Me pregunto cuántos lectores habituales —o no habituales— de Protestante Digital repasarán todas las mañanas, como lo hago yo,
El País que en punto a las 7 llega a las puertas de mi casa, aquí en Miami, Florida, acompañando al
Miami Herald (dos socios que se entienden a las mil maravillas).
La pregunta surge porque, aparte del inmenso material de lectura que ofrece cada día,
El País tiene dos pequeñas secciones que son las que me atraen como miel a las moscas.
Una es los breves artículos que aparecen en la última página, encima de la entrevista diaria y que firman unos cuatro o cinco distinguidos escritores escogidos, aparentemente, por parecer hermanos gemelos, trillizos, cuatrillizos o quintillizos;
y la otra es la ilustración de El Roto, cuyo autor acaba de ganar un premio que bien merecido se lo tiene.
Pensaba dedicar el artículo de hoy a la internacionalización de mi campaña por la creación de una cuarta edad por encima de la tercera, que sigue siendo la última en el conteo de la duración de la existencia entre los humanos. Pero he optado por dejarla para la semana que viene, o la que viene, o la que viene. Total, a mis casi 80, todavía tengo tiempo de sobra para darle largas a este asunto.
Me ha hecho cambiar de opinión la lectura, hoy mientras desayunaba, de
“Achicando agua”, por uno de los quintillizos, el escritor
Juan José Millás. (Antes de seguir, déjenme explicar eso de mellizos y quintillizos. Los califico así porque todos, sin excepción y salvo uno que otro enfoque cuestionable desde mi propia perspectiva, tienen una óptica tan precisa respecto de los acontecimientos que conmueven a España y al mundo que pareciera que se ponen de acuerdo para enfocar con el mismo lente o disparar a través de la misma mira contra los abusos, las incongruencias, las sinvergüenzadas que crecen cada día, por todos lados, como la mala hierba. Por supuesto que no lo hacen, pero es admirable que, movidos por sus propias convicciones, pongan el dedo en la misma llaga y no solo eso, sino que revuelvan la herida con pasión rayando a rabia, a ver si el pobre paciente grita tan alto que los políticos, los gobernantes, los plutócratas, los que manejan el mundo logran oírlos y hacen algo por mitigar sus penas. Si quienes debieran oírles lo hicieran y, más que oírles reflexionaran sobre las puntualidades de estos cuatro o cinco quijotes que día a día rompen lanzas contra los imperturbables molinos de viento, otro sería el mundo en que viviríamos.
Para reproducir algunas de estas dos secciones en mi espacio que como Escribidor disfruto en Protestante Digital creo no necesitar que se me conceda una autorización. Porque no estoy plagiando sino atribuyendo, como debe ser, cada cosa a su dueño. Me refiero al dominio sobre la propiedad intelectual que bien puede estar en manos de los autores como del periódico. A ninguno le estoy robando nada; lo que sí estoy tratando de hacer es ampliar un poco el universo en el cual estas cosas se ven y se leen, con la esperanza de que los gritos del enfermo resuenen un poco más alto y conmuevan las ansias de poder, de riquezas y la insaciabilidad de los insaciables.
Lo que sí he hecho ha sido escribir al director de P+D pidiéndole autorización para hacer lo que quiero hacer. Y me la ha concedido.
Como supongo que mis lectores habituales, si es que tengo alguno, saben, soy, aproximadamente, como dice en la edición de ayer de
El País el cineasta francés Serge Moati, un individuo cuyo «estado natural es vivir siempre amargado». Esto, sin embargo, para quienes me conocen, debe saber a mentirilla pues
si bien soy un cristiano sensible a las injusticias y a los abusos que se cometen por camionadas contra los menos afortunados de la sociedad humana (y esto, les garantizo, es una carga que duele, que llevas a cuesta adondequiera que vayas y te puede hacer aparecer como amargado no siéndolo) tengo el sentido del humor a flor de piel. Esta mañana no más, sin ir más lejos, mientras preparaba el café para el desayuno, le decía al enamorado que, en aquel bolero universal,
Sin ti, le canta a la mujer que lo abandonó:
«Sin ti no podré vivir jamás…Sin ti es inútil vivir como inútil será el quererte olvidar», le decía, digo, «eres un mentiroso, o por lo menos un exagerado porque vas a seguir viviendo igual y dentro de un tiempo ya no te vas a acordar ni cómo se llamaba la doña». Y me reía solo.
