Resumen: El caso Galileo se convirtió, hace ya tiempo, en tema de leyenda, definiendo para muchos la relación, necesariamente tensa, entre ciencia y religión. Ha sido (y sigue siendo todavía) tema de ataques y contraataques. Por lo tanto, puede ser de ayuda el reconstruir (hasta donde es todavía posible hoy) lo que sucedió en aquellos tumultuosos años. ¿Cómo y por qué se involucró la Iglesia Católica? ¿Y qué pasó en aquel famoso juicio?[i]
En febrero de 1616, la Congregación Romana encargada del Índice de Libros Prohibidos, actuando bajo la autoridad del Papa Pablo V, prohibió la obra de Nicolás Copérnico
Sobre las Revoluciones de las Esferas Celestiales (1543), sobre la base de que su pretensión de que la tierra giraba alrededor del sol era “contraria a las Escrituras”. El defensor más conocido de la doctrina sospechosa, Galileo Galilei, fue exhortado oficialmente a abandonarla. Diecisiete años más tarde, tras la publicación de su
Diálogo sobre los dos Principales Sistemas del Mundo, Galileo fue condenado por la Inquisición Romana (oficialmente: El Santo Oficio) por “vehemente sospecha de herejía” por “mantener y creer” una doctrina que había sido “declarada y definida” como contraria a las Escrituras. Estos dos episodios constituyen, en síntesis, el famoso “caso Galileo”.
Parte Primera: la cosmovisión heliocentrista y teológica de Galileo
1. PREPARANDO EL CAMINO
Para entender lo que sucedió en 1616, necesitamos remontarnos casi un siglo. Una consecuencia del énfasis de los reformadores en la sola Scriptura (sólo las Escrituras) como regla de fe fue, entre los teólogos tanto protestantes como católicos, un enfoque más literalista hacia la interpretación de los textos bíblicos. Entre los teólogos católicos más concretamente, esto se acentuó con los decretos del Concilio de Trento, que enfatizaban el “acuerdo unánime de los Padres [de la Iglesia]”, como guía segura del “verdadero sentido” de las Escrituras. Un ejemplo llamativo: en su enseñanza de la cosmología en la Universidad de Lovaina en 1570-72, el teólogo jesuita, Roberto Bellarmino, que jugaría más tarde un papel principal en los sucesos de 1616, usaba la Biblia, entendida de forma literal, para apoyar sus propios puntos de vista sobre astronomía en lugar de la fuente tradicional, Aristóteles.
[ii]
La astronomía “física” de Aristóteles, con sus esferas transportadoras, parecía haber explicado siempre los movimientos planetarios mejor que la astronomía “matemática” de Ptolomeo, con sus epiciclos (círculos sobre círculos), haciendo que esta última fuera ampliamente considerada como poco más que un mejor instrumento de predicción.
El trabajo de Copérnico parecía estar claramente del lado de la tradición ptolemaica, aunque su autor insistía en que daba razones para creer en la realidad del movimiento de la tierra alrededor del sol. Su argumentación no resultó ayudada por la inserción bienintencionada, aunque no autorizada, de un prólogo por un teólogo luterano, Andreas Osiander, asegurando al lector que el libro debía entenderse en la forma “matemática” tradicional como una mera ayuda para los cálculos.
Durante varias décadas el trabajo no llamó la atención de filósofos y teólogos, sin duda en parte por el prólogo de Osiander. Pero en 1570, Christoph Clavius, el astrónomo jesuita más destacado de la época, criticaba las pretensiones realistas de Copérnico con argumentos de física tradicional, señalando también varios pasajes de la Biblia en los que el movimiento del sol o la estabilidad de la tierra se mencionaban expresamente.
[iii]
Entre 1600 y 1610, varios destacados jesuitas estudiosos de las Escrituras le apoyaron citando la Biblia contra Copérnico, y uno de ellos, Nicolás Serarius, incluso denunció la opinión de Copérnico como herética por cuestionar las Escrituras. Así, pues, antes de que Galileo entrara en el debate, el punto de vista de Copérnico era ya objeto del ataque teológico.
2. DESCUBRIMIENTOS TELESCÓPICOS DE GALILEO
La carrera de Galileo dio un giro en el otoño de 1609 cuando dirigió su recién perfeccionado telescopio hacia los cielos. Hasta entonces, como profesor de matemáticas y filosofía natural en la Universidad de Padua, había dedicado la mayor parte de su atención a la mecánica y había hecho ya lo que luego demostrarían ser descubrimientos importantes. Pero ahora dejó la mecánica de lado y se volvió hacia la astronomía.
En poco tiempo, descubrió lo que parecían ser montañas y otras características terrestres en la luna, manchas en el sol (que parecía rotar), cuatro “lunas” orbitando alrededor de Júpiter y fases periódicas de iluminación de Venus, como las de nuestra propia luna. En conjunto, estas observaciones minaban definitivamente la cosmología Aristotélica. Se abandonaban algunas de sus características principales: la drástica distinción entre la tierra y los cuerpos celestes, la tierra como centro único de órbitas circulares, el carácter inmutable de los cuerpos celestiales. Sobre todo, las fases de Venus mostraban que este planeta no orbitaba alrededor de la tierra.
El impacto del best-seller de Galileo Sidereus Nuncius (1610) en toda Europa fue asombroso.
