¡Qué difícil es el asunto del perdón! ¡Cuánto más cuando la memoria nos trae, una y otra vez, las ofensas que nos dolieron a la mente! La frase “Perdono, pero no olvido” es, probablemente, una de las más utilizadas cuando se pregunta a las personas sobre este extremo.
Nosotros mismos a lo mejor contestaríamos algo parecido. Pero la duda que quisiera suscitar, en este caso, es si no olvidamos porque verdaderamente no podemos o si, quizá, la realidad de que tampoco queramos hacerlo tiene algo (o mucho) que ver en el asunto.
Es cierto que no parece un ejercicio voluntario lo de olvidar. La memoria es uno de esos terrenos misteriosos del que aún desconocemos tantas cosas y, si algo comprendemos con esos escasos conocimientos y a la luz del perdón del que la Biblia nos habla y que Dios aplica con nosotros, es que no tenemos esa capacidad divina de tomar los pecados y las ofensas, echarlos al fondo del mar y no volver a recordarlos nunca más.
Por eso pareciera que la frase a la que hacíamos referencia al inicio de la reflexión tiene, no sólo sentido para nosotros, sino plena justificación.
Si no podemos olvidar voluntariamente, nadie puede aparentemente pedirnos que lo hagamos. Pero esto no es del todo cierto, como veremos a continuación.
Si pensamos detenidamente en lo que significa que Dios mande todas esas cargas al fondo del océano, llegaremos fácilmente a la conclusión de que esto implica que Él ha decidido no tener en cuenta, no tenerNOS en cuenta, esas ofensas. Uno no tira al fondo de ninguna parte, y mucho menos del mar, algo que vaya a necesitar usar en breve. Tampoco si es algo a lo que se quiere volver a apelar en algún momento. Se lanza allí para no volver a tocarlo.
Pero, además, un Dios que tiene conocimiento de todo, por otra parte, no es que renuncia a esa parte del mismo que tiene que ver con lo que cada uno de nosotros ha hecho o acumulado en su expediente personal.
Su mente no borra esos hechos. Sabe que existieron y constan en nuestro expediente, aunque queden como material intrascendente a la luz del efecto que la sangre redentora de Cristo tiene sobre nuestra vida. Cuando algún día nos presentemos ante Su trono, se nos pedirán cuentas, aunque el veredicto final sea “Redimido”.
Ello implica que no es tanto una cuestión de olvido en el sentido de “borrar contenidos” como de decidir, activamente, no tener en cuenta esos hechos acontecidos.
Ahora bien, ¿hasta que punto podemos nosotros hacer lo mismo?Queda bastante claro que nosotros no podemos olvidar lo que queremos olvidar. Ni siquiera somos capaces de recordar lo que queremos recordar. No tenemos control aparente sobre nuestra memoria. Pero sí es cierto que podemos hacer cambios en ella. Esto parece más evidente a la hora de recordar: cuando queremos retener algo, buscamos trucos y estrategias, repasos y estudio para intentar fijar esos contenidos y que queden disponibles y accesibles. Pero sin embargo, nos suele parecer que estamos más lejos de controlar lo que podemos o no olvidar.
Pues aquí es donde se nos presenta el principal reto: podemos olvidar más fácilmente tomando la decisión consciente de no tener en cuenta aquellas ofensas que decimos haber perdonado.
Es curioso, por otra parte, cómo
cuando hacemos esto, cuando escogemos no volver una y otra vez sobre las mismas cosas, sino pasar página y seguir adelante, la memoria se acomoda a esta nueva situación y va borrando, paulatinamente, muchos de los detalles que en otro momento atormentaron nuestra mente.
Cuando no lo hacemos, sin embargo, cuando no lanzamos esas ofensas al fondo del mar, o cuando evitamos enterrarlas en el último rincón de nuestra mente es, quizá, porque deseamos tenerlas cerca por si en algún momento hay que “echar mano” de ellas para hacer algún que otro recordatorio.
Esto sólo hace que las heridas nunca cierren, nos mantiene alerta para dar el “escopetazo” cuando sea necesario (o eso pensamos), pero este no es el modelo que tenemos en Dios. Probablemente nadie cometa contra nosotros jamás las ofensas que nosotros cometimos contra el Señor mismo, cuya paga era la muerte. Pero, sin embargo, Él ha decidido lanzar al fondo del mar todo aquello que no edifica en ese sentido. Y a efectos prácticos, es como si lo hubiera olvidado.
Pocas cosas traen tanta paz a las personas como la capacidad para perdonar y la posibilidad de olvidar funcionalmente, es decir, decidir no tener en cuenta nunca más la ofensa. Su consecuencia directa es cerrar capítulo y empezar a escribir otros nuevos, dibujando nuevos horizontes con mejores tonos y más vivos colores y dejar atrás, finalmente, el negro azabache del rencor y el gris sombrío de la amargura.
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