Lo ha dicho bien Fernando Savater, “lo que pasa es que por leer no pagan y por escribir sí; entonces, he tenido que dedicarme a escribir; pero lo que me gusta es leer”. De la misma manera, si por mí fuera buena parte del tiempo me la pasaría leyendo y escribiría menos de lo que escribo para ganarme la vida.
Por estos días estoy revisando las pruebas de imprenta de dos libros que redacté en los meses pasados. Creo que ambos alcanzarán la luz pública en los primeros meses del año próximo.
Escribir uno de los volúmenes fue posible gracias al apoyo económico de una persona que gestionó los fondos en un organismo que preside.
Me refiero al libro que lleva por título Manuel Aguas: de sacerdote católico a precursor del protestantismo en México, 1868-1871. Fue muy considerable el tiempo invertido en leer cuidadosamente la prensa de la época. Debí leer, en jornadas fascinantes, publicaciones periódicas en las que localicé datos esenciales sobre el personaje y el contexto en el cual desarrolló su ministerio.
El otro libro de mi autoría es sobre un colportor, James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830(segunda edición, corregida y aumentada). La nueva versión ha sido enriquecida con más datos y, sobre todo, con la inclusión de la polémica periodística que tuvo lugar en distintas publicaciones de la época. En sus apéndices el libro reproduce artículos en contra y en pro de la distribución de materiales bíblicos a la que con fervor se entregó Diego Thomson. Esos artículos son de 1827, y su lectura es muy aleccionadora sobre el clima intelectual prevaleciente en el México de entonces.
La escritura de los dos libros, más la redacción de artículos semanales para ser publicados en México y España, junto con la preparación de conferencias, cursos y predicaciones, limitaron bastante la lectura por placer. No es que leer para investigar sobre las temáticas acerca de las que uno debe escribir no sea placentero, sí lo es, sino
lo que deseo expresar es que uno debe circunscribirse a la lectura de materiales sobre los tópicos a desarrollar y dejar de lado libros y ensayos que no se relacionan directamente con los temas que uno está investigando.
Lo anterior es casi una tortura para un lector caótico como soy yo. Me gusta leer sobre asuntos diversos, épocas disímiles y una amplia gama de autores y autoras. A lo largo del año se fueron apilando libros para ser leídos una vez cumplidos los compromisos de escritura.
En este 2012 solamente me resta por escribir los artículos de las próximas semanas para
La Jornada,
Protestante Digital y dos ensayos para sendas revistas. Lo demás será leer libros antes vistos con resignación, por no poder dedicarme a ellos a causa de tener que escribir. Y no es que escribir para mí sea un pesar, tampoco es angustiante, pero con gusto pasaría más tiempo leyendo que frente a la pantalla y el teclado de la computadora/ordenador.
De aquí al fin de año mi lista de lectura incluyeTeaching that Tranforms. Why Anabaptis-Mennonite Education Matters, de John D. Roth;
Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz;
Una historia de la lectura, de Alberto Manguel (es la segunda ocasión que vuelvo a este hermoso libro);
De lo divino y de lo humano. Las pasiones en la Biblia, de César Vidal;
Antología de la crónica latinoamericana actual, compilada por Darío Jaramillo Agudelo;
Crónicas ibéricas. Tras los pasos de George Borrow, vendedor de Biblias en el siglo XIX, de David Fernández de Castro (este libro me lo regaló Samuel Escobar en CLADE V);
El Dios de los desposeídos: poder, pobreza y Reino de Dios, de Jayakumar Christian;
John Kenneth Turner, el periodista de México, de Eugenia Meyer. Además vuelvo, como cada temporada, a releer los cuentos navideños de Charles Dickens y O’ Henry, de la misma manera que releo
La Navidad en las montañas, de Ignacio Manuel Altamirano. Por primera vez voy a leer un libro que pude obtener con grandes dificultades, no por su precio, que fue cómodo, sino porque está agotado y solamente fue posible adquirirlo en una librería que tenía un ejemplar abandonado:
Presente de Navidad, cuentos mexicanos del siglo XIX.
Mis lecturas bíblicas las estoy haciendo con la C. S. Lewis Bible, una Biblia cuyo texto es el de la New Revised Standard Version. Incluye comentarios extraídos de obras del reconocido autor de
Las Crónicas de Narnia. Procuro cada año hacer mis devocionales y estudios con una traducción distinta de la Biblia, aunque para preparar predicaciones hago uso de tres o cuatro versiones para desmenuzar el texto a compartir.
La lectura es una forma de conversar con otros, de dialogar con personas a las que puedo acceder por medio de signos impresos en papel, o mediante caracteres en una pantalla. Confieso que soy lector que se haya mejor entre libros que puedo palpar, sentir la textura del papel, aspirar el aroma que desprenden las páginas al pasar de una a otra. Tengo un lector electrónico y recurro a él cuando la única forma de conseguir algún libro es en su forma cibernética. Pero siempre mi primera elección es el libro en su formato clásico, soy ciudadano de la era de Gutenberg.
Leer libros no puede ser, no debe ser, sustituto de la vida ni una actividad preferible a la compañía de la familia y los amigos. La lectura nos abre horizontes, coadyuva a sopesar nuestra existencia y nos equipa con implementos para desbrozar lo cotidiano. Encontrarme un tiempo a solas con el libro elegido, saborear las ideas e imágenes que el recorrido de mis ojos descifra en sus líneas (tarea hermenéutica que involucra a todo el ser), es un lindo regalo que inflama mi vida. Pero ésta, la vida, es un don maravilloso para disfrutar en comunidad.
Leer y vivir no se excluyen, se conjugan para ser una bendición.
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