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‘Ser y comer’: obsesión teológico-culinaria de Eliseo Pérez-Álvarez

Lector acucioso de los textos bíblicos en clave alimenticia, agrega: “Vayamos al grano. La identidad cristiana se da en la mesa hospitalaria donde nadie se va a dormir con hambre
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 09 DE NOVIEMBRE DE 2012 23:00 h

Hermoso como vacuno joven es el canto de las ranas guisadas de entre perdices,
La alta manta doñiguana es más preciosa que la pierna de la señora más preciosa, lo más precioso que existe, para embarcarse en un curanto bien servido,
el camarón del Huasco es rico, chorreando vino y sentimiento,
como el choro de miel que se cosecha entre mujeres, entre cochayuyos de oceánica, entre laureles y vihuelas de Talcahuano por el jugo de limón otoñal de los siglos,
o como la olorosa empanada colchagüina, que agrande de caldo la garganta y clama, de horno, floreciendo los rodeos flor de durazno.[1]
Pablo de Rokha, Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile (1949)

Hasta donde se sabe, todavía no se hace un recuento analítico de las obras de Eliseo Pérez-Álvarez, mismas que conforman ya un buen corpus que va desde las recopilaciones de sermones We be jammin: liberating discourses from the Land of the Seven Flags (2002), The Gospel to the Calypsonians: The Caribbean, Bible and Liberation Theology (2004), pasando por su comentario de Marcos (2007), sus contribuciones en obras colectivas (39 entradas en el Diccionario ilustrado de intérpretes de la fe, 2005), en inglés, español y portugués) y a otros comentarios (sobre la carta a los Efesios, ) y sus ediciones antológicas de Calvino (1987) y Lutero (2005, con Giacomo Cassese), además de volúmenes más sesudos, pero no menos comestibles, como A vexing gadfly: the Late Kierkegaard on Economic Matters (2008), Introducción a Søren Kierkegaard (2008) yAbya-Yala: discursos desde la América des-norteada (2010), o sus entrevistas por fin reunidas en Charlas picositas (2011), porque ya debe tener nuevas sorpresas en el horno.

Cada guiso que ha preparado lo ha hecho pensando en paladares exigentes. También hace falta un buen panorama de su labor como editor, donde también encontró la sazón ideal para atacar los estómagos más resistentes al cambio y la contextualización del Evangelio con sus aperitivos y botanas contundentes. El periodo en que dirigió El Faro permanece como un desafío difícil de superar, máxime si se le ve a trasluz de los más infames periodos posteriores que compiten entre sí, sobre todo ahora que esa publicación está prácticamente muerta.

Ese peregrinaje escritural culmina, por el momento, con Ser y comer: migajas en torno a la identidad(México, varias instituciones, 2012, 200 pp.), inmersión ontológica en los misterios culinarios que tan bien domina y en donde encuentra revelaciones continuas. Detecto en esa afición un sabor alvesiano (una antropofagia experimentada de una manera muy personal, tanto que se convierte en verdadera cosmofagia) y una búsqueda lúdica que jamás pierde el rumbo del diálogo intra e intercultural, siempre consciente de la necesidad de estar a la altura, también, del paladar popular, para no sumir una postura de gourmet con pretensiones y desconectado de la realidad alimenticia de nuestros pueblo, pues estos discursos responden, además, a la preocupación por el pan cotidiano expresada en el Padrenuestro.

Alves, ese gran cocinero y brujo que prepara festines cotidianos con la magia de la palabra, tal como aprendió de la danesa Babette, nombre con que nombró su restaurante fallido. No hay que olvidar que también ha publicado un libro de recetas.[2] Pérez-Álvarez nunca ha metido al fogón nada que no resulte verdaderamente nutritivo, apetitoso y picante. Lo mismo ha realizado con esos platillos homiléticos que, servidos en buena parte en el idioma de Walt Whitman, indagan, sondean, abordan y descuartizan al texto bíblico y la realidad por igual, como en ese inolvidable sermón en el que no queda ni pizca del esperpento fílmico seudocristológico de Mel Gibson. Esta orientación teológica, y hay que decirlo también, no tiene muchos exponentes y los pocos/as autores que se orientan por estos caminos tampoco son muy bien comprendidos, especialmente en los espacios más o menos institucionales. De la misma estirpe son gente como la finada Marcella Althaus-Reid y otro brasileño, Claudio Carvalhaes, también avecindado en Estados Unidos.

