?

En nuestra próxima concluiremos con los aspectos negativos de las metodologías usadas actualmente. Será hasta entonces, si el Señor lo permite.

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1. “Reflexiones del Grupo de Trabajo de Teología de Lausana”. Ver original entrando a: http://www.lausanne.org.
2. Kenneth Strachan Desafío a la evangelización Logos: Buenos Aires, 1970; p.28
3. Samuel Escobar, se recomienda ver la serie publicada en base a su libro “Tiempo de Misión”, en el blog “Muy personal”, P+D
4. Íbid 2
5. Orlando CostasLa Iglesia y su misión evangelizadora Buenos Aires: La Aurora, 1971; pp. 105-106.
 

 


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