Reconociendo que la Inquisición española es un producto del que se hace publicidad, en una u otra dirección, avanzando la mitad del siglo XVI; y que en ese producto una idea de España se encuentra formulada y afirmada, para los interesados: sublime; para otros, de fuera y de dentro: modelo de oscuridad y falta de libertades; y reconociendo, como señalan historiadores judíos, que en esa publicidad se ha olvidado su origen, que parece que no interesaba en Europa, nos conviene colocarnos precisamente en esos momentos originales.
Quiero destacar lo que es evidente, pero que no se suele mirar en su natural, sino travestido por ropajes interesados. Me refiero al llamado
“problema” converso. Con el aviso de que en este caso, como en tantos otros del momento, y los generadores de la propia Inquisición, se ha “globalizado” y metido en un mismo capítulo, lo que en muchos aspectos es algo variado y diverso en tal medida que aparece como opuesto.
Los conversos no son una sola cosa. Sin embargo, incluso historiadores de prestigio, los han colocado como personaje singular en un solo lienzo, de manera que, admitiendo que algunos pudieran ser fiables, al final todos tenían una misma índole inmoral judaica, y por ello, aunque fuere injusto el proceder de sus aniquiladores, “ellos” se lo habrían buscado. Nunca dejaban de ser judíos, por tanto, enemigos naturales.
Los conversos procedentes del judaísmo tienen un momento crucial de su historia en los sucesos de 1391 (cien años antes de la expulsión). Por “razones” que no vamos a mirar, se produjeron ataques bestiales contra las comunidades judías asentadas en los reinos hispanos.
Se inicia la matanza en Sevilla y se propaga a otras ciudades. Se machacó, en algún lugar, como Toledo, demasiado literalmente, a las comunidades judías. Las “historias” que algunos frailes levantaron contra ellas produjeron una terrible sed de sangre y destrucción. Solo tenían dos puertas de escape: la conversión inmediata, o la inmediata salida de este mundo (sobre todo si era varón adulto; a las mujeres y los niños les quedaba otra: ser vendidos como esclavos a los moros).
Murieron miles, se convirtieron decenas de miles. De un día para otro pasaron de ser enemigos, un extraño al que hay que liquidar, a ser parte de la “santa” iglesia (estos episodios obligan a las comillas). Pero, ¿se habían convertido de verdad?
Hasta es razonable que se les mirase con sospecha. ¿Cómo estar seguros de su lealtad? Había, pues, que inquirir a ver si realmente no conservaban sus ritos bajo la nueva forma eclesiástica a la que estaban sometidos.
Ese será el argumento para la posterior Inquisición.
Pero hay más, y es fundamental. En este contexto de crueldad absoluta, muchos (existen ya bastantes estudios sobre los pogromos, aunque este aspecto no se explica, pero hay indicadores y deducciones) de esos judíos se convirtieron de verdad. Se convirtieron a la Verdad (como luego algunos dirán), es decir, se convirtieron al Cristo, al Mesías. De ningún modo se convirtieron a la “iglesia” (que, además, para ellos significaría ser como los que los estaban machacando), sino a Cristo y
su Iglesia (perfecta, sin arruga o mancha, como tantas veces luego nos confirman).
Su precipitado y sangriento bautismo luego se transforma en un bautismo real, se revisten del Cristo. No han recibido el bautismo de las manos sangrientas de los que los están machacando, sino de las manos del que derramó su sangre por ellos.
Las cifras siempre serán relativas para este periodo, pero
se acepta que seguramente un 5% de la población de la Península era conversa; eso puede significar, por bajo, unos doscientos mil.
Por los escritos y presencia social de esa minoría, notamos que muchos eran verdaderos creyentes cristianos. Y tenían una peculiaridad: su cercanía y sustento en las Escrituras (Antiguo y Nuevo Testamento), las cuales conocían extensamente
La ignorancia y superstición religiosa de la masa del cristianismo hispano contrasta con la extensa religión bíblica de los conversos. Esto lleva a una percepción: los rechazos de la sociedad contra los cristianos nuevos, guiada por la ignorancia de la Biblia y la mano de los frailes, se debe a que éstos tenían una forma de vida cristiana católica que era una ofensa a la “antigua”, pues anteponían la enseñanza de la Escritura, y la primacía del sacrificio de Cristo, y la primacía de la fe sustentada en la caridad,
es decir, eran cristianos católicos “protestantes” (si me permiten el trasvase del lenguaje).
Seguro que también hubo otras razones políticas y económicas, pero su cercanía y sustento en la suprema autoridad del texto bíblico no lo podemos ocultar en estos episodios. [Nuestro próximo congreso sobre Reforma Española tendrá que ver con esta situación, por eso se centrará en Religiosidad Conversa.]
En los escritos defendiendo su verdadera condición de cristianos católicos, los conversos hacen una profesión de fe siempre en base a la enseñanza directa de la Escritura, luego usan los escritos de los doctores antiguos (conocen también ampliamente a los llamados padres), solo indirectamente, de forma muy secundaria se refieren a la sede papal. Es decir, de ningún modo ellos tienen el papado como referente. No se convirtieron al papado, sino a la Iglesia Católica, que para ellos no es lo mismo. (Otra vez, con permiso, eso es “protestantismo”.)
¿Qué papado existe en el tiempo de esta gran persecución? Hay un momento (con Inocencio III) en que se pasa de ser “vicario” de Pedro a “vicario” de Cristo. Pero eso lo era un “príncipe” terreno, un príncipe italiano. Los intereses de su principado (la “monarquía” vendrá luego, con Bonifacio VIII), que son prioritarios, los interpone a su pretensión universal. La corrupción se multiplica: tiene que conservar y extender “sus” territorios.
Además, el monarca universal, pero italiano, se marcha con su corte a Avignon, tutelado por Francia (aunque el sitio sea del papado). Dicen que eso es “cautividad”; no lo ven así los cardenales. La parte rigurosa de franciscanos levanta la voz: el papa es un hereje. Se multiplican los testimonios: estamos ante la presencia de la bestia que destruye el cristianismo. ¿Cómo, si son sucesores de Pedro, tienen lo que Pedro nunca dispuso? Él no tenía ni oro ni plata, ¿cómo pudo dejar tal herencia? El oro y la plata, la bolsa, la tenía otro; quien la busque es su heredero. De Avignon a Roma (los romanos quieren elegir a su papa): el caos. En esas aparecen las persecuciones. El papado está en el cisma. Varios papas, varios colegios cardenalicios, diversidad de apoyos de príncipes y reyes. ¿A qué “iglesia” se tenían que convertir los judíos?
Y ahora ya nos aclaramos un poco más sobre la aparición de la Inquisición Española. Luego vendrá su leyenda o lo que sea, pero que ese camuflaje no oculte sus genes: eliminación de una Iglesia Católica bíblica.
Seguimos, d. v., la próxima semana.
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