Está en proceso editorial la segunda edición (corregida y aumentada) de mi libro
James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México,
1827-1830. En unas semanas estará en circulación bajo el sello de Maná, Museo de la Biblia, que dirige Cristian Gómez.
Lo que reproduzco después de este párrafo introductorio es la sección final de la obra, el capítulo “A manera de conclusiones”.
Sin duda el esfuerzo de James Thomson por distribuir la Biblia en México es digno de encomio. En el personaje confluyen tanto la convicción de realizar la tarea como sus capacidades para concretarla. Con todo, su labor no debe ser vista como una empresa meramente personal, hubo tras él instituciones, personas y condiciones sociales que deben tenerse en cuenta para evitar un acercamiento hagiográfico al colportor escocés.
La Sociedad Bíblica Británica y Extranjera respalda decididamente las gestiones que desarrolla Thomson en la nación mexicana. Para cuando él incursiona en México, la SBBE tiene casi un cuarto de siglo de haber sido fundada. En ese lapso la organización adquiere experiencia en producir y distribuir materiales bíblicos en diversos idiomas y países. El mismo Thomson es una persona más capacitada para la misión encomendad a él cuando se avecina en el antiguo Imperio azteca, que en los años de su primer viaje a tierras latinoamericanas, específicamente al sur del Continente en 1818.
Como vimos, la SBBE y James Thomson tienen la sagacidad para decidir qué traducción de la Biblia distribuir en México, con el fin de facilitar su venta y circulación. Tuvieron en cuenta que el largo dominio católico romano, y el poder eclesiástico ejercido sobre las instituciones políticas y civiles, serían obstáculos a sortear para poner en manos de la gente materiales de lectura sospechosos para la integridad de las creencias resultado del pasado colonial hispánico.
A pesar del convulso contexto político que encuentra James Thomson en México, que dificulta alguna defensa de las autoridades a favor del enviado de la SBBE ante el embate del autoritarismo eclesiástico católico que obstruye decididamente sus tareas, de todas maneras él encuentra resquicios para intentar llevar a buen puerto la difusión de la Biblia.
La búsqueda de contactos que le faciliten la encomienda que le trajo a un país recientemente independizado de España, demuestra que Thomson tenía una bien delineada estrategia sobre cómo incursionar en los ambientes locales con el fin de encontrar apoyos para una empresa “exótica”: la de vender a precios módicos la Biblia, libro vedado por siglos en México y todas las posesiones españolas.
Por los informes de James Thomson enviados a Londres, a las oficinas de la SBBE, podemos desprender que, en termino generales, fue bien recibido por la gente sencilla. No son pocas las ocasiones en que narra su encuentro con personas muy interesadas por adquirir una Biblia, o alguna porción de ella, como el Nuevo Testamento o alguno de los evangelios. Lo que cambia drásticamente el panorama es el edicto, mediados de junio de 1828, de la Diócesis de México, en el que prohíbe a los católicos comprar los materiales ofertados por Thomson.
A partir de entonces, por la debilidad de las autoridades federales para frenar las medidas prohibicionistas y la reproducción por parte de otras cúpulas eclesiásticas católicas de exigencias como la promulgada por la Diócesis de México, Thomson comprueba que se le reducen progresivamente los espacios para la distribución de sus materiales.
A pesar de todo el enviado de la SBBE logra esparcir cientos de biblias y nuevos testamentos, ejemplares que son leídos por algunos de sus adquirientes y contribuyen a formar ideas religiosas distintas a las sostenidas por la Iglesia oficial. Es muy difícil saber con precisión cuántos de los libros vendidos por Thomson fueron factor medular en la conformación del protoprotestantismo nacional, en los antecedentes de una creencia que fue adquiriendo paulatinamente un perfil diverso al del catolicismo reinante,
La obra de Thomson debe ser calibrada en el conjunto de los cambios de ideas sobre el futuro de la nación al independizarse de España. Es claro que la abrumadora mayoría de políticos de la época, y la totalidad del poder eclesiástico católico, concebían a México como uncido a una identidad católica. Sin embargo, algunas voces se levantaron para bosquejar otra posibilidad: que el país se abriera a la libertad de cultos como requisito indispensable para atraer inmigrantes no católicos. Unos pocos argumentaron, destacadamente José Joaquín Fernández de Lizardi, que esa apertura era impostergable en razón, también, de permitir entrar aire fresco a una atmósfera ideológica viciada por el fanatismo religioso católico.
Entre 1827, con la llegada de Thomson a México, y la promulgación juarista de la Ley de Libertad de Cultos de 1860, se van configurando en México esfuerzos por establecer células que difieren del catolicismo. Durante casi cuatro décadas, de manera imperceptible, casi subterránea, extranjeros no católicos residentes en el país por razones diplomáticas o comerciales, y unos pocos nacionales que tienen contactos con protestantes (por viajes al extranjero y/o los asentados en México de esa confesión), que leen la Biblia, se identifican con las ideas del liberalismo, y así abonan el terreno para el enraizamiento del protestantismo.
Los tres años en que desarrolla su labor James Thomson en México son intensos social y personalmente para él. Le toca ser testigo de enfrentamientos políticos, religiosos y militares de un país en construcción. Su evaluación del entorno mexicano ha sido relegada por los especialistas y expertos en la producción escrita de viajeros extranjeros al país en el siglo XIX.
[1] Él no forma parte de los observadores y observadoras reeditados o compilados que dan cuenta en sus escritos del estado que guardaba México en los primeros años de vida independiente. Esperamos que en algo contribuyamos para enmendar esa omisión.
James Thomson regresa a México en agosto de 1842. Visita algunos de los lugares en los que distribuyó biblias en su anterior estancia. Una parte de los casi dos años que permanece en la nación azteca en su segunda incursión la ocupa en hacer trabajos en lugares del país que antes no tocó, por ejemplo Yucatán.
Se encuentra con impedimentos semejantes a los que le toca enfrentar en los años 1827-1830. En 1847, al hacer una evaluación de su segundo viaje a México, Thomson escribe: “Los obstáculos que había experimentado hacia el fin de [la] misión anterior [de la SBBE], a través de edictos clericales, seguían operando para impedir la rápida y general circulación de las Escrituras con la que se encontró en un principio. Sin embargo, de todos modos, y a la vista de estos edictos, tanto en las librerías como por los buhoneros que recorrían las calles de la capital, las Escrituras se vendían públicamente”.
[2]
Fue así que paulatinamente se fueron abriendo resquicios para la distribución de la Biblia, y en consecuencia para la implantación de grupos que al tenerla como norma en asuntos de fe y conducta, fueron construyendo una opción religiosa distinta a la católica romana. James Thomson fue precursor de esa opción, y por ello debe reconocérsele un destacado papel en la emergencia del protestantismo mexicano.
[1] Por ejemplo Margo Glantz (selección, traducción e introducción),
Viajes en México, crónicas extranjeras, 2 tomos, SEP 80-Fondo de Cultura Económica, México, 1982.
[2] Citado por Arnoldo Canclini,
Diego Thomson: apóstol de la enseñanza y distribución de la Biblia en América Latina y España, Asociación Sociedad Bíblica Argentina, Buenos Aires, 1987, p. 216.
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