La Reforma protestante en Inglaterra no estuvo exenta de problemas. La separación de la Iglesia de Inglaterra por el turbio caso del divorcio de Enrique VIII, complicó más que facilitó la Reforma en la Isla.
El puritanismo fue la reacción evangélica a la iglesia oficial del Estado. El anglicanismo era un invento artificial muy alejado de las ideas protestantes.
El poder absoluto de los reyes ingleses exigían una iglesia sumisa que estuviera a su servicio. En ese sentido la Iglesia Anglicana no distaba mucho del control que los Reyes Católicos tenían sobre la Iglesia Católica en sus reinos en España.
La rebelión de buena parte de las bases de la iglesia y el pueblo inglés, darían al traste con una iglesia unida bajo el liderazgo de la corona y en el siglo XVII, terminaría con la monarquía absolutista, permitiendo gobernar a los puritanos bajo el férreo mandato de Cromwell.
El puritanismo tenía como fuente central de sus doctrinas la autoridad de Dios, tanto en los asuntos sagrados como profanos. Su estricta moral no casaba bien con una monarquía bastante liberal en cuanto a la moral y una Iglesia Anglicana excesivamente ritualista y elitista.
Los puritanos hacían un gran énfasis en los cuatro principios de la Reforma, pero también daban mucha importancia a la educación del pueblo, el sacerdocio universal de los creyentes y en su mayor parte, tenían una visión de la iglesia congregacionalista y anti jerárquica.
Muchos piensan que el puritanismo tenía sus raíces en el calvinismo. Lo cierto es que el favor de algunos gobernantes hacia la Reforma hizo que esta se extendiera rápidamente. El Duque de Somerset, el regente mientras la minoría de edad de Eduardo VI, apoyó la Reforma, aunque la llegada al trono de la reina María Tudor, esposa de Felipe II, desató una dura persecución contra los protestantes ingleses.
El ascenso de Isabel I al trono terminó con la represión más dura hacia los protestantes, pero supuso una nueva persecución contra los católicos ingleses.
En el año 1959, se autorizó de nuevo el Libro de Oración Común y se restauró el Acta de Uniformidad y el Acta de Supremacía. Esto suponía un regreso a los parámetros de la Iglesia Anglicana, pero ignoraba a aquellos que no creían en una religión del Estado.
El Estado intentó controlar a los predicadores y persiguió a aquellos que no ajustaban sus mensajes a los intereses de la corona. Aunque los verdaderos problemas estaban todavía por llegar.
El ascenso al trono de Jacobo I, hijo de María Estuardo y católico, terminó por caldear los ánimos.
Al principio los puritanos pensaron que Jacobo, criado en Escocia donde el calvinismo había triunfado, estaría a favor de una iglesia congregacionalista, por eso escribieron una carta llamada la Petición Milenar, en la que mil pastores pedían la libertad de cultos.
La reacción de Jacobo fue contraria a los puritanos y los amenazó con la expulsión del reino o su total aniquilación. La reacción de muchos de aquellos puritanos fue trasladarse con sus familias a los Países Bajos o intentar viajar a América para crear comunidades en las que pudieran ejercer su libertad.
El movimiento puritano estaba a punto de conquistar el Nuevo Mundo.
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