El Papa Benedicto XVI ha coronado su trilogía sobre la vida histórica de Cristo con “La Infancia de Jesús”.
Si los dos primeros libros, no fueron precisamente de sobresaliente texto, éste me está resultando un “chasco”, y lo prueba precisamente que
la mayor parte de periodistas que han escrito del libro, han subrayado como una aportación interesante, el que a los dos inventados animalitos de los “Belenes”: la mula y el buey, el Papa los ha desahuciado, no constan en el relato bíblico; ¡Felicidades!. Si Benedicto XVI, conociera la predicación Evangélica en España, descubriría la gran fidelidad al texto bíblico de los predicadores Evangélicos, y que sus sermones superan en mucho el simple contenido del leve texto de Benedicto XVI. No obstante, su lectura, me ha hecho pensar “Desde el Corazón”.
La vida de Cristo –tiempo es para decirlo y comprenderlo‑es el reino de lo humanamente absurdo. ¿Qué Redentor es este que malgasta treinta años de sus treinta y tres cortando maderas en una carpintería, en un pueblo escondido del más olvidado rincón del mundo?. Tendré que decir pronto esto: un Dios que baja a morir trágicamente tiene su poco o su algo de lógica. Una crucifixión es, en definitiva, un gesto glorioso y heroico que parece empalmar con la grandiosidad de amor que atribuimos a Dios.
No desencaja del todo un Dios-hombre dedicado a “enseñar” a multitudes, o a pronunciar bienaventuranzas.
Un Dios que expulsa a los mercaderes del templo por no permitir el ambiente de oración, parece un Dios “digno”, lo mismo que el que supera los sudores de sangre del Getsemaní y acepta con autoridad el combate y la muerte. Sí, lo absurdo no es un Dios que acepta la tragedia de ser hombre; lo verdaderamente desconcertante es un Dios asumiendo la vulgaridad humana, la rutina del cansancio, el ganarse dificultosamente el pan. A no ser… que nos hayamos equivocado de Dios y el verdadero nada tenga que ver con nuestras historias.
Los años de silencio no son, pues, un preludio, un prólogo, un tiempo en el que Cristo se prepara para hacer milagros y “entrar en su vida verdadera”. Son, por el contrario, uno de los mayores milagros, la más honda de las predicaciones, pues el silencio grita bien fuerte. En rigor, podríamos decir que esos treinta años fueron la “vida verdadera” de Jesús y que los otros tres fueron, admirablemente, una explicación para que nosotros entendiéramos lo que, sin hechos exteriores, nunca hubiéramos sido capaces de vislumbrar. ¿O es que pronunciar las bienaventuranzas será más importante que haberlas vividos por treinta años o hacer milagros será más digno de Dios que haber pasado, siendo Dios, la mayor parte de su vida sin hacerlos?.
Treinta años de silencio, sin milagros, sin hechos espectaculares. Los genuinos biógrafos, en ese tiempo, fueron de una parquedad absoluta: sólo unas pocas líneas y la narración de una pequeña anécdota a los doce años. Tal silencio puede ser intrigante.
Pero no es así, una sencilla reflexión nos hablará elocuentemente. Nos habla de que
Dios no sólo actúa en lo extraordinario, sino que sigue siendo Dios viviendo entre nosotros, siendo así nos habla de la grandeza de ser hombres, así como la intervención de Dios en el destino de la humanidad. “Desde el Corazón” pienso que en este tiempo de infancia, adolescencia y juventud, Dios nos estaba dando una gran revelación: que nos amaba, hasta el punto de hacerse como uno de nosotros, con una vida idéntica a la nuestra, y que todo lo demás fue ya explicación y añadidura.
Pienso que el hombre del siglo XXI debe detenerse más que en ningún otro en estos años: pues son muchas las imágenes de Cristo-astro, del Cristo-revolucionario, Cristosuperman, Cristo-santa Claus. Y puede que esto provenga de nuestro pánico a aceptar ese otro rostro de Cristo.ordinario o (si parece estridente)del Cristo-cotidiano.
El Altísimo se manifiesta concretamente que él –como niño- es verdadero hombre y verdadero Dios.
Un Dios-cotidiano, del que a veces sólo queremos disfrutar de sus frutos y no examinar las raíces. Tal vez porque la imagen de un niño, muchacho, joven: sumiso a sus padres, vecino respetado por su testimonio, trabajador dignificando lo laboral, no encuadra con nuestras insumisiones, despreocupados del ejemplar vivir o perezosos esclavos de la diversión.
Bien que preferimos un Dios (mera y religiosamente para ocasiones) relumbrante para nuestros sueños de brillo y nos ilusiona menos un modelo para nuestra cotidiana vulgaridad de hombres. Ea, tengamos el coraje de acercarnos hacia el Cristo verdadero, el que –como nosotros‑consumió la mayor parte de su vida en grandes pequeñeces.
Si quieres comentar o