[iv] La cosmología de Aristóteles había sido, durante siglos, algo cotidiano en todas las universidades; haría falta tiempo para asimilar este repentino revés.
Galileo se lanzó, sin embargo, un paso más allá presentando sus descubrimientos como prueba del sistema heliocéntrico de Copérnico. Esto dio a sus críticos aristotélicos, en Florencia, la oportunidad de contraatacar: la física del movimiento de Aristóteles todavía se mantenía y pretendía probar la inmovilidad de la tierra.
Aún más importante,
podían invocar además un argumento teológico ya conocido: las tesis de Copérnico eran incompatibles con las Escrituras. Su amigo benedictino, Benedetto Castelli, relataba una discusión con Cosimo II, el Medici mecenas de Galileo, en la que la duquesa viuda Cristina pareció impresionada por la argumentación teológica contra el punto de vista copernicano.
3. EL PROYECTO TEOLÓGICO DE GALILEO.
Preocupado, Galileo escribió una larga carta a Castelli, formulando una serie de principios que deberían desactivar el aparente conflicto entre las Escrituras y el conocimiento natural.[v]Primero, los escritores bíblicosacomodaban claramente su lenguaje a la “capacidad de la gente corriente”. Habrían sido particularmente proclives a hacerlo así al describir la naturaleza.
Segundo, las Escrituras se prestan de ordinario a múltiples interpretaciones. Así, pues, cuando la lectura literal de las escrituras entra en conflicto con la “experiencia sensorial o demostración necesaria”, se le debe dar a esta última la prioridad.
Tercero, las Escrituras abarcan sólo aquellas doctrinas que conducen a la salvación y superan el raciocinio humano y, por tanto, no aquellas a las que se podría llegar por medios humanos ordinarios.
Cuarto, el Dios que nos ha dado “sentidos, lenguaje e intelecto” difícilmente querría puentear su uso, en particular en el caso de asuntos astronómicos que casi nunca se mencionan en la Biblia. Quinto, la prudencia dicta que uno nunca debería comprometerse plenamente con una interpretación de las Escrituras con respecto a la naturaleza en la que fuera previsible que la interpretación contraria pudiera llegar a ser probada más tarde “por los sentidos o la demostración”.
Estos principios podrían no parecer más que de sentido común. El primero, en particular, era un principio tradicional de la teología medieval y tenía una aplicación evidente en las formas en las que el movimiento del sol y la estabilidad de la tierra eran descritas corrientemente. Pero en un momento en el que imperaba el literalismo, dichos principios (en especial el tercero) bien podrían parecer sospechosos. Galileo decidió escribir una versión más completa y argumentada de su postura, y esta vez (con ayuda de otros) citando autoridades teológicas con gran detalle, mencionando en particular el influyente comentario de Agustín al
Génesis. La
Carta a la gran duquesa Cristina es hoy reconocida como un clásico teológico.
[vi] Pero evidentemente decidió no divulgarlo ampliamente, advertido probablemente por sus amigos romanos que habrían visto que un tratado sobre un tema teológico tan controvertido, por un simple “matemático”, probablemente habría enconado aún más las sospechas de las autoridades de Roma.
Entre tanto, sin embargo, una copia de la carta de Galileo a Castelli había sido enviada a la Congregación del Índice por uno de los dominicos críticos de Galileo. Y quizá todavía más serio desde el punto de vista romano, un respetado teólogo carmelita, Paolo Foscarini, había publicado un trabajo corto defendiendo el “claramente probable” sistema copernicano del ataque teológico, citando muchos de los argumentos que Galileo había utilizado.
La visita de Galileo a Roma a finales de 1615, para defender en persona su posición, desafiando directamente a sus críticos, podría haber sido el detonante final,[vii] aunque la publicación de Foscarini podría, por sí sola, haber sido suficiente para provocar una reacción de Roma.
Autor: Ernan McMullin
, fallecido en 2011, era Catedrático Emérito O’Hara de Filosofía, así como fundador y director del Programa de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Notre Dame. Publicó numerosos trabajos de filosofía de la ciencia, historia de la ciencia, y sobre las relaciones ciencia-teología. Entre sus publicaciones: Galileo: Man of Science
(editor, Basic Books, 1967); The Church and Galileo
(editor, University of Notre Dame Press, 2005). Este documento fue publicado en 2009.
Traducción:
Javier A. Alonso (Dr. en Biología) y revisado por Pablo de Felipe (Dr. en Bioquímica/Biología Molecular).
Próxima semana:Parte Segunda: la condena de la cosmovisión heliocentrista de Galileo, en 1616.
[ii] Baldini, U. y Coyne, G.V. (eds. y trads.)
The Louvain Lectures of Bellarmine, Ciudad deVaticano: Vatican Observatory Publications (1984).
[iii] See Lerner, M.-P., “The heliocentric ‘heresy’”, en McMullin, E. (ed.)
The Church and Galileo, Notre Dame IN: University of Notre Dame Press (2005), 11-37 (pp. 18-19).
[iv] Fantoli, A.
Galileo: For Copernicanism and for the Church, Roma: Vatican Observatory Publications, 3ª ed. (2003), cap. 2.
[v] McMullin, E., “Galileo’s theological venture”, en McMullin,
op. cit.,(2), 88-116 (pp. 99-102).
[vii] Sugerido por Shea, W.R. y Artigas, M.
Galileo in Rome: The Rise and Fall of a Troublesome Genius, Oxford: Oxford University Press (2003).
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