Y, ¿qué me dicen ustedes de un costillar de chancho con ajo, picantísimo, asado en asador de maqui, en junio, a las riberas del peumo o la patagua o el boldo que resumen la atmósfera dramática del atardecer lluvioso de Quirihue o de Cauquenes,
O de la guañaca en caldo de ganso, completamente talquino o licantenino de parentela?,
no, la codorniz asada a la parrilla se come, lo mismo que se oye “el Martirio”, en las laderas aconcagüinas, y la lisa frita en el Maule, en el que el pejerrey salta a la paila sagrada de gozo, completamente fino del río, enriquecido en la lancha maulina, mientras las niñas Carreño, como sufriendo, le hacen empeño a “lo humano” y a “lo divino”, en la de gran antigüedad familiar vihuela. (P. de Rokha)

La omnipresencia de los hábitos culinarios le ha servido a Pérez-Álvarez para no darle cuartel a la reflexión teológica, pues abriendo con la Cuaresma (“El Año Cristiano se cocinó en torno a dos fogones: Pascua y Navidad. A partir de esas festividades principales se derivaron los períodos preparatorios del adviento para el nacimiento de Jesús y la cuaresma para su resurrección”, p. 7) y cerrando con la temática eucarística (pp. 165-180), sus kierkegaardianas nuevas “migajas en torno a la identidad” llevan hasta el extremo el dicho modificado, también hasta el colmo: “Dime qué/cómo/cuándo/dónde comes y te diré quién eres”. Ya nos había dejado salivando abundantemente con Introducción a la Última Cena y el banquete de la creación (Abingdon, 2011). Todavía me sigo relamiendo los bigotes con la sección “sopa del día” que obliga, literalmente, a chuparse los dedos. Ser y comer es, en sentido estricto, la continuación de su Última cena…, puesto que si allá hace un repaso enciclopédico del calendario y de la terminología eucarística (las “guarniciones” con que cierra el volumen), ahora esta nueva incursión está de rechupete y obliga a unas largas sobremesas

Quizá el antecedente no tan remoto de esta serie de libros sea “La conquista estomacal; una relectura de la eucaristía” (“The Gastronomical Conquest: Morsels of Christian Thought and History from the Perspective of Hunger”, 2002, 2004)” (el complemento de la erótica y la religiosa),[3] donde traza el itinerario de lo que con enorme paciencia ha ido cocinando desde lejos, aprovechando su contacto directo con las comidas y bebidas de varios continentes. Otros antecedentes importantes son “The Tortilla Curtain: War on the Table of the Poor” (“La cortina de tortilla: guerra en la mesa de los pobres”, 2006), y “¿Quién dice la gente que soy?”, que aquí encuentran su lugar en la mesa servida.

Elizabeth Conde-Frazier resume muy bien los logros gastronómico-literario-teológicos de Pérez-Álvarez:

En su apasionada erudición y presentación, Eliseo Pérez nos fuerza a reflexionar teológicamente en torno a la avaricia, la pobreza, la inmigración, la creación, la tierra, la carencia de vivienda, y la praxis. El trasfondo enriquecedor y lúcido que presenta genera el pensamiento crítico y el discernimiento necesarios para conducirnos a la transformación de la ideología y al compromiso con la praxis que va de la mano con el mundo en pro de la justicia. (p. XV)

Y nos lleva de la mano por los meandros de su cocina popular aderezada con ingredientes tomados de todas partes para degustar con él los bocadillos, la sustancia del “plato fuerte” para llenarse de indignación, belleza y cada vez más apetito por la justicia y la equidad en nombre de la fe que sabe comer, que sabe paladear la gracia de Dios cuando los chefs eclesiásticos “de alcurnia” niegan el pan y la sal o esconden los mejores sabores al común denominador de los comensales. Así, escribe:

Comer es la experiencia universal que identifica a todo el género humano y a este con la comunidad animal y vegetal. Comer es el derecho más básico después de respirar; sin embargo, las instituciones sociales, incluyendo la iglesia, lo siguen dando por sentado como si el hambre no fuera hoy por hoy, el arma más mortal de destrucción masiva. (p. 3)

Lector acucioso de los textos bíblicos en clave alimenticia y del “Itacate”, de Cristina Barros, en La Jornada, agrega: “Vayamos al grano. La identidad cristiana se da en la mesa hospitalaria donde nadie se va a dormir con hambre(Hch. 2.4). El pescado, alimento básico en la cultura mediterránea, es el vínculo de identidad de la comunidad cristiana, cuya sororidad en la fe implica la hermandad en ‘la carne’” (p. 5). Y sólo para abrir boca. Y claro, el tema del ayuno no puede faltar: “Existen varios tipos de ayuno: el ayuno forzado que ha sido impuesto a la gente que no tiene poder adquisitivo; el ayuno patológico, cuyos ejemplos de la bulimia y anorexia se originaron al interior de la iglesia cristiana y su énfasis en el ascetismo; el ayuno profiláctico, con su objetivo es desintoxicar el cuerpo pero que ha enriquecido a quienes trafican con las dietas milagrosas; el ayuno solidario (Is 58.7) donde la persona se salta una comida para darla a quien padece hambre; el ayuno político, que nos remite a César Chávez y sus múltiples ayunos durante las huelgas agrícolas” (p. 14).