Ayer recibí un vídeo con la advertencia de que «nadie se dé por aludido». Muestra a un «viejito» picando cebolla sobre una de esas modernas tabletas creadas por la tecnología que alguien le había regalado. Para estupor de su nieta que está con él en la cocina, el anciano echa la picadura de cebolla en la sartén, se dirige a la pila, lava la tableta y después la pone a secar en la lavadora de platos. Mi reacción fue: «Este anciano está mejor que yo porque, en mi caso, habría tomado la tableta y acordándome de las que me daba mi madre cuando tenía dolor de garganta o había que bajar la fiebre, habría dicho: “¡Qué barbaridad! ¡Del tamaño que están haciendo ahora las tabletas!” y habría buscado una herramienta adecuada y la habría trozado en pedacitos del tamaño de cómo eran las tabletas antes y las habría metido en un frasco para tomarme una por la mañana en ayunas y otra en la noche antes de acostarme». Pero volviendo al asunto que nos ocupa, creo que a los cristianos (evangélicos) nos falta sensibilidad hacia los que sufren. Y nos conformamos con el criterio de que «si yo estoy bien, que los demás se… las arreglen como puedan».
LA ILUSTRACIÓN DE EL ROTO
«Los directivos abandonaban el barco que se hundía, a bordo de espléndidos yates». Así no más es. Hace cuatro años, cuando la crisis financiera burbujeante y escandalosa golpeó fuerte a Wall Street y a las grandes compañías que manejan el dinero del mundo, el gobierno de los Estados Unidos nos sacó a cada ciudadano de este país unos cuantos miles de dólares para «hacer una vaca» e ir en ayuda de los que se estaban hundiendo en el cieno de una bancarrota resonante. Mucho de ese dinero, nos cuentan los medios, se repartió en suculentos bonos entre los mismos altos ejecutivos que habían originado el desastre. Un millón de dólares por aquí, dos millones por acá, cinco al otro y siete al de más allá. Cuando alguien puso el grito en el cielo ante tamaña barbaridad, se le respondió que estos altos ejecutivos eran tan importantes para las compañías, que había que “abonarlos” para que no se fueran. Se les consideraba indispensables pese a ser ellos, precisamente, los causantes del caos. Si no se les hubiera dado esos bonos, lo más probable es que mientras el barco se hundía, ellos se hubieran salvado navegando felices a bordo de sus lujosos yates. Y al dárselos, también.
ARTÍCULO «ACHICANDO AGUA», DE JUAN JOSÉ MILLAS
¡Vaya engendro de mierda, la patera laboral a la que el Gobierno llamó reforma y en la que embarcó a los currentes de este país, jurándoles que si se dejaban arrastrar por las corrientes alcanzarían la tierra prometida! Meses después, la barcaza hace agua por todas partes y los trabajadores mueren como moscas, siendo los propios compañeros de infortunio quienes han de arrojarlos por la borda. Ya hay seis millones de cadáveres flotando en las aguas del paro, uno de cada cuatro. Te das una vuelta por la barcaza, con la que, según Rajoy, atravesaríamos sin problemas el vendabal, cuentas uno, dos, tres y el cuarto es un cadáver. A veces cuentas cuatro muertos seguidos porque la estadística está mal repartida. Hay familias en las que todos sus miembros, desde el primero al último, han fallecido, familias a las que la llegada de Rajoy al poder iba a arreglar la existencia porque él era un tipo que daba confianza y porque era un hombre de palabra, un político que ni prometía lo que no era capaz de llevar a cabo ni llevaba a cabo lo que no había prometido.
Lo cierto es que tampoco se le puede responsabilizar cien por cien de la botadura de esa inmundia legal llamada Reforma. Ya ha confesado, y en más de una ocasión, que es un mandado, que carece de libertad para hacer otra cosa. En eso ha sido sincero, ya que, como Zapatero en sus últimos meses, está a las órdenes de las mafias internacionales, esas mafias que se forran prometiendo a la gente un futuro mejor antes de invitarlas a entrar en barcazas metafóricas o reales. Por mil euros te llevo a Europa. Por un voto te saco del apuro. En lugar de sacarnos del apuro, Rajoy nos ha sacado la pasta y se la ha dado, entre otros, a ese nido de mafiosos llamado Bankia. Y usted y yo bebiéndonos la orina con el mismo vaso de plástico con el que achicamos agua de la zódiac.
«Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?» (Santiago 2.6).
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