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Las cartas de Juan (I)
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Juan, los motivos del escritor

Los motivos que tuvo Juan al escribir es un ejemplo del que los escritores cristianos contemporáneos podemos obtener instrucciones permanentes para cumplir mejor nuestro oficio.
KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 24 DE NOVIEMBRE DE 2012 23:00 h

Juan, en la primera carta de las tres que son de su autoría en el Nuevo Testamento, nos transmite las razones que le llevaron a redactarla.

Inicia subrayando la materialidad de Jesús, a quien vio, escuchó y palpó. Solamente le faltó incluir dos de los sentido: el olfato y el gusto, pero podemos decir que simbólicamente los tiene en cuenta al remarcar, una y otra vez, la plena humanidad de Jesús, quien en esa condición también tuvo un aroma corporal y un sabor.

En los primeros cuatro versículos de la epístola, Juan afirma que su propósito es anunciar al Verbo de vida (verso 1), anunciar que la vida eterna se hizo tiempo concreto (verso 2) y anunciar la continuidad del testimonio sobre el Verbo para el ensanchamiento de la comunidad de creyentes (verso 3).

El versículo cuatro afirma que esa tríada de anuncios joaninos tiene el propósito de que “nuestra alegría sea completa”. Escribir motivado por la alegría y para dar alegría a los lectores. Hermosa motivación en tiempos más bien lúgubres, desesperanzadores y de horizontes reducidos. Lo que Juan busca es transmitir el gozo, lo festivo que implica para quienes originalmente recibieron su escrito que el Logos se transmutó en carne, sangre, músculos, nervios y piel. El milagro de la encarnación.

¿Qué nos motiva a escribir? Siguiendo el ejemplo de Juan tal vez deberíamos incorporar intencionadamente el buscar que los lectores sean un poco más alegres. Esto no significa lograr que se desternillen de risa, sino coadyuvar para que tengan acceso a un estado de ánimo que les facilite enfrentarse a situaciones adversas y descorazonadoras. La alegría es un sentimiento, pero sobre todo es, en el contexto de lo escrito por Juan, una convicción inamovible: El Verbo es vida desbordante, plenamente capaz de vivificarnos y hacernos correas de transmisión para vivificar a otros.

Flannery O’Connor ha dicho que “la capacidad de crear vida con las palabras es en esencia un don, si no lo tienes mejor dedícate a otra cosa”. Juan tuvo ese don y se trasluce nítidamente en lo que escribió. Su primera carta, al igual que las otras dos, nos deja ver a un escritor existencial y emocionalmente identificado con lo que busca compartir con sus lectores. Él es de la estirpe de los que desea sacudir a quienes lo lean. Le mueve la alegría de lo que ha descubierto y quiere conmover a otros y otras para que hagan suya esa alegría. En un taller para escritores Juan podría coincidir con lo expresado por Ray Bradbury: “Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin divertirse, sólo es escritor a medias […] El primer deber del escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas. Dios sabe que viviría más sano”.

Después de afirmar que escribe para “que nuestra alegría sea completa”, Juan subraya otra motivación que tiene para hacer llegar su misiva. Busca prevenir a su comunidad lectora para que no se desvíe del compromiso cotidiano en el seguimiento del Verbo. En el capítulo 2, versículo 1, cariñosamente refiere: “Mis queridos hijos, les escribo estas cosas para que no pequen”. Y de las cosas que busca dejar en claro está la de que es imposible separar el conocimiento de Dios de la obediencia a sus preceptos. De ahí que, magistralmente, escriba al respecto: “¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: ‘Lo conozco’, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad” (versículos 4 y 5).

A la luz de lo afirmado por Juan, escribir para educar a los creyentes en la integridad, podemos obtener una lección para los escritores y escritoras cristianos. Con nuestra labor es posible hacer contribuciones en las que analicemos los dilemas éticos a que se enfrenta la comunidad de creyentes, con el fin de dilucidar cuál debe ser la conducta personal y comunitaria a seguir en concordancia con los principios bíblicos.

La dimensión preventiva del acto de escribir conlleva un crecimiento constante en el conocimiento de la Palabra. Nuestra base para examinar todas las cosas son Las Escrituras, cuya lectura tiene que incorporar el principio de la encarnación (tomar en serio y con cuidado nuestro contexto) para no incurrir en traslaciones mecánicas y reduccionistas. Debemos hacer nuestra la actitud del salmista: “En mi corazón atesoro tus dichos para no pecar contra ti. ¡Bendito seas, Señor! ¡Enséñame tus decretos! […] En tus preceptos medito, y pongo mis ojos en tus sendas. En tus decretos hallo mi deleite, y jamás olvidaré tu palabra” (Salmo 119:11-12 y 15).

Juan quiere aleccionar a quienes llama tiernamente sus hijitos para que no pequen, para que caminen por el mundo guiados por el ejemplo de Cristo. El reto doctrinal y ético que nos lanza Juan es inequívoco, “el que afirma que permanece en él [en Jesús], debe vivir como el vivió” (capítulo 2, versículo 6). Hay aquí toda una agenda teológica y ética, que podemos dilucidar si respondemos a una pregunta candente, ¿cómo vivió Jesús?

Necesitamos comprender toda la riqueza de la cristología bíblica. Es urgente para cada generación de creyentes redescubrir la compleja sencillez de la vida, muerte y resurrección de Jesús testimoniadas por la Biblia. Como otros autores neotestamentarios, Juan refleja que en Cristo la Revelación del Señor alcanza su cúspide, en él la luz es más intensa que en cualquier momento anterior de la historia de la salvación. Por eso escribió en su primera carta, en varios versículos, acerca de que en Cristo somos hijos e hijas de luz, llamados a disipar toda oscuridad.

Escribir para contagiar alegría, sentarse a escribir para cumplir con la tarea pedagógica de discernir las disyuntivas éticas que la vida pone ante el pueblo de Dios, son motivos que tuvo Juan y de los cuales los escritores cristianos contemporáneos podemos obtener instrucciones permanentes para cumplir mejor nuestro oficio.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Javier, Betania Manresa
26/11/2012
18:09 h
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¿Cómo llenar la tan temida hoja en blanco a la que se han enfrentado los escritores en todas la épocas? He aquí unos motivos más que loables.
 



 
 
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