En un ir y venir cultural de verdadero vértigo (hay que impedir la indigestión y hasta el empacho, a toda costa), realiza más adelante, un intenso paseo por la africanidad de nuestras tierras (pp. 23-39). Para luego sumergirse en el sabor de la identidad caribeña y desembocar en la ya mencionada “conquista estomacal”, sancocho obligatorio que contribuyó a redefinir, violentamente también, los rumbos de nuestras apetencias y antojos actuales más allá de posibles “venganzas de Moctezuma” o de otros tlatoanis. Allí justamente se aborda el tema del hambre en la Biblia: “En el texto excesivamente espiritualizado de 1 Corintios 11.17-34, lo que tiene lugar es la manipulación del prestigio a través de una dictadura de hambre. Unos festejan mientras que otros están forzados a ayunar. El hambre es el tercer jinete en el libro de Apocalipsis (6.5-6). El caballo negro fue testigo de una epidemia de hambre verdadera la cual dañó a Asia Menor hacia el final del primer siglo, pero Dios tomó partido por las personas hambrientas” (p. 63). Y así por el estilo, los intercambios culinarios se dieron de cualquier forma; la metáfora de Taibo I es exacta: Encuentro de dos fogones; tránsito de sabores e invento de gozos.

En “Una pastoral latina liberadora” plantea, cómo no, la necesidad de una “teología visceral”, tomada de las menudencias de la vida cotidiana, ni más ni menos, el popurrí por todas partes, la cadencia para alimentar al pueblo de fe. Y los Evangelios son releídos desde esta óptica alimenticia y urgente: “…una hermenéutica desde el vientre hambriento arroja otros resultados. El énfasis no recae en multiplicar, sino en dividir la comida (p. 156). Jesús capacita a su gente para ser solidaria, ¿cómo es que el pueblo iba a aventurarse a un lugar aislado sin llevar provisiones? El lenguaje de Jesús no es del capitalismo, sino el de la hospitalidad. Él rechaza la primacía del dinero sobre los comestibles, el pan es para compartirse, los peces son para saciar el hambre” (p. 121). O nos atracamos todos, o no se atraca nadie. Que haya aunque sea un taco para todos. Es ya el ser ligado al sabor: ontología comestible todos los días. La dietética y la ontología se mezclan admirablemente (p. 124). Y la cita de Cheng Jun Kyung es precisa y eucarísticamente sublime:

Sin comida, no hay vida. Cuando el pueblo hambriento prueba un bocado de comida, experimenta a Dios en cada grano. “Conoce” y “saborea” a Dios al masticar cada grano. La comida lo revitaliza. El amor más grande de Dios hacia el pueblo hambriento es la comida. Cuando el grano de la tierra lo mantiene con vida, entonces descubre el significado de la frase: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo tan querido”. Cuando Dios alimenta al pueblo a través de seres humanos solidarios, Dios le está dando a su “tan querido Hijo” Jesucristo. (pp. 123-124)

¡La salvación es sabrosa o no es! En lenguaje protestante: la justificación por la fe tiene que encontrar una traducción económica y nutricional o seguirá siendo un discurso hermoso, pero hueco, sin nutrientes verdaderos. Por eso concluye así, como no podía ser de otra manera:

Jesús murió por abrir su mesa a toda persona hambrienta. De ello se sigue el que Su memoria se haya materializado en los comestibles y bebestibles de la eucaristía. Seguir a Jesús, así, es servir la mesa: “No he venido para ser servido sino para servir” (diaconéo, servir la mesa) (Mr 10.45). O aún más radical: “Dichosos los criados a quienes su amo, al llegar, encuentre despiertos. Les aseguro que el amo mismo los hará sentarse a la mesa y se dispondrá a serviles la comida” (Lc 12.37).
Las mesas de Jesús y las de sus seguidores son un recordatorio perenne de que el hambre, el anti-ser, la anti-comida y la anti-mesa no tienen la última palabra. El Deus edens no abandona su creación sino que al comer y dar de comer sigue acompañando su creación continua, la sigue repartiendo y recreando desde la comensalidad comunitaria.
Sentémonos pues a la mesa de la solidaridad con todas las personas excluidas. Hagámoslo con entusiasmo (en Theos manía), es decir, con la llenura de Dios. (p. 139)

Como el poeta, también, desde su propio paraíso alimenticio:

Los pavos grandazos que huelen a verano y son otoños de nogal o de castaño casi humano, los como en todo el país, y en Santiago los beso,
como a las tinajas en donde suspira la chicha como la niña más linda de Rancagua, levantándose los vestidos debajo del manzano parroquial, de la misma manera
que a la ramada con quincha de chilcas en donde tomamos en cacho labrado el aguardiente de substancia,
o el colchón de amor, en el cual navegamos y nos enfrentamos sollozando a los océanos tremendos de la noche, a cuya negrura horriblemente, tenaz converge el copihue de sangre,
o la lágrima que nos llevamos a la boca, cuando Estamos alegremente cantando. (P. de Rokha)

¡Que todos/as tengamos buen provecho!



[1]P. de Rokha, Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile. Canto del macho anciano. Santiago de Chile, Nascimento, 1965, p. 7.
[2]R. Alves y C. Está na messa. Está na mesa: Receitas com pitadas literárias. Campinas, Papirus, 2005.
[3]Mario Degiglio-Bellemare y Gabriela Miranda García, eds., Talitha Cum! The Grace of Solidarity in a Globalized World. Ginebra, FUMEC, 2004, pp. 152-176, www.koed.hu/talitha/eliseo.pdf.
 

 


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