Con sus declaraciones sobre la felicidad, Jesús pone el mundo al revés. Mejor dicho, lo pone de nuevo al derecho. Porque al revés se puso el mundo cuando Adán y Eva pecaron.
"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Hoy estas palabras no se cotizan al alza. El mundo las desprecia. Nuestra sociedad está completamente dominada por la idea de que si queremos prosperar tenemos que creer en nosotros mismos. Si hoy queremos triunfar en algún negocio tenemos que dar la impresión de que confiamos en nosotros mismos, de que somos gente capaz, fuerte y autosuficiente. Todo, menos dar la impresión de pobreza, de debilidad. A los pobres se les aparca. Los pobres no triunfan. Precisamente por eso son pobres, porque no triunfan.
Sin embargo, la bienaventuranza de los pobres deja muy claro que la felicidad es un don de Dios, una gracia, algo que no se puede comprar ni adquirir por el esfuerzo personal. ¿Qué pueden comprar los pobres? Nada. Si, pues, queremos ser felices, tenemos que dejar que Dios nos haga felices. Nosotros sólo podemos extender las manos vacías a Dios y dejar que él las llene con la abundancia de su gracia.
¿SON MUCHOS LOS POBRES EN ESPÍRITU?
Curiosamente no. La inmensa mayoría de personas se tienen por ricas. Se parecen a aquellos cristianos que vivian en la iglesia de Laodicea. Estos hombres y mujeres decían de sí mismo: "Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad" (Apocalipsis 3,17a). Estas mismas palabras podemos oirlas hoy en toda una extensa gama de variedades. Algunos las repiten cuando dicen: "Yo he cumplido siempre con la iglesia y con mis deberes religiosos. Asisto a los cultos, ofrendo y apoyo las actividades de la congregación. Cumplo con todo. Nada me falta." Otros con un espíritu menos religioso, dicen: "Yo he sido siempre una persona de bien. Con todo el mundo me he portado correctamente hasta hoy. Nadie me puede echar nada en cara. Tengo las mejores recomendaciones y mi vida es mi mejor aval. Realmente no me falta nada. No necesito de nada."
¡Cuánto cuesta remover de la mente humana esos falsos conceptos laodicenses sobre uno mismo!
TRAGEDIA Y PARADOJA DE LA POBREZA
Afortunadamente hay gente que siente su pobreza, que son conscientes de ella. Si tú eres uno de éstos, alégrate, pues Cristo tiene la respuesta a tu necesidad. Alégrate, porque el reino de los cielos es tuyo.
Pero al hablar de la bienaventuranza que nos ocupa tenemos que ser honestos. Y ser honestos es, en principio, no pretender enmascarar la pobreza. Porque la pobreza es siempre trágica. Incluso la pobreza espiritual es trágica, porque se siente como una necesidad que hace sufrir. Los pobres materiales son empujados en ocasiones al latrocinio, al crimen y a la corrupción moral.
El pobre no puede atender sus necesidades más elementales, y esto hace infeliz. Con frecuencia el pobre está a merced del poderoso, y a menudo es víctima de la enfermedad y de la humillación. No, la pobreza no es bonita. La Biblia no alaba esta clase de pobreza.
Aún el descubrimiento de la pobreza espiritual nos hace sufrir. Cuando un hombre descubre su total pobreza delante de Dios, se siente angustiado. Si el pobre en espíritu es bienaventurado, no lo es por causa de su condición de pobre, sino por la gracia y el poder de aquel que le dice: "Bienaventurado..."
No existe bienaventuranza para los pobres en espíritu al margen de Jesús. La felicidad y el reino de los cielos sólo se alcanza por medio de Cristo. El que extiende sus manos para asir la felicidad y el reino se confiesa necesitado de Jesús. Por eso, no hay nada más lamentable, peligroso y triste para una persona que sentirse feliz sin Cristo. Pues esta es la mismísima condenación: el no sentir necesidad alguna de Cristo. Quien fragua su felicidad al margen de Cristo está en la condenación. Este es el drama del mundo.
¿CÓMO LLEGAMOS A SER POBRES DE ESPÍRITU?
Nadie nace siendo pobre de espíritu. Nuestro amor propio, nuestro orgullo y nuestro afán de ser nos hacen creernos ricos, autosuficientes, satisfechos.
Se llega a ser pobre de espíritu poniendo los ojos en Dios. La visión de su gloria, santidad, justicia y grandeza nos anonadará. Nos ayudará a descubrir nuestra pobreza total, o sea, nuestra lamantable condición de pecadores. Esto le ocurrió al profeta Isaías cuando tuvo una visión de la gloria de Dios, exclamó: "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos" (Isaías 6, 5). Es la conciencia de la santidad de Dios lo que nos ayudará a darnos cuenta de nuestra pobreza total de justicia personal.
Se llega a ser pobre de espíritu escuchando la voz de Dios.
Somos pobres, infinitamente pobres. Y la palabra de Dios nos ayuda a tomar conciencia de esta verdad.
Y, finalmente, se llega a ser pobre orando a Dios. El Señor dice por medio del profeta Jeremías: "Clama a mi, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces" (33,3).
El ser humano no conoce su verdadera identidad hasta que no se encuentra con Dios.
¿Conoces tú la bancarrota personal? ¿Te sientes espiritualmente pobre, tan pobre que no tienes nada, ni sabes nada, ni puedes nada, ni eres nada?
Si tu vida no conoce aún esta bancarrota total, entonces ora a Dios diciéndole: "¡Señor, muéstrame mi corazón tal como tú lo ves!" Y él lo hará, tal como lo hizo con aquel centurión romano llamado Cornelio (Hechos 10).
Es un momento trágico y doloroso éste en que descubrimos lo pobre que somos; tan pobres que no tenemos nada en que apoyarnos. Pero es también un momento maravilloso, pues, en él descubrimos que Cristo está ahí con toda su riqueza para dotarnos de ella.
Cuando uno descubre su total pobreza, entonces está en condiciones de extender su mano a la gracia divina, y exclamar como el pecador: "¡Dios, sé propicio a mí pecador!" Y cuando una pesona se acerca así a Dios, entonces el Señor se inclina misericordioso, diciéndonos: "Ten confianza; tus pecados te son perdonados." Y en ese instante se cumple la bienaventuranza que dice: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos." En ese instante uno ha nacido de nuevo y el cielo es suyo para siempre.
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