NUEVA COSECHA DE UN POETA CRISTIANO
Aunque tiene el corazón cansado y espera una intervención que alivie a su memorioso y buen compañero de palpitaciones, Antonio Salvado (Castelo Branco, Portugal, 1936), viene escribiendo mucho estos meses de enfermedad y espera. Es una forma real y nutritiva de consolación, como lo es más cuando encamina sus versos a un diálogo genuino con Dios.
Sobre este poeta, el más notable poeta portugués que haya escrito poesía cristiana, ya pergeñé tres entregas en meses pasados. Algunas notas que me sugerían sus textos, más un buen número de traducciones, completaron esas entregas.
Hoy
les presento una nueva cosecha, cinco poemas escritos hace pocas semanas, previendo que no podría estar en el
IX Encuentro Los Poetas y Dios, que se celebra hasta este domingo en Toral de Los Guzmanes. Él fue de los fundadores de la cita poética cristiana y sé, porque así me lo ha comentado, que más grande es su dolor por no poder estar en ese pueblo leonés donde hizo obra misionera Eduardo Turrall, hacia finales del siglo XIX.
Aquí les dejo con los poemas de Antonio Salvado que he traducido y leído al público asistente. Los expongo a los lectores de P+D porque así es el deseo del poeta.
CLAMA, SEÑOR
Clama, Señor, mi voz sedienta
de Tu mirada que, dulce, me libere
de este destierro mudo y permanente
y del exilio en que me veo inerme.
No sé que fruto túmido se pudre
en el huerto fértil de una frágil creencia;
no sé de la fuente de agua tan corriente
y que ha dejado de correr, ya dispersa…
Ah, Señor, por el fluido de estas venas
pasan angustias cada vez más presas
al abismo dond entonces se multiplican.
Ah, Señor, oye al fin mi voz:
la flébil pequeñez acógela en Ti
y dale la paz que sólo tendrá Contigo.
FELIZ, SEÑOR, AQUEL
Feliz, Señor, aquel que en Ti cree,
pues en esa creencia puede descansar
y ver la vida sin temor o miedo,
viendo a los otros como sus iguales,
pudiendo en Ti mitigar la sed
de más allá, y saciar el hambre
de unirse a Ti un día, superadas
las penas y pesadillas de este mundo.
El sabe, Señor, que su entrega
a tu Divinidad es como premio
a la lograda y mantenida fe.
Y sabrá, Señor, que no Te escondes:
que siempre lo ves y que lo encuentras
convirtiéndolo en Aquello
que Tú eres.
ENTRANDO EN LA ALEGRÍA
Entrando en la alegría del Señor
(pues allí había un puerta abierta
de una petición siempre mayor),
nunca más me siguieron los miedos
y nunca más sentí temor alguno.
Dentro de ella, mientras tanto, seguí
hasta adivinarme cruzando la vía
que me llevase al beso del amor.
No miré santos, hombres, ángeles
cualquiera u otra criatura a mi retorno
que me pudiese perturbar la llama
encendida en mi alma para siempre.
Valió la pena, pues, pasar la puerta
y Tenerte frente a mí, mi Señor.
CUANDO ABANDONO EL TIEMPO
Cuando abandono el tiempo, mi Señor,
y alargo el espacio hecho de fronteras,
previendo la eternidad que tengo dentro,
en Tu búsqueda soy caminante.
Mi alma se interroga: “¿Qué bendición
me llegará un día (o tal vez vino)
cuando en la soledad sólo a Ti vea,
ya próximo de Tu acogida?”
Sin medida se mide el infinito:
anhelo de llegar a Dios, sólo es necesario
olvidar el tiempo y traspasar el espacio.
El corazón en la mano te entrego a Ti,
y mi alma en sosiego que se estremece
cuando sabe, Señor, que a Tu lado está.
EL ESPÍRITU Y LOS SENTIDOS
El espíritu y los sentidos arrastrados,
navego por el río de Tu ser:
de aguas profundas y convulsas
recibiendo desaires en su lecho.
Y quién me ofreciera yacer calmo ahí,
impregnado de esas aguas profundas,
valorando que una fuerte tempestad
no podría nunca someterme.
Y en el puerto del amor reposa la vela,
una vez que alcanzara ese secreto
lugar
destinado a los más amados.
Mi Principio y mi Fin: yo Te agradezco
que permitas la paz que no merezco
porque en Tu río no siempre navegué.
OTRO TEXTO EN PROSA, DEDICADO AL SEÑOR
En días pasados, ordenando papeles, me topé con una carta enviada por Salvado, en febrero de 2009. Dentro había un texto escrito a máquina (el poeta no usa ordenador). Al final de la segunda página dice: “Querido Alfredo: en mi humilde texto se encuentra el estremecimiento que los tuyos me causaron. Se refiere a los poemas de mi plaquette titulada
En nombre del Hijo, parte primera del libro Cristo del Alma.
He aquí lo que escribió el notable poeta portugués, maestro humilde:
“Hiéreme los ojos Tu luz, Señor, y mientras tanto eres Tú quien nos acepta en la inconstancia de nuestro caminar. Un nuevo sol de animado calor me lleva al rellano de la claridad que la certeza de Tu existencia vigoriza. Porque si eres Dios de nuestro silencio, Tú alimentas las llamas ardiendo en la garganta de nuestra conmoción.
Porque sólo Tú eres la esperanza imperecedera capaz de vencer la desolación que nos oprime. Por mí, ignoro catecismos, pues en cada instante surges y resurges traspasando a tu propia creación. Fecunda se anima la itinerancia de nuestra condición, de mi condición, peregrinos en busca del infinito de Tu universo.
Y nada me expulsó de Ti, cuando miserias insaciables me atormentaban la serenidad, perturbando la calidez de mi día a día. A lo efímero respondí con la grandeza de Tu compañía: en verdad, mis llagas de proscrito fueron suavizadas por la caricia de Tu compañía, y mis oídos se cerraron a la insipidez de propósitos ajenos. Y si alguna vez Te reclamé, eso nada más fue debido a la transitoria circunstancia del desaliento.
Y repito, Señor: ningún soberbio altar sirve para configurar Tu inmensidad silenciosa. Y Tú, que transformas la oscuridad en luz, acepta el renacimiento de mi creencia siempre continua e inmaculada, y hacia Ti volcada.
Por los desiertos del mundo alcanzo la fecundidad de Tu fulguración. Y en el latido de mi corazón no viven idolatrías, pues Tú, Señor, sólo Tú, eres el relámpago que traspasa la noche iluminando los días.
Tu ley es
mi ley, y Tu justicia me cubre con la certeza del destino. Lo que complace a mi cuerpo es tan solamente la voluntad de Tu deseo. Y que las alas de tus ángeles desciendan también hasta mí.
¡Ah, Señor, por cuántas sendas y parajes yo transito! Lentamente, no por recelo de peligros o de sacrificios, sino por saber que el amor de la satisfacción se alcanza cuando la escondida fuente se abre ante mí y que es en ella donde podré saciar mi sed.
Pues, Señor, humano como soy, es más allá de esa fuente que la mujer elegida me aguardará, y es para nuestro amor que yo ruego Tu amparo y Tu contentamiento, oh Tú, espejo azul de lo invisible.
Y ya que así lo determinaste, acepta la plegaria de la familia que, al sexto día, Tú creaste para siempre”.
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